Texto por Sergio Cueto
Poemas por Marcelo Rizzi
Crédito de la foto (izq.) el autor /
(der.) A capela Ed.
Ceremonia
Algo sucede, parece. Sutil, inaparente. El poema lo llama, a veces, la vida. No es algo, en verdad. Es el suceder mismo de lo que sucede, poco o mucho. El suceder a secas. Según una antigua metáfora, es el río, y la navegación de ese río.
De lo que sucede no sabemos, sin embargo, nada. Vivimos sin saber. Por eso el carácter gnómico, es decir, a la vez sentencioso y sapiencial, del poema es manifiestamente irónico. Se trata de aforismos, máximas, casi axiomas, pero en torno a lo desconocido, lo ajeno, impracticable; fragmentos de una ceremonia hecha de imágenes remotas, de gestos secretos, pero en cualquier caso referidos a ese suceso, esa epopeya silenciosa que, se presume, es la vida. El poema escruta con la palabra el decir del silencio.
De allí el sueño de la prosa, esa prosa que va derecho, sin vueltas, a su diana. La prosa es el sueño del verso. El verso vuelve, no deja de intentar volver a la rectitud de la prosa para ir hacia el silencio de lo que sucede, el silencioso suceder de la vida.
Porque hay que saber cuándo y dónde mirar para encontrar lo que sucede si lo que sucede es la vida, el suceder mismo, esa perfecta apariencia que es a la vez una absoluta sustancia. El suceso sucede siempre ahora, aquí, pero aquí y ahora se escapa al suceder, igual que se sustrae la danza en cada paso, en cada nota la música.
Por eso cada poema está encabezado por una fecha. Las fechas señalan las estaciones de aquella pérdida, la fallida experiencia de la vida, del suceso que no habremos vivido y que habrá sido la vida en nosotros, como una pausa entre dos nadas. Esa pausa que no es nada, nada más que el resto de su propia ausencia, es lo que cada poema intenta en vano computar con el día bisiesto, ese día que sobra porque viene a suplir el defecto de los días. La prosa bisiesta es por eso la corrección incesante que el poema opera sobre sí mismo para por fin residir en la pausa del silencio, o en la vida.
7+1 poemas de Prosa bisiesta (2020),
de Marcelo Rizzi
Fare thee well
A friend like thee might bear my soul to hell.
William Shakespeare
[junio, 2004]
Se dice que en verdad nadie
recuerda los orígenes exactos,
que siempre es un reverso del
cielo la raíz, que fracasa lo implícito
si se vuelve plegaria o manifiesto.
Esto que ahora inquieta tanto:
cómo el lápiz se desplaza de un
extremo al otro, la resistencia
del papel ante la amenaza del
trazo. Nunca se sabe cómo es
que ocurrió todo. Si se viaja de
la periferia hacia el centro y sigue
amargo el sabor de la amarga
naranja, oscuro el regreso por el
callejón que nos trajo al mundo,
dulce y tibio el aire aquí dentro.
Agrio sí era el mar que se navegaba,
agria esa primera cucharada de
estiércol.
[diciembre, 2004]
Forjadores de metáforas arduas,
hay quienes dicen que los jardines
ocurren solo los días de lluvia, que
ningún ser sobrevive a menos que
pacte con los de la cuadra: fríos lacres
en los viejos documentos, la firma
nerviosa sobre el último inciso, en la
página amarilla una nueva mancha
de aceite. Clavados en el devenir
de una epopeya silenciosa, se sale
a observar el meteoro del mismo modo
que cuando se dialoga con simientes,
o cuando bien pertrechados se cree
comer con frutos morados el más
recóndito corazón de invierno, o se
niega tres veces del agua su fábula
sagrada orinando por la noche en
sus vertientes.
[marzo/abril, 1988]
Puede suceder que una conversación
haga trizas su prosapia de espejos,
si tratamos con los estados inciertos
del alma. Pero será de otra especie
fugitiva, ocasional, nuestra amistad,
si a los de la materia concierne. Por eso
suele decirse que es letal el brazo que
se extiende en la guadaña, letal para
el tallo y el nervio, jamás para la savia.
Como en esas antesalas infinitas
de un festejo, la vida, tal como se la
concebía desde los andamios, no era
aquello que veíamos desde las alturas,
sino lo que sucedía entre ese viento
que llegaba desde el fondo de los días
y el vacío urgente, impío, de los huesos.
[agosto, 1988]
A cada momento enseñamos al congénere
que camina a nuestro lado cómo se pierden
las partidas, las apuestas. Así fue, por ejemplo,
cómo el río nos atravesaba por dentro: en un
instante el remolino, cortejo de siglos sin sentido.
Después aquello que daba muerte a los lobos
pequeños, ápice de la ola del tiempo detenido
en el puro alzarse. Pero ahora dicen que la huella
de lo que ocurrirá ya está presente en lo que hoy
deseamos abolir de raíz, que al inicio de todo
ya se conoce el diagnóstico de la enfermedad;
que se comienza a viajar sin atender cuál
será la hora de partida ni el transporte;
que a su turno se vuelve a regar la fanega,
a ordenar de nuevo la casa, a apartar de
un soplo las cenizas del umbral.
[mayo/junio, 1996]
En tiempos de sublevaciones o de vigilias
es dable suponer que allí escribe sus obituarios
el diablo de las cosas remotas. Sucia está la rosca
del tornillo, la sal endurecida en el salero, sulfitos
brillantes en el fondo de los vasos. Me detengo a
observar el ovillo: donde está su origen debería
también estar su final. En otros hemisferios el paso
de las grullas anuncia el momento de justa maduración
de las bellotas. Concebimos a menudo esa casa de la
infancia, iluminada ahora por dentro, como la más
perfecta de las apariencias con forma de absoluta
sustancia.
[junio, 2004]
Hablábamos entre nosotros como si leyéramos
un libro en silencio, tal como recomendaba
hacerlo san Anselmo con los textos sagrados.
El mundo se había reducido a una habitación
donde todo olía a hierba medicinal. Desde lo alto
de la colina podíamos conjeturar que el último
de los límites no es el último, que siempre hay
uno más allá de la mente que lo imagina. Fuimos
como la astucia del escorpión de verano, que se
reproduce por millones justo al morir la primavera,
y también esos que regaban la cabaña del cazador
cada noche con una mezcla de líquidos inflamables
y licores, y que luego como si nada se echaban a
dormir.
[Poggio Boldrini, San Giovanni d’Asso, Siena]
[noviembre, 1964]
Aturden las verdades del tipo: morir es ya
un válido intento, la ausencia de mundo
es la más íntima voz; o: seguro se paga
una suma no exigida por un rescate incierto.
En cambio son deseables las que afirman
que algo sigue vivo en el rescoldo de las
brasas, aceptables las que niegan que la niebla
se haya tornado hoy más impura e invisible,
que siempre se desatienda del propio cuerpo
lo más próximo a desaparecer, esa raíz filiforme
que nos amarra a los días, omite en su crecer
la forma del desastre y nos arrastra de los pies.
[octubre, 1964]
Honrarás tu ausencia, tu forma de fugar.
Sentirás que algo te recorre el cuerpo;
mirarás y no habrá nada: objetos invisibles
adheridos a la piel. Piensa bien quien en su
propia carne reconoce que la anomalía crecerá,
que el grano fermentará, que será como una
apoplejía que sucede cada año al inicio del verano,
con las manos al volante, con la piel tostada
por el sol, y la arena entre los dedos como
una pausa entre dos nadas.
[Hengistbury Head, Christchurch, Dorset]
*(Rosario-Argentina, 1961). Estudió Historia y Filosofía en la Universidad de Rosario (Argentina). Obtuvo el Premio Concurso Felipe Aldana de la Editorial Municipal de Rosario (2007). Ha publicado en poesía El comienzo oblicuo de todo desorden (2001), Sinopie (2003), Casa incompleta (2007), La isla de los perros (2009), La destrucción (2015), El libro de los helechos (2018), Los saberes esenciales (2019) y Driftwood (2020).