Por Paul Guillén
Crédito de la foto (izq.) Ed. Perro de Ambiente
Ale Wendorff /
(der.) El autor
Adamar. Sobre Vide cor tuum (2017),
de Juan de la Fuente Umetsu
Cuando tú me mirabas,
su gracia en mí tus ojos imprimían;
por eso me adamabas
San Juan de la Cruz
Uno de los significados de “adamar”, que por cierto ha caído en desuso, es ‘amar con vehemencia’. Juan de la Fuente Umetsu, en Vide cor tuum (Perro de Ambiente, editor, 2017) nombra siete veces la palabra “amor”: “Cuando hables del amor no te repitas / Si te repites repetirás el amor / Y el amor no se repite”. El Amor no se repite porque, al igual que la poesía, es una de las experiencias, donde la Eternidad y el Instante se funden en uno solo. El Amor ese símbolo tan caro en poetas como Salomón, Dante, los trovadores occitanos o Petrarca, mantiene una relación secreta con la Alquimia, Ciencia de las Ciencias, que aboga por un camino de superación y fusión con el otro. Pero si el tema del Amor convoca a las potencias en Vide cor tuum, también se propone una entrada a través del movimiento que viene pautado como si fuera una huida y una persecución: “A la noche le crecen puertas y ventanas / Y también escapa”. En El Cantar de los Cantares —ese magnífico poema, tan sutil en su erotismo— hay una dirección, una marcha y un deseo o como lo vio bien San Juan de la Cruz en su “Cántico” es la huida de un ciervo o la persecución de la corza frágil como ocurre en algún poema de Las ínsulas extrañas de Emilio Adolfo Westphalen. Todo este movimiento comporta un “Tú” que se desenvuelve como el depositario de la mirada del otro: “Para navegar en tu mirada”. Tal vez el escenario en que se despliega este fluir es un lugar post apocalíptico, donde “Una canción como un planeta oscuro a veces nos alumbra”. Es determinante en este recorrido la presencia de lo abrasador (el fuego, una lumbre, un destello). Todo ello es que el Amor, aunque sea asociado a lo gélido (ríos congelados, ramas heladas), siempre rezuma la esperanza de una nueva estación, como si los ciclos nos dijeran que en la muerte se prefigura nuevas vidas como embriones, una vez más queda patente un conocimiento gnóstico y alquímico.
Más allá de las metáforas e imágenes, que son abundantes en Vide cor tuum, me ha interesado sobremanera la forma cómo se presenta una historia subrepticia, que se va mostrando en la página de manera gradual, como si fuera un juego de sombras (¿algún eco de El elogio de la sombra de Tanizaki? o también puede pensarse como una representación teatral ecléctica: mezcla de marionetas, teatro noh, personajes en miniatura, sombras chinescas). Dentro de esta historia se puede decir que coexisten dos ciudades, una ciudad que se va muriendo y otra ciudad que nace en la mirada de la Amada y que permite que el Amado pueda vivir a través de ella (a través de ese reflejo). Entonces, lo que tenemos es una ciudad real, una ciudad que vive en la mirada de la Amada y un reflejo de esta última ciudad, donde habita el Amado. ¿Esto quiere decir que el Amado no habita en una realidad real? Todo lo contrario. Prefiero pensarlo desde esta idea de lo postnuclear: algo terrible ha ocurrido y debemos huir para tratar de sobrevivir a la catástrofe: “Hay objetos máquinas hiriendo la última noche y el sueño primordial”. Algo muy similar sucede en novelas como El camino (2006) de Cormac McCarthy o El país de las últimas cosas (1987) de Paul Auster. ¿A qué o a quién debemos temer?: “El mundo es una puerta estrecha / Mientras más avanzamos es una puerta más estrecha”. No es extraño que las novelas mencionadas, tanto como Vide cor tuum, se ubiquen en el marco de fin e inicio de siglo, donde lo inestable, lo asimétrico y las subjetividades escindidas campean como moneda común: “Sigo tratando de recordar por qué vine qué hago aquí”.
Esta búsqueda también comporta otra posibilidad: se trata de seres fantasmales y que por eso están re-presentados de esta manera: una gradualidad que es debido a su condición de espectros, una potencialidad e incluso también hay otra posibilidad la Amada se encuentra en otro plano de la existencia o se encuentra en la misma realidad, pero lejos, distante, efímera, porque no se puede asir como la perfección de una rosa, pues se dice que la flor “se esconde lejos muy lejos / En la mirada donde existes”. La Amada, por tanto, existe en un cuerpo irreal que tiene la capacidad de volverse humano: “Cubriremos de flores reales este cuerpo irreal / Seremos humanos otra vez dejaremos de serlo”. El Poeta como ese ser lleno de dudas y pesares, también de alegrías y luminosidades, solo le queda escribir, pero escribir “es despertar pero no sabemos dónde”. Para complejizar el tema del escenario y la ciudad se afirma que el Poeta entra “en otra noche donde la luz perfora / Entro como una herida dulce”, aquí desde luego sabemos que la Amada se encuentra del lado de la luz y lo gélido y el Amado desde lo nocturno y la herida como signo positivo. Puesto que todo martirio también lleva implícito el goce y el Amor. La conjunción de estos dos seres nos da la máxima de Vide cor tuum: “Solo la flor es eterna”. Esto es: la Flor de Fuego convertida en Agua: razón y ser de la Alquimia.