ZAPATO POEM*
Duro y caminando. Duro babe. Hundiéndose y elevándose como un zapato. Duro. Tan buena como en los viejos días. Duro y caminando. Metiéndosela toda como en un zapato. Duro y hundiéndose. Duro y elevándose. Como en los viejos días. Tan buena y toda. Duro. Como aquí. Como ahora. Duro babe. Caminando.
*De Michael Wright, casi.
La lluvia cae sobre las hojas (de los árboles). Pocas gotas llegan hasta el techo transparente. (Las que lo hacen) escurren hacia atrás siguiendo su pendiente. Desaparecen (o eso parece) cuando llegan al suelo (cubierto de hojas). La gata trepa y salta y juega en la estructura del refugio. En los tablones desnudos de su armazón. Que sostienen al techo transparente. Que detiene las gotas (por el que camina la gata) no detenidas por las hojas (de los árboles). Sobre las que cae la lluvia. De la que unas pocas gotas llegan hasta el techo. Donde escurren hacia atrás. Desapareciendo en el suelo. Cubierto por las hojas (que cayeron de los árboles). Mojadas por las gotas que sus hojas no detienen. Algunas desaparecen en el pelaje de la gata. Que camina sobre el techo. Sostenido por la armazón de tablones desnudos. Sobre los que también camina (y juega) la gata. No alcanzada allí por las gotas. Que siguen cayendo sobre las hojas. Y algunas sobre el techo transparente. Sobre la gata si camina sobre él. Sobre la que desaparecen las gotas. Como sobre las hojas del suelo. Que cayeron de los árboles. Sobre los que cae la lluvia.
Transeúntes a un lado y coches al otro. La niña con trenzas y vestido blanco. La mujer de negro. Sombras sobre el asfalto. De las hojas de los árboles a un lado. De coches y autobuses al otro. También de los transeúntes. A ambos lados aunque más bajo las hojas. El hombre en chanclas. La anciana de rosa. Ululan sirenas que van y vienen como los taxis. Y los transeúntes. La monja y la cruz verde fosforescente de una farmacia. Con un dios en cada píldora. Como las sombras sobre el asfalto. De las hojas de los arboles a un lado. De coches y furgonetas al otro. Las de hombres trabajando. Y de palomas viviendo. A ambos lados como las de los transeúntes. Aunque más bajo las hojas. Coches a un lado y transeúntes al otro.
Poesía. (Como desprendimiento). (De Eduardo Milán, casi. A través de José-Miguel Ullán). Como desprendimiento. Lo que ocurre cuando un jinete abandona en pleno movimiento a su caballo. Para emprender un viaje ascendente. No cae golpeado por la rama que no vio. Se eleva suelto de estribo del mismo modo que un globo se eleva. Pero más delgado el jinete. Se desprende. El poema. Avanza. Se explaya reduciendo márgenes. Capaz de desprenderse. El oficio del desprendimiento. Arte de primera y de segunda voz. En las que hay (en efecto) un pliegue. Del que solo una de sus dobladuras canta. Solo una de sus dobladuras dice. (Pero) ambas dobladuras se desprenden. Como las voces. Que se desprenden. El poema es lo que resta. El rezago (lo que resta) la sustracción. Saldo (trozos) pedazos. El punto donde no sabe si se va o si se viene. No siempre fue así. Una línea es más que una línea. (Una línea y otra línea). Y se desprenden. La que es menos y la que es más. Que no se olvidan (ni se acaban) porque retumban. Porque se desprenden. La línea que más. Y más aún la línea que menos.
Poesía (Como digresión) (De Luigi Stornaiolo, casi. A través de Andrés Villalba). La musa es decapitada y queda la cabeza rodando por ahí. La cabeza en la polvareda del pensamiento. Nunca se puede. No hay chance de decir nada. Peor en primera persona. Mucho peor. El yo como lo más deleznable y perruno. Vivir en el campo para escuchar la música desbocada y a toda ostia. Con la base rítmica remeciendo la sangre y encabritándose el pulso. Delirándola. Todo va a peor si se lo explica. El yo (como) lo más miserable. El único discurso bochornoso. Una resultante pírrica y la papeleta está gastada. Y la vida misma adjetivada. Se dice que ya dijeron. Uno dice y nunca dice. La palabra como enfermedad del pensamiento. El equívoco es el único acierto. Solo queda hacer un autorretrato tapándose la cara. Un poema borrando las palabras.
Poesía (Como digresión 1) (De Luigi Stornaiolo, casi. A través de Andrés Villalba). Es como una epifanía de la esperanza. Porque yo es otro a día seguido. Desechar cualquier talento (uno siempre se estorba a uno mismo). ¿Cómo adjetivar esa descripción? Es como quedarse al lado del camino. La música retumba. Habla de líneas y de rayas. Se le hace honor, como no. Se pasa, entonces, al baño. El error es el hombre. El insecticida del yo viene en ese remitente. El yo porque sí no vale. Si se ha hecho algo, ha sido sin saberlo. La orgasmia, la narcosia, la mortuoria. La lisergia. Sigue retumbando la música. La circulación por esos tres campos como único referente. Se abolla en su porosidad. Embriones de ideas. Se trizan las palabras. Pensamientos errados porque las palabras se hacen humo. Imposible poner orden en esta debacle. Cambia todo por la mecánica temporal. Nada está quieto. Lo que está bien empeora. Lo que empeora muere. No se saben detalles de lo que ocurre en el cerebro. La palabra muta y se corroe. Las palabras duelen. El adjetivo toma partido y es un mundo propio. Pero la palabra tiene una felicidad que asusta.
Poesía (Degenerativa) (De Alejandro Tarrab, casi. A partir de W. Rathenau) Redes visibles e invisibles cubren las urbes con sonido. El centro inmemorial no siempre está en el medio. El casco se desvanece como músculo enfermo. Como el sol que declina de frente sobre la piedra. Sol y piedra llenan los ojos. Casco contra coraza. Ciervo en la nieve. Color desvanecido. Piel y tejido celular desbaratados por una sierra. Cuyo fin son los troncos. De los árboles ya vivos o muertos. Solo el casco antiguo de las ciudades puede llorar despierto. No el bosque aunque corra la sangre del que lo poda. Las carreteras y su abismo. Las pescaderías y sus moscas. Supercarreteras conectan fallas sísmicas e hipermercados. Vías de hierro para trenes y automóviles. Para la potencia de la voz. Y el aleteo negro sobre blanco de la palabra. Edificios municipales alineados ante el iris roto de lo desunido. De la carencia blanca de las ciudades blancas. Sus carreteras minadas. Sus edificios volados y reconstruidos. Sus pulcros hospitales donde se tiende la luz. Las bombas vuelven a caer. Dirigidas al confín. Al centro secreto de lo idéntico.
Poesía (Degenerativa 1) (De Alejandro Tarrab, casi.) Cables. En la ciudad hay cables. Toma cenital sobre la secuencia de cables en el área de la ciudad. Cables tendidos. Paralelos y perpendiculares. Convergentes y divergentes. Cables que electrocutan el presente y los recuerdos. Troles y trenes cable-impulsados. Movidos por sus descargas. Cables curvos como el horizonte. Cables rectos como los versos. Rectos como las líneas negras sobre el papel. Rectos como las líneas blancas sobre el espejo. Que desembocan en lenguajes extraños. Trabalenguas, disparates y marañas arrojadas por la boca. Por los ojos y las pantallas. Cables con rótulos. Sábanas con palabras. Cables aislados y seccionados. De los que cuelgan botas y zapatos. Cables de pudridero y sin descarga. Avispas sobre los cables de la niñez. Cables al cuello de la juventud. Marañas de cables suspendidas como un tendedero. Observan los cables y ahí se presentan. En maraña y observación.
Andrés Fisher (Washington D.C., 1963) Ha publicado libros como Composiciones, Escenas y Estructuras, Delta Nueve; Hielo y Series, Poesía Reunida 1995-2010. Así también una antología bilingüe de la poesía de Haroldo de Campos, Hambre de Forma (Ed. Veintisiete letras, Madrid) y en 2010 la de José Viñals, Caballo en el Umbral, preparada en conjunto con Benito del Pliego, con quién ha traducido al inglés Blues castellano de Antonio Gamoneda al tiempo que trabajan en versiones al español de la obra poética de Gertrude Stein.