El presente texto fue presentado en la mesa redonda “Nuevas lecturas en la obra de Luis Hernández”, bajo el marco del congreso Solitarios son los Actos del Poeta: Homenaje a Luis Hernández, realizado el 8 y 9 de agosto de 2017 en la Casa de la Literatura Peruana (CASLIT). El evento, que contó con música en vivo y la presencia de ponentes como Andrea Cabel, Edgar O´Hara, Iván Larco, Hidelbrando Pérez, Nicolás Yerovi y muchos más, fue organizado por el fotógrafo Herman Schwarz y el personal de CASLIT con motivo de los 40 años años de la muerte del poeta.
Vallejo & Co. les recomienda la lectura de El Estanque Moteado y El Sol Lila (ambos libros de Luis Hernández Camarero) editados en una pulcra versión facsimilar por Ed. Pesopluma.
Por Teo Pinzás
Crédito de la foto Herman Schwarz
Apolo y la curación del dolor
en la poesía de Luis Hernández
Dentro de la poesía de Luis Hernández las referencias a la cultura clásica no son escasas y abarcan no solo el campo de la poesía, sino también los de la filosofía y la mitología. En su obra se entremezclan referencias a personajes como Menelao y Helena en el poema “Tretrailiadacannabinol”, y a Orfeo en el poema “Valmont 1926”; menciones a autores como Virgilio, Heráclito, Aristóteles y Homero; citas de obras como la Metafísica del Estagirita; y muestras de un contacto cercano con la tradición literaria clásica de Occidente. Tal vez como consecuencia de esto, entre todos los personajes que el poeta retrata, incluyendo músicos, científicos, escritores, astrónomos, filósofos, etcétera, Apolo aparece como una de las entidades más emblemáticas por su valor simbólico y la forma como se entrelaza con el ideal de artista del autor. Con él, Hernández parece establecer una relación especial y en cierto sentido lo toma como su dios tutelar.
Apolo, hijo de Zeus y Leto, es uno de los doce grandes del Olimpo. Se trata, en realidad, de un dios importado de Asia Menor, al parecer, e inicialmente temido por los griegos. Las muestras de ese temor se traslucen con claridad en la obra de Homero, donde la figura de Apolo se presenta como la de un inmisericorde dios guerrero que se aproxima como la noche y cuyas flechas traen peste y muerte. Sin embargo, conforme los griegos fueron aceptando a Apolo en su imaginario divino, ese dios que traía muerte, destrucción y miseria comenzó a convertirse en una entidad benévola que curaba las enfermedades, tocaba la lira y dirigía a las nueve musas. A él se le atribuyen el orden, el equilibrio y la belleza de las formas, así como el poder de inspirar a los poetas y músicos, y el papel de dios de la medicina.
La cercanía entre Hernández y Apolo se construye principalmente por la relación que surge entre poeta y dios inspirador; es decir, por la importancia que el dios adquiere como supuesto “dador de poesía”. En segundo lugar, Apolo es el dios de la medicina y Hernández es un médico, razón por la cual comparten la tarea de curar y aliviar el dolor, ya sea a través de la medicina o del arte. El tercer punto de encuentro nace de una de las múltiples definiciones de poesía que Hernández desliza en su obra. En ella, el poeta define a la poesía como “evitar el dolor”; es decir, como un quehacer paliativo, en sintonía con la labor curativa del dios Apolo.
Aunque yo prefiero abordar la figura de Apolo desde esta triple perspectiva, sería mezquino no reconocer que existe además una diversidad de posibilidades interpretativas para la figura del dios griego; por ejemplo, las que pueden extraerse de la predilección del poeta por el sol y el verano. Luis Hernández es un poeta solar, un poeta que en muchos pasajes relaciona el momento poético con el astro mayor. El Estío, la luminosidad y la luz, el desierto como el espacio donde más plenamente se manifiesta el sol, el mar como el hábitat natural del verano, etcétera, son temas recurrentes. Apolo Febo o Foibos Apollon, símbolo del sol, tiene sin duda alguna conexión con este influjo lumínico de la poesía de Hernández, no por nada el poeta tiene un poemario ológrafo titulado El sol lila.
Volviendo al tema, uno de los poemas donde aparece más claramente la figura de la divinidad griega es en “Apolo Azul”, donde es retratada de una manera lúdica e irreverente, como si entre el poeta y el dios hubiera una relación amical. Revisemos el poema:
APOLO AZUL
Te asemejas a algunos poetas,
Siempre cercano al cielo,
O, si se quiere, a los techos,
Como Claudel. Y algo ligeramente cabro
Como Rimbaud. Apolíneo algunas veces
Cuando danzas seguido por las musas
Esas nueve pamperas
De las cuales mi favorita
Es la Astronomía.
Te pareces a algunos músicos,
A Stravinsky, por ejemplo,
Que compite en belleza contigo
Y es un poco más inmortal,
O a Carlos Ives, quien te gana
En misterio
Tienes un aire a algunos gimnastas,
A ciertos dioses,
A ningún político,
A ningún papa.
En una palabra:
Eres Apolo
Y eso nadie te lo quita.
En este poema, Hernández trabaja desde la familiaridad y establece semejanzas y equivalencias. El autor se refiere a la divinidad directamente y con cierto cariño, con un “te” inicial que es más cercano al “tú” que al “usted”, sin disfraces y sin recurrir al preciosismo verbal, prefiriendo más bien caer en el uso de palabras como “cabro” o “pampera”, que corresponden al argot callejero. Desde un lenguaje coloquial y juvenil (tómese el “en onda” del sexto verso como ejemplo), el poeta dialoga con Apolo, lo caracteriza y lo compara con personajes mortales, a la par que lo desacraliza al considerar al dios como inferior a algunos de ellos en ciertos aspectos, como en el caso de Stravinsky, a quien califica de “más inmortal”, o Ives, a quien considera más misterioso. Así, la poesía que emana de este dios es también menos sacra y más próxima lo cotidiano. Así, al aproximar lo divino a lo humano y comparar a Apolo con aquellos a los que inspira, es decir, los artistas, el poeta parece alejarse de lo sacro para subrayar, a través de esa comparación, las similitudes entre artista y dios tutelar.
Los versos iniciales de las tres primeras estrofas del poema hablan por sí solos: “Te pareces a algunos poetas… // Te pareces a algunos músicos… // Te pareces a algunos gimnastas…”. A través de esos versos, el poeta se coloca a sí mismo en una relación de semejanza al admitir distintos parecidos que funcionan para los artistas y los deportistas, mas no para “políticos” y “papas”. Apolo se parece “a algunos poetas”, uno de los cuales podría ser Lucho, pero la relación no se expresa en sentido contrario, lo que le da al poema una dimensión interesante porque es el dios quien se asemeja al hombre y no el hombre quien se asemeja a dios. Los alcances de esta simple afirmación son inmensos y dibujan una “teología poética”, por llamarlo de alguna manera. Es también curioso que este Apolo sea “… Apolíneo algunas veces / Y otras simplemente en onda…”; es decir, un Apolo que no siempre es fiel a su propia esencia como agente rector del orden y el equilibrio; uno que a veces se subvierte y deja de ser “apolíneo” para estar “simplemente en onda”, como cualquier joven adolescente. De esta forma, la identificación entre dios tutelar y poeta está más que sugerida.
Siguiendo esta misma línea desacralizadora, Hernández nos introduce a un segundo poema, titulado “Apollon Musagete”. Este poema conecta desde el título con la faceta inspiradora del dios, que otorgaba a través de las musas dones como el de la poesía y el vaticinio del futuro. Cito:
APOLLON MUSAGETE
Apolo coronado
Por laureles
Y Hardys
Hay una calma
Que es la paz
De las seis
Al salir
Del cinema
Y es la calma
Diaria que lleva
La mar aun
En el golpe de la luz
De la tormenta
Y la costa
Al pie de los
Acantilados
La tierra agrietada
De los Acantilados
Para ver el mar
Desde lo alto
Y el aire de la mar
Apolo quebrado
Por telarañas
Heliconio.
Nuevamente el poeta se toma licencias a la hora de retratar a la divinidad griega, pues dice: “Apolo coronado / por laureles / y Hardys…”, donde los laureles se refieren no solo a la planta del dios, el laurel, utilizado en la antigüedad para coronar a los poetas, sino también al comediante Stan Laurel, pareja de Hardy en la serie cómica El gordo y el flaco. El paralelo es, cuando menos, disonante, y la distancia entre los referentes, inmensa. El espíritu lúdico de Hernández, desatado al inicio del poema, se serena luego cuando el poeta comienza a hablar de una calma específica, la misma que conecta con periodos de realidades alternativas, como los que experimentamos en el cine. Esa calma de las seis de la tarde, cuando uno sale del cine tras la función, esa calma que existe incluso en la luz de las tormentas o en los acantilados desde donde se observa el océano, esa es la misma calma que este Apolo ligeramente caricaturizado otorga: la calma apolínea, la calma de un ente integrador que permite la contención, evita la disgregación y lega una suerte de serenidad metafísica a pesar de estar quebrado por telarañas.
El uso de la palabra “heliconio” tampoco es gratuito, pues el Apolo quebrado, caricaturizado, es justamente el clásico, el que se puede relacionar con el monte Heliconio, hogar de las musas o helicónides. Se propone entonces un nuevo arquetipo de dios, más cotidiano, que implica la obsolescencia del Apolo clásico y de la concepción clásica de la poesía como quehacer elevado para proponer, más bien, un nuevo Apolo y una nueva poesía, más próxima y humana. Las telarañas asociadas al Apolo heliconio nos hablan de lo obsoleto, lo viejo, lo que por largo tiempo no ha sido renovado, mientras que el Apolo de Hernández es más afín a las avenidas limeñas antes que al monte Helicón. Este nuevo Apolo hernandiano está cerca de los hombres y es menos divino, pero mantiene el don de la inspiración y la capacidad de curar.
En ese sentido, la relación entre el dios y el poeta no se estrecha solo por el lado de la creación poética y la inspiración, sino también por el de la curación del dolor. Hernández rechaza el dolor tajantemente como médico, como poeta y como individuo; es más, él apunta a emular el proceder de Apolo, que no solo es Apolo Musageta, el inspirador, sino también un dios curador. Veamos el siguiente poema sin título, que revela lo que el poeta pensaba sobre el dolor:
Un día se rebelaron
Contra lo estúpido
Y convencional
Pero lo estúpido
Y convencional
También es bueno
Bonito y barato
Lo insufrible es el egoísmo
Y su hijito:
El dolor:
Contra ello
Sí va la rebeldía
Adelante mortales
A llenar los corazones
De sueños!
En este poema se toca indirectamente el segundo camino de identificación entre poeta y dios. El autor reniega del sufrimiento, mientras que Apolo, dios de la medicina y entidad esencialmente benévola, se opone diametralmente al dolor: él es un sanador; su tarea es erradicar el dolor, curar, restablecer la salud del cuerpo y del espíritu, desterrar el sufrimiento de los confines humanos.
Los últimos tres versos del poema los vemos también en “Musagetae”, otro poema de Hernández en el que el poeta, apelando al autoplagio, redefine la carga semántica de los versos al cambiarlos de contexto. Si en el primer poema estos parecían casi conjurar una cura contra el dolor, “llenar el corazón de sueños”; en “Musagetae” conectan más bien con la palabra que titula la composición, que quiere decir “conductor de las musas”. Ese calificativo se aplica justamente a Apolo en la tradición clásica, y así es como este poema de Hernández enlaza al conductor de las musas con la solución para el dolor. De esa manera, la inspiración de Apolo y su consecuencia, la poesía, adquieren también un poder reparador o curativo.
Respecto de ese dolor que nos asola, dice el poeta en “Self-portrait”: “Soy Billy the kid / Ladrón de bancos / Y como llevo una herida / En la espalda…”. Esta declaración, que se reproduce de diferentes maneras en otros poemas, es crucial porque en esos versos el poeta se define a sí mismo como un ser sufriente. Él tiene “…una herida”, y las heridas causan dolor; además, confiesa llevarla en la espalda, como si se tratase de una carga o como si hubiera sido traicionado. A pesar de utilizar a Billy the kid, un alter ego, para hablar de este dolor, el título del poema –que significa “autorretrato” en español– delata la intención del autor, cerrando el círculo del poema y su efecto especular. El dolor está disfrazado, atenuado, poetizado bajo “otro yo”, de forma que el poeta logra un distanciamiento frente a la materia emocional. Así, de cierta forma, Hernández, a la manera de un Apolo sanador, busca aplacar su propio sufrimiento, evadiéndose sin evadirse.
En el poema “Dedicatoria”, un poema crucial dentro de la obra de Lucho en tanto señala directamente a sus receptores ideales, el poeta también menciona a las personas sufrientes, con quienes establece sin lugar a dudas una empatía especial. El poema comienza diciendo:
A todos los prófugos del mundo…
Y más adelante añade:
A los que aman a pesar de su dolor y el dolor que el
tiempo hace florecer en el alma.
En otro poema, este bastante largo, Hernández dice:
…O, mejor aún, creo escribir
Sin segundas intenciones
Más bien por llevar
Un ideal. Cierto ideal
Que podría ser
El no tolerar
Ante mí el sufrimiento…
Luego continúa:
Pero el sufrimiento
Es un camino
Plagado de peligros
E innecesario, no llores
Dylan, no llores Paul Verlaine…
Y también dice:
…Visto así, la Poesía
Sería la creación
Mas no. Poesía
Es evitar el dolor
A quienes en tu camino etc.
Juro por Apolo Musagetae
Citaredo, Dios de la Medicina
Y la Poesía
No tolerar ante mí el dolor…
Este poema, que continúa, está lleno de claves sobre la poesía de Lucho, siendo la más evidente la postulación directa de una definición de poesía: “Poesía / Es evitar el dolor”. Pero no queda ahí, pues Lucho no solo dice que la poesía es evitar el dolor, sino que además niega que la poesía sea creación, lo que abre todo un universo de plagio, autoplagio, collage verbal, forgerie, pastiche, etcétera, al autor. Apolo, como era de esperarse, aparece en el poema y legitima el juramento del poeta, quien se declara en pie de lucha contra el sufrimiento como médico y poeta al mismo tiempo. En Apolo se fusionan las dos mitades mayores de Hernández, la medicina y la poesía, dos mitades que podrían considerarse opuestas, una relacionada al cuerpo y otra al alma, pero que en Apolo encuentran la integración perfecta: la medicina como poesía para el cuerpo y la poesía como medicina para el alma.
Poeta médico, Hernández también menciona su lucha contra el dolor en Una impecable soledad, donde dice: “Poetas entre neuronas, 250mg. de terramicina, y algo que no aguanto ni en otros ni en mí: el sufrimiento”. La batalla contra el dolor se da, pues, en varios frentes: desde el espíritu y desde lo físico, con poemas que funcionan como placebos y con antibióticos y analgésicos. Como Apolo, Hernández opera contra el dolor desde la medicina y el arte. No está de más precisar que críticos literarios como Peter Elmore, Lucho Chueca y Edgar O´Hara ya han señalado anteriormente la tendencia paliativa de cierta poesía hernandiana, pero resulta interesante ahondar no solo en la poética, sino también en la figura de Apolo pues la deidad griega integra extremos en apariencia irreconciliables: el del médico materialista y pragmático y el del poeta lírico y romántico. Al mismo tiempo, Apolo parece encarnar el ideal de artista de Hernández: parecido a algunos músicos, parecido a algunos poetas, aficionado a la astronomía, semejante a algunos gimnastas; en suma, la excelencia de muchas inteligencias: la del cuerpo, la del espíritu, la de la mente y la de los sentimientos.
El juramento se repite en el poema “Je Vous Benis”, que concluye con los versos “…Juro por Apolo Musagetae / No tolerar jamás / Ante mí / El sufrimiento”. El juramento es inequívoco, y el mismo carácter pareciera emanar de la necesidad de luchar contra el dolor, especialmente yendo más allá del cuerpo, hacia lo inmaterial.
Siguiendo esta línea, otro poema de Lucho arroja luces extra sobre el tópico del dolor; cito:
Yo no soy nadie
Pero varios nadies
Crearán aquello
Que es la ausencia
Del Dolor. Alguna
Vez Hospitales,
Manicomios, todo
Ha de caer
Bajo la fuerza
Del dolor que es
La fuerza del amor.
Acá pareciera que no basta con el influjo apolíneo para neutralizar el dolor, sino que se necesita también el influjo de Eros, el amor, que es al mismo tiempo la otra cara del dolor. En Apolo está la paz, la serenidad, el orden, en Apolo está la estructura, lo que permite que el hombre no pierda la cabeza, Apolo es el placebo perfecto, pero incluso él carece de lo único que puede destruir al dolor: el amor, su reverso y su causa en muchas ocasiones, la llave hacia la plenitud.
Para cerrar, quiero comentar que cuando Alex Zisman le hizo la famosa entrevista a Lucho Hernández, el periodista le preguntó por qué escribía, y el poeta respondió que lo hacía porque era lo único que contestaba y que hacía que se sufra menos. Luego, en la misma entrevista, Lucho rebajó un poco su afirmación inicial y dijo: “No soy tan orgulloso para creer que cuatro estupideces alivien el sufrimiento de nadie”. No obstante, queda en la memoria esa primera afirmación en la que aseguró que la poesía era, sino un remedio contra el dolor, al menos un placebo, un paliativo o una anestesia; y si no para el mundo, acaso solo para él. Lucho sin duda encontró en Apolo un correlato para esa idea, un modelo cohesionador, una coherencia soñada capaz de unir extremos contrarios con elegancia. Apolo encarna un ideal, y uno positivo; es una figura tutelar que el poeta emula. El juramento apolíneo que proclama numerosas veces es la síntesis perfecta de una certeza sobre su quehacer, algo que Lucho vislumbró como poeta, como médico y como paciente al mismo tiempo.
Culmino con un fragmento del poema titulado “Himno a Apolo”, el cual acaso sintetiza el influjo positivo que Hernández atribuyó a la figura de Apolo en su obra. Es, en última instancia, una hermosa invocación a la inspiración creadora.
Apolo Citaredo,
Hazlo: Desciende
E infunde
Otra vez a la Lírica
Esa ganzúa que abre
Todo reino: tu sonrisa…