Por Arturo Dávila*
Crédito de la foto (izq.) Ed. Hiperión /
(der.) el autor
7 poemas de Sátiras (2017),
de Arturo Dávila
IX
Huiste de mis besos, Claudia,
pero no escaparás a mis versos.
Mis dedos (ahora garras)
acariciaban el viento entre tu pelo,
se perdían en las olas de tu cintura.
Otros te verán envejecer,
jinetes serán de tu blancura.
Pero no claudiques, Claudia,
«sé siempre joven»
(aunque sea para otro)
«sé siempre joven”.
XXXIII
(Del poeta al poeta)
Ya no escribas sátiras,
Arturo,
ni te burles de tus contemporáneos.
Prepárate para la edad madura;
prepárate (más bien)
para la pobreza, la enfermedad,
la vejez y la muerte.
Sólo eres un plagiario,
una sombra entre las sombras:
en veinte años (o antes)
tú mismo
inspirarás otra catulinaria.
XXV
El cisne muere al cantar,
Ligia,
cuenta la mitología griega:
hay quienes tendrían que morir
antes que atreverse a cantar.
XXX
No te gustó mi librito,
Porfirio,
y te pones amarillo
(como un periódico viejo)
cuando alguien defiende sus méritos,
o simplemente
si se pronuncia mi nombre frente a ti.
La envidia te corroe las entrañas
y el monstruo verde de los celos te posee.
Maldices mis versos
como si te llagaran los dedos,
y hasta en los baños públicos
se leen tus anónimos contra mí.
Si la envidia fuera tiña
hasta a los perros contagiarías.
Pero
a palabras impertinentes
oídos terapéuticos;
o mejor,
como decía Lezama Lima,
el góngora del trópico cubano:
A tan capitosas sentencias
eructos de aceituna.
LVIII
Basta de ácido y elogios
la sátira se gasta y el panegírico no paga.
Si los llamo brutos,
rebuznan,
si necios, bostezan.
Otros han cantado al amor
(y al desamor)
en versos dulces y delicados,
dignos del terciopelo
y de ediciones privadas;
plumas más refinadas
escribieron con música loable
y línea noble y sonora:
El mes era de mayo, un tiempo glorïoso. . .
Oh, más dura que mármol a mis quejas. . .
Si os partiéredes al alba. . .
En crespa tempestad del oro undoso. . .
Detente, sombra de mi bien esquivo. . .
Ufano, alegre, altivo, enamorado. . .
¿Y ahora?
Todos son pazianos y borgescos
rodeados de espejos y de laberintos,
todos son poetas al nerudeo
escribiendo sus versos más tristes esta noche:
percusiones de hielo
versos en almíbar
ritmos sin armonía.
Ladridos, alharaca y alaridos.
Cada sueño una profecía
cada imbécil un campeón.
¿Acaso se puede aprender
si todo es farsa y mentira?
Yo me retiro
a la paz de los desiertos
(y de las playas azules)
con pocos, pero doctos libros juntos
(y unos cuantos videos)
y con dientes amarillos
a esperar
el oro del atardecer.
III
Qué desgracia, Cecilio,
mis poemas te amargan la existencia
y te mueres de envidia si los lees.
Cada verso una gota
de limón en los ojos.
Sigue despotricando
y echando pestes contra mi persona:
antes eras un mal
crítico literario
hoy sólo eres un pésimo
cítrico literario.
Envío
Te quedan pocas fuerzas,
pequeño libro de hojas
ligeras, vivas, sueltas,
listas para surcar el aire en paz.
Diles a los amigos (y a enemigos)
que resististe golpes
de amarga soledad en el exilio,
porque la patria es un lugar extraño
que palpitando está en el corazón.
Ve a la gente que sufre de pobreza
y muere de tristeza;
ve hasta los indignados
que no ven la salida a sus fatigas;
a los que desesperan
en la universidad
porque nunca les dicen la verdad;
a los encarcelados,
golpeados, torturados,
y desaparecidos,
que sufren injusticias
a manos de un tirano.
Ve a los jóvenes puros
que han dejado de serlo
para volverse adultos
y unos brutos en celo;
ve a muchachas amables
que mueren de letargo entre los muebles
de aburridos suburbios
—sabio y clarividente, ¡oh divino Tiresias!—
esperando el arribo del amor.
Y, finalmente, ve
por campos y ciudades,
consuela a los indígenas,
a antiguos campesinos
y a incansables obreros.
¡Quítate frente a ellos el sombrero!
Diles que a ti también
te cortaron las alas,
pero el viento se eleva
y aún sigues tratando de vivir.
Inspírales paciencia,
esa difícil ciencia,
que nace de esperar
y mucho meditar;
diles que se resistan
aunque la vida embista,
porque el mañana de una nueva era
se acerca y nos espera.
Vuela libre, querido libro mío,
sigue fiel al camino
y encuentra tu destino,
sin mucho dilatar;
y a pesar de lamentos y reproches
sonríe delicado,
navega por el aire
con alegría, alado,
y lleno de donaire,
dejando los obstáculos a un lado . . .
hasta alcanzar la orilla azul del mar.
*(México, 1958). Poeta, ensayista y narrador. Obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (México, 1995), el Premio Antonio Machado (España, 1998), El Premio Juan Ramón Jiménez (España, 2003) y el Premio Nicolás Guillén (2015). En la actualidad, investiga sobre los códices prehispánicos y continúa sus estudios de la lengua Nauatl contemporánea. Ha publicado La ciudad dormida (1995), Catulinarias (1998), Poemas para ser leídos en el metro (2003), Poemas para ser leídos en el metro (2015), Sátiras (2017), La Tinusa. Poetas latinoamericanos in the USA (2016) y Tantos troncos truncos (2020); y en ensayo Alfonso Reyes entre nosotros (2010).