Por Sergio Rodríguez Saavedra*
Crédito de la foto www.paginadeandresmorales.blogspot.pe
9 poemas de Patria negra / patria roja (2016),
de Sergio Rodríguez Saavedra
En este trecho de tierra hay algunas caletillas con poca agua salobre, donde se han recogido y huido algunos indios pescadores, pobres y casi desnudos; los vestidos son de pieles de lobos marinos, y en muchas partes de esta costa beben sangre de estos lobos a falta de agua; no alcanzan un grano de maíz, no lo tienen; su comida sola es pescado y marisco. Llaman a estos indios camanchacas, porque los rostros y cueros de sus cuerpos se les han vuelto como una costra colorada, durísimos; dicen les previene de la sangre que beben de los lobos marinos, y por este color son conocidísimos.
Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile (1908)
REGINALDO DE LIZARRAGA (1545-1615), Obispo de la Imperial ciudad de La Serena
0.1.3
La camanchaca soy yo.
El agua, su negocio.
El espejismo.
La foto, su revelado.
El marco, cuyo vidrio opaco
no dejar ver las imperfecciones
del sol. Mi piel roja
es el contraste y se vende bien.
El arte está en la lengua
del empleado.
La camanchaca es la humedad
de mis ojos, tan viejos mis ojos,
pensando la conscripción
de mi hijo,
mirando las estrellas del Sernatur
aquí, en este rincón de la noche
0.1.4
Ya sabes Susana,
me huacho de patria cuando escondes tu cama. Me ñeclas
de polvo y de agua cuando secas tus manos en banderas negras.
Curiche todo sin noche ni manta como fosa abierta
entre los piques quiero decirte Chile pero la leva corre
calle arriba y desde el bus se alarga y angosta en la distancia.
Me destino en la camanchaca que va cubriendo
este camino que siempre nos aleja de todos, rumbeando
hacia un sol que destiñe su hora. Me cuadro en el silencio
que susurra entre los tamarugos “olvida a quienes
ya no puedas amar, el secreto letargo de los cuerpos perdidos”
y dejo que todo pase, como pasa un aire de huesos.
02
Demasiado tiempo, dura, agarrotada,
cuando abrí la mano para sentir la extensión de la vida
un obrero tomó un martillo y comenzó a clavarla.
Si este no es un madero y yo no soy Cristo, qué diablos…
Primero la piel desgarrada, después los huesos triturán-
dose, el dolor que un viento insoportable, uno de esos
que llegan atravesando el mar hasta los montes, se metía
vena adentro de estos arenales.
El obrero se limpió el sudor con el anverso del guante
y siguió golpeando con furia. Pero esto es Peñuelas
pero el verano de 2000 pero me puse Rayfilter 50.
No había bebido, no estaba insolado ni dormitaba
y solo faltaban dos, dos malditos días para dejar de sangrar.
0.2.1
Ya sentía así el eco de la tierra
Sentía como algo irremediable,
esa o del vacío que suele apoderarse de los nombres.
La sentíamos atemorizada de su fuerza,
como sosteniendo a un niño en pañales.
La sentíamos huida de sí misma
y encontrada poco más allá de los conchales
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bajo el horizonte .
La sentíamos desear la lluvia
sin poder reconocerla. Árida. Terca.
Los automóviles cruzaban a 100 kms. por la carretera,
los insectos libaban antes de caer agotados
por el sol, sólo algún lagarto
sostenía lo sabio del escondite.
Entonces los huesos comenzaron a temblar,
primero los húmeros, la tibia. Después el cristal
depositado en los labios, los años. Y el remezón de la tierra
nos fue sacando boca arriba, apenas tocados por raíces
de plantas que no existieron.
Yo me hice luna llena, mi hombre, encendió el televisor.
03
Era el año del Señor de 1536, 1973, 2999.
Sólo un día, un día más –le pedí- para dejar de sangrar.
0.3.1
En chango comienza el norte. En chango se oculta el sol. En chango las bahías orinan arenas negras y los entierros se hunden para no ver la puesta de su luz, la fotito pubis del turista japonés. Allí, donde el paso del niño quemado y la pelota cruzan el mismo espacio, donde alguien sopla el polvo sucio que se pega a la crema protectora, el bronceado de moda, allí mismo, a quién se le habrá ocurrido, nos pusieron la animita gorda de la patria, la animita tetona del matinal, buena para el pan y las gaseosas, allí, en el mismo hueso.
0.3.2
En chango se hace humo el hueso de una mujer. En güiro el viento acarrea el mar de ola en ola. En chango y hueso te deben escribir Susana la mismísima página, en güiro y viento velar las mechas que anuncian la partida de tu leche hacia los cerros. Entre poemas los que perdieron todo fuman del último libro, como una concha abierta antes del viaje y dicen que estás aquí, descalza sobre la playa, en su arena negra, en este viaje pobre de barca sin peces, en su casa de molusco que perdió el calcio bajo la luna. Dicen que estás tan cerca del hueso que pueden tocarte si fuman, así hacen la noche, hablando de tus poemas, de lo flaco y delgado del camino hacia el mar de tus poemas, de la fosa común cavada con tus versos para que la matriarca sin agua potable tuviese lluvia, para que las escamas del puerto dejen libre esa desnudez de vino y resaca, esas palabras que no entran a las oficinas ni toman café exprés, aquellos seres que regresan a la misma frase como la camisa que menos se arruga. En chango hacemos animita Susana, y a veces este puerto nos lleva hacia algún lugar.
0.3.5
Voy a soñar contigo esta mañana. Voy a soñarte toda vidrio y ofertas en la distribuidora, toda sencillo y boleto en las micros que llevan del mar al cerro y bajan como si viesen fantasmas en cada curva. Te soñaré alimentada a mediodía con el pan de La Caserita y los porotos del Negro Roberto. Siestaré contigo la modorra sol a las tres del vacío y el tedio. Y seguiré soñando mientras construyo la ola que se llevará los botes hacia el pez, y cuando vuelva todo dormido en el sudor del día te seguiré soñando soñando hasta que despierte contigo esta noche.
Ecosistema
Se cruzan los vientos, las caras, el polvo
-aquél tiznado, fino, momia de las rocas.
Se cruzan las nubes, las tiras del bote,
los cueros del lobo marino, gordos, inflados
como una teta que nadie chupa.
Los peces, las olas, que no son otra cosa
que los torbellinos atravesados en su norte,
empalados en su sur. Y bajo las piedras
los insectos quieren reproducir la permanencia
como si fueran hombres envejecidos
a fuerza de clavos. Y de esa crucifixión
nacen las llagas del agua, supurando,
ateridas y humilladas. Rechazadas
por el cielo y el mar, ánimas que deambulan
en el purgatorio de las orillas.
La camanchaca entonces es una tumba abierta,
una fosa común de militantes fusilados,
esto que se busca pero no se nombra.
El agua que se pierde, y ya nunca se encuentra.
Nos construíamos en la lluvia, y esta debía durarnos todo el año.
Nos pegábamos a su teta húmeda siguiendo un rito ancestral
de sobrevivencia, éramos sus hijos, los únicos hijos rojos de la lluvia.