Por: Enrique Solinas
Crédito de la foto: Marlene Durán
Alicia Genovese, una entrevista y 4 poemas
A. G.: «La poesía sirve para volver a lo instintivo
y para salir de lo instintivo»
Genovese Básico
Alicia Genovese (Buenos Aires, 1953). Publicó los libros de poesía El cielo posible (El Escarabajo de Oro, 1977); El mundo encima (Editorial Rayuela, 1982); Anónima (Último Reino, 1992) Premio Municipal 1992-1993; El borde es un río (Libros de Tierra Firme, 1997); Puentes (Libros de Tierra Firme, 2000); La ville des ponts / La ciudad de los puentes (Écrits des Forges, 2001), antología bilingüe; Química diurna (Alción, 2004); La hybris (Bajo la luna, 2007); Azar y necesidad del benteveo (Mágicas Naranjas, 2011); la plaqueta Aguas (Cuadro de Tiza, 2012), Aguas (Ediciones Del Dock, 2013), El rio anterior, Antología Poética (Ruinas Circulares, 2014). Como ensayista ha publicado La doble voz. Poetas argentinas contemporáneas (Biblos, 1998. Reeditado por Eduvim, 2015)) Leer poesía. Lo leve, lo grave, lo opaco (Fondo de Cultura Económica, 2011). Ha recibido la Beca a la Creación Literaria del Fondo Nacional de las Artes (1999), la Beca John Simon Guggenheim (2002) y el primer premio en Poesía del Certamen Internacional Sor Juana Inés de la Cruz 2014. Actualmente dirige el Departamento de Literatura de la Universidad Kennedy.
Entrevista
Tu primer libro, El cielo posible, apareció en la década del 70’, cuando los militares gobernaban la Argentina de manera ilegal, y decidían sobre nuestras vidas y destinos ¿Cómo fue escribir poesía y publicar en ese momento histórico?
Sí es así, mi primer libro El cielo posible aparece en 1977, después del golpe del 76, pero en realidad la mayoría de los poemas son un poco anteriores. Quiero decir con esto que están ligados a una época, que ya estaba convulsionada antes de esa fecha, pero era un momento que todavía no registraba la pérdida o la devastación que vino después. Es verdad que se puede escribir en cualquier circunstancia y la literatura ha dado muchísimas muestras de esto a través de la historia. Pero lo que puedo decir es que en esa época andábamos a los saltos, cambiando de domicilio, mirando si alguien nos seguía o nos vigilaba, cuidándonos de los registros en las agendas o de hablar de ciertas cosas durante los llamados telefónicos, enterándonos a cuentagotas de lo que estaba sucediendo. Fue una época de mucho encierro, de ver pocos amigos, de esconder libros. Es difícil dimensionar cuánto eso afectó la escritura de poesía, lo que es indudable, al menos en mi caso, es que no fue un hecho intrascendente para la escritura. La formación personal se ve afectada, no se consiguen ciertos libros, la universidad expulsa tácita o explícitamente a los mejores profesores que podríamos haber tenido, ciertas zonas del saber están vedadas. Hacíamos cursos paralelos para actualizarnos acerca de la crítica literaria, por ejemplo. Creo que la lectura de los clásicos fue en esa época un buen refugio, nadie podía sospechar nada si en el colectivo ibas leyendo La Eneida, Catulo, o las Metamorfosis de Ovidio, aunque los libros por sí solos pudiesen generar algún recelo. Creo que seguíamos escribiendo cada uno en su cueva, pero la circulación y el intercambio estaban totalmente obstaculizados. Recién a comienzos de los ´80 empiezan a pasar cosas, las ediciones de Libros de Tierra Firme de José Luis Mangieri, por ejemplo. La revista y editorial Último Reino.
Poesía y ensayo son los géneros que forman el centro de tu universo literario. ¿Cómo se articula en vos creación y pensamiento?
Se interrelacionan de manera natural, ya desde hace tiempo. Tuve una época más disociada porque la universidad no tenía nada que ver con la escritura de poesía, lo cual me hacía perder el entusiasmo por el estudio. Pero a pesar de eso nunca pude prescindir de leer otras cosas, además de literatura, como por ejemplo ensayos de todo tipo: ciencia de divulgación, filosofía y por supuesto teoría y crítica literaria. Creación y pensamiento son elementos unidos. Pensar es también crear. En el poema no sólo somos atravesados por algo que necesitamos decir y buscamos decir, en un proceso donde aparecen muchos componentes inconscientes, muchas zonas oscuras para nosotros mismos. También somos los que estructuramos, ese armado en el que seleccionamos o descartamos porque aparecen palabras o giros o imágenes que vamos reconociendo como inconducentes dentro del sentido del poema. Al escribir también estamos pensando una forma en un movimiento que es indisociable con la búsqueda del sentido.
De cualquier manera, quiero contestar a tu pregunta, más específicamente. En este aspecto considero que poesía y ensayo son dos discursos diferentes, con necesidades y motivaciones diferentes y también con procedimientos diferentes, aunque en algún momento pueda haber cruces entre ambos.
Hay momentos de tu escritura en donde la narrativa aparece como una secuencia que da espacio al sentido poético. ¿Creés que en algún momento vas a profundizar en el género?
Sí, es así, creo que a partir de Puentes se ha ido acentuando ese aspecto como una zona con la que voy escribiendo el poema, es como un apoyo, como un trampolín que me permite decir. Ahora estoy escribiendo en prosa algo así como una serie de memorias que son parte de una época preadolescente y de adolescencia, también, cuando empecé a leer, a escribir y a sospechar que era eso lo que más me interesaba. Muchas veces me pregunté y me pregunto cómo desde el lugar en el que había nacido fue cobrando cuerpo ese deseo.
¿Por qué y para quién escribís?
Esas son preguntas muy difíciles de responder, siempre se responde algo distinto porque no es muy claro. La escritura de poesía ya está incorporada a mi vida de manera cotidiana, ya no es una elección, es parte de mi manera de acercarme a lo que me sucede y al afuera que me rodea, con ella puedo establecer relaciones con el mundo que me permiten estar conectada a ese mundo. Escribo porque lograrlo me da felicidad. Es una felicidad extraña, generalmente llega después de mucha exigencia. Pero ese esfuerzo no le quita la posibilidad de saborearla, sino al contrario.
No escribo para nadie en particular. Pero sí pienso en que lo que escribo pueda ser legible. Al mismo tiempo no rescindo la complejidad que pueda aparecer, la zona oscura que pueda bordear esa legibilidad.
¿Hacia dónde creés que la poesía te conduce?
Hacia lo ignorado.
¿Cuál es tu percepción sobre la poesía contemporánea?
Eso es muy largo de contestar. Sólo te voy a decir que gracias a la poesía contemporánea, aquella que ha quebrado con la rigidez del clasicismo, que ha dejado que el discurso de la poesía sea infinito en sus posibilidades de absorción de realidades y de irrealidades, me ha interesado escribir.
¿Qué significó para vos obtener el Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2014?
En la intimidad creo que no cambió nada. Escribir sigue siendo una actividad exigente, que pide introspección y tiempo y espacio y paciencia, constantemente. Que baje el volumen, que baje un cambio y vuelva. Eso no ha cambiado. Cambia un poco la mirada de los otros, siento que a partir del premio se ha generado un interés por leer lo que he publicado y siento muchísimas muestras de afecto por haber recibido ese premio, cosa que no me había pasado antes.
¿Cuáles son tus próximos proyectos?
Te comenté ya acerca de ese libro de memorias, en prosa. Y estoy con una serie de poemas que todavía no se han expandido lo suficiente como para que sepa para dónde estoy yendo. Pero percibo una dirección, estoy en la autopista y ahora hay que recorrer el camino para ver.
La poesía, ¿para qué sirve?
Para muchas cosas, para mirar, para transformarse, para verse, para comprender, para interrogarse, para adquirir seguridad, para no estar tan segura, para volver a lo instintivo y para salir de lo instintivo. Para comprobar lo maravillosas que pueden ser las palabras, enlazadas sobre todo, y también lo traidoras que pueden volverse para bien y para mal.
Así escribe Alicia Genovese
Cuatro poemas
Anónima
vete Federico a la cruzada
si regresas
asaré carne de venado
y sonreiré junto al fuego
al verte desgarrar
un muslo entre los dientes
tu barba crecida
con olor a pólvora
vete a mí me toca
raspar con arena
el tizne en la marmita
cuidar a los niños
de la fiebre azul
cuídate tú también
del escorbuto
ojalá tengáis tiempo
de inventar la penicilina
vete tranquilo
los hombres que se quedan
rimarán mi lamento
y mi dolor suspendido
de un gancho
como una res
o una brillante cacerola
(de Anónima, 1992)
El pájaro oscuro
En la luz enceguecedora
de la media mañana
un pájaro oscuro
sobre los arbustos;
un tordo, quizás, aunque no es
definitivamente negro;
al ladearse parece
tomar un color: un veteado
azulino en las alas;
no es el cuervo de Poe,
no es el mirlo de Stevens,
es lo que llega, impreciso
sin nombre
y el lugar adquiere
movimiento,
se posa y deja
como semillas el alerta
de lo recién tocado;
se acerca a los sauces
y en su plumaje, el verde;
otro filtro de ramas
en el mismo
tafetán cambiante:
tordo, azulejo, mirlo del sur,
se tornasola sin respuestas
como los ojos
que dan felicidad;
es un brujo de tribu
señalando con el vuelo
la vigilia del paisaje
Lo sigo
sin lograr fijarle
identidad;
un pájaro oscuro
que en la química del día
escapa de lo exacto;
conocedor de follajes
y de espejos ilusorios
burla mi percepción;
gira la cabeza, me ha visto,
abre vuelo entre las cañas
y se va, poderoso
inclasificable
(de Química diurna, 2004)
La sedienta
Agua,
ahora necesito tomar agua,
fresca, estrepitosa,
en grandes cantidades;
vasos y vasos
rebosantes de agua
que diluyan lo vivido
en su cascada;
golpes de agua
que redondeen y conviertan
en canto rodado
sus piedras ásperas
Un río
de agua bebida
que deshaga secretos
que sostenga la violenta
desnudez del amor
sobre una
corriente mansa
Agua que atraviese
el esófago
y resuene en el esternón
bombeando las arterias,
que intente aplacar
dulces reacciones
reflejas a la voz
y al cuerpo amado recorrido,
bosques eternos
del derramamiento
y la disolución
Agua, agua,
río de la indolencia,
llevame a la belleza
de la escarcha
aunque queme brotes
aunque me congele
las manos
cuando intenten acariciar
Espada del orgullo
boomerang de los errores
nada podrán
si estoy fría
No confundas los ojos
en los que anida la ambición
con aquella íntima
orilla de rompientes
Agua
que corra y corra
para saber lo cierto
o en qué punto
se estabiliza lo real
(de Aguas, 2013)
Honras
ed è subito sera
Salvatore Quasimodo
Un autito rojo, trajiste
una Maseratti, decías
y yo daba vueltas
pedaleando la manzana.
No es un regalo para nenas,
observaban las madres,
pero yo era entonces
la única hija,
la que te miraba extasiada
detrás del alambrado:
casco y antiparras
en la pista del autódromo,
héroe de ciencia ficción
entre los motores de la largada.
Un deseo transmitido
en el encofrado del propio
devolvía amor.
A lo lejos escuchaba
el escándalo sonoro
y salía a recibirte;
trepada a tus hombrones
se abrían
las puertas de la casa.
No era para nenas
pero siempre
tuve tu permiso.
*****
Me llevaste a la escuela,
casi de noche en invierno,
desde Lavallol a Banfield.
Me esperaste en la terminal
de micros en Necochea,
con el frío de las siete,
y en la estación de Lomas
los mediodías
calurosos de domingo.
A los dieciocho
para escribir me regalaste
la Lettera portátil.
Fuiste puntual,
el amor
quizá sea ese detalle.
*****
En la autopista
seña de luces
y paso de carril
a otro más lento.
El velocímetro deja
de crisparse,
prueba una persistencia
que no busca trofeos,
una meta desafectada;
la vida en los afectos
debería ser
esta calma aceleración.
Los neumáticos
se despegan
y se pegan al asfalto
cruzan la ruta
en un continuo;
calcular distancias,
tantear apenas el freno
sin brusquedad;
tu abrazo ancho
eterno continuo.
Por el polarizado
de los vidrios,
palabras nítidas aún:
oír, saber
por el sonido.
Sobre la Panamericana
un auto impecable,
afinado
como para un concierto
te homenajea;
escucho el motor
desde tu oído
sin cuentavueltas,
el ciclo extenuante
de los metales.
Conducir es un arte
*****
Que el camino te sea propicio
rama extendida del afecto,
hoy del abrazo,
tierra bañada, costa
indemne al diario sinsabor
que te acompañen armoniosos
motores veloces
sonoros, en primera a fondo,
los seis cilindros devoradores
de tu camioneta Ford
y seguro va
cargada con cajas de comida
para jubilados indigentes,
con tu reclamo a mediadores
que roban el azúcar o el aceite.
Tu sentido de justicia
es mi fisura,
contra mí misma escucho
mi defensa.
Pedazo de tierra
amontonada que se asienta,
túmulo sin bronces
donde la muerte
impone su orden.
Que sigas en comisión
de fiestas, para el club
acarreando parlantes
y música bailable,
asado y dos claveles
obsequiosos para las señoras;
manera de dar
en la riqueza de lo poco,
en la risa donde abrevo,
cuerpeada.
Cenizas del corazón
esta vigilia,
tramo adoquinado
en la impericia
con tu falta.
(Inédito)