I
Recobradas tus ruinas entre himnos,
tornas a contar que las ciudades
eran el atributo de la luz
en su congregación más pura,
el más alto ––si cabe–– de los sueños,
el más frágil de los cristales
ante la desbandada de los búfalos.
Recuerda tú cómo la sombra
era expurgada de ceniza,
cómo el lamento invocaba
racimos de sol menos hirientes.
Recuerda cómo los transeúntes
blandían cuchillos para enmascarar los mensajes
que dioses extraños a tu tribu
descrifraban
con espuma en la boca
y nuevas fundaciones.
(Aunque haga falta, más no sabemos de esa tierra.)
Te preguntaste por el objeto
que reflejaban los cristales
pero ninguna respuesta hubo.
En extranjería otros vocablos
designan el momento de la muerte.
Los frutos maduros, cuando caen,
evocan sonidos de variedad
tañida en el laúd del arco iris.
“Los enigmas resueltos del rompecabezas
eran columnas de cieno
erigidas por un ejército de agua”,
escuchaste una voz que te decía
cuando te ahogaba la tormenta.
II
“¿Dónde quedaron los perros de Amundsen?”,
te preguntaste porque el mundo te asediaba
sin que, en tu defensa, eludieras las minucias
y por delante, en cambio, brillaran parlamentos.
¿Dónde quedaron, sí, dónde quedaron?
Las caravanas urdían fogatas en las riberas de los ríos
y, en los parajes de la estación,
procuraban víveres y pastillas para el sueño.
Cápsulas para la estima y licores
de instantáneo fuego
eran surtidos entre quienes aullaban en las noches.
(Como frente a los adversarios en la lidia,
a flote los mantenía el peán durante horas.)
Al atravesar los cauces, rememoras,
aparecían en cuencos de ébano los cráneos
y en la madrugada, cuando los sueños
mantienen su impulso todavía,
figuras grotescas en la orilla,
igual que los posesos,
gritaban e iban por turnos
mostrando sus canillas.
III
En vilo te sostenían los nervios cuando hallabas
los silencios como otra forma
del abismo:
oxígeno y luz,
recuerdas, eran agravio y derroche
en quienes exiguas bocanadas
conforman su alimento.
Descubriste que carecía de casa tu vejez
porque cuatro paredes no eran el refugio
del tránsito polvoso y turbulento,
aunque volvieras y otro camino
tomaras de regreso.
Las pieles bruñidas por el tiempo
y los cortes de buey asados en la hoguera
postergaste con un pretexto inverosímil.
Pronto abandonaste las reuniones
y, alrededor de ti, también insististe en la clausura.