Por: Ethel Barja
Crédito de la foto: Alastor Editores
9 poemas de Insomnio vocal (2016),
de Ethel Barja
hilos
1
Espero la fuerza que interrumpa
este crecimiento que se alza entre mis huesos.
He soñado con la destrucción de sus muros.
Sitiada por sus cristales,
observo su gesto ilimitado.
El enjambre que habita mi pecho
me tiene en vela
y pienso desmantelarlo
con una fórmula sencilla y sin alquimia,
como quitarle el pelaje a un gato
hebra por hebra.
Por eso mis luces encendidas en horas diurnas.
El juego que guardo bajo las uñas
es la asfixia lenta de cada vocablo,
mas ellos se atrincheran,
llaman a una nueva criatura
y ella pone su cuerpo sobre mi espalda.
La danza de su ruido
canta con mi carne.
2
Cae sin estridencia
desde el sueño abierto entre peñascos.
Signo abandonado a su relieve.
Ella apoya los ojos,
rasga otras voces en la bruma,
inhala y expira el crujido
donde se abren y se cierran esas costras,
branquias de la existencia.
Eco en vela
Ir por la falange despacio, atravesarte,
como un alpinista al borde de una costra.
Devorar una que otra oración no por saciedad,
por malicia.
La destreza duerme en los paladares,
hierve entre las preocupaciones dentales
y se hace dura simulando pretensiones serias.
Crío este equilibrio en el fondo de una botella,
abismo al que despierto en el delirio,
y veo los cadáveres incendiados que vuelven el rostro
y dejan expuestas sus lenguas de fuego,
lenguas entrecruzadas de vértigos coleópteros,
la roja pulpa de un mal sueño,
ojo del paso estacional de los seres afiebrados,
el vagabundeo de su hambre,
la cerca de sus huesos.
Veo el lomo de la manada como una pieza indestructible,
mi reflejo en la fuente seca,
en la garganta deshabitada de la ira propia.
las pesadillas de lo visible
1
Las sombras dejan sus prendas en la oscuridad,
se cobijan bajo las luces de neón,
mudan la piel entre chispazos plastificados.
Abiertas todas las pupilas,
ninguna penetra su brillo.
Esas sombras caminan desnudas,
en los rincones dejan sus gestos de amor.
La palabra se abre sobre esa danza.
Todo oídos el tránsito me acaricia,
germina el zumbido de la caña
en la carne macerada.
2
Memorias, criaturas que deambulan por las calles,
con ellas tropiezo,
las insulto,
les reparto unos cuantos manotazos,
enmiendo su postura.
Ellas contestan con un ruido en retirada,
arremeten con un bostezo insoportable
y cuando por fin de puro cansancio se alejan,
las sueño arrítmicas e inofensivas.
Un parpadeo, un descuido,
y voraces avanzan más acá del sueño,
y ya no sé cómo mirarlas,
con qué violencia,
con qué compasión.
Las pongo sobre mi espalda
para que inflen sus pulmones y enciendan sus huesos.
Las pronuncio y bebo su ritmo
seducida por su oscuro costado, su extravío.
3
cu er das
mu ti la das
El cáñamo y el péndulo de lo visible.
Demasiado inútil abrir la mano
y decir, «cae», simplemente, «precipítate».
Todo cabo está extraviado.
La mano siempre está abierta
y todas las sogas en vela
sin saber de dónde sacar más nudos,
más tiempo, certeza del puño
y el cáñamo apolillado gira loco en el horizonte
estremecido en los umbrales,
tras el tejer empecinado, ciego, dando tumbos.
4
El crepitar de lo que cae,
los ruidos imperceptibles,
los gestos repentinos en cada esquina,
el tumulto y los cuellos atrapados,
la garantía del orbe encendido.
Algo familiar muere en cada objeto
con su muerte de callejones sin salida.
Van y vienen de lo inerte,
la inmovilidad anhelada,
no asir
dejar
caer
danza
Extravío en la hendidura,
en la encrucijada que surca la epidermis,
yo, sonora habitante nocturna,
acaricio las cuerdas arrancadas,
el tibio espacio de las desapariciones.
El pulso de lo que me rodea
devoró todo contorno,
atravesó mi lengua.
No hay más luz que la abundancia de lo que muere.
Vagan los reflejos en desconcierto
mientras te poseo detrás de las puertas sin umbrales.
Voy divisible, arco ensimismado.
Se atiza la fuga de las pieles en colores terráqueos.
Crece la inquietud de lo vivo y fragmentado.
Duerme la imaginación de lo uno y de lo otro,
de lo uno en lo otro
de lo otro más otro.
Deshojo con los dientes los abismos,
paladeo los carbones encendidos.
***
Renuevo estas agujas
en la costura imposible de borde rojizo,
en el vocablo salado
en la geografía del calor efímero,
en los pasos reunidos en la línea del horizonte
que van como marcas de angustia en el oído,
como la huella de la voz que su lengua no roza,
el insomnio de la ninfa vocal.
***
Recién llegado agrieta el aire
se ciñe a su presencia sin bordes.
Sus dientes luchan con su propio estrépito
y pregunta por él a sus extremidades.
La palabra antes de la palabra
brilla en su paladar.
Ese amasijo de calles
transformadas en resonancia.
El plural en una sola sílaba
se descubre en el ojo recién nacido,
abierto al sinnúmero que pulula,
a su estrellarse vigoroso,
el nítido murmullo que sonríe
en la piel tierna en sudoroso destello,
y lo que ellos soñaron camina consigo en las veredas,
y hablan entre ellos como nunca antes
tocándose como nunca
en la encía de la criatura,
en el espejo de su grito.
***
Una ventana para no mirar,
para tener qué tapiar en el invierno.
Una ventana para darle hogar a la mugre
para enrarecer el aire adentro y acoger la brisa
de afuera, siempre impoluta, tan fresca.
Una ventana para sitiar el adentro
para que el viento arremeta
y haga peligrar las cabezas.
Una ventana que espere su destrucción
pacientemente, con las astillas en guardia
con su cristal opaco, garantía del sobresalto.
Una ventana como un precipicio,
como el borde del dedo de un niño que señala,
como la vitalidad de las estatuas nocturnas,
la escisión en el muro de carne.
***
Suena la piedra contra la piedra en el mortero.
El abrazo del viajante que atraviesa la puerta y la abandona.
Suenas leche ensimismada en la penumbra
y voy contra las paredes, sus costados abiertos.
Los pasos dejan hoyos negros que susurran,
graznan en el alba y la gota cae crispada en el cascajo.
Miles de vueltas en la cama y mi oído traspasado.
Suena el tronco en dos mitades alumbradas,
la luz misma deja su fragor en la legaña.
La voz no se encuentra más en los espejos
su rostro es la masa sonora que golpea,
el duelo enmudecido que rasga los cristales.
Volver a sí es extravío, acorde trunco.
Les replico ante su dureza, su gozne, su lechoso movimiento
lo que he cernido por escucharme,
señalo la mancha roja en los tamices,
y me escucho en ellos como si volviera muchas veces
y mi piel madura un fruto extraño con miles de semillas.
cuarto inciso
el cadáver de mi caballo me acompaña
su mandíbula tierna
me da los buenos días
y yo limpio sus dientes
mientras veo llegar la luz
su respiración se agita
envidio su paso
tan gallardo entre las sombras