A lo largo de muchos inviernos. 3 poemas de Derek Coyle

 

Por Derek Coyle*

Selección y traducción del inglés al español por Omar Pinedo**

Crédito de la foto el autor

 

 

A lo largo de muchos inviernos.

3 poemas de Derek Coyle

 

 

Carlow, Poema #59

 

Mi pollo estaba ocupado preparando sopa,

me alegra que no estuviera dentro de ella

mientras daba vueltas al cubito con sabor a carne de res.

Tras fracasar y no ganar

la lotería, habiendo escogido

los números equivocados

por décimo año consecutivo,

se contentó con tener un trabajo

que no involucrara

construir pirámides bajo las órdenes de Faraón.

 

Estaba a punto de pedirme

que le pasara la sal,

cuando se percató de la cola

debajo de mi abrigo y supo

que yo era el demonio encarnado

al que había intentado evitar

desde que se escapó

de Alcatraz. Yo quería

comerme hasta el sombrero así de hambriento estaba.

 

Aunque podía imaginarme a este pollo

horneado aderezado en ajos y cebollas

me daba pereza si quiera pensar

en el trabajo de torcerle el pescuezo,

destriparlo y desplumarlo.

Decidí que era mejor

dejarlo seguir con el caldo –

si es que eso es lo que era.

 

En momentos como estos, uno se pone

como debería decirlo? Un tanto filosófico

así que me dirigí al pollo de la siguiente manera:

‘¿Qué importa a la zanahoria

que soñaba ser un apio,

pensar que el verde claro es un color más chic

que el naranja encendido;

Si de cualquier manera va a ser consumida

por un gordo

que la va a dippear en salsa de ajo?’

 

‘Ocupas tu pensamiento en nimiedades,

humano, pero qué otra cosa puede uno esperar

de un bípedo implume? Los dandis

están ocupados con sus risitas estúpidas en una esquina,

contemplando lo último del fast-fashion

de Nueva York, Londres y París,

mientras un tratado sobre paz cósmica

está siendo escrito en estos mismos momentos

por el equivalente bovino de un monje budista,

rumiando diligentemente la grama de un campo verde

en la parte más lejana de Ballymurphy. Será asesinado

antes de terminarlo. Su mejor obra

destinada a permanecer inconclusa’.

 

‘¿Cuál es el precio verdadero de la mermelada,

perturbaba los sueños de Rousseau.

Y esto importaba más, aparentemente,

que la evaporación de Voltaire?

Tú, por supuesto, deberías estar más perturbado

por la reciente evaporación de los peces.

Actualmente, dicen los rumores,

que las cucarachas están afinando

los términos de su toma de mando.

 

Creo que están sonriendo’.

 

 

 

Carlow, Poema #7

 

Era una de esas tardes de invierno

en las que un leve hedor a orina

parece flotar en el aire.

El viento tradujo el balanceo

de las hojas, la danza,

de modo que me hablaron a mí.

Desafortunadamente, estaba en chino mandarín,

lenguaje del que me había dado por vencido

después de unas cuantas lecciones.

Típico. Siempre me pasa:

El universo decide cantarme

en un lenguaje que no puedo entender.

 

Fue como aquella vez que tenía diez,

cuando corrí detrás de una estrella fugaz

esperando atraparla. Ni siquiera

un vaso de limonada pudo levantarme el ánimo

después de esa desilusión.

Hay ocasiones

en las que una botella de limonada TK heladita

te va a decepcionar.

 

Quiero bailar el charleston

a los gemidos de una banda de jazz.

O bailar una danza perversa

que se llame algo así como el Black Bottom.

La gente en Carlow

quiere bailar como si fueran todos

trapecistas de un zoológico chino.

En realidad, quieren actuar como chimpancés

y simios. Se sentirían muy bien al hacerlo.

Sé que lo harían,

si tan solo se dejaran llevar.

No habrían drogas de por medio,

solo aire fresco y hierba,

hierba verde que abunda

en las laderas del Monte Leinster

y que aún puede ser hallada

en las afueras de la villa

de Myshall, felizmente. Sería

muchísimo mejor

que la resaca colectiva

que ha ahogado al pueblo

por una década.

 

Creo que es justo decir

que el saber es una especie de nube

que te impide ver

otra cosa -igualmente cierta

y necesaria.

Por eso me senté y lloré.

 

 

 

Las botas quemadas

 

Incluso la esposa del poeta,

Mary Shelley guardó su corazón

envuelto en un poema

treinta años

después de su muerte. Tal como

mi madre, el recuerdo

de mi quemaba como hielo

día y noche a través de sus sueños,

mis viejas botas bajo su cama.

Nunca las sacó

pero sabía que estaban ahí.

Aún cuando cada momento

es una respuesta al inmediato anterior,

un objeto del pasado

habla muy elocuentemente -tan a menudo al

presente. Y es por eso que

prefiero contemplarnos

saltando la cuerda, disfrutando

por horas en el jardín

junto al columpio. Mi padre

siempre ocupado con ese patio,

y yo era como una naranja de Sevilla

en una mesa fría de diciembre,

una alegría tardía en la vida de ese pobre hombre.

Él podía martillar

vallas y puertas, su cinta métrica

en la mano, un trozo de cordel

colgando del bolsillo. Siempre

ocupado, pero vigilante. Nunca supe

que era ser un padre,

pero no hay domingos

en ese trabajo. Si la reliquia de mi madre

eran las botas, la de mi padre

era la vieja estatua de una muchacha

joven con un bebé en sus brazos

-perdió lustre a lo largo de muchos inviernos,

gradualmente tornándose gris, regresando lenta

imperceptiblemente a la arcilla

de la que estaba hecha.

 

 

 

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(poemas en su idioma original, inglés)

 

 

 

Over many winters.

3 poemas de Derek Coyle

 

 

Carlow Poem #59

 

My chicken was busy making soup,

glad he wasn’t in it

as he stirred in the beef stock cube.

After failing to win

the Lottery, having picked

out the wrong numbers

the tenth year in a row,

he was just glad he had a job

that did not involve

building pyramids under Pharaoh.

 

He was about to ask me

to pass him the salt,

when he spotted the tail

under my coat and knew

I was the devil incarnate

he’d been trying to avoid

ever since he escaped

from Alcatraz. I wanted

to eat my hat I was that hungry.

 

Although I could imagine this chicken

roasted in onions and garlic

I was too lazy to even contemplate

the task of wringing his neck,

gutting and plucking him.

I decided it was best

to let him get on with the stew –

if that’s what it was.

 

In moments like this, you become

what should I say? Rather philosophical

and so I addressed the chicken thus:

‘What does it matter to the carrot

that dreamed of being celery,

thinking light green a more fashionable

colour than deep orange;

it was going to be consumed

by a fat man

accompanied by a garlic dip either way?’

 

‘You concern yourself with mere trifles,

human, but what else can one expect

from a featherless biped? The dandies

are busy sniggering in the corner,

contemplating the latest fast fashion

from New York, London and Paris,

while a treatise about cosmic peace

is currently being written

by the bovine equivalent of a Buddhist monk,

busily chewing the cud in a green field

the far side of Ballymurphy. He’ll be slaughtered

before it’s done. His best work

destined to remain unfinished.’

 

‘What is the true price of marmalade,

disturbed the dreams of Rousseau.

And this mattered more, apparently,

than the evaporation of Voltaire?

You, of course, should be disturbed

by the recent evaporation of fish.

Currently, the word is,

cockroaches are polishing up

the terms of their takeover.

 

I believe they are smiling.’

 

 

 

Carlow Poem #7

 

It was one of those winter evenings

where a faint stench of piss

seemed to hang in the air.

The wind translated the swaying

dance of the leaves

such that they spoke to me.

Unfortunately, it was in Mandarin Chinese

and I’d given up on that

after only a few lessons.

It is typical of my luck.

The universe decides to sing to me

in a language I can’t understand.

 

It was like the time I was ten,

when I ran after the shooting star

expecting to catch it. Not even

a glass of lemonade cheered me up

after that disappointment.

There are times

when a cool bottle of T.K. Lemonade

will let you down.

 

I want to dance the Charleston,

to a wailing jazz band.

O to dance a wicked dance

with a name like ‘The Black Bottom.’

People in Carlow

want to dance like they are all

trapeze artists from a Chinese zoo.

They really want to act like chimpanzees

and apes. They’ll feel good about it.

I know they would,

if they’d only let go of themselves.

There’ll be no drugs involved,

only fresh air and grass,

green grass that is in plentiful supply

on the slopes of Mt Leinster

and can still be found

outside the village

of Myshall, thankfully. It would be

so much better

than the great collective hangover

that’s hung over the town

for a decade.

 

I think it’s fair to say

knowing is a type of cloud

that stops you from seeing

something else – equally true

and necessary.

That’s why I sat down and wept.

 

 

 

The Charred Boots

 

Even the poet’s wife,

Mary Shelley kept his heart

wrapped in a poem

for thirty years

after his death. Just like

my mother, how the memory

of me burned like ice

day and night through her dreams,

my old boots under her bed.

She never took them out

but she knew they were there.

Even as each moment

is an answer to the last,

an object from the past

speaks so eloquently -so oftento

the present. And that’s why

I prefer to contemplate

the skipping rope, the hours

of pleasure in the garden

by the swing. My father

always busy about that yard,

and I was like a Seville orange

on a cold December table,

a late joy in that poor man’s life.

He would hammer away

at fences and doors, his measuring tape

in his hand, a piece of twine

hanging from his pocket. Always

busy, but watchful. I never knew

what it was to be a parent,

but there’s no Sundays

in that job. If my mother’s

relic was the boots, my father’s

was the old statue of the young

girl with a baby in her arms

– it lost its lustre over many winters,

gradually greying, returning slowly,

imperceptibly to the clay

from which it was made.

 

 

 

 

 

*(Irlanda). Poeta. Miembro fundador del Carlow Writer’s Co-Operative. Se desempeña como docente en Carlow College/St Patrick’s (Irlanda). Ha publicado en poesía Reading John Ashbery in Costa Coffee Carlow (2019) y Sipping Martinis under Mount Leinster (en prensa, 2022).

 

**(Lima-Perú, 1988). No estudió filosofía ni literatura. No ha sido traducido a 227 idiomas. No ha ganado ningún premio. No ha sido incluido en ninguna antología, ni ha fundado un movimiento literario. No es docente universitario. Escribe sobre lo que quiere, como quiere, cuando quiere. Ama a sus amigos. No tiene deudas. Los cielos le sonríen. Vive feliz.

 

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