Por: Rafael-José Díaz
Crédito de la foto: (Izq.) www.otrolunes.com
(Der.) Karina Beltrán
7 poemas de Un sudario (2015),
por Rafael-José Díaz
HACIA LA ORILLA
Se prolonga el verano, es una luz abierta
la que surcan los pasos
sobre la arena. En cada paso
se abre más esta luz que la palabra
luz no puede contener.
Y en cada paso, como en cada ola el mar, crece el verano.
Voy solo, es la mañana
de un sábado cualquiera de otro mes de septiembre.
Pero nunca había visto esta flor amarilla
que la aulaga protege del viento de las dunas
con su cuerpo de ramas espinosas
(a veces lo que hiere oculta una ternura).
Voy solo, y cada paso
convoca en la memoria imágenes sin peso
que brillan un instante, como si
la arena, en su calor acometida
a cada paso por un pie más próximo a la muerte,
desgranara en el aire, en la memoria,
imágenes de un tiempo alejado de la muerte.
NO ES EL VIENTO QUIEN HABLA
Y después de morir desmantelaron
la casa en que vivía. Donde estuvo
tendido, retorciéndose, mi cuerpo,
y enseguida cadáver, asquerosa
materia a la que nadie, en vida,
pudo nunca amar,
se acumulan ahora los cubos con que limpian
el suelo en que caí,
la grasa acumulada
de los años inútiles, los vómitos,
las heces, el esperma que en piel
alguna se vertió, la podredumbre
que fui ya desde el vientre de mi madre.
Se asoman mis parientes,
con sus miradas ácidas,
a ventanas que siempre
mantenía cerradas.
Nada valen los muebles, pero ellos
ya los han retirado para usarlos
en sus sucias covachas.
Duró poco su llanto, porque poco
duran las lágrimas forzadas.
No pude resistir. Luché
con el volumen de mi cuerpo,
dejaba de comer durante días.
Luché contra los rasgos
deformes que heredé de mi deforme
familia. Compensé con pasión,
con sonrisas difíciles, ilusas,
con ánimo, con vida,
la muerte, el desamor
que siempre me rondaron.
He estado a punto de cumplir los treinta.
Lo único que queda, pero ya no sé dónde,
es el amor que di a quien no pudo amarme.
(David)
LANZAROTE
Una luz excesiva
para pensar la muerte.
Poca sombra bajo árboles
casi ya doblegados.
Nadie con quien hablar
salvo algún extranjero.
Y aun así, francamente,
poco tiempo, apenas.
No es la isla soñada
por poetas, pintores.
La saliva se gasta
aquí en mendicidades.
Desmenuzo unas sílabas
para el sol en mi boca.
Clausurados, los cráteres
son ya sólo jorobas.
Se desgarran los vientres
del viento entre los muros.
Vale más alejarse,
no volver sino en sueños.
NOCHE DE SUEÑOS
Yo sé a quién amo: sé que no me engañan
los fragmentos de sueños sucesivos
que aletean perdidos en la oscura
mañana en que despierto cada día
y que recojo con mis manos torpes:
en ellos vuelvo a verte, celebramos
un nuevo nacimiento del amor,
nos separamos mientras tu mirada
se adhiere, frágil y orgullosa,
a la mía como tantas otras veces.
Siento tu lengua en besos
que antes no sabías darme, acaso
porque ahora te invento como quise que fueras
o porque has aprendido, en este tiempo de ausencia,
a besar con el otro para hacerlo
mejor ahora conmigo, dejando que tu lengua
se enrede lentamente con la mía,
retirándola luego sin rudeza y entregándola
una vez más, más húmeda, con todo
el ardor que has guardado, si los sueños no engañan,
en todos estos meses para mí.
Un patio de colegio, una parada
de autobús en donde tres, cuatro personas
depositan de pronto un cadáver de rostro
desfigurado, acaso el del amor
que ha muerto y del que huimos
cogidos de la mano hacia una nueva vida.
Amar es olvidar
la vida sin amor que fue como la muerte.
RETRATO
Está desnudo en casa y, como un perro,
devora lo que encuentra: desechos, carne cruda
en huesos
de recientes cadáveres;
se agacha a defecar si le dan ganas
y difunde los rastros de su baba
por alfombras, sillones y cojines
en los que a cualquier hora, luego,
se recuesta a dormir,
saciado, en flácida postura.
Al despertar les ladra
a sombras que no sabe
si nacieron de un sueño o de su propio
cuerpo encogido, quejumbroso,
mientras se despereza.
Olfatea los cuartos,
se golpea el hocico en las esquinas
antes de vomitar
y gime
como si fuera un perro abandonado,
sin saber que no hubo nunca un dueño,
que nunca hubo calor junto a su llanto
y que nadie roerá
sus huesos ovillados.
NIÑO EN EL MAR
El niño que se esconde
del mundo entre los pliegues
de las olas que rompen,
ya avanzada la tarde,
y no acude, travieso, a las llamadas
de su madre, al almuerzo
ya listo para toda la familia,
no ha sido nunca un niño
desobediente, indómito.
Es tan sólo que siente
por vez primera el agua entrelazada
como un dios con su cuerpo.
Sumergido hasta el cuello,
se ha dejado acunar
por lo desconocido.
Contempla las montañas
y se dice que son
igual de inaccesibles ahora mismo
que su cuerpo a las manos familiares
que lo llaman en vano:
también ellas rodeadas por un dios.
Se dice todo esto sin palabras,
o acaso es cada poro
la boca en que se forma
una sílaba muda.
Y el mar un solo oído inmenso.
No quiere desprenderse
de las dulces ventosas
de la arena mojada.
No siente hambre ni sed:
es un cuerpo en la orilla,
pero apenas humano.
No sabe que la noche
cerrará en torno a él,
más tarde, sus compuertas.
Su cabeza nos mira
desde el fondo del tiempo:
allí, sobre las olas.
LA INTIMIDAD
Y ahora,
atrapados como estamos
en estos terraplenes de jugosa luz última,
¿vas a decirme que no tiene sentido
ni siquiera atreverse a respirar
a medida que el viaje de las nubes
se adentra en las montañas,
respirar en el límite
y pensar que detrás de lo que respiramos
está la imposibilidad de respirar,
la extática tiniebla?
Te escribo porque apenas
lo he hecho últimamente,
arconte o diosecillo,
ángel faunesco
o serpentino mordedor
de tantas horas que el tiempo no quiso devolver.
Conozco tus caprichos,
pero soy más paciente que al principio.
Estoy sentado, mírame,
al borde de la oscuridad.
La luz se filtra desde inmemorables
gradas por las que no podríamos
descender o subir.
La memoria se engaña
creyendo que conoce el asiento de la sombra.
¿Vendrás
a hacerme compañía
en este umbral donde te conocí
para jugar de nuevo
al escondite que inventamos?
Ya sé que no vendrás.
Los árboles me miran
una vez más, materia absorta
que dibujara un día los rostros de la descomposición.
Ahora soy yo quien los dibujo
para que, sin necesidad de respirar,
pueda volver aquí
siempre que lo deseen las montañas.