Por Derbys H. Domínguez Fragela*
Crédito de la foto: archivo del autor
9 poemas de Organopónico Nacional y otros estados,
de Derbys H. Domínguez Fragela
Salir de compras
Quiero
Comprar un libro de Rimbaud en la farmacia.
Comprar un bulbo de penicilina en la librería.
Comprar un plato de espaguetis en un reconcentrado militar.
Comprar una mariposa en la morgue.
Comprar el amor en un establecimiento del Estado.
Comprar un perro en un campo de concentración.
Comprar a una mujer en el hospital psiquiátrico.
Comprar un abrazo en la estación de policías.
Comprar un lápiz en el desierto.
Comprar un carro en la zapatería.
Comprar a un hombre en la funeraria.
Comprar el horizonte en un comedor público.
Comprar el mar en un campo de golf.
Comprar el cielo en la boca de un misil.
Comprar una escalera en el subterráneo.
Comprar un caballo en una fábrica de bicicletas.
Comprar un clítoris en una peluquería.
Comprar un pene en la oficina de seguros.
Comprar a Cristo en una discoteca.
Comprar un sistema político en El Banco Mundial.
Comprar el Capitalismo en una reunión del sindicato.
Comprar el Socialismo en una película porno.
Comprar un pato en una hamburguesera.
Comprar una flor en un campo minado.
Comprar el mundo en una ferretería.
El museo gramatical
Sumando ruidos puedo llegar a Casa de Panchito Gómez Toro,
Clitemnestra o Mercedes Santos Figueroa.
Coleccionando mudeces quiero acercar algunos de mis dedos a la superficie
cóncava del Planeta.
Si enlazo la palabra amor con el sustantivo horror, por ejemplo, diré amorhorror.
Si en un gesto de preocupación amarro los silencios hombre y mujer al signo persona
acabaré diciendo homujerbre. Si encima de la página en blanco
quito el acento a la melancólica mudez humana, y se lo agrego a felicidad
será felicesagonías lo que digo, además de alegremuerte.
Si en el casamiento de las palabras Economía, chícharo, Matemáticas,
arroz, Política, frijoles, canastilla, Primavera, Miami, Presidente, Florida, pan, Arquitectura, chicle, caramelo, chocolate, epidemia, Checoslovaquia,
cáncer, C.U.C.,[1] me encaramo encima del burro de Confucio, o subo displicente
al caballo de Robespierre, acabaré diciendo EcochíMaPofrícaPriMipre,
frente a la guillotina que agrimensores o enemigos de la República
ubicaron en Plaza de la Bastilla durante 1793.
Sumergido en la dulce porquería de la Historia, agarro el epicentro
ecuánime de un sueño, el perfil de una mariposa carmesí, sostengo la basura
milenaria de la estupidez humana con mis dedos y escondo entre las axilas,
el quejido frondoso de mi alma que al caer la noche pregunta
dónde queda el origen de las palabras o el abecedario, y se confunde con el lóbulo soporífero de la marca Adidas cuando estalla encima de mi rostro, sin decir adiós.
Siembro la fijeza de una Constelación milenaria en mi pecho, un Continente
de cemento en el asfalto, o arranco los asfódelos de la noche queriendo alimentar
el poste de la electricidad que frente a mi casa y con rayos ultravioletas
conforma el Paraíso artificial del que fui expulsado sin dinero.
Separando quejidos pienso llegar al Bosque de Birmania, Dinamarca, o Sarajevo,
alcanzar de cualquier manera la calle más hermosa del mundo
o la más desierta de Cuba, aquella que se aproxime o se parezca en movimiento
a las ruinas de México, Colombia, o Panamá.
Si aparto, desde cualquier rincón del horizonte, la palabra amor
con su guante de sombras, del horror instituido en su nombre, será inútil
continuar respirando porque la belleza del sentimiento amoroso
separado de la piedad es la parte de afuera de una cáscara sin fruto.
Si deslío en el agua, con la pastilla de por la noche
(antes de que el dolor habite mi cabeza como un rayo, asalte mi sangre
o se agarre de mi cuerpo en medio de la calle), las palabras hombre y Microsoft
mujer y embarazo ectópico digital, Tierra y software, alma y Silicon Valley,
Dios y Google, Diablo y Fondo Monetario Internacional qué diré.
El dinero de la Tierra
El Presidente le pidió un peso al Ministro de Economía.
El Ministro de Economía le suplicó un peso al Ministro de Finanzas.
El Ministro de Finanzas le reclamó un peso al Ministro de Industrias Básicas.
El Ministro de Industrias Básicas le solicitó un peso al Ministro de Defensa.
El Ministro de Defensa le sustrajo un peso al Ministro de Agricultura.
El Ministro de Agricultura le desfalcó un peso al Ministro de Salud Pública.
El Ministro de Salud Pública le arrebató un peso al Ministro de Deporte.
El Ministro de Deporte le robó un peso al Ministro de Cultura.
El Ministro de Cultura le exigió un peso a los artistas.
Escritores, músicos, actores, fotógrafos, bailarines, cineastas y dibujantes se reunieron.
Le reclamaron un peso al pueblo uniformado.
Sumaron 400 chelines con 18 pesetas.
El pueblo se reunió y le suplicó un peso a los árboles,
al agua del río Nilo, al bosque de Birmania, al mar Rojo, a la última montaña,
al Océano Pacífico, al ciclo menstrual, al cielo encrespado del amanecer, a los grillos,
al ruido de la noche, a los espermatozoides, al gas, al arcoíris, a los primeros animales
(gatos, ranas, libélulas, peces, ruiseñores, perros o lagartos) que en su esplendor
fundaron la conciencia íntima de las cosas y el delicado brillo de la aurora.
Los animales se reunieron. Le sustrajeron algunos centavos a las piedras.
Creyeron que un peso era demasiado. Solo un medio;
el florín de arena disuelto en el aire o multiplicando ruidos
en las entrañas del alma; una dracma, un ducado, cinco moneditas
a cambio de construir el edificio más alto de La Humanidad,
donde Presidentes y Primeros Ministros debían instalarse por el resto de sus días
obligados a contemplar el acontecer del mar, de ola en ola,
sin miedo a la Cuarta Guerra Mundial o al Fin del Mundo,
y mucho menos al mosquito Aedes Aegypti, al sarampión o al Sida.
Las piedras, que no eran sino aerolitos de la Edad de Hierro (antes del Neolítico)
en las que podía residir el gorila más hermoso de Malasia
o de la más distante Oceanía, incluso el chimpancé que fue llevado al cine,
o Adolfo Hitler disfrazado de orangután, con su pistola Magnum calibre 357
y su mueca de asesinar a las personas, se reunieron con la Tierra.
Las piedras le pidieron 600 mil millones de millones de dólares al Presidente.
Caos
Siento el aire cortando la superficie de mis ojos.
Gritan William Shakespeare en la puerta de mi casa.
Un furor insoportable se apodera de mi sangre.
Siento mi cuerpo en la superficie de las calles.
Gritan mis ojos en la puerta de William Shakespeare.
Un furor insoportable se apodera de mis glóbulos rojos.
Siento el aire cortando mi sangre.
Grita la superficie de mis ojos en la puerta de casa donde escondo los huesos del rostro.
Un furor insoportable se apodera de mis ojos cuando digo William Shakespeare.
Organopónico Nacional
Sembrar un frijol en un billete de 100 (Carlos Manuel de Céspedes).
Sembrar un grano de arroz en un billete de 50 (Calixto García).
Sembrar una res destazada en un billete de 20 (Camilo Cienfuegos).
Sembrar una planta de café en un billete de 10 (Máximo Gómez).
Sembrar una cucharadita de azúcar en un billete de 5 (Antonio Maceo).
Sembrar una partícula de electricidad en un billete de 3 (Ernesto Che Guevara).
Sembrar una gota de petróleo en un billete de 1 (José Martí).
Sembrar a Carlos Manuel de Céspedes en un frijol (100 pesos).
Sembrar a Calixto García en un grano de arroz (50 pesos).
Sembrar a Camilo Cienfuegos en una res destazada (20 pesos).
Sembrar a Máximo Gómez en una planta de café (10 pesos).
Sembrar a Antonio Maceo en una cucharadita de azúcar (5 pesos).
Sembrar a Ernesto Che Guevara en una partícula de electricidad (3 pesos).
Sembrar a José Martí en una gota de petróleo (1 peso).
Sembrar 100 pesos (Carlos Manuel de Céspedes) en un frijol.
Sembrar 50 pesos (Calixto García) en un grano de arroz.
Sembrar 20 pesos (Camilo Cienfuegos) en una res destazada.
Sembrar 10 pesos (Máximo Gómez) en una planta de café.
Sembrar 5 pesos (Antonio Maceo) en una cucharadita de azúcar.
Sembrar 3 pesos (Ernesto Che Guevara) en una partícula de electricidad.
Sembrar 1 peso (José Martí) en una gota de petróleo.
La palabra de los muertos
1
Un cuerpo solo (aunque sea
el de Marlene Dietrich o el de Susana Baca) no es suficiente.
Sería como una pistola construida en 1910 pero desprovista de balas
con la que no podrías defender tus órganos en la batalla frente al que dicta las órdenes.
Un alma sola (aunque
se resuelva con poemas de William Blake, Robert Frost
o el fantasma de Hamlet escribiendo a William Shakespeare en 7 actos) no es suficiente.
Sería como el duro sentimiento de horror que cifrado en bellezas
arde en el interior de nuestras manos sin encontrar palabras
o el cuerpo fuera de la Historia
(emigrando del pasado humano al que pertenece).
La Historia pretende ser una carretera en la que
sembraron un árbol llamado manzano y unos cuantos militares
se erigieron Presidentes.
Un cuerpo solo
Un alma sola
Si el cuerpo no se encuentra con el alma
no aparecen William Blake, Robert Frost, y mucho menos Marlene Dietrich.
El fantasma del padre de Hamlet sería el cuerpo de un atleta
(de alto rendimiento) que el domingo en las mañanas le pega a un balón de fútbol
con la intensión de anotar goles que (por azar) pertenecerían al Fútbol Club Barcelona
en la final de la Champions League.
La Historia pretende ser un cuento de 5 páginas:
William Blake
Susana Baca
Robert Frost
Hamlet
William Shakespeare
Si al menos la escribiera una de las personas que falleció el 11 de septiembre de 2001
entre las ruinas del World Trade Center
o el árabe que fusilado en Afganistán le pide al cáncer que lo abandone
(sin saber que morirá antes de que lleguen las balas)
o el enfermo de sida al que una simple gripe mata.
2
La Historia quiere ser una carretera
o un cuento de 5 páginas
más que nada porque los muertos no pueden escribir.
Si alguno de nosotros le pidiera la palabra prestada
a William Blake
Susana Baca
Robert Frost
Hamlet
o William Shakespeare
seguro no dejarían que escribiéramos. Cortarían
nuestras manos con sus dedos, sacarían nuestros ojos
con sus propias uñas, arrancarían nuestras bocas con sus fieros dientes.
Lo que debo hacer
William Burroughs mató a su mujer el mismo día que escribió cinco poemas.
Ezra Pound fingió perder la razón mientras publicaba Los Cantos.
T.S. Eliot desertó a Londres cuando redactaba La Tierra Baldía.
Ernest Hemingway asesinó cientos de animales
antes de recibir el Premio Nobel de Literatura en Estocolmo
(Ciudad que se precia de ser Cumbre de la Civilización).
Norman Mailer le picó la cara a su esposa en una fiesta.
Louis Althusser estranguló a su compañera por más de 50 años,
fue con las manos que organizó Para leer el Capital.
Paul Celan se tiró al Sena antes de escribir su último poema.
Será que debo matar a mi mujer el mismo día que escriba cinco poemas
o fingir que pierdo la razón cuando publique odas que exalten a Pinochet,
desertar a Londres mientras redacto El sistema nervioso del verano,
asesinar cientos de animales antes de que en Estocolmo,
(Ciudad que se precia de ser Cumbre de la Civilización)
me quieran entregar el Premio Nobel de Literatura,
o picarle la cara a mi mujer en una fiesta,
estrangular a Hélene Rytmann después de publicar La revolución teórica de Marx
o tirarme al San Juan[2] antes de escribir mi último poema.
Manifiesto público
El Consejo de seguridad de la ONU.
La seguridad de la ONU en el Consejo.
La ONU en el Consejo de seguridad.
El Fondo Monetario Internacional.
El Monetario Internacional del Fondo.
El Internacional del Fondo Monetario.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte.
El Atlántico Norte del Tratado en la Organización.
El Tratado de la Organización Norte del Atlántico.
El grupo G-20, La Unión Europea, El Pentágono, La CIA, La Nasa.
El grupo 20-G, La Europea Unión, El OnogatneP, La AIC, La Sana.
El grupo CIA, La Unión Nasa, La Europea G-20, La Unión del Pentágono.
El G-Nasa, El Pentágono de la Unión, La Europea-20, La Nasa de la CIA
No saben cuánto deseo acostarme a dormir
durante un siglo y despertar en el momento en que
mi rostro abandone su capricho de ser un pomo de champú,
el último pozo petrolero de Groenlandia o un chimpancé mascando chicle wrigle´s;
el amor deje de dolerme como una enfermedad
o el cáncer que debe florecer pasado mañana en el rostro del Planeta;
el miedo al fin del mundo desaparezca de la constitución de mis huesos
y el deseo de abrazar a una mujer infinita
—delgada como llama de fósforo o la rama de acacia
que florece en un poema de Saint John Perse— se confunda con el gruñido
fosforescente de un camaleón económico cuando escupe gasolina
o rompe la estructura de gelatina amnésica en que eructa
contra la fragilidad del día, mientras la pesadilla de casarme con Helena de Troya
desaparezca en el sueño de contraer matrimonio con la negra más pobre de Haití,
(alcanzando la imperfección de su belleza en cualquier acontecimiento, mirada
sonrisa o palabra que pronuncie, gesto profesado, o mueca desplegada),
queriendo ser Toussaint-Louverture, Dessalines, o Mackandall
en la destreza configurada por sus brazos durante 1791 en la batalla de Saint Domingue
—cuando la muerte se convierte en gota de sangre dentro de la cual
brilla el imposible futuro de la esperanza humana mientras el amor escapa
siendo protagonista de la comedia en que un gorila enfermo de gonorrea
se enamora de una mariposa sudamericana embarazándola de gemelos—.
Alejandro Magno, Pedro I, el Zar y Abraham Lincoln no saben
cuánto deseo escribir una oda a la manera de Fray Luis de León:
Vivir quiero conmigo, gozar quiero del bien que debo al cielo; ser la noche
donde comienzan las inmundicias que ocupan el despeñadero de alegrías desapareciendo en utópicas maniobras de cráteres alucinógenos corroídos por dúctiles sensaciones del amanecer
o mirar el parpadeo incesante de las estrellas, abrazar
el alma del primer robot enemigo, comprar el libro con las páginas en blanco
de los ruidos gramaticales e inmarcesibles, beber el agua en la sed, comer el pan
de hierro, sentir aire de fuego o la llamarada con vientos huracanados
(que de memoria aprenden los silencios de cada palabra con los cuales
nombrar el imposible acontecer de la nada), contar los números del cero al cero
cantar el himno de la golondrina amorfa, de la rana croata, del ruiseñor checoslovaco
del murciélago neozelandés, la abeja africana, o la clepsidra australiana.
(Cleopatra en Pasadena después de una sección fotográfica
en que desnuda su cuerpo para la página central de la revista Playboy).
Nefertitis, Isabel la Católica y Margaret Thatcher no imaginan cuánto deseo
acostarme con la última mujer de la Especie Humana dentro de la Ergástula Romana de Astorga
y hacer el amor como un oso hormiguero, el pingüino electrodoméstico de Marcel Duchamp
(embarrando de mares los firmamentos), o cualquier imperfecto mamífero
donde desemboquen las armas de la 7ma Guerra Mundial
mientras enfermo de belleza durante los breves instantes de la eternidad
que dura el chorro de semen llamado orgasmo.
Siempre
Ayer por un cuerpo de mujer regresé del inhóspito futuro.
Fui a buscar amor donde comienza el ombligo de una adolescente y encontré
a la Embajada de Namibia masturbándose sobre la cabeza de un astro muerto, sentí
las formas del agua dentro de la Refinería diésel que imitando a Shakespeare escribe Hamlet
sin miedo al futuro, o a las piernas de Isidoro Ducasse. El Presidente apuntaba
con su pistola Colt M a las entrañas de la Industria automotriz que reposaba
—después de almorzar filetes de bisonte asado con una botella de Vermú, golosinas, manzanas y pan—
en un sofá que la ONU compró a la Bolsa de Nueva York en 50 000 dólares.
Era marzo del año 30 000 y en el aire conspiraban las banderas de Croacia y Chernóbil
flotaban sin el eco rugoso de lo que serían emblemas de Europa y E.E.U.U.
La sonrisa de un soldado norteamericano disparaba su miedo
de cráter carcomido por ratones de Wisconsin a Massachusetts. No era el comienzo
de la Guerra sino el fuego de la muerte. El fin de la palabra persona acontecía.
El fin del agua se anunciaba en la radio, el fin de lo posible en los periódicos.
La realidad se desnudaba en medio de la 5ta Avenida y lo único que podía hacer
era enseñar sus genitales corrugados, orinar y después sacarse los mocos. El Mundo
finalizará en un par de minutos, sin sorpresa alguna, como acaban
los filmes en blanco y negro o las series Netflix en la pantalla.
Fui a buscar amor donde comienza el cuerpo de una mujer
y su boca repleta de silencios agredió mi esternón.
Caí de lo más alto del edificio donde resido
desde 1974 escogiendo los 35 granos de arroz que, según el Gobierno,
merece mi estómago de 40 años.
Sé que mañana, debido al pensamiento de algunas almas detendré mi ser
frente al pasado, y la carretilla de mis huesos preguntará
¿qué mujer espera por mi soledad llena de sangre? ¿Qué ser humano
continuará mi palabra encendida como braza de carbón o llama
desapareciendo en la belleza aparente de las cosas? ¿Quién es Bradley Manning?
¿Qué es ser Milwaukee o Manhattan en persona? ¿Qué es ser hombre
cuando se es mujer?, o ¿qué es ser féminas cuando somos masculinos?
y ¿por qué las damas ostentan Trompas de Falopio y los varones Próstatas?
¿Quién mató a George Floyd? ¿Quién le tiene miedo a Edward Albee, a Virginia Woolf,
a Noé, a Satanás?
¿A quién no le teme Sancho Panza? ¿A quiénes no mataron Franco, Augusto Pinochet
Gustave Flaubert, Mussolini, Pino Pelosi, Tereo, Guilles de Rais, Luis Alfredo Garavito,
o Antonio Anglés, Ted Bundy, Armin Meiwes, Musil, Fritz Haarman?
¿Quién se robó el útero de la Tierra y los ovarios del Universo?
¿Quiénes secuestraron mi alma y mi cuerpo? ¿Quién apresó
el alma de mi cuerpo dentro de la que había escondido la cabeza de Sor Juana Inés de la Cruz,
a Moctezuma en persona y a Juana de Arco redactando su desnudez para el futuro?
¿Quiénes se robaron la mandíbula con que masticaba mendrugos de piedras encontrados en el pan
y los 32 dientes que me permitían decir algo parecido al silencio?
¿Quién fusiló las manos con que escribo este poema?
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[1] Peso cubano convertible. Fue, con el peso cubano (CUP), la otra moneda oficial de Cuba. Vigente desde 1994 hasta 2021. La conversión entre el CUP y el CUC estuvo fijada en 1 CUC = 25 CUP. Fue sustituido por el MLC (Moneda libremente convertible). En noviembre de 2004 el banco puso fin a la circulación del dólar estadounidense en Cuba.
[2] Es, de los tres ríos que atraviesa la ciudad de Matanzas, donde vive y trabaja el autor, el más caudaloso.
*(Matanzas-Cuba, 1974). Poeta, ensayista y editor. Estudió Artes Plásticas y Teatro, y se licenció en Estudios Socio Culturales. Obtuvo el Premio de Eliezer Lazo (1998) y, en dos ocasiones, la Beca de Creación Juan Francisco Manzano. En la actualidad, se desempeña como editor en ediciones Matanzas. Ha publicado en poesía Residuo (2009) y Futurama (2014) y Los poemas del Superhombre de goma (2022); y en ensayo Luis Marimón: el ejército de las palabras muertas (2018).