7 poemas de «SMÅ GUDER» (‘Pequeños dioses’), por Niels Frank

La presente, es una muestra de 7 poemas del danés Niels Frank. uno de los más importantes poetas de su país y de la región de los países nórdicos en la actualidad. Frank visitó hace poco el Perú con motivo de la realización del I Festival Internacional de Poesía de Lima, 2012. Los poemas pertenecen a su poemario SMÅ GUDER (´Pequeños dioses´) uno de los últimos que publico y que data del año 2008.

Aquí la breve selección y su traducción correspondiente.

 

Por: Niels Frank

Traducción: Daniel Sancosmed Masiá

Crédito de la foto: Finn Frandsen

http://politiken.dk/kultur/boger/skonlitteratur_boger/ECE1906650

/forpullet-analfabbet-skriver-saa-det-driver/

 
 

7 poemas de Pequeños dioses

 

 

La lluvia que veías caer en el patio en largas cintas centelleantes

me alcanzó, y me tocó la tarea de clasificar las gotas de acuerdo a la Necesidad

Interior (NI) y empecé a llorar en seguida, así que la tarea se hizo

aún más imposible. Me consolaste junto al canal (NI)

que hizo lo peor. Me consolaste con el vino blanco (NI)

que hizo lo peor. Me consolaste cuando todo salió corriendo hacia una imagen

y me sujetó contra ti con tanta fuerza que en el acto nos hicimos amigas del alma

o quizá zorras del alma, girlfriends in crime.

¿Quizá es tan triste? No. ¿Quizá de todas formas sea

un poquito triste? No. Pero la hierba del parque estaba mojada

como un suelo recién fregado, y nos sentamos en corro sobre mantas

con vino y galletas de chocolate (NI). Desde la altura de un pensamiento

el parque parecía una enorme colcha. Desde esa altura uno podía creer

que esa vida turbada era quizá otra o

incluso la otra. ¿Madrugarías entonces un poco más en la otra vida

para desayunar café con tus hijos no legítimos y recordarles que

la vida sigue más allá del paraíso de los hotentotes?

Pero es lo que hace. Pero es lo que haces.

¿Convocarías a Dios a una reunión y le pedirías que dejase de molestar a la gente?

Porque es lo que hace. Porque crees que alguien tenía que decirlo (NI).

¿Pasearías de noche por los lagos fumando? ¿Atraerías a todos

los hombres casados hasta que sus esposas te estuvieran profundamente agradecidas?

Pero es lo que haces, pero es lo que hace.

¿Traducirías versos como: La pluie, dans la cour

où je le regarde tomber, descend à des allures très diverses?

Porque es lo que hace. Pero eso ya lo he dicho. Y sonaba

casi mejor que el original, como si la traducción fuera su resolución.

¿Cantarías en francés tu chanson sobre la insensata libertad

que hace que nos entren ganas de morir? La libertad siempre dependiente del más allá,

la libertad allí, nunca aquí. La libertad no como una forma de vida,

como una forma de muerte. ¿Cantarías al caracol locatis?

A la alegre “anfibialencia”, en donde las palabras parecen caladas

hasta los huesos y dispuestas a humillarse en cualquier parte (NI).

Porque es que lo están. En donde la muerte se parece a un sistema de contracción.

Pero es que lo es. ¿Te sentarías con los pies sumergidos en mis lágrimas

igual que la libertad retuvo en una intersección con un alfiler?

 

 

 

 

 Qué bonito estar tumbado en la cama con

los otros pacientes, pero desde luego más bonito notar

tu incipiente erección contra mi culo. Empieza,

venga, coño, empieza ya. Por desgracia la película empezó a reproducirse hacia

atrás a una velocidad endiablada, y yo hacía de cacique

echando mano de la clase baja. Las sábanas se mostraron pronto

pésimas para guardar secretos, desnudados

al día siguiente en la prensa local con fotos groseras.

¿O es que yo era feliz de cacique?

Era feliz de proletario y goleador imparable,

de contribuyente con los papeles al día, de rey

del carnaval, guía turístico, invitado a una cena con viejos amigos y ganador

del premio a la mejor llorera del año, era feliz

cuando leía el poema de Vallejo sobre morir en París un día de lluvia,

morir desde su camisa y los agujeros de sus zapatos,

y quizá incluso era feliz cuando la polla palpitaba

y me crecía pelo en la garganta. Quizá cuando los dedos

se colaban en tu boca. No. Nada quizá.

Te tengo ley, pero no tanta ley, un monstruo

que escupe mentiras en la malvada oscuridad que te rodea, un monstruo

que da vueltas con la polla encima de una carretilla

para compartirla. Lo único que te preocupa

son los calzoncillos de diseño y follar. Y un furioso impulso

de destruir. ¿Ya te has quedado a gusto?

 

 

 

 

 ¿Nos metemos en el baño?, ahí se yace

estrechamente entre colillas y escupitajos. Sobre nosotros

todas las palabras sucias con números de teléfono y sobre ellas un cardio-

grama: el perfil de la ciudad de Nueva York. Las nubes

hilvanadas por aviones. Oh, pero la película

sólo acaba de empezar. ¿Y qué veo? Veo que un animal ha trepado

por tus pantalones, y largos períodos no veo más que

a ese animal. Cuando abres la puerta transparente y el papel cresponado

y el tul florecen, tan cursi de esa manerita tan monísima,

cuando enciendes la vela, metes mocos en un joyero,

cuando te quitas los botines blancos con un flip.

Cuando arañas el espejo y todo él es absorbido en un símbolo.

Símbolo: todas esas cosas con espejos dentro.

Como por ejemplo tu sobaco, tan bien mullido.

Labios palpitando en sangre. Y veo en el símbolo

que la polla es una deidad, nos ponemos de rodillas ante ella.

Primero su ojo ciego, donde está la baba, y la cuerdecita rígida

con la que la lengua toca. Luego el glande elástico, su calvicie brillante,

sus quejas de cojones. Sólo quiero darle cornadas sin parar.

Luego las burbujillas bajo el redondel, quizá un poco de sebo,

quizá unos restos de piel, un poco de semen antiguo. Luego la larga caída,

el tronco de la anguila que tiene muy buena opinión de sí mismo,

pero se le hincha el vientre. Luego el pelo insubordinado, el nido

con los huevos empollados que amenazan con incubar cada momento.

Luego el relámpago blanco y luego la inconcebible calma. Te llamo

por el símbolo. Pero tu nombre es otro. También

el mío. Las imágenes arraigadas en el ámbar.

¡Qué avergonzadas están de nosotros!    esperemos.

 

 

 

 

 El esperma estaba como un relámpago en la oscuridad del parque.

Ahora te toca a ti. Casi toda experiencia es mala, a uno

casi le empujan hacia ella. Ahora te toca a ti.

Tu polla tan fina como un trazo oblicuo.

Ahora te toca a ti. Oh no, la vieja doble habla como en

beso y beso. Tú sabes muy bien que los poemas siempre tienen razón, pero primero

después, cuando sea demasiado tarde para hacer algo, y las bicicletas

estén esperando el fin de la vergüenza. Ahora te toca a ti.

La oscuridad llena de vegetarianos, el lago una mancha negra.

Mis fantasías ya habían empezado a cortejarme,

pero tienes razón: joder si son peligrosas las abstracciones,

son abnegadas, como

tú. Desde que te vengaste de la inocencia

con sus propios medios, trapos solidificados y alientos discretos,

jugar a ese juego traidor por atracción, querer pero no querer,

pero sí querer, ¿no lo pillas?

Sí. Bien. Ahora te toca a ti.

La inocencia: una naturaleza depravada, un parque

enmohecido en una caja de cartón. El jadeo del desahogo.

Una vez más fue mejor pensar en ello

que hacerlo, y de ahí no se aprende nada,

lo vuelves a hacer. ¿Y eso es inocencia, hostias?

Ahora te toca a ti. Quizá uno se vuelva blando (¿o manso?)

en su propia noche o en una taberna que se parece al

famoso bolsillo… eso era. No nos acercamos

más. El agua debajo del puente estaba helada,

y un aire suave se quedó colgando en la chaqueta mucho después.

Te sentaba bien. Pero, ¿no ves que los amores

se marchan igual que las aves de paso

a lugares más cálidos?

 

 

 

 

 Poeta esto, poeta lo otro. Produces

poemas en bata, pero no estás ni un segundo

metido en ellos. Nunca has sentido la poesía

devastarte. Subes trepando por ella

con las rodillas sangrando, eres zalamero con ella,

sólo le imploras una buena palabra

y te da “meándote”. Luego pruebas nuevas palabras

ante el espejo, pero todas te vienen mal.

Tus versos parecen galardones, te van

a condecorar en mundos supremos. Te encargas poemas

a ti mismo, y justo después de haber escrito

un nuevo poema, llamas a Dios

y se lo lees en alto.

 

 

 

 

 ¿Si quiero tomar a tu hijo por esposo? Sí, claro,

ya que lo preguntas. Le cuidaré y atenderé y le enseñaré

a apreciar la comida danesa, aunque es difícil, también para mí.

Le enseñaré a escribir un poco mejor, pero en eso de que la lengua

tendría que contener su propio espíritu invisible, nunca he creído, y eso

no se lo voy a enseñar. No voy a hablarle en danés, hablar

una lengua extranjera en tu propio país es favorable para la distancia crítica,

que sirve para verse a uno mismo desde fuera sin estar fuera.

¡Piensa en cómo se dice “mozalbete” y “alpargata”!

Pensaré lo que digo y si no, no lo diré.

Diré cosas como: Where are my underwear?

Did you close the window in the kitchen? Are you

leaving already? Todo con mucha crítica. Todo lleno de distancia.

Las palabras cambiarán en un plis como las frutas de una tragaperras.

Le contaré que los polos opuestos no pueden vivir el uno sin el otro

aunque uno deteste al otro como la peste. ¿Pero y por qué?

Todos los días escucharé sus pasos por la escalera, esos

pasitos ansiosos que él hacía flotar sobre la gravedad al subir. Admiraré

su deseo de “conseguir una vida”: su modo de negar que esté implicado

en la existencia. Intentaré ser cariñoso, aunque las manualidades

no son mi naturaleza. Pero le cogeré de la mano cuando el avión

dé tumbos en una de esas turbulencias, cuando los truenos sean demasiado

impertinentes, cuando amigos borrachos nos lleven a casa tras una fiesta

y estemos en el asiento trasero con la sensación de última salida para… sí,

¿para qué? Me despediré de él besándolo cada vez que se vaya y lo añoraré

al instante. Lavaré sus platos. Intentaré no gritarle

incluso en las más coloridas peleas que puedan aparecer.

Es importante ventilar, pero los huracanes y las tormentas han de avisar.

Mentiré lo menos posible. No porque la verdad según el refrán

sea más fácil de recordar, sino porque con las mentiras me dan espasmos, como cuando

de pronto te encuentras con un viejo enemigo por la calle.

Seguiré escribiendo, y de vez en cuando escribiré

sobre él, pero prometo omitir las peores cosas.

¿Por qué empezar una nueva guerra? ¿Por qué llenar el mundo de infelicidad?

En los oscuros días de invierno le echaré una manta por encima cuando se quede dormido

en el sofá del tenue salón. ¿Y con qué soñará?

No le pediré que me lo cuente, no le sonsacaré la verdad

que es inútil recordar. Le frotaré la frente

con una mano tan hipnótica como un limpiaparabrisas: quita, quita

Intentaré ser mejor persona, pero en este punto

no puedo prometer nada. Viajar será nuestra mayor alegría, irnos lejos,

dejar todo atrás, ¡gritar a los cuatro vientos lejos de todo!

Llenaré muchos álbumes de fotos de él junto a bahías turquesas,

en salientes de rocas, en jardines botánicos con su verde tintineo.

Cuando volvamos a ver lugares antiguos, parecerán nuevos, y nos hallaremos

en el espacio donde el destino y la experiencia tienen su hogar.

Aquí siempre se dice “bienvenido de nuevo”. Aquí hay pequeños soplidos

cuando entra el tren subterráneo. Aquí las escaleras huelen

al musgo podrido de las alfombras grasientas, chicle pisoteado en la acera.

Aquí hay carteles de neón y mosaicos de luz de píxeles pequeñitos en los rascacielos.

Aquí caminaré con él bajo los árboles del otoño y ver sus colores

resbalando por su cara. Seremos la sombra del otro.

Me recortaré las cejas para que él me vea mejor.

Si se pusiera enfermo, yo no jugaría a ser médico, tosería

semanas enteras junto a él y saborearía nuestro dolor de cabeza. Le mantendré lejos

de la playa y de toda esa naturaleza que sólo arruina su elegancia.

Lo invitaría a comprar ese bolso y ese par de zapatos, pues una persona

nunca puede tener bastante belleza, nunca bastantes atenciones. Nunca bastantes mimos.

Escucharé su música y comprenderé que las cosas no tienen

por qué ser tan jodidas. Existe una alegría más sencilla.

Iré con él al cine y echaré un sueñecito sin que me vea.

Haré nuestra cama todos los días, quitaré los pelillos de la sábana,

airearé el edredón para que el tiempo comience de nuevo con nuevas

experiencias inservibles. Cuando hayamos estado juntos el tiempo suficiente,

podremos columpiarnos en ellas y recoger sus imágenes, que son lo más preciado

que tenemos y así nuestra vida se parecerá cada vez más a un sueño.

Depositaré mi conciencia en él para que todo daño, toda

improcedencia y tontería me termine hiriendo a mí.

Estaré dispuesto a probar nuevos métodos, si eso

mantiene nuestra vida sexual a flote. Abandonaré lo que de joven

encontraba detestable e inmoral, superaré las barreras de la mente,

que no son otra cosa que mensajes rabiosos de los demás en mi cabeza.

Si algún día dejo de quererle, se lo diré

sin rodeos, porque no ha de malgastar su cariño con mi aridez.

Pero quizá nuestro amor siga en pie.

Los días devorarán nuestros rostros hasta que apenas nos podamos reconocer,

pero quizá siga en pie. Será difícil prescindir

de seducciones y autoseducciones, pero quizá siga en pie.

¡Le suplicaré que aguante! Le rogaré en el peor de los casos

que no se termine, que sólo vaya decayendo.

Admiraré su capacidad para llorar en los momentos justos,

cuando en la compasión no haya pasión y en serio

haya de ser atacada. Le invitaré a que hable con amigos

y también contigo. Le recordaré que la diabetes se aloja en

tu cuerpo, y ¿quién sabe qué puede pasar? ¿Te

comprarás una casa en Stockton? ¿Le dará a tu marido un trombo

en los pulmones? ¿Te separarás? ¿Se irán de casa tus hijos

y te dejarán con una vida que una vez fue y ahora ya no…? Sí,

eso intuyo. Pero iré a verte a menudo y pasaré la noche en la habitación de chicas

y me sentiré un poco intimidado. Cuando uno de tus hijos grite: I’ll kill

that fucking cat haré como si estuviera en el patio leyendo poemas.

Desarrollaré un humor casi pánico. Eso intuyo. Me

divertiré sobre el la dryer y el la dishwasher y de todas las maneras

en que cosas y palabras y sensaciones se filtran unos en otros para que nadie

encuentre por fin el camino de vuelta. Tendremos una buena vida, eso intuyo,

pero tampoco mejor que ella. Y más rápido de lo que creía,

mis días en la 99 Cents Store estarían contados, y los tuyos

también. Pero gracias por todos los paseos hasta allí.

 

 

 

 

 El problema, dices, es que no te ves a ti desde fuera, y, joder, él

cree en la densa oscuridad matutina con el camión de la basura

y el crujido del repartidor de periódicos junto a la puerta. El gato, una sombra

furtiva. Como si prefirieras levantarte antes de que el yo despierte

ebrio y te recuerde el último baño de sangre

en el lavabo, el alcohol que en todas partes sisea, fijaciones

como si estuvieras tumbado con carlancas por todo el cuerpo. Los golpes largos

del electroshock por la conciencia, por

diez años, veinte años de desesperación, hasta que todas las palabras empiezan a crujir

y los detalles se salen de recuerdos e imágenes.

Médicos y enfermeras pululan alrededor de ti, actúan

en una pieza de radio llena de voces, pero sin idioma.

¿Y qué más hay que decir? En el orden supremo

dios es una obsesión y la mente te toma el pelo, se cierra

de golpe la puerta contigo en el lado equivocado.

En ese lado la soledad está amueblada con pastillas, los zapatos son

tu mejor amigo, te llevan a los sitios. En ese lado

tienes que obligarte a creer en el orden que falta,

hasta que él en sí mismo sea el símbolo del orden. Ahí

todos los objetos están metidos en sí mismos, también el poso del café,

también las colillas. Sólo los huevos corren, el flujo amarillento,

pero a la mierda los sueños dulces, de los que aún así

uno escapa durmiendo. Ahí no se engaña a la vista, ella es

un engaño. Lo sabes. Ahí la soledad está hasta arriba de dentistas

y vampiresas en el supermercado, tiendas de segunda mano,

el violento paso de las tijeras por el pelo, bolsas de basura en la escalera

de servicio. Como si una tenue luz emanase desde la soledad.

Como si ésta sólo te quisiera a ti. Justo hasta que empiece

a hablarte, increparte, exigirte que pongas el cenicero

totalmente recto, en el borde de la mesa, y pase

por el umbral de la puerta tres veces, antes de que abandones el piso.

Abandonas el piso, sí, pero no la soledad, que cuelga de ti

como un viejo abrigo en un poema zurcido con clichés. Baja

y trae cervezas y un cartón de vino, así irá muy bien. Incluso la lluvia

parece borrachilla. En ella como en tu vida hay sólo dos dimensiones: arriba y abajo,

abajo y arriba. No puedes llegar a nada, salir de nada, volver a nada,

la existencia de los demás es sólo un poco de ruido de hojalata.

Las estrellas están en un acerico en el mismísimo poema. Pelo y uñas

tienen que ser cortados a cada momento, tienen, ni un rizo

tiene que ondear en la camisa cuando esté tendida

en la tabla de la plancha en un nuevo fijado. Y no pides nada más.

Un poco de calma, joder, nada más. Fuerzas para soportarte

en casa en una bolsa de plástico. Nada más.

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7 poemas de SMÅ GUDER (2008)

(versión original en danés)
 

Por: Niels Frank

 
 

 

Regnen du så falde i gården i lange glitrende bændler

ramte mig, og jeg fik den opgave at sortere dråberne efter Indre

Nødvendighed (IN) og begyndte straks at græde, så opgaven blev

endnu mere umulig. Du trøstede mig ved kanalen (IN),

der gjorde det værre. Du trøstede mig ved hvidvinen (IN),

der gjorde det værre. Du trøstede mig, da det hele løb ud i et billede,

og holdt mig så hårdt ind til dig, at vi på stedet blev slyngveninder

eller måske slyngelveninder, girlfriends in crime.

Er det måske så sørgeligt? Nej. Er det måske alligevel

en lille smule sørgeligt? Nej. Men græsset i parken var fugtigt

som et nyvasket gulv, og vi sad rundt omkring på tæpper

med vin og chokoladekiks (IN). Fra en tankes højde lignede parken

et kæmpestort kludetæppe. I den højde kunne man tro,

at dette ene spraglede liv måske var et andet eller tilmed

det andet. Ville du så i det andet liv stå lidt tidligere op

og drikke morgenkaffe med alle dine uægte børn og minde dem om,

at livet fortsætter også uden for hottentotternes rige?

Men det gør det jo. Men det gør du jo. Ville du så

indkalde Gud til samtale og bede ham holde op med at genere folk?

For det gør han jo. For det synes du nogen burde sige (IN).

Ville du gå langs søerne om natten og ryge cigaretter? Ville du

forføre alle de gifte mænd, indtil konerne var dig

dybt taknemmelige? Men det gør du jo. Men det er de jo.

Ville du oversætte linjer som: La pluie, dans la cour

où je la regarde tomber, descend à des allures très diverses.

For det gør den jo. Men det har jeg jo allerede sagt. Og det lød

næsten bedre end originalen, som om oversættelsen var dens opklaring.

Ville du synge på fransk din chanson om den dristige frihed,

der får os til at elske at dø? Friheden altid henvist til det hinsides,

friheden dér, aldrig her. Friheden ikke som en livsform,

som en dødsform. Ville du synge om den hovedkuldse snegl?

Om den glade ”amfivalens”, hvori ordene synes gennemblødt

til skindet og rede til at ydmyge sig selv når som helst (IN).

For det er de jo. Hvori døden ligner en lukkemekanisme.

Men det er den jo. Ville du sidde med fødderne dyppet i mine tårer

som friheden holdt fast i et skæringspunkt med en nål?

 

 

 

 

 Hvor rart at ligge i sengen sammen med

de andre patienter, men rarest selvfølgelig at mærke

din begyndende erektion mod min røv. Begynd,

åh for fanden, begynd nu. Desværre løb filmen med ét bag-

læns i hæsblæsende fart, og selv spillede jeg ridefogeden

med en hånd i underklassen. Dynerne viste sig hurtigt

at være elendige til at holde på hemmeligheder, sprøjtet ud

i lokalpressen næste dag med grovkornede billeder.

Og var jeg egentlig lykkelig som ridefoged?

Jeg var lykkelig som proletar og ustoppelig målscorer,

som skatteyder med papirerne i orden, som fastelavns-

konge, rejsefører, middagsgæst hos gamle venner og modtager

af prisen som alle tiders brokkerøv, jeg var lykkelig,

da jeg læste Vallejos digt om at dø i Paris på en regnfuld dag,

dø fra sin skjorte og skoenes snørehuller,

og måske var jeg tilmed lykkelig, da pikken pulserede,

og håret groede i mit svælg. Måske da fingrene

gled ind i din mund. Nej. Ikke noget måske.

Du er mig kær, men ikke kær nok, et monster

der udspyr løgne i det evige mørke omkring dig, et monster

der kører rundt med pikken på en trækvogn

for at dele ud af den. Det eneste der optager dig

er designerunderbukser og at kneppe. Og en rasende trang

til at ødelægge. Er du glad?

 

 

 

 

 Skal vi kaste os i pissoiret, dér ligger man

en smule trangt blandt cigaretskod og spytklatter. Over os

alle de slemme ord med telefonnumre, og over dem et hjerte-

kardiogram: skyline af byen New York. Skyerne

riet sammen af flyvemaskiner. Nå, men filmen

er kun lige begyndt. Og hvad ser jeg? Jeg ser, at et dyr er kravlet op

i bukserne på dig, og i lange tider ser jeg ikke andet

end det dyr. Når du åbner den gennemsigtige dør, og crepepapir

og tyl blomstrer så fikst på sin egen lille tuttenuttede måde,

når du tænder stearinlyset, gemmer bussemænd i et skrin,

når du tager de hvide ankelstøvler af med et svup.

Når du kradser i spejlet, og det hele suges ind i et symbol.

Symbol: alle disse ting med spejle i.

Som nu din armhule så smukt polstret.

Læber dunkende i blod. Og i symbolet ser jeg,

at pikken er en guddom, vi kaster os på knæ for den.

Først dens blinde øje, hvori slimen står, og den lille streng

tungen klimprer på. Så den gummiagtige glans, der skinner skaldet,

kværulerer som bare fanden. Vil kun stange løs.

Så de små blærer under rundingen, måske lidt talg,

måske lidt hudrester, lidt gammel sæd og urin. Så det lange styrt,

åleskaftet, der har høje tanker om sig selv,

men bulner ud på bugen. Så det genstridige hår, reden

med de udrugede æg, der truer med at klække hvert eneste øjeblik.

Så det hvide glimt og så den ufattelige ro. Jeg kalder på dig

gennem symbolet, men dit navn er et andet. Også

mit. Billederne vokset fast i rav.

Så flove de er over os!    håber vi.

 

 

 

 

Spermen stod som et lyn ind i parkmørket.

Så er det dig. Den meste erfaring er led, man bliver

ligesom skubbet ud i den. Så er det dig.

Din pik så fin som en skråstreg.

Så er det dig. Åh nej, den gamle dobbelttale som i

kys og kys. Du ved jo digtene altid har ret, men først

bagefter, når det er for sent at gøre noget,

og cyklerne står og venter for enden af skammen.

Så er det dig. Mørket fuldt af vegetarer, søen en sort plet.

Mine fantasier var allerede begyndt at filme med mig,

men du har ret: gu er abstraktioner farlige,

de er selvfornægtende, ligesom

dig. Siden tog du hævn over uskylden

med dens egne midler, størknede klude og diskrete åndedrag,

lege den lumske leg om tiltrækning, vil, men vil ikke,

men vil jo, fatter du det ikke?

Jo. Godt så. Så er det dig.

Uskyld: en depraveret natur, en park

hengemt i en papkasse. Udløsningens gisp.

Endnu en gang var det bedre at tænke på det

end at gøre det, og heraf kan man ingenting lære,

du gør det jo igen. Er dét så uskyld?

Så er det dig. Måske går man virkelig mild (eller blid?)

ind i sin egen nat som ind på et værtshus, der ligner

den berømte lomme … det var det. Nærmere

kom vi det ikke. Vandet under broen var iskoldt,

og en sød duft blev hængende i trøjen længe efter.

Den klædte dig. Men nu kan du selv se,

at forelskelser trækfugleagtigt drager

varmere steder hen.

 

 

 

 

Digter mig her og digter mig der. Du fremstiller

digte iført kittel, men du er ikke hjemme

ét sekund i dem. Du har aldrig mærket poesien

hærge i dig. Du kravler op mod den

på blødende knæ, du er slesk over for den,

trygler den om bare ét godt ord

og får ”tissetrængende”. Så prøver du nye ord

foran spejlet, men alt sidder dårligt på dig.

Dine verslinjer ligner ordensbånd, skal

dekorere dig i højere verdener. Du giver dig selv

digte for, og øjeblikket efter at du har skrevet

et nyt digt, ringer du til Gud

og læser det højt.

 

 

 

 

 Vil jeg tage din søn til ægtemand? Ja, gerne,

nu du spørger. Jeg vil passe og pleje ham og lære ham

at holde af dansk mad, selv om det er svært, også for mig.

Jeg vil lære ham at stave lidt bedre, men at sproget

skulle rumme sin egen usynlige ånd har jeg aldrig troet på, og det

vil jeg ikke lære ham. Jeg vil ikke tale dansk til ham, at tale

et fremmed sprog i sit eget land er gunstigt for den kritiske distance,

der skal til for at se sig selv udefra uden at være udenfor.

Tænk bare på ordene knajter og sutsko.

Jeg vil mene, hvad jeg siger, og ellers ikke sige det.

Jeg vil sige ting som: Where are my underwear?

Did you close the window in the kitchen? Are you

leaving already? Alt sammen meget kritisk. Alt sammen fuldt af distance.

Ordene vil skifte så snapt som felterne i en spillemaskine.

Jeg vil fortælle ham, at modsætninger ikke kan leve uden hinanden,

skønt den ene afskyr den anden som pesten. Men hvorfor egentlig?

Hver dag vil jeg lytte efter hans fodtrin på trappen, de små

ivrige trin, som svævede han på tyngdekraften hele vejen op. Jeg vil beundre

hans modvilje mod at ”få et liv” – måden han nægter at blive blandet ind

i tilværelsen på! Jeg vil forsøge at være kærlig, skønt håndgribelighed

ikke ligger til mig. Men jeg vil holde ham i hånden, når flyveren

kurer rundt i en såkaldt turbulens, når tordenskraldene bliver lidt for

nærgående, når berusede venner kører os hjem fra en fest,

og vi sidder på bagsædet med en følelse af sidste afkørsel til … ja,

til hvad? Jeg vil kysse ham farvel, hver gang han går, og savne ham

straks. Jeg vil vaske hans tallerkner. Jeg vil forsøge ikke at skrige

ad ham, selv i de mest kulørte skænderier, der kunne opstå.

Det er vigtigt at lufte ud, men orkaner og storme bør varsles.

Jeg vil lyve så lidt som muligt. Ikke fordi sandheden ifølge mundheldet

er lettere at huske, men løgne får mig til at dirre, som når man

pludselig støder ind i en gammel fjende på gaden.

Jeg vil blive ved med at skrive, og nu og da vil jeg skrive

om ham, men jeg skal nok udelade de allerværste ting.

Hvorfor dog starte en ny krig? Hvorfor fylde verden med glædesløshed?

I de mørke vinterdage vil jeg lægge et tæppe over ham, når han er faldet i søvn

på sofaen i den dunkle stue. Hvad drømmer han mon om?

Det vil jeg ikke bede ham fortælle, jeg vil ikke udfritte ham om sandheden,

der ikke er til at huske. Jeg vil stryge ham over panden

med en hånd så hypnotisk som en vinduesvisker: gå væk, gå væk.

Jeg vil forsøge at forbedre mig, men kan på det punkt

ingenting love. At rejse vil være vores største glæde, at komme væk,

at lægge tingene bag os, at skride højt og helligt fra det hele!

Jeg vil fylde mange album med billeder af ham ved turkise bugter,

på klippefremspring, i botaniske haver med deres tingeltangelgrønt.

Når vi genser gamle steder, vil de forekomme nye, og vi vil befinde os

i det mellemrum, hvor skæbne og anelse og erfaring har hjemme.

Her bydes man altid ”velkommen tilbage”. Her er de små pust,

når undergrundstoget kommer ind. Her lugter trappeopgangene

af råddent mos fra de fede tæpper, tyggegummi er trådt ud på fortovet.

Her er neonskilte og højhusenes lysmosaikker af ganske små pixels.

Her vil jeg gå med ham under efterårstræerne og se deres farver

skylle hen over hans ansigt. Vi vil blive hinandens skygge.

Jeg vil studse mine øjenbryn, så jeg bedre kan se ham.

Hvis han skulle blive syg, vil jeg ikke lege læge, jeg vil hoste

i ugevis sammen med ham og nyde vores hovedpiner. Jeg vil holde ham væk

fra strande og al anden natur, der blot vil forpurre hans elegance.

Jeg vil opfordre ham til at købe dén taske og dé par sko, for et menneske

kan aldrig få skønhed nok, aldrig opmærksomhed nok. Aldrig forkælelse nok.

Jeg vil lytte til hans musik og forstå, at tingene ikke behøver

være så fandens komplicerede. Der findes en enklere glæde.

Jeg vil gå med ham i biografen og slumre hen, uden at han ser det.

Jeg vil rede vores seng hver dag, vifte de små hår af lagnet,

flapre med dynen i luften, så tiden kan begynde forfra med at lave

nye ubrugelige erfaringer. Når vi har været sammen længe nok,

kan vi gynge ind og ud af dem og hente deres billeder, som er det dyrebareste

vi har, og vores liv vil således mere og mere ligne en drøm.

Jeg vil deponere min samvittighed hos ham, så al skade, al

utilstedelighed og dumhed vil ende med at såre mig selv.

Jeg vil være villig til at afprøve nye metoder, hvis det

kan holde vores sexliv i gang. Jeg vil opgive, hvad jeg som ung

fandt ækelt og umoralsk, jeg vil overvinde sindets begrænsninger,

der alligevel blot er de andres tordnende budskaber i mit hoved.

Hvis jeg en dag ikke længere elsker ham, vil jeg uden omsvøb sige det

til ham, for hans ømhed skal ikke spildes på min goldhed.

Men måske vores kærlighed vil stå ved magt.

Dagene vil æde af vores ansigter, indtil vi knap genkender hinanden,

men måske vil den stå ved magt. Forførelser og selvforførelser

vil være svære at undgå, men måske vil den stå ved magt.

Jeg vil bønfalde ham om at holde ud! Jeg vil bede til,

at det i værste fald ikke slutter, at det bare holder op.

Jeg vil beundre hans evne til at græde på de rigtige tidspunkter,

når medlidenheden er blevet lidt for liden, og der for alvor

skal sættes ind. Jeg vil opfordre ham til at tale med venner

og også med dig. Jeg vil minde ham om, at sukkersygen huserer

i din krop, og hvem ved hvad der kan ske? Vil du

købe hus i Stockton? Vil din mand få blodpropper

i lungerne? Vil du blive skilt? Vil dine børn flytte hjemmefra

og efterlade dig med et liv, der engang var og nu ikke længere …? Ja,

det forudser jeg. Men jeg vil besøge dig så ofte jeg kan og overnatte i pigeværelset

og kun føle mig en lille smule skræmt. Når en af sønnerne råber: I’ll kill

that fucking cat! vil jeg lade som om jeg sidder i baghaven og læser digte.

Jeg vil udvikle en næsten panisk humor. Det forudser jeg. Jeg vil

more mig over la dryer og la dishwasher og alle de andre måder

ting og ord og følelser filtrer sig ind i hinanden på, så ingen

til sidst kan finde hjem. Vi vil få et godt liv, det forudser jeg,

men så heller ikke bedre. Og hurtigere end jeg troede,

vil mine dage i 99 Cents-butikken være talte, og det vil

dine også. Men tak for alle turene dertil.

 

 

 

 

Problemet er, siger du, at du ikke kan se dig selv udefra, og det

tror da fanden i det tætte morgenmørke med skraldevogn

og avisbudets raslen ved døren. Katten en snigende

skygge. Som om du helst vil stå op, inden jeget vågner

omtåget og minder dig om det seneste blodbad

på toilettet, alkoholen der tisker overalt, bæltefikseringer

som lå du i pighalsbånd over hele kroppen. Elektrochokkets

lange stød ind gennem bevidstheden, ind gennem

ti års, tyve års fortvivlelse, indtil alle ord begynder at knitre

og detaljerne falder ud af erindringer og billeder.

Læger og sygeplejersker vrimler rundt om dig, optræder

i et radiospil fuldt af stemmer, men intet sprog.

Og hvad er der også at sige? I den højere orden

er Gud en tvangstanke, og sindet leger kispus, smækker

pludselig døren i med dig på den forkerte side.

På dén side er ensomheden møbleret med piller, skoene er

dine bedste venner, tager dig steder hen. På dén side

må du tvinge dig selv til at tro på den manglende orden,

indtil det i sig selv er symbolet på orden. Dér

er alle genstande indfoldet i sig selv, også kaffegrumset,

også cigaretskodderne. Kun æggene løber, den gullige udflåd,

men til helvede med de bløde drømme, som alligevel ikke

forstår et klap. Dér vil synet ikke bedrages, det er

bedraget. Det ved du. Dér er ensomheden proppet med tandlæger

og skuresvampe i supermarkedet, genbrugsbutikker,

saksens hidsige gang gennem håret, affaldsposer på bag-

trappen. Som om et tyndt lys strømmede ud fra ensomheden.

Som om den kun vil dig det godt. Lige indtil den begynder

at tale til dig, irettesætter dig, kræver at du stiller askebægeret

fuldstændig lige, i flugt med bordkanten, og træder

hen over dørtærsklen tre gange, inden du forlader lejligheden.

Forlader lejligheden, ja, men ikke ensomheden, der hænger på dig

som en gammel overfrakke i et digt strikket sammen af klicheer. Ned

og hente guldbajere og papvin, så går det rigtig godt. Selv regnen

synes fordrukken. I den som i dit liv er der kun to dimensioner: op og ned,

ned og op. Du kan ikke nå frem til noget, ikke ud til noget, ikke tilbage,

de andres tilværelse er blot lidt rumsteren i blikket.

Stjernerne sidder i en nålepude i det selvsamme digt. Hår og negle

skal klippes hvert andet øjeblik, de skal, ingen krøller

må hvirvle hen over skjorten, når den ligger udstrakt

på strygebrættet i en ny fiksering. Så forlanger du ikke mere.

Lidt ro, for fanden, ikke mere. Kræfterne til at bære

dig selv hjem i en plasticpose. Ikke mere.

 

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