El presente artículo fue publicado en la revista Poesía, Año XXVIII, n°302, en marzo de 2015, con motivo de la aparición del poemario La materia della poesia (‘La materia de la poesia’) traducción al italiano de uno de los últimos libros del reconocido poeta portugués, Nuno Júdice.
Por: Chiara De Luca
Traducciónes: Chiara De Luca
Crédito de la foto: izq. Iris Kolibris
der. Francisco Seco / www.cultura.elpais.com
Nuno Júdice, La materia de la poesía
Pues estaba sentado al final de la escalera, leyendo, de vez en cuando mirando a la calle, no obstante el contraste entre la oscuridad del interior y la luz del exterior me impidiera retomar enseguida mi lectura. Fue quizás en ese intervalo, en que fui obligado a readaptarme al interior de la casa, que la poesía apareció dentro de mi espíritu: algo que se pareció, en todo caso, tuve que ocupar estos instantes de vacuidad, y me empujó, un día, bien más allá de mi adolescencia, a escribir versos en un movimiento que me fue de algún modo dificil comprender[1].
Es a través de esta rememoración de un recuerdo de su infancia que Nuno Júdice, en el prefacio a la edición francesa de sus poemas, nos cuenta cómo su primer encuentro con la poesía ocurrió en la frontera entre “más mundos”, y como aquella tarde comprendió que hizo falta encontrar el modo de poner en contacto recíproco estas realidades contiguas y complementarias. Leyendo la Eneide, que había pedido como regalo de Navidad, sentado en la intersección entre la oscuridad y la luz, aquel niño, que con ocho años ya empezaría a escribir sus primeros poemas, aprendió a aguzar la mirada para escudriñar dentro de lo desconocido, sin preocuparse del hecho que la luz lo cegara cuando la mirada volvía a casa, al mundo conocido. Cuando lo leí recordé cuando niña, sola en la oscuridad, en la casa romana de mi abuela materna, escudriñaba los perfiles de los objetos que se dibujaban en la tiniebla, inventándome formas para atribuir una identidad conocida a las sombras confusas que se desprendían en la opacidad que envolvía la habitación, para controlar mi miedo. “A medida que crecemos, y que aprendemos a dominar este miedo, nos alejamos necessariamente del territorio mágico donde la mayoría de las cosas no tiene explicación en este mundo”, escribe Nuno Júdice en el ensayo El lenguaje poético.
Sin embargo, Júdice supo preservar ese miedo originario frente al misterio, adentrándose en el territorio mágico en donde también las formas usuales se cargan de nuevos sentidos que prescinden del significante que creímos conocer y que creímos poder poner en relación unívoca con las palabras. Un objeto de la búsqueda de Júdice es “este casi nada que constituye la belleza de la cotidianidad”, escribe François Weigel en Le Monde, “que su poesía investiga con destego, tomando la medida real de los objetos y del tiempo”.
En efecto, Nuno Júdice no busca alguna alternativa a la cotidianidad, no busca palabras insólitas, más bien ennoblece las palabras conocidas, redescubre palabras antiguas y olvidadas, inventa palabras nuevas accesibles a todos. Júdice no se pierde en disquisiciones sobre la utilidad de la poesía y sobre el sentido de la escritura. Según él, la poesía es sencillamente inútil y, justo en cuánto tal, necesaria para sobrevivir “en un mundo de cosas útiles e inmediatas”. Entregándose a la imaginación que filtra el mundo, abriendo todos sus sentidos a la recepción de los olores, colores, perfumes, dejando que desde el objeto emane la visión que tenemos de ello, (“La visión está de algún modo una propiedad del objeto”), el poeta se adentra y vaga en la tierra de nadie donde es posible escuchar a este “diálogo invisible” de lo inanimado, conversar con las cosas, dejar que sean ellas las que pronuncien su nombre verdadero para que la poesía “custodie, de alguna manera, la verdad de las cosas y de las almas, más allá de la superficie del presente” (El lenguaje poético).
No obstante, esta autenticidad de las cosas no se manifiesta en forma de respuestas explícitas y unívocas a las preguntas que nos agobian, y tampoco las sombrean. El sentido se derrama más bien en una música, en “una armonía de imágenes y construcciones verbales que permiten de establecer una lógica de la cual no se advierte la necesidad de buscar el sentido” (El lenguaje poético).
Lo que más cuenta en poesía para Júdice es la musicalidad de las palabras, la armonía de sus acercamientos, el modo en que las palabras “simples” se combinan entre ellas para engendrar nuevas sorprendentes armonías, porque el significado también es una música, una correspondencia entre el sonido y el sentido. “Es a partir de imágenes concretas que escribo sobre las ciudades, la naturaleza o las memorias de mi infancia, y desde ahí siguo para que el poema encuentre su lógica y armonía”, explicó Júdice en una entrevista a El Universal con ocasión de la ceremonia de atribución del prestigioso premio Reina Sofía para la Poesía. En Nuno Júdice existe, en efecto, una perfecta identidad entre escritura y vida: escribir es indispensabile para él, es un modo de leer intensamente el mundo, de traducirlo, porque no se sustrae a sus ojos resbalando en el silencio. También es desde esta identidad entre poesía y vida, desde esta necesaria dedicación a la palabra poética que nace la generosidad que el poeta demuestra indicando con espontaneidad –en versos, en prosa, en las entrevistas– la manera de adentrarse en su poesía, sin enseñar ningún falso pudor, afectación o reticencia mientras nos revela la esencia de su poética. De hecho, el examen teórico y la reflexión metapoética son parte integrante del proceso creativo de Júdice, que no tiene ningún temor y hunde sus manos en la materia ardiente de su poesía, acostumbrado como está a apretar en soledad los puños en la oscuridad y a reabrirlos para ver cuál forma han asumido las palabras una vez venidas a la luz. Ciertamente, en justo la confianza en las potencialidades del discurso poético y el ánimo de la búsqueda que rehusa lo no esencial, lo que le ha permitido al poeta componer lo que, en una entrevista con Ricardo Marquez, define como “una larga poesía iniciada al final de los años Sesenta, y todavía no acabada”, o bien, de construir
libro a libro una de las aventuras más fascinantes de la literatura portuguesa del último medio siglo, algo así como un poema único e interminable, de una cadencia radicalmente genuina y personal que va desgranando al oído del lector, en voz baja, los misterios de la realidad y el afán de las palabras por alcanzar a desvelarla. (Antonio Sáez Delgado, El País).
En el ensayo La noche del poema, publicado en la revista Europe, Júdice explica como el poeta desempeña el papel de una guía que “ilumina la oscuridad de un mundo inaccesible a quien, sin la voz de una guía, no habría visto nada”. Con esta afirmación, Júdice concede a la poesía una gran responsabilidad, atribuyéndole un papel parecido a lo que juegaba para los románticos alemanes el Mittler (intermediario). Sin embargo, mientras que el Mittler suplía de intermediario entre lo humano y lo divino, oculto más allá del velo de la realidad empírica, según Júdice la poesía representa un “milagro profano”, “que no tiene nada de sagrado; al revés, es el único milagro manado por el profano, y es suficiente porque se pueda mirar al real con ojos que lo penetran hasta sacar de ello la verdad más profunda”, (La noche del poema).
En otro escrito de reflexión metapoética titulado La poesía en el mundo, Júdice describe el texto poético como un “lugar de paso”, una especie de pasillo que lleva de un mundo al “otro”, extendiéndose a lo largo de toda la estrofa. Por lo tanto, es la poesía la que le enseña al poeta el camino que se desenvuelve desde el título del poema a su conclusión, el camino que otros después de él seguirán. Y leyendo sus poemas se recibe justo la impresión que el poeta atraviesa ese corredor paso a paso con un sentido de descubrimiento, dejándose conducir por la dirección del discurso poético, hasta sólo dejarse sorprender por sus propias palabras en el desenlace, junto con el lector que lo acompaña.
“El poeta funciona como una suerte de espantapárrafos”, escribe de Júdice el poeta y narrador colombiano Juan Manuel Ronco en La Jornada, «de avisado e impertinente espantador de falsos trinos que ahuyenta voces falseadas, y que no trata el lenguaje como si las palabras fueran aves de paso, pájaros equivocados de lugar en el espeso bosque del habla».
En efecto, la poesía de Júdice siempre es invadida por un fuerte intento comunicativo y el deseo principal del poeta, el objetivo que nunca pierde de vista, es el compartir experiencias en un lenguaje accesible, de construir un puente entre el pasado y el presente, entre la oscuridad donde se mueven las sombras y la luz donde toman su forma. “De hecho, cuando escribo y busco las palabras que compondrán el poema”, explica Júdice en La noche del poema, “lo que voy realizando es una suerte de traducción de un texto abstracto, olvidadizo, del que conozco el sentido general, y que tengo que trasladar en otra lengua, la mia”. Pues el proceso de la escritura pasa por una doble traducción: el poeta lee el texto abstracto presiente en su mente, y luego lo traslada en música, traduciendo la partitura del real. Eso contribuye a explicar la heterogeneidad de formas, estilos y tonos que su poesía presenta: a veces el poeta parece moverse sobre el plan de una realidad onírica y suspendida, poblada por sombras borrosas, que sólo parcialmente se revelan; a veces parece escribir en una suerte de posesión que le hace evocar sugestiones desde las capas más recónditas de su conciencia; a veces efectúa una transcripción brillante y objetiva del real, enumerando objetos que se sustraen a cada posible clasificación; a veces se deja transportar por una forma de escritura automática que le debe mucho al Surrealismo; a veces hace uso de una ironía que, como afirma el poeta en una entrevista, algo le debe a Drummond de Andrade, Cesariny, O’Neill, en un tono de rápido y alegre de Mozart, que también deslíe las reflexiones más dramáticas sobre la esencia de la naturaleza humana y sobre las debilidades que la caracterizan.
“Me fuerzo a escribir cada día como un empleado. Escribir es mi vida. Me gusta hacerlo, no me da ni para vivir, pero es mi manera de ser”, le dice Júdice a Antonio Jiménez Barco en una entrevista para El País.
No obstante, ninguno de sus poemas parece fruto de constricción ni esfuerzo, ninguno de ellos tiene el sabor de un texto de ocasión o de un ejercicio de virtuosismo. El poeta se parece más bien al romero, que a veces no querría partir por lugares desconocidos, luego, después de decidirse, sale de viaje hacia una meta que no tiene para llegar al vacío, lo mismo que ocasiona la poesía, y allí descubrir cosas inesperadas para volver cargo de tesoros al punto de salida, a la intersección entre más mundos donde nació su poesía. Preparándose al viaje de la composición, Júdice se deja transportar por su propia escritura, interroga las palabras, deja que repliquen, que se reflejan en el eco de si mismas, luego prueba nuevas combinaciones, para buscar esa “música de las palabras que también construye –a nivel inconsciente, a veces, pero plenamente dominado en la tradición poética, una música del sentido”, (La poesía en el mundo).
Desde los poemas de Júdice se trasluce un gusto refinado del lenguaje: el poeta parece divertirse manipulando la lengua a su gusto, tratando de forzar sus límites, incluso sabiendo que nunca podrá atravesarlos. Algunos textos de La materia de la poesía son particularmente complejos desde el punto de vista sintáctico: las ideas van enlazándose verso por verso, engendrando el curso de un discurso que a su vez se refleja, actuándose, ponendose en escena. El poeta encaja sabiamente unos con otros los ladrillos del lenguaje, para construir el edificio del su discurso filosófico, que a menudo se traduce en una reflexión metapoética: la poesía se interroga y las palabras se tienden al extremo de su sentido, recortando en sus múltiples matices, casi como si quisieran poner a prueba su propia resistencia.
En otros poemas Júdice viste con extrema espontaneidad paños ajenos, asume nuevas identidades, reales o presentes en el imaginario colectivo, cuenta o revive historias que no le pertenecen, o que sólo le pertenecen en forma indirecta, simbólicamente, en cuanto proyecciones de sí mismo y de sus experiencias pasadas. Hay por fin poemas en que el poeta desviste cada máscara y se dirige sin ningún filtro —onírico, surreal, irónico, filosófico— al lector. Son los poemas que Júdice, en una entrevista concedida a Millicent Borges Accardi para Portuguese American Journal, define “los más profundos”, es decir, los poemas donde él combina pasado y presente “para crear una plenitud que nutre la vida y la poesía”, restableciendo la entereza de su relación recíproca. La altura de estos poemas “llenos” reside en la profundidad de la introspección, en la sosegada objetividad de la descripción, en la dolorosa separación de las cosas justo en el momento en que el poeta las abraza con su mirada. En estos poemas el escritor abandona la puesta en escena, elige eficazmente el sintagma más lineal en el tanque de su compleja “sintaxis del yo” (Vincenzo Russo), y representa libremente sí mismo y su experiencia directa y personal de las cosas, aunque simbólicamente trasladadas, sondeando la oscuridad de su memoria, en busca de antiguas figuras que emergen prepotentemente a la luz del presente. Es allí que la música de la palabra envuelve y alumbra las imagens, integrándolas a las “cosas más simples”, desde las cuales Júdice extrae la complejidad y el misterio, a la frontera entre el mundo empírico, con todas sus estratificaciones de concretos mundos concéntricos y los mundos otros que guiñan en la oscuridad en que la poesía se adentra para volver.
9 poemas de La materia de la poesía,
de Nuno Júdice
Poética
Quiero que mi poema hable de barcos y de azul, hable
del mar y del cuerpo que lo busca, hable de pájaros y
del cielo en que habitan. Quiero un poema puro, limpio
de la basura de las cosas banales, de las contaminaciones de quien
sólo mira por tierra; un poema donde lo sublime nos toque,
y lo poético sea la palabra llena. Es esto poema
que escribo en la página blanca como la pared que
acabó de ser encalada, con sus imperfecciones
apagadas por la luz del día, y un reflejo del sol
a gritar por la vida. Y quiero que este poema descienda
a las cavas donde la miseria se acumula, a los bancos donde
duermen los que no tienen ni techo ni esperanza,
a las mesas sucias con los restos del alba, a los
rincones donde la mujer de la noche espera al último
cliente, a la desesperación de los que no saben por dónde
huir cuando la muerte golpea a la puerta. Y canto
la belleza que sobrevive a las frases comúnes, a las
palabras ensuciadas por lo cotidiano de los mediocres,
a los versos descoloridos de quien nunca escuchó
el grito del ángel. Y digo esto para que quede, en el
poema, como la piedra tallada por un fuego divino.
Ofelia y las ninfas
En la ribera del río las arenas oscurecen, pidiendo
el barro del otoño; y detrás de las ramas, las
ninfas duermen, ebrias de sueño. No quieren
ser despertadas; desnudas, se apoyan las unas
a las otras, como si durmiendo perdieran
el deseo que las hace relinchar, como potras,
hundiendo los pies en los ojos que las descubren.
Pero el río no corre; y en el agua firme, una
transparencia de frío deja ver el cuerpo de
náyade de una inquieta Ofelia. En su rostro
donde la vida se muere, sólo los labios son bermejo
sangre, y todavía las empujo por tierra, con redes
de pescador, para tenderlas sobre las piedras
que rasgan su piel, en un último estertor.
El sol despierta a las ninfas; y todas acuden
alrededor de la fallecida, gritándole que se levante;
en sus ojos amoratados, en cambio, sólo se cierra
una puerta. ¿Quién se quedó detrás de ella?,
pregunta sin respuesta. Pero vuelvo
a casa, abro la ventana; y es Ofelia que me
acoge, despierta, renacida y pura camelia.
Lista
Me paro en la calle para ver la vitrina del almacén
como si analizara a un poema. Chorizos y salchichas
se extienden como versos, costales de bacalao
arreglados como estrofas, botellas de aceite
que dan sabor a la sequedad de las rimas, el pan
que aún guarda la levadura de un ritmo
que se masca en boca – todo
está en su lugar, como si el tendero
supiera que existe una poética
propia para regular las compras. Luego,
entro en la tienda; y cuando me preguntan
lo que quiero se me queda la duda: ¿granadas
o el verso blanco de un paquete
de harina? ¿Un trozo de queso, o
la metáfora envuelta para un consumo
rápido? ¿Castañas al quilo, como si fueran
sílabas, que asar en el horno de la frase? Y acabo
saliendo sin tomar nada, pero con
un poema en la bolsa de las compras.
Eva
Cuando Eva iba desnuda por el paraíso,
disfrazaba el tedio a la sombra de los árboles, cogiendo
las flores, oliendo su aroma,
y pensando en cómo sería bonito tener un cielo
que mirar.
Un día, una de esas flores se transformó en
fruto; y Eva se lo llevó a la boca, lo mordió, probó
su pulpa. Por un extraño efecto
de causa y consecuencia, el sabor de la manzana
obligó Eva a cubrir su desnudez
con hojas y flores, que volvieron
a ser una metáfora del cuerpo
que escondemos.
Sucesivamente, el pecado se volvió una simple
figura retórica, y el sexo un ejercicio
de interpretación.
Big Bang
Escribo en esta luz fluida lo que
el tiempo me deja ver: un eco de astros
en las bóvedas del infinito, con su
dibujo de sonido refinando los bordes
del silencio.
Y alguien me decía
que no era así: el espacio se arrastra
entre dioses sin servicio y
las inmensidades
vacías de una laguna
de galaxias.
Pero el astrónomo no gasta
su tiempo con la metafísica; y lo que sabe
sobre religión se limita a un registro de
nombres, entre
estrellas y planetas.
Entretanto, oye la música que viene
del estallido primordial, y atraviesa el universo
de una a otra punta. ¿Cuales palabras se
perdieron en medio de los fragmentos de la eternidad,
tragada por el agujero negro del centro?
Es de noche, cuando no hay luna
ni nubes, que escribo en el cuaderno del cielo
la frase que me dictan las galaxias, como
si fuera un astrónomo, y oyera
el ruido de un motor que no se detiene.
Democracia
Fui a ver la democracia embalsamada como
el cadáver de Lenin, oliendo a formol y aguarrás,
en un sótano de Europa. Le derramaban encima
ungüentos y colonias, la quemaban incienso
y hashish, le recitaban la obra completa de
Rousseau, de Saint-Just, de Víctor Hugo y
su cuerpo no se movía. Le gritaban libertad,
igualdad, hermandad y la pobre fallecida
olía a camposanto, como si esperara a
autopsias que no vinieron, partes, adeenes
que le dieran familia y descendencia. Esperé
que todos se quitaran de sus pies, escudriñé
uno de sus ojos y vi que se movía. Le tomé
una mano, le pedí que se despertara y vi temblar
sus labios para decir algo. ¿Un testamento?
¿La última verdad del mundo? “¿Qué quieres?”,
le pregunté. Y ella, casi viva: “¡Un cigarrillo!”.
En Lisboa
Entra en el Café y siéntate a la mesa que
aún no fue limpiada, como si no tuvieras
elección alguna. Aleja de ti el cenicero, la taza aún
tibia, el vaso de aguardiente bebido hasta la última
gota, y sacude tu pelo para que las sombras
que allí estaban se dispersen. Tus ojos
quedan presos del techo, donde una tira mata-
moscas se queda allí desde un verano pasado
hace tiempo. Manchas de humedad y humo,
yeso a la vista, componen el cuadro
abstracto en donde buscas un sentido para
lo que te falta. Tus manos titubean, sobre
las piernas, como si no hubieras decidido
qué hacer. ¿Pero si volvieras a salir, por
donde irías, ahora que ha bajado la tarde y ya no
se ve quién pasa detrás del escaparate? ¿Y
si te quedaras, quién podría llegar a esta hora
para no dejarte sólo contigo, a la mesa que
el camarero tarda en venir a limpiar? Sin saber
por qué, he tenido tu imagen, y hablo con ella
en este poema que conoce tu nombre, sin nunca
decirlo, como si le hubieras intimado el secreto.
Informe
Hago el inventario de los muebles en esta casa vacía,
con un cuaderno de escuela, lleno las rayas
con un dibujo minucioso de palabras:
un armario de almas, una mecedora,
una creencia de ecos, una mesa sin piernas,
un espejo de sombra, un rincón interrumpido
en la cesura del verso, un estante de imágenes.
Llevo esta lista al notario; y le pido que
borre los objetos inútiles para que el cuaderno
sirva de algo. Pero él me pide que
remplace las palabras con los objetos. Pues,
repongo el alma en el armario, balanceo el cuerpo sobre
la silla, grito en el abismo de la creencia, hago
caminar la mesa, me miro en el espejo del verso,
y saco del estante todas las imágenes.
“¿Pero qué casa es esta?”, me pregunta el
empleado. Le digo que los cuartos son
las estrofas, que los muros son hechos con
los ladrillos de los versos, que un yeso de rimas
llena los intersticios. Sólo no sé indicar
la calle, el número, el color de las paredes. Es una casa
que no existe, aunque sea mi casa.
Y la vacío de muebles, objetos, palabras,
hasta que sólo se queda la poesía que la construyó.
La materia de la poesía
Para Salah Stétié
Hay una sustancia de las cosas que no
se pierde cuando las alas de la belleza
la tocan. La perdemos de vista, a veces,
entre los rincones de la vida; pero
ella nos sigue con su deseo
de permanencia, y viene a contaminarnos
con la infección divina de una fiebre de
eternidad. Los poetas trabajan
esta materia. Sus dedos extraen
el caso del interior de quien va
a su encuentro, y saben que lo improbable
se encuentra en el corazón del instante,
en el cruce de miradas que
la palabra de la poesía traduce. Leo
lo que escriben; y desde la llama
que sus versos alimenta se levanta
un humo que el cielo dispersa, entre
el azul, dejando apenas un
eco de lo que es esencial, y queda.
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(versión en italiano)
La materia della poesia
per Chiara De Luca
Ero dunque seduto in fondo alla scala, leggevo e, di tanto in tanto, guardavo la strada, nonostante il contrasto tra l’oscurità dell’interno e la luce dell’esterno m’impedisse poi di riprendere subito la lettura. È forse in questo intervallo, in cui ero costretto a riadattarmi all’interno della casa, che la poesia è apparsa nel mio spirito: qualcosa che le somigliava, in ogni caso, ha dovuto occupare questi istanti di vacuità, e mi ha spinto, un giorno, ben oltre l’adolescenza, a scrivere versi in un movimento che avevo io stesso in qualche modo difficoltà a comprendere.[2]
È mediante questa rievocazione di un ricordo d’infanzia che Nuno Júdice, nella prefazione all’edizione francese delle sue poesie, racconta come il suo primo incontro con la poesia sia avvenuto “alla frontiera tra più mondi”, e come quella sera abbia compreso che occorreva trovare il modo di mettere in contatto tra loro queste realtà contigue e complementari. Leggendo l’Eneide, che aveva voluto come regalo di Natale, seduto all’intersezione tra il buio e la luce, quel bambino – che a otto anni avrebbe iniziato a scrivere le sue prime poesie – apprendeva ad aguzzare lo sguardo per scrutare nell’ignoto, senza preoccuparsi del fatto che la luce lo accecasse quando lo sguardo ritornava nella casa, nel mondo conosciuto. Questo passaggio mi ha ricordato quando da bambina, da sola al buio, nella casa romana della mia nonna materna, scrutavo le sagome scure degli oggetti sul nero, inventandomi per loro delle forme, per attribuire un’identità conosciuta alle ombre confuse che spiccavano sul buio che avvolgeva la stanza, per tenere a freno la paura.
“A mano a mano che si cresce, e che s’impara a dominare questa paura, ci si allontana necessariamente dal territorio magico dove la maggior parte delle cose non ha spiegazione in questo mondo”, scrive ancora Nuno Júdice in Il linguaggio poetico. Eppure Júdice quella paura di fronte al mistero ha saputo preservarla, continuando così ad addentrarsi in quel territorio magico in cui anche le forme consuete assumono nuovi significati che prescindono dal significante che credevamo di conoscere e che pensavamo di poter mettere in relazione univoca con le parole. Oggetto della ricerca di Júdice è “questo quasi nulla che costituisce la bellezza del quotidiano”, scrive François Weigel su «Le Monde», “che la sua poesia ricerca con distacco, prendendo la reale misura degli oggetti e del tempo”. Nuno Júdice non cerca alcuna alternativa al quotidiano, non cerca parole inconsuete, piuttosto nobilita quelle conosciute, riscopre parole antiche e dimenticate, ne inventa di nuove accessibili a tutti. il poeta non si perde in disquisizioni sull’utilità della poesia e sul senso dello scrivere. Per lui la poesia è semplicemente inutile e, proprio in quanto tale, necessaria a sopravvivere “in un mondo di cose utili e immediate”. Abbandonandosi all’immaginazione che filtra il mondo, aprendo tutti i sensi alla ricezione di odori, colori, profumi, lasciando che dall’oggetto emani la visione che ne abbiamo, (“La visione è in qualche modo una proprietà dell’oggetto”), il poeta si addentra e si aggira nella no man’s land in cui è possibile ascoltare questo “dialogo invisibile” dell’inanimato, conversare con le cose, lasciare che siano loro a pronunciare il proprio vero nome, affinché la poesia “custodisca, in qualche modo, la verità delle cose e delle anime, aldilà della superficie del presente” (Il linguaggio poetico, p. 10). Questa verità delle cose non si manifesta però in forma di risposte esplicite e univoche agli interrogativi che ci assillano, e neppure le adombrano. Il senso si riversa piuttosto in una musica, in “un’armonia d’immagini e costruzioni verbali che permettono di stabilire una logica di cui non si avverte il bisogno di cercare il senso” (Il linguaggio poetico, p. 11). Ciò che in poesia più conta per Júdice è la musicalità delle parole, l’armonia degli accostamenti, il modo in cui parole “semplici” si combinano tra loro per generare nuove sorprendenti armonie. Perché il significato stesso è una musica, una rispondenza di suono e di senso. “Scrivo a partire da immagini concrete di città e di natura, da ricordi della mia infanzia, e da lì proseguo finché la poesia non incontra una sua logica e armonia”, ha spiegato in un’intervista a «El Universal», in occasione della cerimonia di attribuzione del prestigioso premio Reina Sofía per la Poesia. In Nuno Júdice esiste infatti una perfetta identità tra scrittura e vita: scrivere è per lui indispensabile, è un modo di leggere profondamente il mondo, di tradurlo, perché non gli scivoli via davanti agli occhi nel silenzio. È anche da questa identità tra poesia e vita, da questa necessaria dedizione alla parola poetica che nasce la generosità con cui il poeta fornisce con naturalezza indicazioni – in versi, in prosa, nelle interviste – su come addentrarsi nella sua poesia, senza mostrare alcun falso pudore, posa, o reticenza nel rivelare l’essenza della sua poetica. La disamina teorica e la riflessione meta poetica sono parte integrante del processo creativo di Júdice, che non ha alcun timore ad affondare le mani nella materia ardente della propria poesia, abituato com’è a stringere in solitudine i pugni nel buio e a riaprirli per vedere quale forma abbiano assunto le parole una volta riportate alla luce. Sono proprio la fiducia nelle potenzialità del discorso poetico, il coraggio della ricerca che ricusa l’inessenziale ad avergli consentito di comporre quella che il poeta stesso, in un’intervista con Ricardo Marquez, definisce “una lunga poesia forse iniziata alla fine degli anni Sessanta, e non ancora terminata”, ovvero, di dare vita, libro dopo libro, a quella che Antonio Sáez Delgado su «El País» a ragione ritiene “una delle avventure più affascinanti della letteratura portoghese degli ultimi cinquant’anni, così come a una poesia unica e interminabile, di cadenza radicalmente genuina e personale, che va sgranando all’orecchio del lettore, a voce bassa, i misteri della realtà e il desiderio della parola di riuscire a rivelarla”.
Nel saggio La notte della poesia, pubblicato sulla rivista «Europe», Júdice spiega come il poeta svolga per lui la funzione di una guida che “illumina l’oscurità di un mondo inaccessibile a chi, senza la voce di una guida, non avrebbero visto nulla.” In questo il poeta, come rileva Ufer Ränder, accorda alla poesia una grande responsabilità, attribuendogli un ruolo simile a quello che il Mittler aveva per i romantici tedeschi. Tuttavia, mentre il Mittler fungeva da intermediario tra l’umano e il divino celato oltre il velo della realtà empirica, per Júdice la poesia rappresenta un “miracolo profano”, “che non ha nulla di sacro; al contrario, è l’unico miracolo scaturito dal profano, ed è sufficiente perché si possa guardare il reale con occhi che lo penetrano fino ad attingerne la verità più profonda.” (La notte della poesia).
In un altro scritto di riflessione meta poetica dal titolo La poesia nel mondo, Júdice descrive il testo poetico come uno “spazio di passaggio”, una sorta di corridoio che porta “da un mondo all’altro”, estendendosi per tutta la lunghezza della strofa. La poesia stessa mostra al poeta il cammino che si dipana dal titolo alla conclusione, il cammino che altri dopo di lui seguiranno. E leggendo le sue poesie si ha l’impressione che il poeta di fatto percorra quel corridoio verso dopo verso, con un senso di scoperta, lasciandosi guidare dalla direzione del discorso poetico, per lasciarsi poi sorprendere sul finale dalle proprie stesse parole, insieme al lettore che lo accompagna.
“Il poeta funziona come una sorta di spaventachiacchiere,” scrive di Júdice il poeta e narratore colombiano Juan Manuel Roca su «La Jornada», “d’impertinente e accorto cacciatore di falsi trilli, che mette in fuga voci in falsetto, e che non tratta la lingua come se le parole fossero uccelli migratori, uccelli che hanno smarrito la strada nel fitto bosco del linguaggio.” La sua poesia è sempre pervasa da un forte intento comunicativo, il suo desiderio principale, l’obiettivo che non perde mai di vista, è quello di condividere esperienze in un linguaggio accessibile, di costruire un ponte tra passato e presente, tra il buio in cui si muovono le ombre e la luce in cui prendono forma.
“Di fatto, quando scrivo e cerco le parole che comporranno la poesia”, spiega Júdice in La notte della poesia, “ciò che realizzo è una sorta di traduzione di un testo astratto, immemore, di cui conosco il senso generale, e che devo trasporre in un’altra lingua, la mia”. Il processo di scrittura passa dunque attraverso una duplice traduzione: il poeta legge il testo astratto presente nella propria mente, per poi trasporlo in musica traducendo la partitura del reale. Questo contribuisce a spiegare l’eterogeneità di forma, di stile e di toni che la sua poesia di volta in volta presenta: ora il poeta pare muoversi sul piano di una realtà onirica e sospesa, popolata di ombre evanescenti, che solo in parte si rivelano; ora pare scrivere in una sorta di transe che fa riaffiorare suggestioni dagli strati più riposti della coscienza; ora effettua una trascrizione lucida e oggettiva del reale, enumerando oggetti che si sottraggono a ogni possibile classificazione; ora si lascia trasportare da una forma di scrittura automatica che molto deve al Surrealismo; ora fa uso di un’ironia che – a suo stesso dire – qualcosa deve a Drummond de Andrade, Cesariny, O’Neill – in un tono di allegro mozartiano, che stempera anche le riflessioni più drammatiche sull’essenza della natura umana e sulle debolezze che la contraddistinguono.
“Mi costringo a scrivere ogni giorno, come un impiegato. Scrivere è la mia vita. Mi piace farlo, non mi dà da vivere, però è la mia maniera di essere”, dice Júdice a Antonio Jiménez Barca su «El Pais». Eppure nessuna delle sue poesie appare in alcun modo esito di costrizione o forzatura, né ha il sapore di un testo d’occasione o di un esercizio virtuosistico. Il poeta è simile piuttosto al pellegrino, che talvolta non vorrebbe partire per luoghi sconosciuti, poi fa leva su se stesso e si mette in viaggio verso una meta che non ha, per approdare al vuoto (lo stesso che occasiona la poesia), e scoprirvi cose inaspettate, tornando carico di tesori al punto di partenza, all’intersezione tra più mondi. Apprestandosi al viaggio del comporre, Júdice si lascia trasportare dalla propria stessa scrittura, interroga le parole, le lascia risuonare, riverberare nell’eco di se stesse, poi prova nuove combinazioni alla ricerca di quella “musica delle parole” che costruisce anche – a livello incosciente, talvolta, ma pienamente dominato nella tradizione poetica, una musica del senso” (La poesia nel mondo). Dalle sue poesie traspare un raffinato gusto del linguaggio, il poeta pare divertirsi nel manipolare la lingua a piacimento, cercando di forzarne i limiti, pur sapendo di non poterli mai del tutto valicare. Alcuni testi di La materia della poesia sono particolarmente complessi dal punto di vista sintattico, le idee vanno concatenandosi verso dopo verso, generando l’andamento di un discorso che a sua volta si riflette, attuandosi, inscenandosi. Il poeta incastra sapientemente tra loro i mattoni del linguaggio per costruire l’edificio del discorso filosofico, che si traduce spesso in una riflessione meta poetica: la poesia interroga se stessa e le singole parole si tendono all’estremo del proprio senso, frastagliandosi nelle sue molteplici sfumature, quasi a voler mettere alla prova la propria resistenza. In altre poesie Júdice veste con estrema naturalezza panni altrui, assume nuove identità, reali o presenti nell’immaginario collettivo, racconta o rievoca storie che non gli appartengono, o che gli appartengono solo in forma mediata, simbolicamente, quali proiezioni di sé e di esperienze pregresse. Vi sono infine poesie in cui sveste ogni maschera e si rivolge senza alcun filtro – onirico, surreale, ironico, filosofico – al lettore. Sono le poesie che Júdice, in un’intervista rilasciata a Millicent Borges Accardi per «Portuguese American Journal», definisce “le più profonde”, quelle in cui combina passato e presente “per creare una pienezza che nutre la vita e la poesia”, ripristinando l’interezza della loro relazione. L’altezza di queste poesie “piene” risiede nella profondità dell’introspezione, nella pacata oggettività della descrizione, nel dolente distacco dalle cose nel momento stesso in cui il poeta le abbraccia con lo sguardo. In queste poesie il poeta abbandona la mise-en-scène, sceglie il sintagma più lineare dal serbatoio di quella sua complessa “sintassi dell’io” di cui efficacemente scrive Vincenzo Russo in un bel saggio comparso su «Griseldaonline», e mette liberamente in scena se stesso e la propria diretta e personale esperienza delle cose, quand’anche simbolicamente trasposte, scandagliando il buio della propria memoria in cerca di figure che riemergono prepotentemente alla luce del presente. È lì che la musica della parola le avvolge e rischiara, integrandole alle “cose più semplici”, di cui Júdice estrae la complessità e il mistero, alla frontiera tra il mondo empirico, con tutte le sue stratificazioni di concreti mondi concentrici, e i mondi altri che ammiccano nel buio dove la poesia si addentra per tornare.
9 poesie da La materia della poesia (2015),
di Nuno Júdice
Poetica
Voglio che la mia poesia parli di barche e d’azzurro, che parli
del mare e del corpo che lo cerca, che parli di uccelli e
del cielo che abitano. Voglio una poesia pura, pulita
dai rifiuti delle cose banali, delle contaminazioni di chi
guarda solo per terra; una poesia dove il sublime ci
tocchi, e il poetico sia la parola piena. È questa poesia
che scrivo sulla pagina bianca come la parete che era
appena stata verniciata, con le sue imperfezioni
cancellate dalla luce del giorno, e un riflesso del sole
a gridare la vita. E voglio che questa poesia discenda
nelle cantine dove la miseria si accumula, sulle panchine
dove dormono i senza tetto e i senza speranza,
sulle tavole sporche dei resti dell’alba, negli
angoli dove la donna della notte attende l’ultimo
cliente, sulla disperazione di chi non sa da che parte
fuggire quando la morte bussa alla sua porta. E canto
la bellezza che sopravvive alle frasi comuni, alle parole
sporcate dal quotidiano dei mediocri,
ai versi slavati di chi non ha mai sentito
il grido dell’angelo. E dico questo perché sia, nella
poesia, come la pietra scolpita da un fuoco divino.
Ofelia e le ninfe
Sulla riva del fiume le sabbie scuriscono, chiedendo
il fango dell’autunno; e dietro ai rami, le
ninfe dormono, ebbre di sonno. Non vogliono
essere svegliate; nude, si appoggiano le une
alle altre, come se nel dormire perdessero
il desiderio che le fa nitrire, come puledre,
affondando i piedi negli occhi che le scoprono.
Ma il fiume non scorre; e nell’acqua ferma, una
trasparenza di freddo consente di vedere il corpo
di naiade di un’Ofelia inquieta. Sul suo volto
dove muore la vita solo le labbra sono di sangue
vermiglio, e ancora verso terra la spingo, con reti
da pescatore, per stenderla sulle pietre
che le straziano la pelle, in un ultimo rantolo.
Il sole sveglia le ninfe; e tutte accorrono
attorno alla morta, gridandole di alzarsi;
nei suoi occhi lividi, però, soltanto una porta
si chiude. Chi c’è rimasto dietro?
Domanda senza risposta. Ma io ritorno
a casa, apro la finestra; ed è Ofelia che mi
accoglie, sveglia, rinata e pura camelia.
Rol
Paro na rua para ver a montra da mercearia
como se analisasse um poema. Chouriços e alheiras
estendem-se como versos, sacos de bacalhau
arrumados como estrofes, garrafas de azeite
que dão sabor à secura das rimas, o pão
que guarda ainda a levedura de um ritmo
que se mastiga na boca – tudo
está no seu lugar, como se o merceeiro
soubesse que existe uma poética
própria para regular as compras. Depois,
entro na loja; e quando me perguntam
o que quero fico na dúvida: romãs,
ou o verso branco de um pacote
de farinha? Um pedaço de queijo, ou
a metáfora embalada para consumo
rápido? Castanhas ao quilo, como se fossem
sílabas, para assar no forno da frase? E acabo
por sair sem trazer nada, mas com
o poema no saco das compras.
Eva
Quando Eva girava nuda per il paradiso,
ingannava la noia all’ombra degli alberi, cogliendo
fiori, odorandone il profumo,
e pensando che sarebbe stato bello avere un cielo
per sbirciarvi.
Un giorno, uno di questi fiori si trasformò in
frutto; e Eva se lo portò alla bocca, lo morse ne assaggiò
la polpa. Per uno strano effetto
di causa e conseguenza, il sapore della mela
obbligò Eva a coprire la sua nudità
con foglie e fiori, che divennero
una metafora del corpo
che nascondiamo.
In seguito, il peccato si mutò in una semplice
figura retorica, e il sesso in esercizio
d’interpretazione.
Big Bang
Scrivo in questa luce fluida ciò che
il tempo mi lascia vedere: un’eco di astri
nelle volte dell’infinito, col suo disegno
di suono che va limando gli spigoli
del silenzio.
E qualcuno mi diceva
che non era così: lo spazio si trascina
tra divinità e
le immensità
vuote di una lacuna
di galassie.
Ma l’astronomo non perde
tempo con la metafisica; e ciò che sa
della religione si limita a un registro
di nomi, tra stelle
e pianeti.
Tuttavia, sente la musica che viene
dall’esplosione primordiale, e solca da un capo
all’altro l’universo. Che parola si perse
in mezzo ai frammenti dell’eternità,
risucchiata dal buco nero del centro?
E di notte, quando non c’è luna
né nuvole, scrivo nel quaderno del cielo
la frase che mi dettano le galassie, come
fossi un astronomo, e sentissi
il rumore di un motore che non si ferma.
Democrazia
Andai dalla democrazia imbalsamata, come
il cadavere di Lenin, a fiutare acquaragia e formalina,
in uno scantinato dell’Europa. Le stillavano addosso
unguenti e colonie, la bruciavano d’incenso
e hashish, le recitavano l’opera completa di
Rousseau, di Saint-Just, di Victor Hugo, e
il corpo non si muoveva. Le gridavano libertà,
uguaglianza, fraternità, e la povera morta
odorava di camposanto, come fosse in attesa
di autopsie che non venivano, referti, dienneate
che le dessero famiglia e discendenza. Sperai
che tutti le si levassero di torno, scrutai a fondo
uno dei suoi occhi, e vidi che si muoveva. Le presi
una mano, le chiesi di svegliarsi, e le vidi fremere
le labbra, per dire qualcosa. Un testamento?
L’ultima verità del mondo? “Cosa vuoi?”,
le chiesi. E lei, quasi viva: “Una sigaretta!”.
A Lisbona
Entra nel caffè e siedi al tavolino che
ancora non hanno pulito, come non avessi
scelta. Allontana da te il posacenere, la tazza ancora
tiepida, il bicchiere di grappa bevuta fino all’ultima
goccia, e scuoti i capelli in modo che le ombre
che vi sono si disperdano. I tuoi occhi restano
prigionieri del tetto dove una striscia moschicida
è rimasta da un’estate ormai da tempo
passata. Chiazze di fumo e umidità,
e gesso a vista, compongono il quadro
astratto dove cerchi un senso per quello
che ti manca. Le tue mani esitano, sopra
le gambe, come non avessi deciso
che fare. Ma se uscissi nuovamente, dove
andresti, ora che è scesa la sera e non si vede
chi passa dietro la vetrina? E se restassi,
chi potrebbe arrivare, a quest’ora per non lasciarti
solo con te stesso, al tavolino che il cameriere
tarda a venire a pulire? Senza sapere
perché, ho tenuto la tua immagine, e parlo con lei
in questa poesia che conosce il tuo nome, senza dir
nulla, come tu le avessi intimato il segreto.
Resoconto
Faccio l’inventario dei mobili in questa casa vuota,
in un quaderno di scuola, riempiendo le righe
con un minuzioso disegno di parole:
un armadio d’anime, una sedia a dondolo,
una credenza d’echi, un tavolo senza gambe,
uno specchio d’ombra, un angolo interrotto
nella cesura del verso, uno scaffale d’immagini.
Porto questa lista al notaio; e gli chiedo di
cancellare gli oggetti inutili, affinché il quaderno
serva a qualcosa. Ma lui mi chiede
di sostituire le parole con gli oggetti. Allora,
ripongo l’anima nell’armadio, cullo sulla sedia
il corpo, grido nell’abisso della credenza, faccio
camminare il tavolo, mi guardo nello specchio del verso,
e tolgo dallo scaffale tutte le immagini.
“Ma che casa è?”, mi chiede
l’impiegato. Gli dico che le stanze sono
le strofe, che i muri sono fatti con
i mattoni dei versi, che un gesso di rime
riempie gli interstizi. Le uniche cose che non so indicare
sono la strada, il civico, il colore delle pareti. È una casa
che non esiste, nonostante sia la mia casa.
E la svuoto di mobili, oggetti, parole,
finché resta solo la poesia che l’ha costruita.
La materia della poesia
Per Salah Stétié
C’è una sostanza delle cose che non
si perde quando le ali della bellezza
la toccano. La perdiamo di vista, talvolta,
girando gli angoli della vita; ma
lei ci insegue con il suo desiderio
di permanenza, e viene a contaminarci
con l’infezione divina di una febbre di
eternità. I poeti lavorano
questa materia. Le loro dita estraggono
il caso da dentro chi va
loro incontro, e sanno che l’improbabile
si trova nel cuore dell’istante,
nell’incrocio di sguardi che
la parola della poesia traduce. Leggo
ciò che scrivono; e dalla fiamma che
i loro versi alimentano si leva
un fumo che il cielo disperde, in
mezzo all’azzurro, lasciando appena un
eco di ciò che è essenziale, e permane.
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(versión original de los poemas en portugués)
9 poemas de A Matéria do Poema,
de Nuno Júdice
Poética
Quero que o meu poema fale de barcos e de azul, fale
do mar e do corpo que o procura, fale de pássaros e
do céu em que habitam. Quero um poema puro, limpo
do lixo das coisas banais, das contaminações de quem
só olha para o chão; um poema onde o sublime nos
toque, e o poético seja a palavra plena. É este poema
que escrevo na página branca como a parede que
acabou de ser caiada, com as suas imperfeições
apagadas pela luz do dia, e um reflexo de sol
a gritar pela vida. E quero que este poema desça
às caves onde a miséria se acumula, aos bancos onde
dormem os que não têm tecto nem esperança,
às mesas sujas dos restos da madrugada, às
esquinas onde a mulher da noite espera o último
cliente, ao desespero dos que não sabem para onde
fugir quando a morte lhes bate à porta. E canto
a beleza que sobrevive às frases comuns, às
palavras sujas pelo quotidiano dos medíocres,
aos versos deslavados de quem nunca ouviu
o grito do anjo. E digo isto para que fique, no
poema, como a pedra esculpida por um fogo divino.
Ofélia e as ninfas
Na beira do rio as areias escurecem, pedindo
o lodo do Outono; e por trás dos ramos, as
ninfas dormem, ébrias de sono. Não querem
que as acordem; nuas, encostam-se umas
às outras, como se ao dormirem perdessem
o desejo que as faz relincharem, como potras,
enterrando os pés nos olhos que as descobrem.
Mas o rio não corre; e na água parada, uma
transparência de frio deixa ver o corpo de
náiade de uma inquieta Ofélia. No seu rosto
onde a vida morre só os lábios são vermelho
sangue, e ainda a puxo para terra, com redes
de pescador, para a estender nas pedras
que lhe rasgam a pele, num último estertor.
O sol acorda as ninfas; e todas acodem
em torno da morta, gritando que se erga;
nos seus olhos lívidos, porém, só se fecha
uma porta. Quem ficou por trás dela?,
pergunta sem resposta. Mas dou a volta
à casa, abro a janela; e é Ofélia que me
recebe, acordada, renascida e pura camélia.
Rol
Paro na rua para ver a montra da mercearia
como se analisasse um poema. Chouriços e alheiras
estendem-se como versos, sacos de bacalhau
arrumados como estrofes, garrafas de azeite
que dão sabor à secura das rimas, o pão
que guarda ainda a levedura de um ritmo
que se mastiga na boca – tudo
está no seu lugar, como se o merceeiro
soubesse que existe uma poética
própria para regular as compras. Depois,
entro na loja; e quando me perguntam
o que quero fico na dúvida: romãs,
ou o verso branco de um pacote
de farinha? Um pedaço de queijo, ou
a metáfora embalada para consumo
rápido? Castanhas ao quilo, como se fossem
sílabas, para assar no forno da frase? E acabo
por sair sem trazer nada, mas com
o poema no saco das compras.
Eva
Quando Eva andava nua pelo paraíso,
disfarçava o tédio à sombra das árvores, colhendo
as flores, cheirando o seu perfume,
e pensando como seria bom ter um céu
para espreitar.
Um dia, uma dessas flores transformou-se em
fruto; e Eva levou-a à boca, trincou-a, provou
a sua polpa. Por um estranho efeito
de causa e consequência, o sabor da maçã
obrigou Eva a cobrir a sua nudez
com folhas e flores, que passaram
a ser uma metáfora do corpo
que escondem.
Então, o pecado tornou-se uma simples
figura de retórica, e o sexo um exercício
de interpretação.
Big Bang
Escrevo nesta luz fluente o que
o tempo me deixa ver: um eco de astros
nas abóbadas do infinito, com o seu
desenho de som limando as arestas
do silêncio.
E alguém me dizia
que não era assim: o espaço arrasta-se
por entre deuses sem préstimo e
as imensidões
vazias de uma lacuna
de galáxias.
Mas o astrónomo não perde
tempo com a metafísica; e o que sabe
de religião limita-se a um registo de
nomes, por entre estrelas
e planetas.
No entanto, ouve a música que vem
da primeira explosão, e atravessa o universo
de uma ponta à outra. Que palavra se
perdeu no meio de fragmentos de eternidade,
sugada pelo buraco negro do centro?
E à noite, quando não há lua
nem nuvens, escrevo no caderno do céu
a frase que as galáxias me ditam, como
se fosse um astrónomo, e ouvisse
o ruído de um motor que não pára.
Democracia
Fui dar com a democracia embalsamada, como
o cadáver do Lenine, a cheirar a formol e aguarrás,
numa cave da Europa. Despejavam-lhe por cima
unguentos e colónias, queimavam-lhe incenso
e haxixe, rezavam-lhe as obras completas do
Rousseau, do saint-just, do Vítor Hugo, e
o corpo não se mexia. Gritavam-lhe a liberdade,
a igualdade, a fraternidade, e a pobre morta
cheirava a cemitério, como se esperasse
autópsias que não vinham, relatórios, adêenes
que lhe dessem família e descendência. Esperei
que todos saíssem de ao pé dela, espreitei-lhe
o fundo de um olho, e vi que mexia. Peguei-lhe
na mão, pedi-lhe que acordasse, e vi-a tremer
os lábios, dizendo qualquer coisa. Um testamento?
a última verdade do mundo? «Que queres?»,
perguntei-lhe. E ela, quase viva: «Um cigarro!»
Em Lisboa
Entras no café e sentas-te na mesa que
ainda não foi limpa, como se não tivesses
escolha. Afastas de ti o cinzeiro, a chávena ainda
morna, o copo de bagaço bebido até à última
gota, e sacodes os cabelos para que as sombras
que ali estivessem se dissipem. Os teus olhos
ficam presos ao tecto, onde uma fita para
apanhar moscas ficou de um verão há muito
passado. Manchas de humidade e de fumo,
e gesso à vista, compõem o quadro
abstracto onde procuras um sentido para
o que te falta. As tuas mãos hesitam, sobre
as pernas, como se não tivesses decidido
o que fazer. Mas se voltasses a sair, para
onde irias, agora que a tarde caiu e já não
se vê quem passa, por trás da montra? E
se ficares, quem poderá chegar, a esta hora,
para não te deixar só contigo, nessa mesa que
o criado demora em vir limpar? Sem saber
porquê, guardei a tua imagem, e ando com ela
neste poema que sabe o teu nome, sem nunca
o dizer, como se lhe tivesses pedido segredo.
Relatório
Faço o inventário dos móveis nesta casa vazia,
com um caderno de escola, enchendo as linhas
com um desenho minucioso de palavras:
um armário de almas, uma cadeira de balouço,
um aparador de ecos, uma mesa sem pernas,
um espelho de sombra, um ângulo interrompido
na cesura do verso, uma estante de imagens.
Levo esta lista ao notário; e peço-lhe que
risque os objectos inúteis, para que o caderno
sirva para alguma coisa. Mas ele pede-me que
substitua as palavras pelos objectos. Então,
ponho a alma no armário, balouço o corpo na
cadeira, grito no abismo do aparador, faço
andar a mesa, olho-me no espelho do verso,
e tiro da estante todas as imagens.
«Que casa é esta?», pergunta-me o
empregado. Digo-lhe que as salas são
as estrofes, que os muros são feitos com
o tijolo dos versos, que um gesso de rimas
preenche os interstícios. Só não sei indicar
a rua, o número, a cor das paredes. É uma casa
que não existe, embora seja a minha casa.
E esvazio-a de móveis, de objectos, de palavras,
até ficar apenas com o poema que a construiu.
A matéria do poema
Para Salah Stétié
Há uma substância das coisas que não
se perde quando as asas da beleza
lhe tocam. Perdemo-la de vista, às vezes,
por entre as esquinas da vida; mas
ela persegue-nos com o seu desejo
de permanência, e vem contaminar-nos
com a infecção divina de uma febre de
eternidade. Os poetas trabalham
esta matéria. Os seus dedos tiram
o acaso de dentro do que vem ao
seu encontro, e sabem que o improvável
se encontra no coração do instante,
num cruzamento de olhos que
a palavra do poema traduz. Leio
o que escrevem; e da chama que
os seus versos alimentam eleva-se
o fumo que o céu dispersa, por
entre o azul, deixando apenas um
eco do que é essencial, e fica.
*(Mexilhoeira Grande – Portugal, 1949). Poeta, narrador, ensayista, dramaturgo, editor profesor universitario y diplomático. Realizó estudios de Filología romana. Es crítico literario y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Lisboa y agregado cultural de la embajada portuguesa en Francia. Dirige, además, la Casa de Poesía de Fernando Pessoa. Es considerado uno de los más importantes poetas portugueses surgidos a continuación del grupo Poesía 61. Es también crítico e investigador literario, se ha especializado en la época modernista portuguesa.
[1] Nuno Júdice, de El lenguaje poético, de Un chant dans l’épaisseur du temps, suivi de Méditations sur des ruines [Un canto en el espesor del tiempo, seguido por Meditaciones sobre ruinas], Poésie/Gallimard 1996.
[2] Nuno Júdice, da Il linguaggio poetico, in Un chant dans l’épaisseur du temps, suivi de Méditations sur des ruines [Un canto nello spessore del tempo, seguito da meditazione su delle rovine], Poésie/Gallimard 1996.