Antología de poemas de Esther Ramón (parte I)

 

Por: Esther Ramón*

Crédito de la foto: Eva Sala

 

 

Antología de poemas

de Esther Ramón (parte I)

 

 

 

Distancia

 

Tensa la cuerda alrededor sin forzar

el delicado resorte de su ala

enferma y tira despacio hasta

depositarla en el primer alféizar,

que se aleje ahora de la casa y mire

de frente las nubes a su alcance y los

postes eléctricos y los

jardines.

 

 

 

Sacrificio

 

Apetitosos insectos

para liberar sus patas

de las fauces de piedra.

 

Cascar caparazones

y extraer con la cuchara,

servir sobre grandes hojas.

 

Recoger. Flores. Hierba.

 

Cuchillos verdes para los

insaciables lagartos

de quietud.

 

 

 

Deshielo

 

No tengas miedo

de mirar por mis ojos.

Me dijo la serpiente.

Fluye, fluye como la muerte,

Mira cómo mi piel se desprende

contra la corteza,

Ven, deja que te coma,

arrastra mis escamas,

entra.

 

Asómate y cae, olvida tus brazos,

en el agua eres una piedra

que fluye, fluye como la muerte.

Ven. Expulsa el aire y la tierra

del cuerpo y derrámate

en el camino sin piernas,

las hojas se pegan a tu piel

viscosa: ahora eres una

rama que se desliza.

 

Paseas por el bosque envenenado.

No tengas miedo.

 

Parirás un insecto afilado y seco,

un saltamontes sin forma

que atraviesa, sin rozarlo, el sendero,

que sobrevuela las ramas tiernas,

que se posa en los troncos

tocados por el rayo.

 

No tengas miedo

de mirar por mis ojos.

 

Me dijo la serpiente.

 

Tus manos, tus pies son

una bandada de cigarras que

asolarán el lago embarrado

antes de desaparecer entre

el humo de los enjambres.

 

Entonces nos arrastraremos.

Baja la cortina y mira

la ventana oscurecida,

ya no hay árboles sino

sombras que podrían ser

cuerpos en la pradera que

se enfría.

 

Baja los párpados: los cuerpos

son letras que atrapas

con tu lengua precisa,

con mi lengua, y al tragarlas

nos duplican y hacen pesado

el camino.

Las escupimos en cada matojo,

en cada madriguera.

 

El bosque se llena con las voces de los muertos.

 

Escucha. Escúchalos.

La canción sin gargantas penetra

nuestros poros congelados lejos

de las últimas cabañas derramo

la marea quebradiza de tus pasos

reptando en círculo sobre las ortigas.

Ven. No tengas miedo

de mirar por mis ojos.

Me dijo la serpiente.

Fluye como la muerte.

 

4433670-6663658

 

Dinamita

 

Explosión del cigarro que espera,

piedra anciana en el desfiladero,

almohada, boca abierta.

 

Date la vuelta.

 

Gato blanco cruzando,

mismo lago,

misma madera desprendida,

duerme al sol de las lanzas:

el ruido, la cascada.

 

Baja el escalón.

 

Llegará la patada en la puerta

abierta, llegará la patada en

la puerta abierta, llegará,

la patada, en la puerta.

 

Cuidado.

 

Abejas en la comida de la comadreja.

 

Calla

 

 

 

Bebedizo

 

Probando el sabor de la saliva animal.

De un gato. La saliva de un perro.

Olisqueando el pienso de las gallinas.

Libando sus abrevaderos de gallina.

Durmiendo en sus palos.

 

La figura que corre. Y enfoca.

 

Despertando en la cueva del oso

despellejado.

Calzando la piel muerta.

El bosque es una rama llena de bayas

llenas de veneno.

Pujando en el mercado de los viejos.

Tentándoles las carnes.

Palpando sus dientes falsos

con los dedos.

 

Una mujer. Va a saltar.

 

Bajando hasta abrirlas. Desnudando

con las manos llenas de tierra.

Clavando la nariz en las axilas,

en el sexo. Conteniendo

la respiración

sobre sus mandíbulas.

Rastreando alientos.

Escalando para estrellar en la roca

los huevos de los buitres.

Para callar a sus polluelos.

 

No hay nadie detrás. Delante no hay tiempo.

 

Tragando pequeños animales.

Animales vivos como arañas

o murciélagos.

Sintiéndoles comer.

La arena es una larva

entre la ropa es una

linterna.

 

Rascando la madera podrida

de los barcos,

Mordiendo tiras de acero.

Royendo los cristales

de las tiendas de música.

Bebiendo agua salada.

Boca abajo.

No chocamos no atravesó.

 

Vomitando.

 

 

 

Carcaj

 

Un perro que se abalanza

sobre mí en plena calle

desnuda, el perro abierto

sobre mí

y sus dientes fuertemente

agarrados a mi ropa

a la mía

y reconozco el collar,

aún llevo puestas

las manos que lo cerraron

mis manos

y el perro es mi perro

al que olvidé al que

nunca nunca nunca

dimos de comer,

ninguna tienda abierta y los

escaparates llenos de carne,

lo están devorando

parásitos que no vemos

y su mordisco es el único

abrazo que merezco.

 

 

 

Subsuelo

 

Apagad las antorchas, si descendéis

apagadlas, separad las manos

enlazadas para palpara la pared

en desorden, apretad los nudillos

sobre sus cicatrices y adentraos

libremente ¿vienes? en esta sombra

pactada, vuestros pies resbalando

en la música húmeda de la cueva,

en sus corrientes delatoras,

en sus dientes en su aliento

tensado en sus caballos

pero firmes las manos:

que ellas os guíen a través

del tubo que se estrecha,

que ellas aparten el gas,

el agua negra, que liberen

el paso hacia la gruta.

recita la fórmula, si tiemblan.

Polen. Calambre. Botella.

¿Los demás? Hace tiempo

que los has perdido. Eres

el fragmento que elijo.

Mírame no lo hagas escucha,

tuerce a la izquierda, salta,

desliza tu cuerpo por

la piedra domada, caerás

en ella. Enciende la antorcha.

 

Cierra.

 

 

 

Liturgia

 

O negarse a comer la fruta

y preparar un ungüento

blanco y extender su frío

sobre el pecho, sobre los

hombros desnudos.

 

Traicionas mi confianza

desertando.

 

Pisar acaso las uvas

verdes y ensuciar el zumo

con saliva y con barro,

La mezcla rebosante,

el cuenco en la ventana

y esperar que llueva,

desear

que llueva.

 

Del Tundra (Editorial Igitur, 2002)

 

 9788497043595

 

Soy la mano que sacrifica reses

 

 

 

En el vertedero de caballos todo está listo para la representación.

 

Encendieron las luces de emergencia y nadie sabía si los que corrían querían salir o venían llegando.

 

(En realidad estaban detenidos).

 

Ignoraban el humo, pero su estilizado rostro azul sonreía a los presentes.

 

Se habían reunido allí para estudiar los cuerpos.

 

Un carpintero había fabricado siete grandes camillas de madera. Iban a cubrirse con enormes sábanas.

 

Esto es obra de un demente. Alguien le hizo callar. Los de las batas blancas se adelantaron.

 

Heridas de cortes desiguales. Los ayudantes anotaban cada detalle y los más virtuosos insertaban dibujos entre las letras.

 

Los dos primeros animales lucían exactas mutilaciones. El demente había concebido gemelos. Luego individuos únicos.

 

Todos los caballos eran tordos menos uno blanco que parecía intacto. Pero siguieron la costura. Los órganos estaban descolocados. Era un orden incomprensible en que el corazón y los riñones se apretaban en la garganta.

 

La luna adelgazaba aquella noche en que algunos hombres se reunieron en un hangar, mientras los demás dormían.

 

Después de taparlos decidieron iniciar las diligencias. El sospechoso podía ser un joven pálido, empleado en un matadero. O un maquinista. O el conductor de un circo itinerante.

 

Para velarlos dispusieron sillas polvorientas. Apagaron las luces y los cristales del techo se abrieron como ojos en blanco.

 

Sus pensamientos tomaron senderos diferentes pero todos cabalgaban en el mismo bosque, saltaban obstáculos inverosímiles, inventaban nombres para calmar a sus monturas.

 

 

 

Fue sencillo como una obra de arte

El agujero exacto

El que estaba trazado

Dejé que los carros se despeñaran

y al acabar ya no había caballos

(relinchos

deshaciéndose

entre madejas de lana

y el rictus del telar

del círculo paciente

 

 

 

Las tejedoras de la fábrica se acostaron bajo los telares, después de reforzar las puertas con algunas máquinas.

 

Los otros ganaderos le envidiaron las hermosas ovejas inglesas que habían cruzado con él el océano y que ahora pastaban.

 

Tenían víveres y se animaban unas a otras. La primera noche despertaron muchas veces, donde sólo había existido el día. Creían escuchar el sonido de un telar gigantesco, rozando el techo de hojalata como un gran insecto.

 

Entrecerraban los ojos para saborear aquella hierba larga, la lana se les rizaba con el aire nocturno, que amanecía blanqueado y suave.

 

El patrón acudió con hombres fuertes pero nadie fue capaz de romper la estructura.

 

Sus últimos ahorros en un hangar donde resguardarlas. Allí dormían y por la mañana él mismo apartaba las cadenas de la enorme puerta roja.

 

Para entretener las manos inventaban canciones, que salían en piezas cortadas por sus voces virtuosas. Los barcos se amontonaban en el puerto, aguardando los tejidos.

 

Los otros ganaderos le envidiaron las hermosas ovejas inglesas que habían cruzado con él el océano y que ahora pastaban.

 

“La Compañía Aseguradora firma un acuerdo con las fábricas locales”. Junto al titular una foto del grupo, de caras borrosas.

 

Quería a las ovejas satisfechas en su nueva tierra para así recoger cientos de huevos esponjosos, que iba a vender a un alto precio.

 

El patrón prendió fuego a su fábrica. Dentro cantaban y el saltamontes crujía entre las llamas.

 

Los otros ganaderos le envidiaron las hermosas ovejas inglesas que habían cruzado con él el océano y que ahora ardían en el hangar de puerta roja.

 

Era una inmensa alfombra que reunía en su dibujo los colores encerrados, las formas asfixiadas.

 

Aquel invierno corrimos desnudos sobre la nieve.

 

 

 

No tiene puertas ni ventanas

(un hombre sentado

en mi casa leyendo algo

que todavía no he escrito

leyendo

sin mirarme

No tiene puertas ni ventanas

y allí las encierro)

 

 

 

Camina con un solo cuerno retorcido. Las calles bordeadas por antorchas. Delante o detrás de la reja.

 

No corren todavía. Escapan agitando los cencerros de la raza pura. Una furia que las acoge y las guía en el itinerario del cepo.

 

Es el encierro: sólo retardar o acelerar los pasos. Son largas rectas y un gran círculo de terneras en constante movimiento.

 

Voces. Gritos que salen del empedrado, que se instalan en las pezuñas para florecer entre la carne.

 

Embisten, sus lanzas contra las llamas, contra los perseguidores y las rejas de madera. La deforme ataca con su cuerno inservible, se golpea la cabeza en los muros sucesivos.

 

Las vacas no tienen memoria. Emprenden el camino de vuelta sin escuchar el sonido metálico del cierre.

 

Oscurece y se impacientan. No sirven, sólo están en el juego a ratos, mugen y se estorban.

 

Los palos de acuerdo. Metro a metro sobre los lomos para que avancen.

 

Hay túneles que nadie recuerda. Respiraderos oxidados llenos de tierra.

 

Huyen arrastrando la cuerda, el jirón de ropa, los silbidos. El portón abierto ensancha el cerco.

 

Las voces las rodean y van retrocediendo muy pegadas, alzando sus cabezas antiguas. Hacia el centro.

 

Desde el mirador una espiral se hunde profundamente en la piedra. Es un fenómeno que atrae a muchos. Cada objeto que arrojan se endurece al contacto de aquel aire irrespirable.

 

Pastan cerca de un campo de girasoles, al lado de una casa al borde del derrumbe, un viejo transformador. El sol acaba de salir.

 

Al anochecer colocan jaulas de mimbre en las cloacas. Por la mañana recogen docenas de ratas enloquecidas.

 

 

 

Mojo los trapos

y el líquido

cierra su trama

Tejidos animales

No bastan las manos

para rasgarlos

 

 

 

Dadle un cuchillo al soldado hambriento. Mordisqueará las manzanas más jugosas: el costillar, las criadillas, los sesos. Con los hombres cayeron animales. Los cuartos traseros.

 

Un haz de palillos en el puño. Se abre, se derraman los cuerpos abiertos.

 

Lanceros que gritan sobre sus corceles heridos. El enemigo se ha ido.

 

Tiraban mulas de las máquinas de guerra. Bueyes esforzados. Caballos temblorosos. Carga su arma. Ocho balas. Ocho relinchos.

 

Las bestias buscan su peso: gallardetes, cañones, bayonetas, jinetes entre los muertos.

 

Descansa sobre el muslo frío del animal. Intenta no dormirse. Sostiene la cabeza entre las patas.

 

Todavía queman imágenes (iconos, fotografías, libros, banderas de señales). Una gran hoguera para los que huyeron. Para que entiendan.

 

La radio emite señales desde las trincheras. Líneas de cascos alineados, sonidos intermitentes. Silbidos de tres letras.

 

Ejercicios de puntería de los arqueros caídos. Llueven flechas.

 

Se descalza y pisa leche o es sangre o es agua.

 

(Con guantes metálicos tejen alambradas, conectan cables, en la enorme marmita mezclan azufre, salitre, carbón vegetal).

 

Delira, quiere defender la fortaleza. La abarca con sus brazos, siente los impactos, los leves cañonazos de la defensa.

 

(Sastres que trafican con armas, con esclavos. Distribuyen uniformes, calzan las gorras, etiquetan cráneos).

 

Agua y una gran toalla y una gran mano. El torso pálido, el pelaje parece intacto.

 

 

 

Después de

la batalla

el jinete me pide

una manta blanca

para cubrirse

las piernas

las medallas

la sangre

derramada

 

 

 

En fila sobre la playa mojada. Al primero lo llevan de los cuernos.

 

Husmean el suelo sin pararse, sus hocicos rozando caracolas y piedras veteadas. Avanzan lentamente, cada yunta en su carro.

 

Las pezuñas restan en la arena como helechos fósiles. Después pasan ruedas que las borran.

 

El sol todavía no calienta,  los gritos de las gaviotas se ordenan en las pisadas regulares del cortejo. La madera de los carros retiene el tintineo de espadas y escudos, que viajan de un lado a otro sin descanso.

 

El primero un buey blanco. Sólo él marcha sin peso. Un hombre camina por delante, guiándole con suavidad a lo largo de la línea desleída.

 

Viento (olas que encharcan los surcos).

 

La caravana se detiene. Un nido de algas entre las ruedas. Los animales esperan pacientes a que los hombres terminen su trabajo.

 

En el descanso se afina el sonido del mar. La playa muestra sus heridas.

 

(Una medusa transparente se seca al sol. En el agua, peces rojos devorando.)

 

Alcanzan el pie de una colina. El guía da el alto. El enemigo está al otro lado.

 

Preparan el altar y la lanceta pasa desde los últimos carros hasta el primero. El animal inmóvil, atento al hombre que divide su cuello.

 

Olor a pintura, barnices para sanar. La bestia se desploma hacia un lado y muge sin color. Su mirada se adentra despacio en el mar, nada un poco, se sumerge. El sacerdote que la guiaba recoge su sangre en pequeños cuencos.

 

Al pasar miran el hermoso cuerpo blanco del sacrificio. Se está nublando y el agua congela los tobillos. Para calentarse tensan el hilo que enlaza las manos.

 

 

de Reses (Editorial Trea, 2008)

 

 9788497044752

 

subterra

 

 

                                                            el humo de

                                                            las chimeneas

                                                            dibuja un óvalo

                                                            sobre la roca

                                                            el pico los pájaros

                                                            en celdas el miedo

                                                            al gas dinamitamos

                                                            precarias galerías

                                                            nos abrimos paso

                                                            al ritmo de la

                                                            polea el ascensor

                                                            de los que descienden

                                                            maneja la precisión de

                                                            las herramientas

                                                            un obstáculo

                                                            tangentes

                                                            ahora

                                                            la sirena

 

 

 

ensayo

 

 

                                                            sigilo junto al

                                                            horno estéril

                                                            todos duermen

                                                            la trampilla

                                                            cubierta de tierra

                                                            y una escalera

                                                            oblicua abajo

                                                            estatuas nuevas

                                                            la sed de la linterna

                                                            dibuja elipses

                                                            en los sacos vacíos

                                                            un rastro de trigo

                                                            bajo la herrumbre

                                                            de las herramientas

                                                            una espantada

                                                            de ratas

                                                            que argumenta

 

 

 

palabras

 

 

                                                            detrás de los

                                                            árboles niñas

                                                            que pintan

                                                            sus brazos y

                                                            duermen sobre

                                                            hojas friccionan

                                                            las patas son

                                                            grillos liberados

                                                            el sol

                                                            les arruga

                                                            las manos

                                                            se remangan

                                                            para lavarles

                                                            la ropa y sus

                                                            pinturas relucen

                                                            como gemas venenosas

                                                            como luces de nitrato

 

 

 

pigmentos

 

 

                                                            con limas furtivas

                                                            rebajamos unos

                                                            gramos su peso

                                                            sobre el plástico

                                                            cubierto nievan

                                                            copos de índigo

                                                            de terracota

                                                            en la superficie

                                                            espesaremos

                                                            sus tonos

                                                            con la saliva

                                                            de los caballos

                                                            de carga

                                                            con las lluvias

                                                            brotarán grullas

                                                            luminosas en

                                                            danza sobre

                                                            las paredes

 

 

 

edad del hierro

 

 

                                                            y con la piedra

                                                            a veces pollos

                                                            atronados

                                                            trilobites

                                                            de geometría

                                                            intacta

                                                            helechos rígidos

                                                            dientes

                                                            ligeros huesos

                                                            pleistocenos

                                                            tablillas de cera

                                                            y arenisca estacas

                                                            raros insectos

                                                            suspendidos

                                                            en ámbar

                                                            conchas astas

                                                            talladas raíces

                                                            raspadores collares

                                                            de sílex plumas

                                                            puntas de lanza

 

 

 

elástica

 

 

                                                            la ansiada ruta

                                                            hacia las naves

                                                            el peso alejado

                                                            de las carretillas

                                                            en fila los más

                                                            ricos pedazos

                                                            el camino en

                                                            cuesta el sol

                                                            subimos el

                                                            cargamento

                                                            la brevedad

                                                            de la sal entre

                                                            las cuerdas

                                                            el cajón de

                                                            pescado el

                                                            lenguaje

                                                            de signos

                                                            el vacío de

                                                            vuelta el sol

 

 

 

eco

 

 

                                                            era la tapa

                                                            de un pozo

                                                            inesperado

                                                            de una pausa

                                                            en la veta

                                                            nuestras voces

                                                            arrojadas como

                                                            débiles piedras

                                                            devueltas como

                                                            granos de arena

                                                            en los ojos el

                                                            rojo interno

                                                            de dos conejos

                                                            blancos muy

                                                            juntos el de la

                                                            izquierda mira

                                                            a la derecha el

                                                            de la derecha

                                                            a la izquierda

 

 

 

moradas

 

 

                                                            traen niños

                                                            pequeños

                                                            para excavar

                                                            la veta

                                                            en el hueco

                                                            más estrecho

                                                            desbrozan los

                                                            brotes tiernos

                                                            privados

                                                            en el eje de

                                                            alimento

                                                            una luz en

                                                            sus cráneos

                                                            de ave

                                                            y olvidarán

                                                            los juegos

                                                            la pureza

                                                            precisa los

                                                            mejores

                                                            metales

 

 

 

caja de resonancia

 

 

                                                            son nuestros

                                                            golpes en el

                                                            almacén
                                                            
                                                            de sonidos

                                                            los hombres

                                                            del sol

                                                            se detienen

                                                            y acarician

                                                            el hierro

                                                            de sus arados

                                                            y calman

                                                            a las reses

                                                            que hallaron

                                                            clavos entre

                                                            el pienso

                                                            son nuestros

                                                            golpes y no

                                                            el silencio

 

 

 

fuga de gas

 

 

                                                            es el humo

                                                            que asedia
                                                            
                                                            al cuerpo

                                                            que cava

                                                            licuando

                                                            los músculos

                                                            hasta inundar

                                                            la cámara

                                                            del tesoro

                                                            las gemas

                                                            enterradas

                                                            y derriba

                                                            en su búsqueda

                                                            una pared errada

                                                            una puerta

                                                            pintada de rojo

                                                            que contagia

 

 

 

piedras preciosas

 

 

                                                            mordido por

                                                            la serpiente

                                                            subterránea

                                                            aguarda

                                                            la esmeralda

                                                            que lo sane

                                                            y sueña

                                                            con el valle

                                                            de apertura

                                                            sobrevolado

                                                            por las grullas

                                                            por los grajos

                                                            en tensión

                                                            cambia el remo

                                                            por la música

                                                            y tumbado boca abajo

                                                            entona la canción

                                                            de la hiedra de las

                                                            ruinas no recuerda

                                                            su final

 

 

de grisú (Editorial Trea, 2009)

img137

cicatriz carbón

 

 

 

 

 

Cicatrizan estos motores

en la palabra o el grito,

animales de la llamada,

del carbón dulce bajo la tierra.

 

 

 

 

 

Si levantas la vista por encima

de los ojos verás una cuerda,

tira de ella, será un sonido

repentino o caerá todo el líquido

sobre el estiércol reseco

de las formas,

sus resonancias

en el último vagón,

junto a los restos de mineral,

la carne desecada de los prietos

manantiales subterráneos.

 

 

 

 

 

Estrecha, oblicua

plataforma,

cilíndrico ascenso,

caminar por un hilo

de humo tiñe de humo

los pies del impulso.

Gaseosa caída,

allí donde nada protege

de la luz.

 

 

 

 

 

Hay plumas que no ascienden.

Insiste en lo que no es lecho,

insiste sobre el trono de piedra

descarnada.

Asume la forma en su peso

de aves muertas

 

 

 

 

 

Ahora eres ese cuero

clavado con estacas,

secándose al sol.

Este líquido interno

que se muestra

una sola vez,

en el derramamiento.

Color vertical,

evaporado.

 

 

 

 

 

Hacían fila para caer

y salían tiznados,

con la sirena que despertaba

a la tierra en anestesia.

y sólo entonces sentía

sus heridas,

deletreando una a una

las equis del bisturí,

palpando los órganos

ausentes,

sustraídos.

 

 

 

 

 

casetas

 

 

 

 

 

El guardián

de la caseta vacía

muerde un nudo,

un enjambre,

repasa los muros,

mano en la boca

abierta

de sus grietas,

cuenta,

en la silla de hilado

compone los huesos,

las patas estiradas

de un pájaro entre

las herramientas,

sin manos guarda

el vuelo adormecido,

sin agujas enhebra

sus médulas,

la proporción exacta

del contagio.

 

 

 

 

 

Mirado de cerca,

jirones prendidos

en la corona venenosa

de los muros,

el viento ata hebras,

las engarza,

hilo en el fondo

de las cacerolas

divide los alimentos:

un pez sin branquias,

otro que respira,

pan mojado,

cuero reseco,

dos anclas:

dos gaviotas

se despedazan.

Sillas de la huida,

elegir una para

sentarse,

o el altar de lavado

que lo desangre.

Prohibido el paso,

roto el habitante.

 

 

 

 

 

Cada vez más bajo

el vuelo de esos

pájaros.

Más baja la plataforma,

el escalón que desciende:

un grupo de gimnastas,

la pértiga más larga

cayendo para abrirlo,

dentro del pico

de madera

se almacenan

las semillas,

el peso dividido

que se estrella,

acuden con palancas,

rota la puerta

quebrantan

la fila de dientes,

el estómago vacío,

comida indigerible

y en reposo,

la más corta

distancia.

 

 

 

 

 

Desciende el anzuelo,

busca al gallo,

ahora esparce,

pica el grano,

no aviséis a nadie,

no gritéis,

no matéis todavía,

los niños juegan

a quemar peldaños

de madera

(tan níveas las plumas,

tan rojo el pico

y su sonido).

No hay reino capaz

de guardar sus gallos.

Un anciano se sentó

y leyó el presagio,

otro alzó de pronto

los brazos.

Vimos nidos en sus axilas,

vimos nidos blancos.

 

 

 

 

 

Medidor de fuerza,

brazo que sube

para abrir la casa,

el invernadero

de temperatura

constante,

robaron semillas,

cultivaron huesos,

ahora crecen pieles

en el frío repentino,

ovejas de cristal

al descubierto,

acuden zorras,

una hilera de soldados

con botas de acero,

olvidar la huida,

insistir en el corral

donde amanece,

en el músculo que se

quiebra,

en el gallo cardinal

que emprende el vuelo.

 

 

 

 

 

Restaron entre ellos

los pedazos dispersos

de la enorme puerta.

Algunos entierran

las marcas,

palabras sueltas

en el lenguaje sólido

de la madera,

otros tallan un alfabeto

quebrado,

ensayan en el bosque

sus vocales rígidas,

son panes demasiado

grandes para unas bocas

divididas,

hubo una explosión,

alguien mezclaba pájaros

en el bidón

de gasolina.

 

 

(de Sales, editorial Amargord, 2011)

*(Madrid, 1970) es poeta, crítica literaria, profesora de escritura creativa y doctora en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad Autónoma de Madrid. Ha escrito artículos de estética y crítica literaria para diversas publicaciones como Revista de Libros, Archipiélago o Cuadernos hispanoamericanos y, entre otros, el estudio Geografía del frío, introducción al libro Poemas encadenados de Pedro Casariego Córdoba (Seix Barral, 2003), autor al que dedicó su tesis doctoral. Ha publicado los poemarios Tundra (2002), Reses (Premio Ojo Crítico 2008), grisú (2010), Sales (2011), Caza con hurones (2013) y Desfrío (2015). Ha sido coordinadora de redacción de la revista Minerva, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, y dirige el taller La flecha y lo blanco. Taller de poesía y otras artes en la Fundación Centro de Poesía José Hierro.

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