Por: Rafael Felipe Oteriño
Selección de poemas: Fredy Yezzed
Crédito de la foto: Izq. Ed. del Dock
Der. El autor
7 poemas Viento extranjero (2014),
de Rafael Felipe Oteriño
A LA LENGUA EXTRANJERA
Me asomo a la lengua extranjera como a un reino.
Tesón de palabras
que son valles, esteros, montañas.
A veces se entrelazan y escucho una voz.
Y devociones que permanecían ocultas
se acercan a mi mesa como guardianes altos.
Conversan animosas, intercambian miradas,
las oigo respirar como catedrales
por cuyas naves espaciosas voy.
Entonces, se abre una puerta y la atravieso.
Y detrás hay un palacio con su jardín enorme
y un lago transparente en el que me zambullo y nado.
PEDÍ QUE ESTE VIENTO
Pedí que este viento no terminara nunca
y eso es imposible:
las cosas nacen para sucederse, no para durar.
Es lo que marcan las estaciones,
los cambios en la piel
y esta misma página a través de los años.
No permanecen igual: se suceden.
Incluso la propia imagen del viento
lo dice claramente:
lo que hay es cambio y nada lo frena.
De lo más cálido a lo frío
y del frío a la frialdad extrema.
El viento desprende las hojas,
que siempre son otras, otras.
Contagiadas por esta lección,
las manos se sueltan de las manos.
Nada permanece:
ningún trabajo sobre la superficie blanca del mar.
SEGUNDA NATURALEZA
El amanecer comienza, como siempre, en voz baja.
Lo acompaña un trino que, con el paso de las horas, se apaga.
Entonces entran los grandes autobuses,
palas mecánicas y grúas a reinar sobre el planeta.
Un taladro avisa que el mundo ya está en marcha.
En el silencio de la habitación continúa aquel trino,
aunque sólo esta página lo escucha.
Levanto la vista
y sobre la pared cuelgan fotografías de familia.
Cuadriculan el tiempo, lo fijan: es su modo de reinar en el silencio.
Pero padre, madre, abuelo, hermana, no están allí.
Son como esos pájaros del amanecer
que una luz, casi dorada, despierta.
Hojas de papel, paredes blancas: escudos contra la desaparición.
ARROYO CARNAVAL
No era un río,
no era el mar donde los compañeros del aula veraneaban,
yo lo atravesaba sobre troncos atados.
La otra orilla no era un país,
ni siquiera una región diferente,
donde la curvatura del mundo fuera más visible.
Allí nos emboscábamos y cazábamos.
Cegados por la claridad,
disparábamos perdigones que no daban en el blanco.
No era un río ni una región ni un país,
las cortezas disputaban a las mañanas sus geografías de luz,
las arañas caminaban sobre el agua sin dejar rastros.
Era lo verdadero,
todo lo demás es una historia que se empeña en retroceder.
TODOS, ALGUNA VEZ, ESTUVIMOS EN EL PARAÍSO
El que observó a medianoche la espuma blanca del cielo,
el que oyó un galope prolongado en la estepa de la mañana,
los que presintieron la lluvia y se refugiaron en ella,
el pescador que aguarda el próximo pez que prenderá esa tarde,
el que recuerda el olor a café detrás de una puerta que no existe,
quien siente en la boca la primera palabra de un verso:
todos, alguna vez, estuvimos en el paraíso;
las manos lo tocaron y el pecho aspiró su aroma,
el Paraíso cedió por un instante -se detuvo allí-
alzó un vivac en el que cada fragmento coincidió con su parte:
las sombras con el árbol, el árbol con el camino,
el río de Heráclito con el río a secas.
DESIDERATUM
Ah, los que caminan por el campo de golf
detrás de una centella que el sol baña,
los que tienen proyectos y deseos de proyectar
y no se preguntan si habrá buen tiempo para realizarlos,
los que se internan por un pasaje oscuro
convencidos de que hallarán la puerta y el número,
los que profetizan sentados,
los que no tienen que escribir una sola línea
para medir los grados de su fiebre,
los que llegan a destino y sienten satisfacción,
los que en libretas de bolsillo anotan su sueño,
los que llevan a cabo su sueño,
los que se saben protegidos y los confiados,
los que tienen credo y no exigen señales,
los que en su lecho de enfermo
piensan en la resurrección y en el premio,
para unos y otros hay kilómetros por delante
y días enteros para que todo se cumpla,
también los irónicos y los amables,
porque la centella continúa su vuelo en el aire.
PARÁBOLA
Aparece de pronto en el horizonte, con grandes bocanadas de humo blanco. Deja a nuestro lado su estrépito de hierros calientes, y va directamente al corazón del más joven.
Pero una ventanilla, que dura apenas un segundo en la retina, nos dice que hay más en las entrañas, hacia donde ella va. Más de lo inmenso que gira en sus ruedas; más de lo finito que se consuma en los rieles.
El joven la tiene ahora en sus manos y comienza una tracción que dura años: tomarle la fiebre, acunarla despacio, enderezar el ojo bizco. Mientras el maquinista ajusta los relojes, para que el universo prosiga su viaje.
Gratitud y palabras quemadas es lo que queda de la vida.