Por Julia Bellido*
Selección de poemas por Marco Vidal González
Crédito de la foto (izq.) Poesía Garvm /
(der.) archivo de la autora
7+1 poemas de Desobediente (2023),
de Julia Bellido
Desobediente
Mis padres me prohibieron ser feliz.
Aquella era la norma indiscutible
para así no alterar
el orden de la casa.
Todo estaba en su sitio,
y también la tristeza
estaba allí, donde debía estar.
Las tragedias ocultas de la guerra,
el alcohol, la impotencia,
y el no poder llegar a fin de mes.
Todo bien colocado,
estirado y planchado
y eso implicaba
no reír
no molestar jugando,
no levantar del todo las persianas
no fuera a entrar la luz o el aire fresco.
Aquella era la norma.
Pero ahí estaba yo,
encerrada en mi cuarto
con un muro de libros en la puerta
devorando palabras
descubriendo otras normas.
Tan pequeña… y desobedeciendo.
Rito de paso
Los aullidos del cerdo degollado
y la sangre cayendo
en una palangana desconchada.
Me escondo
tras la falda escocesa de mi madre
y me tapo los ojos
sintiendo como el miedo
me paraliza el cuerpo.
Manos rojas, pringosas,
bocas anchas que ríen
se acercan hasta mí
blandiendo un intestino
como una cuerda viva.
Y la niña, tan pequeña y pálida,
-mi yo más inocente- se aleja de mí misma
hasta desvanecerse
y se queda tirada en la cuneta
como una flor de invierno.
Sigo oyendo gritar
a los trozos de carne
que rompen mi niñez
y se detiene el tiempo en la matanza.
Mi madre envuelve y guarda
una mano amputada
con su pezuña sucia y aún caliente
en un papel de estraza.
El vómito me sube a la garganta.
Cincuenta años ya
y aún puedo olerla.
La calma
Puede ser un desastre
una venda en los labios
un sentimiento sordo
de gruta o de caverna
un surco en apariencia
abierto en el origen
que puede no estar muerto
y manar lentamente
el caos y la tragedia
la reverberación sin aspavientos
de una aguja al tejer
lo mismo que la muerte en su escondite.
Mi infancia es un domingo esperando a mi padre
Algunos domingos
mi padre
regresaba borracho
en medio de la noche,
cuando todos los monstruos habitaban mi cuarto
y un aroma muy breve y muy lejano
a tierras encharcadas
entraba por debajo de la puerta.
Mi madre y yo, entonces,
igual que dos pavesas
desprendidas de un cuerpo en combustión,
cubríamos con ceniza los desgarros
que dejaban sus gritos
en todos los cristales.
Era extraño,
pero siempre acababa lloviznando.
Animal errante
Nací a destiempo
y ahora ya no soy
hija de nadie.
Un animal errante
que ronda periferias y barrancos,
bancales pedregosos y eriales
donde hace mucho tiempo que no brota
flor alguna.
A mi madre y mi padre
he dejado de verlos.
Se ha perdido el registro
donde estaban guardadas esas voces,
y ya no las recuerdo.
Fui una niña tardía
producto del cansancio y la costumbre.
Y aquellos a quien debo
mi pulso y mi latido
ya nunca más pronunciarán mi nombre.
Sobre la palabra
La palabra es un fuego
que quema la garganta
cuando muere en los labios
o deja de escribirse.
Cuando nadie la escucha también quema.
Es un hierro candente en las entrañas,
que lo calcina todo.
Pero es lo único que tengo.
No hay dioses y no hay ídolos
más brillantes que ella
cuando puedo verterla como lava
sobre un papel en blanco.
El motivo del caracol
Escribo para hablarme
y hacerme compañía
en este cuerpo-casa,
en esta caracola-laberinto.
Porque el poema es,
en el fondo, una casa que habitar
o una geometría donde hallarse.
Con el tiempo
Quiero ser, con el tiempo,
imperceptible.
Ni siquiera un recuerdo o una sombra.
Difuminarme lenta
como lluvia que escampa y se evapora
y no dejar ni un rastro ni una huella
por donde he caminado.
Invisible, o casi,
también para mis ojos.
Y al fondo del espejo
encontrar solo bruma.
*(Jerez-España, 1969). Poeta. Ha publicado La decisión de Penélope (2009), Mujer bajo la lluvia (2014), Las voces del mirlo (2018), Hojas de Ginkgo (2020) y Desobediente (2022). Se desempeña como colaboradora de Estación Poesía, Cuadernos de Humo y Piedra del Molino.