Acerca de «Esa materia que se fuga» (2022), de Daniel Freidemberg

 

 

Por Diego L. García*

Crédito de la foto (izq.) ©Pascual Borzelli /

(der.) Ed. Barnacle

 

 

Ahondar en la rotura:

Acerca de Esa materia que se fuga (2022),

de Daniel Freidemberg

 

 

En un ensayo reciente escribí que la poesía de Daniel Freidemberg** resulta fundamental, considerándola dentro de lo que la literatura argentina quiso y quiere proponer en este siglo XXI. ¿Qué significa esto? Que, más allá de sus buenos primeros libros, desde la publicación de Cantos de la mañana vil en 2001 y luego En la resaca en 2007 toda aproximación a la escritura poética está atravesada por las preguntas que abren esas obras; consciente o inconscientemente, porque la radiación de una obra va mucho más allá de los dominios del poeta. Me animaría a decir que ese efecto de ―llamémosle así aprovechando el nuevo libro― “la materia que se fuga” ha ejercido su influjo incluso sobre quienes no lo han leído. Freidemberg no es un best seller precisamente, pero la poesía no trabaja en lo colectivo desde el impacto de sus ventas sino desde sus resonancias, tantas veces fuera del control de la idea posmoderna de autor.

Si hay una pieza que nos permite unir esa materia del pasado y la reciente publicación es la cita que aparece como epígrafe, perteneciente a La tierra baldía de T. S. Eliot: “What are the roots that clutch, what branches grow/ Out of this stony rubbish? Son of man,/ You cannot say, or guess, for you know only/ A heap of broken images, where the sun beats”. El hombre que solo conoce, solo sabe, un montón de imágenes rotas (una pila, un cúmulo ―según el traductor Jordi Doce―, un rejunte; esta última posibilidad me gusta, con base en una forma verbal del inglés antiguo ―heap―, según el Oxford Dictionary, como barrer para hacer una pila). Las imágenes de una resaca que la mirada cómoda y plana no puede percibir hacen al objeto de interrogación. El hombre-hijo, en la tierra desnuda, en la autoconciencia de sí mismo, encuentra que esas roturas, esos elementos en fuga, lo interpelan: no es el objeto poético en sí mismo, el texto para ser más claro, sino su punto de partida. La poesía de Freidemberg es, una vez más, un tejido entre las correspondencias que esa pila de desechos irradia.

 

 

Esta obra, editada a fines de 2022 por Barnacle, ya desde el inicio nos hace partícipes de una revelación en modo fragmentario, no en el sentido clásico de alcanzar un Saber, sino algo más parecido a lo que San Juan de la Cruz expresa en estos famosos versos: “Entréme donde no supe,/ y quedéme no sabiendo,/ toda sciencia trascendiendo”. Toda posibilidad de dar cuenta queda anulada, resquebrajada; es la experiencia lo que se revela y no un mensaje, en sentido tradicional, desde ella. ¿Y cómo expresar la experiencia de ese quedarse no sabiendo? De este modo empieza Esa materia que se fuga:

He visto ángeles y obispos levitar,

he visto autos último modelo,           

 

he visto gentes de ropas oscuras

entre las luces de un salón de baile,

 

(todo lo cual me hace feliz

por un motivo que no entiendo).

 

La mezcla, aquello que el haber visto rejunta, ángeles, obispos y autos último modelo: desde el extrañamiento de estos endecasílabos (versos 2, 3 y 4) derivamos en un paréntesis brillante, donde la belleza se define de manera inmejorable: aquello que nos hace felices sin entender (según la lógica habitual) por qué. Un salón de baile, el disfrute y la rareza de esas personas que más bien parecen siluetas estándares para una escena de goce mundano (escena que puede entenderse como la reproducción de un tópico).

El poema continúa de esta manera:

He visto a las

últimas grandes manadas

marchar hacia el crepúsculo despacio,

sabiendo, era evidente, la importancia de la escena,

 

y abrían un gran hueco en el aire, un sitio donde

me senté a mirar

el caer de las cosas en el alma,

 

y era el murmullo de una gran duración,

un brindis, por así decirlo, un silencio entre dos notas,

 

y era, en el reverso de la hora y el minuto, el estar,

y era el moverse acompasado de los pastos al viento,

y las partículas de la materia, y las galaxias y etcétera.

 

He visto un pentagrama, un mantel a cuadros, un cruce de caminos.

 

Hay varias claves simbólicas en el texto que confluyen en la idea de un orden mayor, solo posible de ser advertido en los detalles que nos rodean, en los intersticios donde pareciera que nada tuviera espacio, en lo que la vida contemporánea pasa por alto mientras adora en manada el ruido de otra materia. Sin embargo, no se trata de una poesía crítica como vehículo de otras verdades. La búsqueda es la de la belleza de aquello que se fuga. La idea de Eliot al decir broken images expresa una frontera: no se podrá acceder por completo a lo que acontece, porque lo que acontece es justamente una renuncia a la reproducción nítida lo real.

De allí que otros sensores de la percepción deban activarse, como es el caso de la audición, con la música siempre presente en los versos de Freidemberg. Un juego jazzístico que apreciamos en una melodía que comienza estable, se quiebra al inicio de la cuarta estrofa de manera extraña, vuelve a descansar sobre lo reconocible en líneas endecasílabas como “marchar hacia el crepúsculo despacio”, y luego prosigue sus variaciones hasta llegar a versos larguísimos que encierran trozos en su prosodia para (aventuro) sugerir diversas posibilidades de lectura. Y si esto ocurre a lo largo de todo el libro, no es casualidad; más allá del rasgo genérico de la lírica, un precepto de su poesía pareciera ser este: hasta la materia más inusual puede ser parte de la música.

 

El poeta Daniel Freidemberg

 

Escribo “música” y pienso en esa palabra que el poema pone en relieve: “alma” (cerrando otro endecasílabo, “el caer de las cosas en el alma”). Las cosas caen allí, no en una cámara experimental ni tampoco en el ojo normalizado, sino en un territorio más ajustado a las captaciones extraordinarias: una existencia musical, propia del aire, del aliento, de lo íntimo. Y acá aparece esa zona tan particular para cualquier poética, tan sutil y compleja que es el plano de lo que cae para uno mismo. Una escritura surgida para pensar qué hay y qué puede haber, aunque sin pretensiones de saberlo, de alcanzarlo. Una escritura de exploración más que de experimentación. Bien sintetizan esas ideas estos versos del tercer poema: “Como fundando su lugar las palabras,/ como resacas de lo que nunca ocurrió”. La numeración de los textos se va retomando, espiraladamente. Se reescriben, se continúan, se varían. Un procedimiento que Freidemberg ha desarrollado antes, y que significa (en todo sentido) el quid de su poesía: nada queda dicho definitivamente, las imágenes rotas pueden reagruparse de diversas maneras.

En un libro fabuloso, el español Vicente Luis Mora señala como principio de calidad literaria el “ahondamiento consciente en el lenguaje expresivo” contrapuesto a un uso habitual en estos días definido como las escrituras “de lo real no tratado estéticamente” (La huida de la imaginación, Pre-Textos, 2019). Lo que hace Freidemberg son justamente dos operaciones con esos conceptos: por un lado, ir por lo que el lenguaje tiene para ahondar en la consciencia y, por el otro, retorcer la idea de lo real, como una cadena conceptual iniciada en 1996 con Lo espeso real. Esa dirección verbal resulta oportuna: ahondar en el lenguaje, en las imágenes, en lo que no se sabe, es decir, en lo que trasciende a la expresión. Por contraste (porque las formas de la época lo exigen), no asistimos a un escaneo monótono de superficies ni a un inventario de sensibilidades ajetreadas, nada de eso; lo que cae, lo hace hacia las profundidades, hacia una zona donde la sintaxis de vida y lengua compone una voz subterránea (pero también suburbana, siendo esto nada menor, pues el alma es también el alma de lo comunitario en la poética de Freidemberg).

No seguiré aquí presentando el resto de los poemas, dejo que sea la curiosidad del lector la que vaya por ellos. Sí puedo asegurarles que estarán ante uno de los libros más valiosos de la poesía contemporánea en español: inagotable (¡hay tantas vueltas en/ desde cada pieza!), dialógico (Eliot, Ginsberg, Vallejo, Dante…) y expansivo (imposible que no te vengan ganas de escribir al leerlo). Esa materia que se fuga es otra de las grandes hazañas de Barnacle, una obra que sin dudas encontrará, con los años, el merecido aprecio de la crítica.

 

 

 

 

 

*(Buenos Aires-Argentina, 1983). Poeta. Se desempeña como profesor en Le­tras, por la UNLP (Argentina). Ha publicado en poesía Esa trampa de ver (2016), Una voz hervida (2017), Una cuestión de diseño (2018), (Fotografías) (2018; 2020), Las calles nevadas (2020), Siluetas hablando porque sí (2022) y El lento hacer. Ensayos sobre imagen y escritura (2023). Sitio web: www.margendelpoema.blogspot.com

 

 

 

**(Resistencia-Argentina, 1945). Poeta, ensayista y crítico literario. Desde 1966 reside en Buenos Aires (Argentina). En 1986 integró el grupo fundador de la publicación trimestral Diario de Poesía, de cuyo Consejo de Dirección formó parte hasta su desvinculación, en 2005. Obtuvo el Premio La Rosa de Cobre (2014) que la Biblioteca Nacional de la Argentina otorga a la trayectoria poética. Ha publicado en poesía Blues del que vuelve solo a casa (1973), Diario en la crisis (1986), Lo espeso real (1996), La sonatita que haga fondo al caos (1998), Cantos en la mañana vil (2001), Noviembre (2006), En la resaca (2007-2021), Sonidos de una fiesta ajena (2012), Abril (2016), Días después del diluvio (2018), Diario en la crisis (2020), Un hilo naranja (2021) y Esa materia que se fuga (2022); en ensayo y crítica La poesía del 50 (1981), La palabra a prueba (1993) y Cómo se escribe un poema (en coautoría con Edgardo Russo, 1994).