Actualidad de Vallejo, por Jorge Eduardo Eielson

 

Vallejo & Co. presenta la ponencia que hizo el poeta y artista plástico Jorge Eduardo Eielson en el homenaje que le rindieron al poeta peruano César Vallejo organizado por la Embajada del Perú en Roma-Italia, en el local del Instituto Italo Latinoamericano (IILA) y que fue publicado, originalmente, por la revista Debate, N°69 en 1992.

 

 

Por Jorge Eduardo Eielson*

Crédito de la foto (der.) Centro Studi Jorge Eielson

 

 

Actualidad de Vallejo

 

Nada hay de superfluo en la poesía de César Vallejo, como no la hay en la mística cristiana, aunque por razones opuestas: la segunda es la vía elegida para la elevación del alma, que por lo tanto supone el martirio del cuerpo; mientras que la primera, la del poeta peruano, es un descenso al infierno del cuerpo, carnal y social, que supone otro martirio, esta vez el del alma.

Hay en Vallejo, más que un padecimiento físico, personal, individual, un padecimiento anímico, universal. El poeta siente al hombre —a la especie humana— a través de su propio pueblo, a través de la desventura peruana, que hoy es también la desventura latinoamericana y, por extensión, el drama del sur del mundo. Pero este sufrimiento no se reduce tan sólo al llanto de una criatura materialmente oprimida —aunque esta circunstancia sea su núcleo central. No. Vallejo considera el sufrimiento inseparable del hombre. Este sentimiento, necesariamente debía ser compensado por un pen­samiento utópico, fraternal, comu­nitario, gracias al cual la humani­dad entera alcanzaría su salvación. Un primer paso debería ser, en es­te sentido, la redención del pobre sobre la tierra. De allí su adhesión a las ideas marxistas, sus viajes a la Unión Soviética, su apoyo a los milicianos españoles y su inscrip­ción en el Partido Comunista espa­ñol.

 

4 de julio de 1937 en El II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, organizado por la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Las imágenes de Vallejo lo muestran en la sesión inaugural que llevó el título de “Sobre los sucesos de España”. En el mismo evento se hicieron presentes Pablo Neruda, Ernest Hemingway, André Malraux y Antonio Machado.
4 de julio de 1937 en El II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, organizado por la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Las imágenes de Vallejo lo muestran en la sesión inaugural que llevó el título de “Sobre los sucesos de España”. En el mismo evento se hicieron presentes Pablo Neruda, Ernest Hemingway, André Malraux y Antonio Machado.

 

Asistimos, por un lado, a un sentimiento existencial, casi kier­kegaardiano, que antepone el sufri­miento del alma al del cuerpo; y por el otro a una apasionada adhe­sión al socialismo internacional, que debería poner fin a las mise­rias materiales del hombre. Valle­jo no ha podido ver con sus pro­pios ojos el fin de la utopía comu­nista, pero ha sabido diagnosticar la dramática deshumanización de la sociedad actual, que amenaza hasta su propia integridad física. Es pues con el fin de la utopía que su voz se dilata más allá de todo límite social, político, temporal, histórico. Y esto porque su poesía no fue nunca deliberadamente po­lítica, en la medida en que no son políticos el padecimiento ni la fe­licidad humanas. Su verdadero aliento se revela ahora, en toda su grandeza, justo cuando el animal humano, más humildemente que nunca, se confronta con su propio límite. En efecto, si, por una parte, el fin de las grandes dictaduras, de izquierda o de derecha, parece consolidado, por otra parte todos sabemos que el extraordinario progreso alcanzado por la ciencia y la tecnología en los últimos 30 años corre paralelo con un deterio­ro moral antes desconocido en el mundo occidental. ¿Qué escribiría Vallejo, por ejemplo, de la abyec­ta, sórdida, violenta realidad de las grandes metrópolis contemporá­neas? ¿Qué diría de tanta opulen­cia material exhibida por una parte, cuando las otras dos terceras partes de nuestro mundo se deba­ten en la miseria? ¿En dónde en­contraría al «hombre nuevo» por él anunciado, sino entre los pobres del llamado Tercer Mundo, en realidad riquísimos de una humani­dad en vías de extinción? Imagen emblemática de nuestro malestar actual, el pathos vallejiano —que es sin lugar a dudas un rasgo atávico de la raza india— es también una visión sincrética de la condición humana, que le llega desde los estoicos y los místicos castellanos, Quevedo y Unamuno, hasta los grandes rusos de fin de siglo. El poeta no ha hecho sino servirnos de guía, de sensibilísima brújula, en este intrincado derrotero de la peripecia humana. Para ello se ha servido de un lenguaje que, por comodidad, continuamos llaman­do español, pero que ha sido casi completamente inventado, para mejor expresar tan dolorosa sus­tancia poética. A este respecto, quisiera agradecer a quienes, de manera ejemplar, han sabido pe­netrar en el universo vallejiano, desde José Carlos Mariátegui has­ta Roberto Paoli, pasando por Es­pejo Asturrizaga, Xavier Abril, André Coyné, Américo Ferrari, Juan Larrea, Julio Ortega, Martha Canfield, José Miguel Oviedo, Luis Monguió y varios otros.

 

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No me detendré en el nivel puramente verbal de un fenómeno poético tan complejo. Esta no es la sede, ni tampoco tengo los fundamentos ni la vocación para ello, pero hay dos puntos que desearía señalar, y no se refieren al lenguaje en sí mis­mo, sino a su probable gestación anímica y cultural. Es evidente, como ya ha sido observado, que tras de la estación modernista de Los Heraldos Negros, en 1922, con Trilce, Vallejo inaugura un lenguaje completamente renova­do, hermético y audaz hasta lo temerario, que revela claramente su frecuentación de las vanguardias literarias de la época. Es innegable también que dicho lenguaje se cristaliza luego en París cuando, después de largos años de intensa batalla existencial y política, el poeta ya maduro y en plena pose­sión de sus medios, escribe Poe­mas humanos y España aparta de mí este cáliz. Su expresionismo verbal no es de manera, no es aprendido de la vanguardia artística dominante en aquellos años. Y no podía serlo, ya que el expresio­nismo alemán era muy poco segui­do en París por entonces, donde más bien se disputaban la escena el movimiento dadá y los primeros albores del surrealismo bretonia­no. Sin embargo, yo diría que esta secuencia, esta interpretación evo­lutiva de la palabra vallejiana, no es suficiente, aunque aparezca perfectamente coherente.

 

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Me pregunto si un expresionis­mo tan radical no tendrá como ma­triz una característica peculiar de la cultura mochica, es decir esa inclinación a la representación cruel, a veces excesiva, pero llena de pietás, que se observa en el arte de ese pueblo, antepasado directo de nuestro poeta. En efecto, a dife­rencia de otras culturas antiguas del Perú (recordemos el suntuoso cromatismo de los Paracas, la mis­teriosa elegancia de Nasca, el im­presionante geometrismo de Hua­ri, los oropeles de Chimú y Chancay) fueron los artistas mochicas los que mejor han sabido represen­tar el drama humano, en toda su maravilla y su miseria, hasta el punto de excluir cualquier otra te­mática. Y este universo obsesiva­mente antropocéntrico ha sido ex­presado con un lenguaje visual desnudo, escueto, corrosivo, sin ninguna concesión a las dulzuras terrenales, pero con una capacidad de síntesis que no excluye el más crudo realismo ni la más honda ternura. Tal y cual como el verbo vallejiano, justamente. Aun si en éste, claro está, el elemento católi­co, cristiano, español, modifica notablemente la pulsión ancestral.

 

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El poeta César Vallejo

 

Por otra parte, aunque parezca una paradoja ¿no sería útil indagar también en la dificultad —ya expe­rimentada hasta sus extremas con­secuencias por José María Argue­das— de pensar y formular intuicio­nes y sentimientos en una lengua profundamente mestiza? El encuentro de instancias expresivas tan diferentes, unidas a la voluntad del autor de escribir para y en nuestro tiempo —es decir con la ab­soluta modernidad y libertad de un Picasso, por ejemplo, pero con el substratum de una cultura diversa y subyugada—, ha debido ser, para el artista peruano, un desafío gran­dioso que —nosotros lo sabemos­— ha sido espléndidamente corona­do. Hay quizás por eso, en el verso vallejiano, un soplo cósmico, in­temporal, casi profético. Una pala­bra, la suya, que nos llega desde su milenario pasado, atraviesa la len­gua española, la desbarata y la re­nueva, y continúa dilatándose has­ta ocupar el espacio planetario de nuestra época, unidos como esta­mos hoy —no por la solidaridad cantada en sus poemas— sino, más prosaicamente, por los mass‑me­dia imperantes. Justo a cien años de su venida al mundo, en esta fecha que coincide con el descu­brimiento, la invasión, el encuen­tro, o como se quiera llamar a la llegada de Colón a tierras america­nas, ojalá que su voz resuene más fuerte y sea de auspicio para una mayor generosidad y una vida más digna para todos.

 

 

 

* (Lima-Perú, 1924 – Milán-Italia, 2006). Poeta, narrador, ensayista y artista plástico. Uno de los más importantes escritores y artistas plásticos latinoamericanos. Su obra literaria comprende los géneros de narrativa, dramaturgia, ensayo, crónica periodística pero, esencialmente, poesía. En 1945 ganó el Premio Nacional de Poesía del Perú por su libro Reinos (1945) y, en 1948, el III Premio Nacional de Teatro del Perú, por su obra Maquillage. En 1978 se le otorgó la beca Guggenheim para la Literatura. Obtuvo gran reconocimiento como artista plástico. Realizó su primera muestra personal en Lima, en 1948; y tras ello participó en múltiples ocasiones en la Bienal de Venecia (1964, 1966, 1972, 1988), así como en la Bienal de Paris (1971), la Bienal de Trujillo (1987) y la Bienal de La Habana (1989). Su obra plástica se constituye por pinturas, esculturas, ensamblajes, performances e instalaciones. Ha publicado en narrativa: El cuerpo de Giulia-no (1971) y Primera Muerte de María (1988); en ensayo: La poesía contemporánea del Perú (1946, con Javier Sologuren y Sebastián Salazar Bondy); y en poesía: Reinos (1945), Canción y muerte de Rolando (1959), Mutatis mutandis (1967), Poesía escrita (1976), Noche oscura del cuerpo (1989), Sin título (2000), Celebración (2001), Canto visibile (2002), Nudos (2002), De materia verbalis (2002), Del absoluto amor y otros poemas sin título (2005) y, póstumamente, Habitación en Roma (2008), Pytx (2008) y Poeta en Roma (2008), entre otros.

 

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