Con motivo de la reedición de El fiord del escritor argentino Osvaldo Lamborghini el año 2014 por la barcelonesa Ediciones Sin Fin, Vallejo & Co. publica algunos fragmentos de la que es, sin duda, una de las más importantes obras de la literatura argentina de las últimas décadas.
Por: Osvaldo Lamborghini
Selección: Jorge Locane*
Crédito de la foto: Ed. Sin Fin
Fragmentos de El fiord,
de Osvaldo Lamborghini
Sebastián gesticuló, muequeó, supuró, parió. Rápidamente yo tenía que definir la situación. La cantidad se transforma en calidad. O los fabulosos latigazos del Loco terminarían gustándome, era de cajón. Uno más y a la mierda la rebelión. Entonces, el lúcido, insurrecto Sebastián, volvería a pasarlas muy mal acusado de ideólogo: nuevamente para él, ayunos, lecturas censuradas, pizcas de picana, castidad, prohibidas incluso la homosexualidad a solas y la solidaria masturbación. Y tuvimos suerte, sin embargo: El Loco volvió a desviar su atención hacia Sebas, que pretendía refregarle por el rostro un panfleto recién redactado. El Patrón Rodríguez lo pateó un poco al livianito Bastian, hizo jueguito con él para obligarlo a planear por el aire; cuando Sebastián planeó, ensartole El Loco el mango del látigo en el raquítico culo; Sebas describió su parábola profiriendo un “ah2 melodioso, y postrose en un rincón luego del inevitable estrellamiento de su cráneo contra el muro: evidentemente, nuestra anterior militancia en el MRP no nos estaba sirviendo de mucho.
Patria o Muerte: reaccioné con todo. Me le prendí con los dientes del carnudo hombro al restallante Loco. Parando los ojos como un santito vi el agrandamiento de los poros de su cara, el extrañamiento de cada fibra de su piel. Como dándole un vuelco al mundo, contemplé toda su gama de fisuras. Descubrí que tenía dientes postizos, nariz de cartón, una oreja ortopédica (de sarga). Sebastián comprendió lo que estaba ocurriendo y carcajeó por mí, allá en su rincón. Atilio Tancredo Vacán fue amorosamente depositado sobre el intacto pavo y las mujeres iniciaron un baile esgrimiendo cuchillos y tenedores: ellas estaban desnudas.
La sangre del Mordido en olas se me colaba entre los dientes y me inundaba la boca. La Carla Greta Terón convertida ya en una S, en una Z, en una K o en una M rabiosa señalaba desesperada los huevos de nuestro ex amo y señor. Les pegué un rodillazo y se hicieron añicos: construidos estaban de frágil cristal. El Sebas se las ingenió como pudo para traerme la morsa. Apreté con ella la pierna derecha del Capado y comprobé con placer que la misma se encogía y enflaquecía tremendamente, hasta parecer la piernezuela despreciable de un bebé de pocos meses, algo que daba asco. El abrileño Bastián sometió su cuerpo quebrantado por el exilio a otro esfuerzo encomiable: arrastró hasta mí el descomunal revólver del Lejano Oeste que el Apretado guardaba celosamente en un cajón de ciruelas. Al entregármelo él reía como un bendito, y de puro gaucho corajudo y montonero nomás se encaprichó en montar el gatillo. Desde diez centímetros de distancia, apunté: la mira del revólver enfocaba la rodilla izquierda de Rodríguez. Oprimí el gatillo. ¡Qué infantil alegría cuando sonó el disparo! La bala se incrustó entre los quebradizos huesos sin orificio de salida. Hubo un derrame interno y – advertí– la pierna se puso negra.
(Barcelona: Ediciones Sin Fin, 2014: pp. 28-30)
**
Por los meses en que se publicó El fiord […] el escritor argentino al que Lamborghini parece sentirse más afín es Manuel Puig. En una de sus primerísimas comparecencias públicas como escritor, consultado por la revista Los Libros en una encuesta (núm. 7, enero de 1970), Lamborghini escogió Boquitas pintadas como el mejor libro de ficción publicado en Argentina en 1969. Justificaba así su elección: “Con la obra de Manuel Puig, la supuesta función ‘expresiva’ del lenguaje literario y la variada gama de ilusiones al respecto, sufre un golpe verdaderamente ‘crítico’. Boquitas define un campo, señala un punto de ruptura: estamos ante un modelo de sintaxis mayor donde nada nos es ‘comunicado’, salvo nuestra propia presencia como soportes vacíos de todas las determinaciones que nos hablan”.
Dada la fecha en que fueron publicadas, estas palabras resultan orientativas de los presupuestos que guiaron la escritura de El fiord. Lo cierto es que también este libro, de modo mucho más contundente y radical que Boquitas pintadas, “señala un punto de ruptura” respecto a la pretensión de que el lenguaje literario tenga por objeto comunicar ninguna cosa. Y nada describe mejor el papel destinado al lector en un texto de su naturaleza que esa atónita presencia en la que actúa como soporte vacío “de todas las determinaciones que nos hablan”.
Fragmento de “Una esfera de mierda”, epílogo a El fiord (2014)
por Ignacio Echevarría (pp. 54-55)