7 poemas para Semana Santa

 

Por VV.AA.

Selección Diego Alonso Sánchez y Mario Pera

Crédito de la foto www.zbrushcentral.com

 

 

7 poemas para Semana Santa

 

José Watanabe

 

La crucifixión

 

Elevado en la cruz, hijo mío,
te haces cada vez más vertical: tu cabeza injuriada por espinas
ya toca las más altas nubes.

No te puedo alcanzar, no puedo
cerrar tu herida con mi mano,
y la sustancia dorada
que le dio el Padre
te sigue abandonando por la lanzada.
Al aire han vuelto los olores
de tu nacimiento. Ay niño mío,
crucificado desde siempre,
tu sangre cae
y quema la tierra
y quema los siglos. El tiempo de los pobres
y el tiempo de los reyes,
con su cada hora, tendidos,
están ardiendo a tus pies.

Mañana todo será nuevo,
menos este dolor infinito. Y no hay consuelo,
sólo una pregunta que grito
y acaso Tú reprochas:

¿Era necesario
que la carne de mi carne
sea entegada como alianza
entre la ingrata tierra y el cielo?

 

 

 

Juan Manuel Roca

 

Parábola de cristo

 

Judas apaga la radio y baja de su Cadillac
Para besar a Jesús en la mejilla.
En medio de las coristas que le piden al Señor
Astillas de su guitarra, Judas truena sus dedos
Y deja al pasar un aire de lavanda.
3 decenas de guardias de Wall Street
Bajan de un camión 30 sacos de dólares
Con una bandera de Oriente.
El auto de Judas parte en dos el mar de la noche
Y la tierra prometida.
2 centuriones vestidos con gabardina y borsalino
Le imponen un par de esposas al Mesías
Y lo trasladan a Washington.
El Capitolio brilla acribillado de estrellas
Como un pastel de aniversario.
Los visitantes del Pentágono
Tienen las narices blancas de polvo de los Andes
Y las manos rojas de Lady Macbeth.
Cae el precio del maná en la Bolsa de Valores
Pero graznan cuervos en el azul de Palestina.

Para Juan Gelman

 

 

 

San Juan de la Cruz

 

Tras un amoroso lance

 

Por una extraña manera
mil vuelos pasé de un vuelo
porque esperanza del cielo
tanto alcanza cuanto espera
esperé solo este lance
y en esperar no fui falto
pues fui tan alto tan alto,
que le di a la caza alcance.

 

 

 

Francisco de Quevedo

 

Soneto a Cristo crucificado

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte…

 

 

 

César Vallejo

 

Los dados eternos

 

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
¡tú no tienes Marías que se van!

Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!

Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado.
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.

Dios míos, y esta noche sorda, obscura,
ya no podrás jugar, porque la Tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.

 

 

 

Federico García Lorca

 

LA LUNA PUDO DETENERSE al fin por la curva blanquísima de los caballos.
Un rayo de luz violeta que se escapaba de la herida
proyectó en el cielo el instante de la circuncisión de un niño muerto.

La sangre bajaba por el monte y los ángeles la buscaban,
pero los cálices eran de viento y al fin llenaba los zapatos.
Cojos perros fumaban sus pipas y un olor de cuero caliente
ponía grises los labios redondos de los que vomitaban en las esquinas.
Y llegaban largos alaridos por el Sur de la noche seca.
Era que la luna quemaba con sus bujías el falo de los caballos.
Un sastre especialista en púrpura
había encerrado a tres santas mujeres
y les enseñaba una calavera por los vidrios de la ventana.
Las tres en el arrabal rodeaban a un camello blanco,
que lloraba porque al alba
tenía que pasar sin remedio por el ojo de una aguja.
¡Oh cruz! ¡Oh clavos! ¡Oh espina!
¡Oh espina clavada en el hueso hasta que se oxiden los planetas!
Como nadie volvía la cabeza, el cielo pudo desnudarse.
Entonces se oyó la gran voz y los fariseos dijeron:
Esa maldita vaca tiene las tetas llenas de leche.
La muchedumbre cerraba las puertas
y la lluvia bajaba por las calles decidida a mojar el corazón
mientras la tarde se puso turbia de latidos y leñadores
y la oscura ciudad agonizaba bajo el martillo de los carpinteros.

Esa maldita vaca
tiene las tetas llenas de perdigones,
dijeron los fariseos.
Pero la sangre mojó sus pies y los espíritus inmundos
estrellaban ampollas de laguna sobre las paredes del templo.
Se supo el momento preciso de la salvación de nuestra vida.
Porque la luna lavó con agua
las quemaduras de los caballos
y no la niña viva que callaron en la arena.
Entonces salieron los fríos cantando sus canciones
y las ranas encendieron sus lumbres en la doble orilla del río.
Esa maldita vaca, maldita, maldita, maldita
no nos dejará dormir, dijeron los fariseos,
y se alejaron a sus casas por el tumulto de la calle
dando empujones a los borrachos y escupiendo sal de los sacrificios
mientras la sangre los seguía con un balido de cordero.

Fue entonces
y la tierra despertó arrojando temblorosos ríos de polilla.

 

 

 

Jorge Eduardo Eielson

 

SONRÍE DIOS en la pantalla

Del cielo. Veo su semblante
Hecho de rayas y puntos
Luminosos. Pero no estoy seguro
Si es el suyo o es el mío.
Apago la televisión
Y yo también sonrío

 

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