Antónimos de olvido y memoria en «Amargo nepente» de Paula Einöder

 

Por Francisco Layna Ranz*

Crédito de la foto (izq.) Ed. Dilema /

(der.) archivo de la autora

 

 

Antónimos de olvido y memoria

en Amargo nepente de Paula Einöder**

 

 

Un honesto deseo de futuro.

E.A. Poe

 

En el origen, un poema de Edgar Allan Poe

Un hombre joven sufre desconsolado por la muerte de su amada, Leonor. Un día, un cuervo entra a la habitación y se posa sobre el dintel de la puerta. El joven, dando por supuesto su capacidad verbal, pregunta su nombre. El cuervo responde: “nunca más”. Como ave mensajera del más allá, le pregunta si podrá volver a ver a Leonor, aunque sea en el mundo de los difuntos La respuesta es invariablemente la misma: “nunca más”. El joven intenta deshacerse del cuervo, pero este se ha instalado en su existencia para recordarle su ineluctable destino.

El cuervo impone el recuerdo futuro, pues su labor fatal es insistir, en el tiempo que quede de vida, en la única opción posible para su amor: la memoria. Y lo hará con una única palabra: “nevermore”. Todas las demás palabras parecen olvidadas en el lenguaje del cuervo, aunque tal vez sea la única palabra que le enseñaron a repetir, y el joven convierta su casi silencio en una cadena de significaciones. He aquí el núcleo original: convertir la ausencia en presencia. Esa única palabra da alas negras para alimentar la fantasía, la imaginación.

Esta es la escena:

¡Miserable ser —me dije— Dios te ha oído,

y por medio angelical,

tregua, tregua y el olvido del recuerdo de Leonora

te ha venido hoy a brindar:

bebe, bebe ese nepente, y así todo olvida ahora!”.

Dijo el cuervo: “Nunca más (Poe, “El cuervo”)

 

El nepente es una planta trepadora cuyas hojas contenían un líquido azucarado. Los dioses buscaban la amnesia en sus enzimas. Tenemos así la redención de la cruz o memoria sin límite, frente a la bebida que los dioses ingerían para olvidar. Olvido y recuerdo, silencio y exégesis. Antónimos.

 

La poeta Paula Einöder

 

Ascenso y descenso

Este es el primer poema de PE:

amargo nepente

no suaviza la caída

por la soga rugosa de mi cuello

mientras recuerdo mi olvido

y evoco este proyecto

de palabras y lágrimas

que la polilla

usó para flotar

en tanto aprendí a hundirme

como las raíces de una conífera

y los hongos que la nutren

voy así por los subsuelos del lenguaje

sigo a la espera del dulce nepente

del río y sus plantas carnívoras

soy el cuervo, la boca y el hambre

amargo nepente

el pájaro del pánico

bebe mis pensamientos

mientras olvido mi memoria

y no me acuerdo de la última vez

que el cuervo usó mis alas

para escabullirse

sigo a la espera del dulce nepente

del río y sus acuíferos recónditos

soy la polilla, las alas y el vuelo (pp. 9-10)

 

Tenemos tres alturas:

1) Superior: Cuervo, vuelo, pájaro.

2) Inferior: Hundir, subsuelo, escabullir, acuífero.

3) Entre medias, la superficie: cuello, palabras, flotar, río.

 

A mayor altura, mayor caída, aunque no sea este el caso de Paula Einöder. En el vuelo hacia el Olimpo, Dafne contempla bajo sus pies las nubes y los astros cada vez más lejanos, en plenitud de apogeo y verticalidad. En picado, de arriba abajo, desde el ángel rebelde todos los caídos abandonan verticalmente la altura de su perdición. Ya se sabe que las más altas cumbres admiten poca pesquisa, por eso históricamente sobre los astrólogos se cernía la sospecha del pecado. La caída adánica (Génesis, II y III), símbolo de la elección errónea, tiene implicaciones cósmicas: la maldición de la tierra, la procreación dolorosa, la expulsión de los ángeles… A partir del Concilio de Trento, la condición de naturaleza caída (natura lapsa) se transmite de padres a hijos. Este mito de la caída de Adán corre parejo al esquema metafísico neoplatónico, en que un ser originario sale de sí para regresar a sí mismo después de recorrer su curso temporal. Caer en la cuenta es percatarse de lo real. Al hilo de lo dicho hasta aquí, parece que Amargo nepente se hubiera pergeñado con la intención de que la caída dominara por completo el transcurso de lo vivencial.

 

 

Dulce y amargo

El primer poema está dominado por los antónimos: el nepente es amargo y dulce, depende de la consideración del olvido o del recuerdo. “A la espera del dulce nepente/ del río y sus acuíferos recónditos / soy la polilla, las alas y el hambre”. Esta construcción trimembre tiene un paralelo anterior: “soy el cuervo, la boca y el vuelo”. Cuervo y polilla se superponen, así como boca y hambre, alas y vuelo ¿Río y manantial se oponen? Si las aguas del río Leteo suponen el olvido de la vida ya finalizada ¿en su manantial se origina ese olvido? Y si es así ¿no será progresivo ese olvidar y por tanto quede reminiscencias de lo vivido? El río Leteo afluye en la laguna Estigia. En ocho ocasiones PE parece circunscribirse a lo cercano, y en esta secuencia

la cercanía debería ser decisiva. En el infierno cercano todavía quedan restos de la bondad natural de nuestro mundo./ Patinir dio con el secreto: la laguna Estigia no evita que las orillas todavía se asemejen. Basta con acercarse para tocar el cielo o el inferno. Un estado intermedio sin necesidad de purgatorio. ¡Que la salvación o la condena vaya por días, por semanas, por meses![1] Esto parece claro en este Amargo nepente.

 

Creemos en la contrariedad semántica de los conceptos de memoria y olvido, aunque parece bastante claro que se exigen recíprocamente. Ninguno de los dos existiría sin su contrario, se definen en su otro. Además, la paradoja entra en escena cuando se menciona el recuerdo del olvido: “amargo nepente/ no suaviza la caída/ por la soga rugosa de mi cuello/ mientras recuerdo mi olvido”. Esto remite a la antigüedad filosófica. San Agustín decía que es imposible hablar del olvido sino es mediante su recuerdo, porque es necesario el retorno y reconocimiento de la cosa olvidada. Si no fuera así, sería imposible saber que olvidamos.

Podemos establecer que en los tres primeros poemas de Amargo nepente queda fijada una serie de oposiciones que, de un modo otro, van a recorrer toda la escritura: memoria/olvido; vida/muerte; luz/oscuridad; cuervo/polilla. La memoria supone temporalidad, flujo vivencial, y una enunciación de la vida en instantes: “El bosque volvió/ pero no los árboles/ la arena del tiempo viene con agua en la boca” (p. 15). Si regresa aquello que ha perdido sus elementos compositivos ¿qué es lo que así se presenta, con la total ausencia de sus componentes? Si no hay árboles ¿no es una suposición que es un bosque la ausencia del mismo?

 

 

Luz y oscuridad

El segundo poema sigue bajo la égida del cuervo de Poe, pero ahora se incorpora una cita de Dylan Thomas que impregna el poema: la escritura al lado de la luz que canta. En el poema de PE la palabra “luz” es el núcleo axial. Si Ícaro abrasaba sus alas en la lejana luz del sol, la polilla quema las suyas en la cercana luz artificial. Lo más lejano, incluso el olvido, abrasa exactamente igual que lo más cercano, incluso el recuerdo. En la escritura de PE la extensión semántica juega en beneficio de nuevo cauces. Quiero decir que de igual modo que la luz mata, también da vida, la madre que da a luz mientras el cuervo vuelve a insistir: “nunca más”, porque nunca se marcha, y se llegará a mirar, ya desde los ojos del animal negro, cómo las velas se derriten, luz que sin embargo no mata. Al igual que el cuervo, también son negras las líneas que impiden la tabula rasa de la página en blanco, las palabras en proceso hacia la luz última del punto final, abrasadas.

Hay en Amargo nepente una dialéctica entre memoria y olvido, una evidente desincronización desde el momento en que el pasado se construye y recrea a posteriori, lo somete, lo domina. Hay una pérdida que se presume trágica, alma y amor. También Orfeo fracasó en su descenso al infierno. La poesía se postula como potencia transformadora, o al menos resistencia.

 

Cuervos y polillas

Los cuervos pueden seguir en contacto con los fallecidos recientes. En El ocaso de los dioses de Wagner son los mensajeros. No hay lugar que les sea imposible. El dios Wotan tenía dos cuervos. Hugin representaba los pensamientos. El otro, Munin, representaba la memoria. Su dimensión religiosa está presente en el budismo, en los relatos bíblicos, en la mitología nórdica, en la griega, en la leyenda artúrica y en la épica castellana. Se considera al cuervo animal que se comunica con las almas, pero siempre con la estela de la sospecha. Parece clara en la Biblia. A los veintisiete días del mes séptimo el arca reposó sobre los montes de Armenia. Cuarenta días después Noé soltó al cuervo, que nunca regresó del más allá. Envió después a la paloma para ver si ya se habían acabado las aguas en el suelo de la tierra. Como no halló donde posarse, regresó al arca. ¿Continuaría volando el cuervo sin posarse jamás? Queda relegado, pues, al lado oculto. Se alude, asimismo, al cuervo en uno de los libros proféticos del Antiguo Testamento, Sofonías. En 2,14 se narra cómo las ciudades se llenarán de desolación y por ellas camparán los animales, y el cuervo anidará en los dinteles de sus casas, entre la luz y la oscuridad, entre la vida y la muerte. Rimbaud se hizo eco. Los científicos saben desde hace años que los cuervos tienen gran memoria, pueden reconocer rostros y comportamientos humanos, y lloran a sus muertos.

Hay más de 160.000 especies de polillas. En la mística la luz se asocia a la sabiduría, a la fe, a la gracia.[2] Al simbolizar el cambio, presente en el libro de PE, el significado espiritual de las polillas es aceptar ese cambio en lugar de esconderse de él, tener fe en que finalmente se verá la luz, que será en verdad su muerte. Otra interpretación de la mitología es que las polillas son las almas que vuelan por la noche y buscan la luz. Hay quien sostiene que van a la lámpara porque buscan la luna. Recordemos las esfinges, conocidas comúnmente como «polillas de cabeza de muerto», y su dibujo en el dorso del tórax que se asemeja a una calavera. Revolotean en la novela de Bram Stoker. Muerte blanca y oscura; la polilla la sufre, el cuervo la anuncia. En Amargo nepente es un motivo reiterado, una isotopía semántica que también cae vertical a lo largo de sus páginas. ¿No sólo de Adán vive la humanidad? Lo que queda en el suelo no es sino el polvo de su muerte, enamorado polvo, como dice PE en homenaje al célebre soneto de Quevedo (p. 35)

 

 

Vida y muerte

Marc Augé sostiene que “la memoria y el olvido guardan en cierto modo la misma relación que la vida y la muerte”.[3] Ya hemos visto que existe un requerimiento a partir del cual es imposible afirmar el uno y negar el otro. Si el recuerdo posee capacidad de recrear y reproducir algo que ya no está pero estuvo, entonces lo que resulte girará alrededor de ausencias frente a presencias. Distinguir es un ejercicio de voluntad, lo que quiere decir que el olvido no siempre es causal y conlleva un necesario ejercicio de olvido. Voluntad y labor, porque acordarse no es sólo tener un recuerdo, también es ir en su búsqueda.[4]Los recuerdos los fabrico”, afirma cabal PE (p. 22).

A veces PE habla como polilla, a la que se asocia desde el primer poema (p. 10):

entro a la habitación

ya está el cuervo

robando la luz

no podrá separarnos

la oscuridad se escurre por los goznes

intento coserme las alas

guardar cada filamento

de mi proyecto de aeroplano

se acerca el cascanueces

de plumas luminosas

no podrá tocar mi vuelo

aunque solo sea

en mi mente

soy el insecto más libre (p. 25)

 

El cuervo recuerda, mientras la polilla olvida. Ambos tienen alas, aunque de muy diferente vuelo. Torpeza y seguridad:

el cuervo me invita a bailar

alas de limón efímero

pequeña polilla del canto

esa danza hacia la luz

el cuervo no lo entiende

se quema en la muerte iluminada

toda la memoria es del cuervo

esa estrofa no impide a la polilla

acercarse a la fuente de su trance

no apagaré esa vela

la luz de mi torpeza

se me cae un plato de las manos

todo el olvido es de la polilla (p. 26)

 

El cuervo regresa debido a que en su vuelo rememora, aunque a diferencia del cuervo de Poe, el de PE sí trae noticias, porque detenta la memoria, la transporta. Si el joven estudiante no consigue noticias de su amada fallecida, en los poemas de PE siempre vuelve cargado de memoria:

así se va bien lejos la polilla

el cuervo se le acerca

los recuerdos los fabrico

 y el resto según las circunstancias

yo soy yo y mis cuervos

pienso, luego cuervo

la polilla en cambio canta

a sus alas miopes

la fuga hasta deshacerse

en cercanías letales

pero insiste, insiste

el cuervo destruye

los documentos inoportunos

que cuelgan de su pico (p. 22)

 

El “nunca más” del más allá fomenta la imaginación. ¿Es eso la fe y la esperanza?

 

La poeta Paula Einöder

 

Reminiscencia y presente

No es una memoria la de Amargo nepente de lugares, pero tiene lugar en un presente memorable, de quiebra emocional. No hay retratos, cuadros, estatuas, fotografías… Los nombres propios son referencias literarias que inauguran el texto, a veces incluso lo concluyen (Dylan Thomas, Cesare Pavese, Sylvia Plath, T.S. Eliot). Se estima que hay una unión entre lo dicho y recordado y lo que está en proceso de dicción. Si un poema termina con “mientras tanto soy la polilla/ que tanto matas/ que tanto mato/ porque morir es fácil” (p. 17), el siguiente comienza a partir de una cita de Sylvia Plath. Inicia PE su poema: “si morir no es un arte / que practico / excepcionalmente bien”. A partir de ahí se expande en una sucesión de contrarios, polilla y cuervo, luz y oscuridad, memoria y olvido, pelea y rendición:

si quemo mis alas

maldición de la polilla y del cuervo

si había que pelear

el molde fue mi tregua

si tenía que salir

entrar fue mi partida

si debía ser recto

cóncavo fue mi ángulo

maldición de la polilla y del cuervo

porque morir es un arte

que no practico

excepcionalmente bien (p. 19)

 

Consiste en desplazar el adverbio de negación que matizaba el campo semántico de “arte” al penúltimo verso y así variar la significación del verbo “practicar”. Todo el libro es una sucesión de ambivalencias, si al principio el nepente era amargo, luego será dulce, y lo que sucede se inscribe en una cadena temporal: “mientras recuerdo mi olvido” cambia a “mientras olvido mi presente”. En el presente se concentra la escritura, en la simultaneidad que detenta el adverbio de duración. ¿Qué es ese deseo que nada puede cambiar, ni doblegar, mientras que todo cambia? La falta de olvido es lo mismo que la falta de ser, puesto que ser no es más que olvidar, decía Lacan comentando a Freud[5]

Ceniza viva, dice PE, “ensimismada que del limbo/ nos salvas” (p. 35).

 

(para leer poemas de Amargo nepente haz click aquí)

 

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[1] Francisco Layna Ranz. Espíritu, hueso animal. Barcelona: RIL, 2017. 45

[2] María Jesús Fernández Leborans. Luz y oscuridad en la mística española. Madrid: Cupsa, 1978.

[3] Marc Augé. Las formas del olvido. Barcelona: Gedisa, 1998. 9.

[4] Paul Ricoeur. La memoria, la historia, el olvido. Madrid: Trotta, 2003, 20.

[5] Héctor Gallo. Inconsciente, trauma y amnesia file:///Users/usuario/Downloads/Dialnet-OlvidoYVerdad-2423886.pdf

 

 

 

 

 

*(España). Poeta y crítico literario. Ha publicado cuatro libros de crítica y decenas de artículos; así como seis libros de poesía: Y una sospecha, como un dedo (2016), Espíritu, hueso animal (2017), Tierra impar (2018), Oración en 17 años (2020), Historia parcial de los intentos (Poesía 2016-2019) (2019), El perro y la calentura (trashumancia de los poetas americanos) (2022) y Vuelta e ida (plaquette, 2022).

 

 

 

**(Montevideo-Uruguay, 1974). Poeta. Licenciada en Letras por la Universidad de la República (Uruguay). Fue lectora de español (2002-2005) en la Universidad de Sheffield (Inglaterra). Obtuvo el Premio Nacional de Literatura del MEC (Uruguay), mención en Poesía Obra Inédita (2000) y en Poesía Obra Édita (2003); en ensayo literario inédito (2000), el Tercer Premio de Poesía en los Premios Nacionales de Literatura del MEC (Uruguay) (2022). Ha publicado en poesía La escritura de arcilla (2002), Árbol experimental (2004), Opacidad (2010), Árbol de arco (baladas) (2020), Para bálsamo de ruiseñores (2021), Transfiguraciones (antología poética 2002-2021) (2022), Melodía singular (2023) y Amargo nepente (2024); y en ensayo literario Miranda o el lugar desde donde no se habla: Reflexiones acerca del silencio interpretativo (2004).

 

 

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