¡Alfabeto del Mundo nos ofrenda 6 nuevos y estupendos materiales de lectura! La Gala de Poesía de los 6 nuevos autores de la colección se transmitirá en vivo el jueves 27 de mayo a las 7.00 pm hora de Colombia y Ecuador desde el canal de YouTube de la Casa Museo Otraparte desde Envigado, Medellín. La Gala de Poesía será conducida y presentadas por las poetas Lucía Estrada y Aleyda Quevedo Rojas.
¡Alfabeto del Mundo vuelve a la carga con estupendo material de lectura!
La Castalia y Ediciones de la Línea Imaginaria, sellos editoriales de importante trayectoria, de Mérida, Venezuela y Quito, Ecuador, respectivamente, pusieron a circular en el mundo de la virtualidad una potente y atractiva colección de libros de poesía, que lleva por nombre Alfabeto del Mundo en homenaje al poeta venezolano Eugenio Montejo. Uno de sus objetivos es fomentar la lectura y el consumo de buenas dosis de poesía de calidad en ediciones sobrias que combinan el arte de la fotografía con los más poderosos versos del mundo actual.
Rafael Courtoisie de Uruguay con su libro 69 poemas penden de la transparencia; Rocío Cerón de México con su libro Diorama; Jesús David Curbelo de Cuba con su libro Quemadura y fulgor; Aleyda Quevedo Rojas de Ecuador con su libro Ejercicios en aguas profundas; Mario Pera de Perú con su libro Preparaciones anatómicas; Lucía Estrada de Colombia con su libro Las hijas del Espino; Ernesto Román de Venezuela con su libro Zona de voces; y la autora uruguayo-argentina Ana Lafferranderie con su libro Casi real, fueron los primeros en darle vida a esta excelente iniciativa editorial por la lectura. Los fotógrafos invitados a ilustrar las portadas de estos magníficos libros fueron: Juan Carlos Astudillo y Fernando Espinosa Chauvin del Ecuador y Mercedes Araujo de Argentina.
En el segundo grupo de la colección se unieron: Intemperie de Rafael Cadenas de Venezuela; Ronda de Noche de Ana Becciú, traductora y poeta argentina radicada en Francia; Antología casi casi completa de la narradora y poeta puertorriqueña, Mayra Santos Febres; Espejo ciego del poeta y curador de arte colombiano Samuel Vásquez; La mano suicida de la poeta y periodista costarricense María Montero; El tiempo semejante poemas y fotografías del escritor ecuatoriano Juan Carlos Astudillo; Sesgo de la poeta mexicana Claudia Berrueto; Nosotros tierra de nadie del poeta y dramaturgo español Juan Domingo Aguilar. Los fotógrafos que los acompañaron fueron: los ecuatorianos Gianna Benalcázar, Jorge Vinueza, Fernando Espinosa, y el cubano Ernesto Granado Rigueiro.
Ahora la colección se viste de gala con los libros inéditos de la cubana Reina María Rodríguez, titulado: Que ellas – no existen; Modelo Centinela del traductor y poeta mexicano Hernán Bravo Varela; el libro de culto del español Luis García Montero Habitaciones separadas; Sacrificiales del poeta colombiano Rómulo Bustos, La condición urbana del maestro venezolano Juan Calzadilla y el poemario de la poeta y traductora mexicana Daniela Camacho bajo el título Médula y materia. Los fotógrafos invitados son el ecuatoriano radicado en Estados Unidos, Fernando Espinosa, la fotógrafa venezolana Meline Uzcátegui, la maestra de la fotografía mexicana, Yolanda Andrade y el artista visual ecuatoriano Álvaro Ávila Simpson.
Vivimos el segundo año de la terrible y dolorosa pandemia del Covid 19, que cobra cada hora cientos de muertos en todo el mundo. Son tiempos oscuros y desoladores, pero la poesía es resistencia y los buenos libros de poesía están y son un alivio en este momento de duelo colectivo. La colección digital de poesía Alfabeto del Mundo llega a 22 libros digitales para descarga sin costo; aquí están 22 voces de América Latina, El Caribe y España.
Los poemarios se pueden descargar 100% GRATIS dándole click a las siguientes páginas web:
La Castalia y Eds. de la Línea Imaginaria
Poemas de los nuevos autores que integran el catálogo Alfabeto del mundo
Lo eterno
Lo eterno está siempre ocurriendo
ante tus ojos
Vivo y opaco como una piedra
Y tú debes pulir esa piedra
hasta hacerla un espejo en que poderte mirar
mirándola
Pero entonces el espejo ya será agua y escapará
entre tus dedos
Lo eterno está siempre en fuga ante tus ojos
Desde un tren…
Otras casitas como barajas
pasan por la ventanilla su paisaje marino
no tropical: infeliz.
El pez feo duerme
y escapa.
No me arrepiento de hacerlo
cargar la maleta:
no se lo agradeceré.
Me fui tan joven y regresé vieja.
Me fui niña y regresé mujer.
Me fui hija y regresé madre.
Al pasar bajo los túneles
sin pasaje de vuelta.
Solo los pinos vuelven a tapar el mar,
a cubrirlo completamente
cuando una baraja se desprende
y elige volver.
Sobreviviré al signo que me toca
-a su arrogancia-
al detenerlo contra los dedos
como si fueran pinceles
para tachar una vida,
una marina falsa.
No pedir más paisajes cielos ni techos
prestados.
¿Serán suficiente para recordarlos?
Los viajes
Junto a la ropa sucia el papel de regalo.
La distancia tenía color de hierba y bosque,
autopistas lavadas por la lluvia,
direcciones escritas en periódicos.
Y recuerdo también
mañanas intermedias en el coche
de un extraño cualquiera,
posiblemente amigo de otro amigo,
un extraño que fuerza sus palabras,
y persigue emisoras con noticias del Sur
y me pregunta por el sol de marzo.
La distancia tenía color de escaparate,
teléfonos a cobro revertido,
y detrás de los faros
esos rostros que luego,
cuando se llega a casa,
suelen perder su nombre en las fotografías.
Indicadores neutros se llenaban de gente
y surgían promesas al calor de un encuentro,
noches para contar,
ciudades convertidas en anécdota.
Junto a la ropa sucia el papel de regalo.
Pero desde que viajo sin ausencia
y todo va conmigo,
los bosques ya no piensan en el Sur
y la distancia tiene
un color de palabras soportadas,
color de mi silencio,
mi camino.
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Un fantasma moral recorre el género del diario: ser el espejo fiel de quien lo escribe. Dicha obligación marca los diarios que no ambicionan la posteridad literaria, sino la constancia vital. Otra cosa son los diarios de escritores. Como en La reproducción prohibida de Magritte, el escritor frente al espejo de su diario solo se ve de espaldas. Cuanto ahí asoma es el fondo del iceberg, la vida íntima e ínfima detrás de los poemas, cuentos, ensayos o capítulos de novela que asoman a la superficie.
¿Quiénes, para empezar, le exigieron fidelidad al género? Aquellos que, sin considerarse escritores, se han servido de él para pasar en limpio las opacidades e iluminaciones domésticas. Sin embargo, las estrategias empleadas siempre superan —conscientemente o no— el mero desahogo. El joven global que se deleita en exhibir todos los ángulos posibles de su primer romance; el político de la Restauración inglesa que teje la bitácora de su país en llamas con los hilos de la historiografía y la confesión; la adolescente que, desde su escondite en Ámsterdam, busca salvar su vida contándosela para sí, aunque reacia a “los hechos sin más, como hace todo el mundo”… Aquel Rashomón juvenil, pero también Samuel Pepys y Ana Frank, tienen en común haber rechazado la supuesta objetividad del diario para dotar a este de relatos y personajes antes que de anécdotas y personas. Las omisiones, exageraciones, calificaciones y hasta descalificaciones son licencias: elipsis, hipérbole, comparación, metáfora; el yo, incluso, posee un nombre técnico: narrador interno. El presupuesto objetivo del diario se diluye cuando su escritura invita a ser honestos pero verosímiles, puntuales pero elocuentes. Mensajes lanzados no en botellas sino en bumerangs, hacia un espejo horizontal donde el dietista náufrago, como Narciso, se deja llevar por sus propias refracciones.
Como puede intuirse, la fidelidad a uno mismo propone una relación cerrada con el individuo que encarnamos, y no una relación abierta con la Legión que somos. Hay, por ejemplo, más peripecias en el Anecdotario de Alfonso Reyes que en sus Diarios (“…el solo distinguir entre lo que debe ir al diario y lo que debe ir al libro”, confiesa el regiomontano, “es ya un trabajoso discrimen, cuya sola perspectiva me cansa”). Ante la disyuntiva, y salvo contadas indulgencias, Reyes acabó siendo ejemplar tanto en su obra pública como privada. Contra el puritanismo de la gloria eterna, Oscar Wilde se jactaba de llevar su diario al salir de viaje. “Uno siempre debería tener algo amarillista que leer en el tren”, argumentaba. El volumen que aparece en el cuadro ya mencionado de Magritte —un relato de náufragos, por cierto: Las aventuras de Arthur Gordon Pym— es, como el diario, camaleónico por naturaleza: una novela de aventuras convertida en tabloide o revista del corazón. No hay mucha diferencia, entonces, entre describir eventualidades, cometer indiscreciones o reseñar sucesos. En los tres casos, parece decirnos Wilde, el dietista es historia y narrador, informante y confidente, invitado de lujo y reseñista incómodo. En suma, el morboso lector de sus mismísimas andanzas.
Tales andanzas resultan de lo más diversas: físicas o mentales, frenéticas o estáticas, concretas o intuidas. Así, el diario puede encarnar un ejercicio de autocompasión en manos de un huérfano reciente (el Diario de duelo de Roland Barthes); un recuento de gajes y desgajes del oficio (La tentación del fracaso de Julio Ramón Ribeyro); un conjunto de vivencias que se redujeron a esquirlas de pavor y asombro (Es todo de Marguerite Duras); un tratado sobre la fragilidad de la sabiduría y la fe (el Diario íntimo de Miguel de Unamuno); un mural autobiográfico donde ficción, memoria y crítica se confunden (los tres tomos de diarios de Susan Sontag)… Para el diario no hay limitantes. Si el ensayo es un centauro, y la crónica, un ornitorrinco —según las taxonomías de Reyes y de Juan Villoro—, el diario es el zoológico que resguarda a estas y otras criaturas literarias. De ahí su informalidad: es un espacio cuyas dimensiones se adaptan a sus contenidos. Un bestiario de nuestras personalidades múltiples.
Cuando la pandemia de Covid19 fue declarada por la Organización Mundial de la Salud el 11 de marzo de 2020, pocos pensábamos que el virus llegaría para quedarse. Sería cuestión de semanas o, en el peor de los casos, de unos cuantos meses —tal y como había ocurrido en 2009 con la influenza A1HN1— para que volviéramos a nuestras rutinas. El 18 de marzo, apenas vuelto de Baja California, fui a comer con mi madre. El rito semanal, de pronto, adquirió matices elegiacos: esa sería la última ocasión que nos veríamos por un buen tiempo, frente a frente —ya no digamos sin cubrebocas y una asepsia digna de trastorno obsesivo-compulsivo—. El restaurante reflejaba el porvenir inmediato: mesas y comensales en aislamiento; un clima social de sospecha y paranoia; la mexicanísima contigüidad, ahora relevada por una suerte de trato japonés, austero en los afectos e incluso en las hipocresías. Mi madre y yo nos despedimos con bendiciones algo melodramáticas, como si partiéramos al exilio o la guerra. Nos reencontramos casi cuatro meses después, el 14 de julio. Para celebrar su cumpleaños, comimos a varios metros de distancia, en una punta y otra de su amplio comedor, previa desinfección de sus regalos y con brindis de “nueva normalidad”: chocando copas virtualmente, sin atropellarnos —más por temor a los aerosoles respiratorios que por un asunto de modales.
Alberto, mi pareja, y yo nos confinamos juntos durante los primeros meses. Ante el catastrofismo general, su arribo a mi departamento fue lo mejor que pudo haber pasado. Leer y escribir por las mañanas; ejercitarnos y cocinar por las tardes; ver series o películas por las noches y celebrar nuestro tercer aniversario nos vacunó contra el caos, la desesperanza y el deseo de huir sin posibilidad alguna. Cada quien, además, se propuso un proyecto: él, un libro de cuentos, y yo, un diario. A su modo, ambas empresas adaptaron el “Modelo centinela” seguido por las autoridades sanitarias; la vigilancia epidemiológica derivó en la voyerista de los cuentos y la promiscua de mis entradas. Dos estudios clínicos conducidos por nosotros, sus voluntarios.
“Hay días que uno cree —advierte el dietista español Sergio Suárez— que van a terminar de una manera, como estaba previsto, y sin embargo acaban de otra, en algo así como una improvisación deliberada.” Cada uno de estos 69 apuntes representa “una improvisación deliberada” sobre temas cortados por la misma tijera del encierro. Un ensayo precipita un poema en verso; este, a su vez, provoca un puñado de aforismos o un bosquejo de crítica literaria; una viñeta responde a un “poema encontrado” en un cuento fantástico o una novela religiosa; una plegaria es sucedida por traducciones de poemas isabelinos, decimonónicos o vigésimos. Mi intención, al decir de Brian Dillon en torno a los diarios de Sontag, no fue llevar “un historial de sucesos, pensamientos e impresiones” como sí “un inventario de aspiraciones”, erigir “un lugar donde se ponen a prueba [nuestras] versiones potenciales”. Yo soy yo y mis fantasmas —los que, en mi cautiverio, han venido a visitarme desde un futuro que nunca imaginé.
para un diálogo sin piedad
El padre
(tumbado en una mesa clínica)
Soñé que era un toro divino y otros hombres me pedían riquezas, me pedían lluvia y salud.
La hija
No podemos eludir la enfermedad fingiendo ser otros.
Solo el cuerpo es capaz de decirle su verdad a la muerte.
Otras voces
Una hija es una enemiga peligrosa.
I
Una noche despertará solo. Tendrá mi cuerpo y mi edad y será alumbrado por lámparas de halógeno. Quien abra la puerta descubrirá la crueldad: verá a un hombre recién nacido. Verá un horizonte de bloques de hielo estallando contra el Sol. Un alivio una furia hasta ese momento indetectables. Un hombre una mujer en su reino. Con instrumentos inadmisibles y manchas menstruales su cuerpo no podrá descifrarse. Será de nuevo un arcano absurdo, será una hija triunfante.
La videncia de mi cuerpo no se acaba en tu cuerpo.
Has vuelto a nacer en mi yo caudaloso. Por eso tiemblas y por eso das miedo.
II
Hay una relación invisible entre el movimiento de las células y el tipo de belleza que se cumple en nuestros hilos radiantes. De nada sirve tener miedo del primer cáncer del mundo. ¿Qué has hecho para conocer la enfermedad? Los abismos siempre están llamando a otros abismos. Por eso elijo inventar este cuadro. Por eso mi exterior se desliza entre máquinas extravagantes: néctar, boca del anoréxico que simula un sofocamiento. Si cubrimos la parte del mal, la eternidad será diferente. Mi interior ha quedado vacío.
El espécimen dentro del cual ando
Mientras camino me vuelvo real en el espacio que mi cuerpo llena, y me hago evidente como una interrogante que marcha o, con más exactitud, como una palabra ensamblada a duras penas sobre el eje trunco de mis dos piernas.
Entiéndase bien. Sucede que trato de ser apto, se trata de que existo modelado por las cifras de mi nombre y de que, en consecuencia, no me opongo a ser clasificado en un género que, por cuanto se mueve, avanza, retrocede, danza, cavila, come, gesticula, regurgita, a veces no deja duda alguna acerca de mi parentesco con un espécimen humano. Cuerpo en trance de curvarse, triste, zigzagueante, que va seguido por sí mismo como el sonido detrás de la campana: cuerpo excavado por su contorno sobre el muro ciego que me ha sido reservado pero cuya presencia, en todo caso, marcha a la deriva de la comprobación por la cual, un instante después, ya no será más mi cuerpo.
El que huye de la ciudad huye de sí
Entiendo que hay un golpe que no sabe renunciar
a la tinta de escribir con sangre.
Un golpe en voz alta que reside en el ojo de la tormenta
desde cuya empuñadura nos mira.
Advierto que sus aristas al rojo vivo
entran en el cálculo de las probabilidades matemáticas.
Un golpe cuyo efecto
no será juzgado por la clarividencia del eco
y cuya sonoridad ciega omite todo exceso
de retórica alrededor de lo acontecido.
Un golpe que no deja lugar
para los ejercicios de la memoria.
Bien dibujado en el extremo opuesto de la forma
que toma en el puño al ser arrojado.
Un golpe para el que la estupefacción
es sólo el recibo que él nos pasa.