Rescoldos de la orilla, sobre «La casa de la playa» (2018)

 

Por Gustavo Álvarez Núñez

Crédito de la foto (izq.) Ed. Club Hem /

(der.) www.sites.google.com/site/10preguntaspara1poeta/mario-nosotti

 

 

Rescoldos de la orilla. Sobre La casa de la playa (2018),

de Mario Nosotti

 

 

En la producción poética de Mario Nosotti*, la reflexión sobre la escritura amalgama las distintas búsquedas de una voz que sin estridencias nos va convenciendo de un rumbo irrefutable: la salvación del poema no necesita de una imagen alucinada ni de la demagogia del chiste standapero o de la arenga políticamente correcta. El secreto reside en moverse con una letanía vigorosa.

Un sobrevuelo sobre sus tres libros, enaltece el avistaje por zonas donde el confort escapa a su cometido y en las que se trasluce el elaborado (aunque no presuntuoso) tejido de una exploración afiebrada. En este punto, en su producción poética también se pueden leer las vicisitudes por las que atravesó el género en las últimas dos décadas. Como todo poeta activista (no sólo su sitio www.musicararablog.wordpress.com sino también sus reseñas críticas en distintos medios irradian un vínculo incondicional con el género), Nosotti interviene punzante pero sin señalamientos, querellante pero sin querella. Más que pedir por lo que falta o sobra, tracciona con la pretensión de acercar partes y separar la paja del trigo.

Dos años atrás, en una visualización del mapa de la poesía actual a partir de la edición de Ojo de tormenta, la colección del colectivo editorial platense Club Hem a la que pertenece este nuevo libro, Nosotti remarcaba que “lo que está en juego son formas de contar, de modular historias a través de deslices, gestos, relumbrones biográficos. Hace ya mucho que la poesía se hace luchando contra sí misma. Si bien hay excepciones, la tendencia es hacia un lenguaje nítido, sutil pero potente, donde el lirismo talla en la extrañeza de las cosas concretas. El referente, ese animal que en la poesía puede hacer estragos, es ahora un elemento cuyos límites se difuminan, dando por resultado una mirada física y vital, superadora de ciertos dualismos (objetivismo-subjetivismo, poesía-prosa)”.

 

El poeta Mario Nosotti
El poeta Mario Nosotti

 

La casa de la playa, su tercer libro editado, se inscribe en esa suerte de ars poetica que el párrafo anterior rodea.  Con la extrañeza que la caracteriza, la voz de este tratado sobre el duelo amoroso se sirve tanto de la primera como de la tercera persona para ir descorriendo el velo de un maremoto emocional. Pequeñas postales del desarraigo afectivo se van sucediendo, enmarcadas en una intimidad abatida, consciente esa voz de que la salida conlleva una prolongada galería de cavilaciones e intimaciones. También consciente de su culpa en este entrevero, el reconocimiento de los errores no la exonera a esta voz: “Ante la perspectiva de los días cercados / arrimo los errores al fuego.”

Con las palabras y su poder invisible como faro, más que victimizarse, Nosotti rescata exhibir la voluntad de la rehabilitación: “Son las pisadas viejas de algo nuevo”, leemos en las primeras páginas. Asimilar los golpes siempre reditúa. La casa de la playa, con todo lo que implica como lugar de escape y descanso, se torna en una suerte de inmersión en un padecimiento narcotizante, cuyo andamiaje pautan los poemas sin título, sectorizados por los meses del año.

Pese a que las palabras lucen firmes, las observaciones sueltas y los detalles precisos, en las entrañas de la travesía late tanto el desmoronamiento de una situación sentimental como el propósito de una reconstrucción personal: “avanzo en esta noche de luz blanca /la cabeza golpea contra los pensamientos /colgados de la oscuridad”, leemos nomás arrancar la lectura.

Dos de los primeros poemas de la serie “Junio” son implacables: “Me voy por unos días. A buscarlos. /Es un celo constante guardar /ese poco sol en un pequeño espejo. /Voy a desenrollar mi indecisión en el silencio. /Calles de tierra, mate y animales. /Un ritmo imaginario. Real que se imponga. /Líbrame en este día de tener que elegir.”

(…)

Hace más de seis meses que navega entre dos casas. /Ahora se detiene. Escucha. /En un cuaderno aplica /lo que juzga importante. /Apartado de todo lo que amaba /su desierto lo condujo hasta acá.”

Sin embargo, “la noche oscura del alma” sólo podrá ser superada por una inmersión más benigna: el bálsamo de la escritura, la compañía estoica de la lectura. “Recién llego y ya empiezo a leer, sentirme solo. /No es la prueba, la que hago, ante el paisaje, /el hábito del monje quiero desarmar.”

Leer para leerse. El cuerpo como un texto. En esa letanía vigorosa, en ese territorio de rehabilitación, en esa prolongada galería de cavilaciones e intimaciones, algunos elementos se mantienen constantes: el trazo del lápiz, la verificación de lo escrito en el cuaderno de notas, el ir y venir de la ciudad al ostracismo playero, la desconexión tecnológica, el rumiar afectado. Elementos que accionan una caja de resonancias que intenta recomponer el paisaje (doméstico) devastado.

 

BATTILANA-ARAUJO prueba de galera

 

Recurrir a la escritura no tiene la sed de venganza propia de la catarsis, sino el reconocimiento de que el único modo de asir las brechas, los puntos de corte, las distancias, los cruces, las diferencias, es a través del mecanismo sencillo y poderoso de lo escrito. Sumergirse en la hoja en blanco, garabatear y garabatear, releer para comprender lo que estaba informe, evidenciar una nueva identidad (donde antes había una acompañante en el trayecto hacia la casa en la playa, ahora refulge su ausencia “en el patio de atrás de la memoria”), asignarse tareas disuasorias, navegar en pensamientos fronterizos. Las artimañas son muchas, pero el coletazo es tan portentoso que ninguna imagen tiene el poder de reestablecer el tan mentado equilibrio.

“Él vino a revisar una pregunta, /kilómetros de auto para eso /que no sabe si hay.”

Un poco más adelante, leemos: “Su horror a lo gregario /su ofrenda a ese silencio /

¿cómo fue que empezó?”

Asistimos a la convivencia de la soledad y el bullicio. Antípodas de un cuerpo que busca olvidar las marcas del otro aunque sumido en la observación de un mundo en plena mutación (las instancias del clima cambiante exhalan los “rescoldos” de la incomprensión). Sin embargo, el embrujo del relato sobrepasa la cantidad de residuos y restos que la cronología del floreciente y costoso desapego esparce (¿existe una manera cabal de comprender cuándo debemos corrernos de la escena del crimen y asumir el paso a otra historia?).

A su vez, el embrujo del relato modula otra historia: escribimos por el impulso de un tono que nos incita a ir hacia adelante. Un tono que lidia con la transfiguración de una cotidianeidad rota. Un tono que va encabalgando las diferentes situaciones con una sutileza musical soberbia. Aunque esta casa se encuentre invalidada como colonia del amparo y sea un campo minado, la escritura se convierte en la única opción para darle sentido al desamparo. Como sea. Esa es la lección de La casa de la playa. Todo a través de “un lenguaje nítido, sutil pero potente, donde el lirismo talla en la extrañeza de las cosas concretas”, como alguna vez Nosotti prefiguró para hablar de la cadencia de cierta poesía actual.

 

 

 

 

 

*(Buenos Aires – Argentina, 1966). Poeta. Cursó estudios de Letras por la UBA (Argentina). Entre 2004 y 2006 editó la hoja de poesía Música Raray en 2006 organizó el 1er Encuentro de Revistas de Poesía en la Biblioteca Nacional Argentina “Las ínsulas extrañas”. En 2014 obtuvo la Beca de Fondo Nacional de las Artes en el área de Letras. En la actualidad coordina talleres de lectura y escritura creativa y colabora con el suplemento “Radar libros” (Página 12), la revista Ñ (Clarín) y la revista Los Inrockuptibles. Ha publicado en poesía Parto Mular (1998), El proceso de fotografiar (2014) y La casa de playa (2018).

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