Vallejo & Co. presenta un texto leído el 24 de octubre del 2024 por su autor, en el acto de entrega del Botón-Filuc a la poeta y editora Carmen Verde Arocha, en reconocimiento de la 21.ª Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo (Venezuela).
Por Álvaro Mata*
Crédito de la foto (izq.) LP5 Editora /
(der.) Manuel Reveron
Anotaciones sobre la poesía de Carmen Verde Arocha
Una vez el poeta Álvaro Mutis dijo que la poesía de nuestro Juan Sánchez Peláez era uno de los secretos mejor guardados de la poesía venezolana, y hago mías esas palabras del vate colombiano para referirme, hoy, a la poesía de Carmen Verde Arocha, profesora, generosa editora, magnífica tejedora de versos y amiga. Los invito a que hagamos un paseo somero por su trabajo para acercarnos a ese secreto, que visto lo visto, ya comienza a ser un secreto a voces.
Seis son los libros de poemas de Carmen Verde Arocha. Seis, no más —los suficientes—, referenciales, infaltables en las nuevas compilaciones de poesía venezolana. Seis libros que han bastado para zambullirnos en un mundo misterioso, porque “la poesía debe tener misterio”, según Jorge Guillén, dictum que Camen ha seguido al pie de la letra, o más bien ha sido víctima de él, pues muchas veces ella misma no puede explicar las imágenes que brotan en sus poemas.
Magdalena en Ginebra[1] fue su primer libro publicado, en 1997. Un primer libro, inicial e iniciático, con el que comienza a hablar, a ejercitar su dicción, su tono y entonación, para templar (afinar) la cuerda de su necesidad expresiva. Veinte fueron las versiones previas a la publicada de su Magdalena, que hoy reposan en la sección “Libros raros y manuscritos” de la Biblioteca Nacional de Caracas, como testimonio del respeto por el lenguaje poético que tiene quien comienza a hablarlo con tino.
La condición de mujer (esposa y madre), el cuerpo, el deseo, el lugar que se ocupa en el mundo y sobre todo la infancia son temas de este primer libro. Se vuelve al origen para ver qué pasó allí y, en consecuencia, aquilatar de qué materia se está hecho, porque “La verdadera patria del hombre es la infancia”, nos enseñó Rilke.
En los predios en que nos sumerge la poeta, “La luna/ inerte/ fría/ habla en las noches/ de una infancia/ que no deseo recordar”, porque “Nuestra infancia tiene algo de sepulcro”, y “No ha sido fácil/ adivinar el color/ del cadáver de mi infancia”. En este implacable viaje a quemarropa al origen, “avanzo/ sin un velo/ que proteja los ojos/ del ayer”, para finalmente encontrar “un sudario que guarda una infancia perversa”.
Como vemos, no es esta una infancia idílica ni complaciente, por el contrario: la poeta voltea el guante y nos muestra el revés del lugar común. Esa es la tarea del artista: mostrarnos el otro lado del espejo. Dialoga esta visión con la del inolvidable Miguel von Dangel, ese titán de nuestras artes, quien en los años noventa decía a la escritora Victoria De Stefano que “La infancia es falsa memoria de una etapa sobrevivida (…) La infancia es una canción que se desvanece (…) La infancia está hecha de miedo, miedo puro”[2]. Feliz causalidad —no casualidad— que el reciente libro de ensayo publicado por Carmen, Empresas editoriales, apogeo y ocaso, tenga en la portada un dibujo de von Dangel.
El viaje vital (existencial) iniciado por/con Magdalena en Ginebra, continúa con una incursión en Cuira, también de 1997, “un río que está lleno de amor y de historias de hombres que mascan tabaco”. En “este río que no tiene término”, reina la figura del padre, aflora la memoria, aparecen los antepasados, los encantados y ronda el erotismo. Cuira es el terruño visto desde lo telúrico no idílico, a la usanza de la poeta, para ajustar cuentas con la infancia. Aunque vale aclarar, como dice la misma Carmen en una entrevista con Patricia González, que “Esa infancia no necesariamente es un acontecimiento que me ocurrió de niña, sino que le ocurrió a la niña que hay en mi adultez”[3]. Por Dante sabemos que el mezzo del cammin es la edad para comenzar a revisar qué pasó en nuestros años iniciales.
En Amentia, de 1999, se comienza a entender el poema como una forma de oración: “debo rezar”, dice la poeta, aunque “da sed/ orar en esta calle”. Dios, la iglesia, el convento, la anunciación, los Salmos… Episodios del Cristianismo se mezclan con la propia mitología familiar, en un sorprendente y desconcertante juego de asociaciones, que logra una atmosfera que asociamos con lo sub-real, ámbito de la amentia: locura, confusión. Pero el “llanto, cloro de la madrugada” lava las penas, unge, aleja la locura irremediable. Y, finalmente, “La quietud llega con un misterio/ de avispa”. No sé lo que sea “un misterio de avispa”, pero si la quietud no llega así, entonces que no llegue, porque no es quietud.
El rol de la mujer, central para perpetuar la tradición, es el tema que aborda Mieles, publicado en 2003. Sin quejas ni ánimos de señalar la (tan de moda) “desigualdad de género”, aquí se exploran los oficios femeninos (lavandera, costurera, madre) con sobria dignidad. Hay mujeres encintas y nacimientos (alumbramientos), tan importantes como “los no nacidos”. La tía Consuelo, la abuela, el abuelo, los propios muertos, se pasean por estas páginas dejando una estela de inmemorial memoria familiar, imbricada con el imaginario cristiano de los poemarios anteriores. Así, la figura de la concubina se nos presenta como “la madre de Dios”, y se traza una épica íntima (y colectiva) que seguimos atentos, “con los deseos de adivinar/ lo que el viento decía”.
Las mieles anunciadas en el título del libro están asociadas con el erotismo femenino, pulsión constante de esta poesía, que cada vez se va refinando más, hasta aquilatar el complejo asunto de lo erótico así: “Es cuestión/ de acostarse en una estera,/ desmantelar los árboles hasta las canas/ y dejar que brote el amor”. Apertrechémonos, entonces, con nuestra estera y que así sea.
En el jardín de Kori, del 2015, las mieles eróticas femeninas encuentran su equivalente masculino en la figura del leopardo, una especie de potencia viril que arroba con su presencia, porque, como nos anuncia el mito yoruba desde el epígrafe inicial del libro, “aquel que provoca al leopardo, pierde”.
La poesía es rezo, plegaria íntimamente ligada con el erotismo, como leemos en el poema “Bitten” (ruego, en alemán): “Oremos por la miel/ raza que heredamos del sexo” pero también: “Enséñanos los primeros pasos/ hacia el origen que nos da la voz”. Ambos componentes están en una balanza: el erotismo y la religiosidad que implica la plegaria, el poema, constituyendo una especie de ars vivendi. Y por si nos queda dudas, recomienda la poeta en otro texto: “Fortalecer el espíritu sin prescindir de Afrodita”. Tomemos nota.
Nos asomamos al terreno irracional del deseo y la poeta se muestra ducha en estas arenas al decirnos que “El deseo se apretuja se madura se exprime”. Cuán revelador se presenta este verso a la luz de la propia experiencia, cuando creemos que el deseo es un caballo desbocado que se lleva todo a su paso. Y, aunque en efecto lo es, ese brioso caballo “se apretuja se madura se exprime”.
En Canción gótica, último libro hasta la fecha de Carmen, publicado en 2017, encontramos una trabada simbología vinculada con lo erótico, aromosa a limón, donde “Los recuerdos al descuido/ se mueven como si estuviera tronando”. La construcción de la imagen se deja llevar por un ritmo que obedece a un orden intuido que hace que conectemos con ella, desde alguna zona de nuestro ser, porque nos es familiar hasta el tuétano.
Poesía madura, poesía de la madurez que mira en derredor para increparnos desde su luminoso hallazgo: “¿Cuánta belleza en lo mínimo/ en lo imperceptible/ en lo que casi no se ve?”. Poesía madura, poesía de la madurez, digo, porque los versos de Carmen Verde Arocha no son fáciles de paladear, su sentido se nos escabulle en una primera lectura, pero algo queda resonando y volvemos a ellos, una y otra vez. Hasta que maduren en nosotros. O hasta que nosotros maduremos para ellos.
Los poetas son difíciles de leer, sabemos, porque la poesía está al servicio de algo superior, que es el eje mismo de la vida. La poesía pretende arrancarnos del terreno donde lo blanco es blanco y lo negro es negro; es por ello que sacarle el significado al poema implica destruirlo. Quedémonos, entonces, con la resonancia que causa en nosotros, lectores, estos versos, sin pretender agotarlos ni asfixiarlos con explicaciones. Escanciemos sin prisa las mieles que nos ofrenda Carmen Verde Arocha, profesora, generosa editora, magnífica tejedora de versos y amiga. Los invito a leerla.
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[1] Las citas de los poemas de Carmen Verde Arocha están tomadas de Magdalena en Ginebra, La concubina y otras voces de fuego. Poesía reunida. Santiago de Chile: LP5 Editora, 2022.
[2] La referencia al artista Miguel von Dangel se encuentra en el libro de Victoria De Stefano Miguel von Dangel, el niño. Caracas: Galería de Arte Nacional, 1994.
[3] González, Patricia. «Carmen verde Arocha: “Creo que ser poeta es un destino”». En: Jaramillo María Mercedes y Lucía Ortíz. Hijas del Muntu. Biografías críticas de mujeres afrodescendientes de américa Latina. Bogotá: Panamericana Editorial, 2011.
*(Venezuela). Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela. Diplomado en Estudios Liberales por la Fundación Valle de San Francisco y estudios en la Maestría de Literatura Venezolana. Cursó el taller de ensayos de Monte Ávila Ed. de Armando Rojas Guardia. Se desempeña como profesor de la Escuela de Letras de la UCV y del Diplomado de Artes Visuales Venezolanas de la Universidad Metropolitana. Además, conduce el programa Un minuto con las artes, la academia en tu radio, de Radio Capital 710AM.
**(Caracas-Venezuela, 1967). Poeta, escritora y gerente cultural. Licenciada en Letras y magister en Historia de Venezuela por la Universidad Católica Andrés Bello. Se desempeña como directora de la Ed. Eclepsidra y profesora de la Universidad Católica Andrés Bello. Fue gerente general de la Casa de la Poesía de Caracas. Ha publicado en poesía Magdalena en Ginebra (1997), Cuira (1997-1998), Amentia (1999), Mieles (2003), Mieles. Poesía reunida (2005), En el jardín de Kori (2015), Canción gótica (2017), Magdalena en Ginebra, La concubina y otras voces de fuego (2022); en ensayo Empresas editoriales venezolanas, apogeo y ocaso (1958 – 1998). Notas de historia cultural (2024); Cómo editar y publicar un libro. El dilema del autor (2013); El quejido trágico en Herrera Luque (1992) y en entrevistas Rafael Arráiz Lucca: de la vocación al compromiso. Diálogo con Carmen Verde Arocha (2019), Al tanto de sí mismo: conversaciones con Alfredo Chacón, junto a Alejandro Sebastiani Verlezza (2021).