Por Francesco Benozzo*
Traducción por Chiara De Luca
Crédito de la foto (izq.) Kolibris Ed. /
(der.) el autor
7 poemas de “Poema del límite del mundo” (2019),
de Francesco Benozzo
Parte primera
Mi versión sobre esta parte del mundo
La hoja del cardo como cuchillo de marfil
se agita – intermitente desengaño –
bajo el fuego del sol tan lejano
los lagos y los ríos, en el oro del crepúsculo,
brillan como peces – escamas argentadas –
una nube gris se extiende
roza las grises laderas y tarda un poco
lenta y sutil como la mano de un viejo
que trata de alcanzar las cejas.
Mi versión sobre esta parte del mundo
aún es la que me acompañaba
cuando subía aquí, o un poco más lejos,
observando – poeta desde niño –
las mil maneras, que se han vuelto imprescindibles,
en las que el tallo se abre camino en el aire
y en las que estas montañas desancladas
se han ido a la deriva entre los continentes
sacadas por la infancia de los ríos.
Huella-carcasa-golfos de su éxodo
recortan la meseta – olor a lluvia –
las enormes pinzas de cangrejos cubiertos por bosques
retroceden sobre la ribera de los milenios
hacia el mar del que conservan memoria
del que brota, como fiebre pasajera,
cómo rocío desnatado por la resaca,
un canto antiguo de arenas color esmeralda.
Parte cuarta
Entre voces de poetas que no consuelan
Sobre este borde herrumbroso-acuático
la tierra es más antigua que sus narraciones
más antigua que la geografía que la cuenta
más que los perdidos y silenciosos poemas
en los que también derramé lágrimas azules
por la mitad de mi vida – la otra es recuerdo –
El entusiasmo lineal de los valles
es como un miedo al anochecer
como una oscuridad de mujer-árbol
en cuyos brazos vive un grito estrangulado
de aflicción posible, imposible:
todavía quiéreme, perdóname, todavía quiéreme
todavía quiéreme, doliente, incauto
todavía quiéreme, después de la ruina
¿ves el océano entero? ¿Reconoces
ahora tu quebranto? ¿Tu verdad?
Sobre este borde herrumbroso-acuático
en los restos de las ranas escrofulosas
entre las algas de matorrales sin nombre
como una vieja, ya, la antigua amada
baila danzas que visitan las lápidas
dentro de un sol que retrocede sobre las aldeas
en los regresos de la ola exhausta y tétrica
entre voces de poetas que no consuelan.
Parte octava
La luz de alba se posa sobre los pedregales
La luz del alba se posa sobre los pedregales
esmerada, metódica, escrupulosa
nombrando a una a una, silenciosa,
las superficies de las cosas sin nombre
que orillan el confín del risco:
los jaspes rojos, los yesos, la bastita
las calizas arcillosas de las anémonas
las gramíneas en lucha entre los helechos
el gamón, la frambuesa, el rododendro.
Nubes altas como una franela gris,
dejan sombras de cachalotes sobre los fondos
donde yo, exhausto, con el cuerpo acurrucado,
a la deriva en los arribos del mundo
sueño otros atraques – duermevela ventoso –
doblando al Cabo del Holandés Errante
y costeando las islas de hielo
en medio del Océano Pacífico Meridional.
Luego en las noches del mar cuaternario
entre las erosiones de los detritos caóticos
cuando los derrumbes, como bancos de peces,
agitan el sueño plácido de las selvas
entre las extensiones de prados y las vueltas de estrellas
las cuevas salvajes parecen alargarse
hasta cubrir, en algún instante inmaculado,
la desceñida ropa de la llanura.
Parte décima
No hay patria posible, sólo escamas
Con orden varío la escarcha de la luna
desvela sendas a las noches frías
ya más largas en los presagios de otoño,
con orden varío el surgir de los astros
renueva historias a lo largo de los pantanos
entre las manadas fecundas de nuevos árboles.
No hay patria posible, sólo escamas,
cúmulos aullantes de piedras opalescentes
vertiginosas polvaredas de arenas
que se rasgan en oleadas taciturnas
el áspero entumecimiento del verano despótico.
Nada un rapaz en el misterio del aire
sobre las chatarras de las cuevas desfiguradas
por la tormenta: todo empieza a moverse
al principio despacio luego con borbotones
de sonidos azules y racimos morados
de rocas colgadas entre los vapores del lago
estriados por líquenes despeinados.
Nada más sucumbe, nada renace
en la hora en que los empinados páramos
se tiñen de ceniza, asignadas
por su propio canto a lugares que no existían
a cráteres múltiples, fangosos
formados en la espesura: sueños extraños
bajo la línea de la curvatura terrestre.
Nada más sucumbe, nada renace
todo es como un crujido dentro de un cañaveral.
Parte duodécima
También los vestigios han cambiado la perspectiva
A pesar de los magnánimos jardines
sobre las bahías, más allá de los muelles tranquilos
a pesar de las oscuras pinceladas
de vehementes recuerdos sobre las muchedumbres
y a pesar del eco de las carrozas
sobre sendas y embarcaderos murmurantes,
también los vestigios han cambiado la perspectiva
juntándose a los límites escarpados
de la montaña anclada e irascible
dónde tiene meses, si se excluye la lluvia,
no queda casi nada que ver.
Frente a mí, sobre el perenne riego
renguean las nubes pastosas
hacia horizontes hartos de incendios
semi-enterrados por una incuria hosca
y resignada: en esas soledades
desteñidas, amenazadoras, hipnotizantes
queda un sufrimiento aliviado
la inalterada parálisis de una duda
la desconcertante prueba de un error
que antes o después vuelve
a aflorar en formas conocidas
a pesar de los magnánimos jardines
de los vehementes recuerdos desconectados
y del eco de poemas consoladores.
Parte decimoquinta
Me empujé dentro del corazón del mundo
Es mejor volver: también pegado encima
de mi está un olor de pez, madera y mar.
Sobre mis sienes una ola chispeante
señala una senda de tierra dentro de la tierra
o, a veces, un estupor submarino
de conchas, de cáscaras, de algas nómadas.
Vine a retomar la fuerza descontrolada
dentro de una noche infinitamente desnuda
con sus presentimientos, incalculables
como pájaros escondidos en la hojarasca.
Me empujé dentro del corazón del mundo
arriesgando mis ojos, mi canto, mi propia vida,
vi el río descomponerse, desalentarse
favorecer el resplandor del cataclismo,
vi el mar renacer, destruirse
poseído por una fugaz indisciplina,
vi el continente desmigajarse
en jirones de bárbaros archipiélagos.
Y en esa noche infinitamente desnuda
errando entre los añicos aprendí esto:
hay un amor que recompone los fragmentos
y es más fuerte de lo que, en precedencia,
asumía la entereza de lo que quiere.
Parte decimoctava
El eje de la tierra oscila en el cosmos opaco
Estrías de tigre señalan las tinieblas
mientras los presagios matutinos se transforman
en formas de piedras cada vez más feroces.
En la descendencia de los coros de los océanos
expropiados por la oscuridad pero impasibles
el eje de la tierra oscila en el cosmos opaco
la llanura ha desaparecido de la escena
el latido de las estaciones se ha alterado:
tierra roja, pendiente de hierba, ramas deformes
los fragmentos de mi vida que se expande
o se estrecha – cavidad del corazón
que sigue demasiados deseos y poco mar
en la peligrosa paz de un caos frío
y de dulces cuentos sin eclipse.
No podrá jamás haber mañana
no podrá jamás haber otra noche
vendrá un ángel insomne – labios cerrados –
a robar de mi oreja el blanco regalo
de la nominación poética de cada cosa.
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(poemas en su idioma original, italiano)
7 poesie di “Poema dal limite del mondo” (2019),
da Francesco Benozzo
Parte prima
La mia versione su questa parte del mondo
La lama del cardo come coltello d’avorio
si agita – intermittente disincanto –
sotto il fuoco del sole così lontano
i laghi e i fiumi, nell’oro del crepuscolo,
luccicano come pesci – scaglie argentate –
una nuvola grigia si dispiega
sfiora i grigi versanti e indugia un poco
lenta e sottile come la mano di un vecchio
che cerca di raggiungere le sopracciglia.
La mia versione su questa parte del mondo
è sempre quella che mi accompagnava
quando salivo qui, o poco lontano,
osservando – poeta già da ragazzo –
i mille modi, divenuti imprescindibili,
in cui lo stelo si fa spazio nell’aria
e in cui queste montagne disancorate
sono andate alla deriva tra i continenti
portate via dall’infanzia dei fiumi.
Tracce-carcasse-golfi del loro esodo
frastagliano l’altopiano – odore di pioggia –
le enormi chele di granchi coperti di boschi
indietreggiano sulla battigia dei millenni
verso il mare di cui conservano memoria
da cui germoglia, come febbre passeggera,
come rugiada scremata dalla risacca,
un canto antico di sabbie color smeraldo.
Parte quarta
Tra voci di poeti che non consolano
Su questo bordo rugginoso-acquatico
la terra è antica più delle sue narrazioni
più antica della geografia che la racconta
più dei perduti e silenziosi carmi
nei quali anch’io versai lacrime azzurre
per metà della vita – l’altra è ricordo –.
L’entusiasmo lineare delle valli
è come una paura all’imbrunire
come un’oscurità di donna-albero
nelle cui braccia vive un grido strangolato
di afflizione possibile, impossibile:
amami ancora, perdono, amami ancora
amami ancora, sofferente, incauto
amami ancora, dopo lo sfacelo
vedi l’intero oceano? Riconosci
ora il tuo affranto? La tua verità?
Su questo bordo rugginoso-acquatico
nei resti delle rane scrofolose
tra le alghe di arbusti senza un nome
come una vecchia, ormai, l’antica amata
danza danze che visitano le lapidi
dentro un sole che arretra sui villaggi
nei ritorni dell’onda esausti e tetri
tra voci di poeti che non consolano.
Parte ottava
La luce d’alba si posa sulle pietraie
La luce d’alba si posa sulle pietraie
accurata, metodica, scrupolosa
nominando una ad una, silenziosa,
le superfici delle cose senza nome
che bordano il confine del crinale:
i diaspri rossi, i gessi, la bastite
i calcari argillosi degli anemoni
le graminacee in lotta tra le felci
l’asfodelo, il lampone, il rododendro.
Nuvole alte, come flanella grigia,
lasciano ombre di capodogli sui fondali
dove io, esausto, col corpo rannicchiato,
alla deriva negli approdi del mondo
sogno altri attracchi – dormiveglia ventoso –
doppiando il capo dell’Olandese Volante
e costeggiando le isole di ghiaccio
al largo del Pacifico Meridionale.
Poi nelle notti del mare quaternario
tra le erosioni dei detriti caotici
quando le frane, come banchi di pesci,
agitano il sonno placido delle selve
tra le distese di prati e i giri di stelle
gli antri selvaggi sembrano allungarsi
fino a coprire, in qualche istante immacolato,
le discinte vesti della pianura.
Parte decima
Non c’è patria possibile, solo squame
Con ordine vario la brina della luna
svela sentieri alle nottate fredde
ormai più lunghe nei presagi d’autunno,
con ordine vario il sorgere degli astri
rinnova storie lungo le paludi
tra le mandrie feconde di nuovi alberi.
Non c’è patria possibile, solo squame,
cumuli urlanti di pietre opalescenti
vertiginosi polverii di sabbie
che sdruciscono in flutti taciturni
l’aspro torpore dell’estate dispotica.
Nuota un rapace nel mistero dell’aria
sui rottami degli antri sfigurati
dal temporale: tutto prende a muoversi
prima sommessamente poi con fiotti
di suoni azzurri e grappoli violacei
di rocce appese tra i vapori del lago
rigate da licheni scarmigliati.
Niente soccombe più, niente rinasce
nell’ora in cui le ripide brughiere
si tingono di cenere, assegnate
dal proprio canto a luoghi che non c’erano
a crateri molteplici, fangosi
formatisi nel folto: sogni strani
sotto la linea della curvatura terrestre.
Niente soccombe più, niente rinasce
tutto è come un fruscio dentro a un canneto.
Parte dodicesima
Anche i relitti hanno mutato prospettiva
Nonostante i magnanimi giardini
sopra le baie, oltre i moli tranquilli
nonostante le cupe pennellate
di struggenti ricordi sopra le folle
e nonostante l’eco di carrozze
su viottoli e pontili mormoranti,
anche i relitti hanno mutato prospettiva
radunandosi ai limiti scoscesi
della montagna ormeggiata ed irascibile
dove da mesi, se si esclude la pioggia,
non resta quasi niente da vedere.
Davanti a me, sulla perenne irrigazione
arrancano le nuvole pastose
verso orizzonti saturi di incendi
semisepolti in un’incuria fosca
e rassegnata: in quelle solitudini
sbiadite, minacciose, ipnotizzanti
resta una sofferenza non lenita
l’immutata paralisi di un dubbio
la sconcertante prova di un errore
che prima o poi riaffiora in modi noti
nonostante i magnanimi giardini
gli struggenti ricordi disconnessi
e l’eco di poesie consolatorie.
Parte quindicesima
Mi sono spinto dentro al cuore del mondo
Meglio tornare: ho ancora appiccicato
un odore di pesce, legno e mare.
Sulle mie tempie un’onda scintillante
segna un sentiero di terra dentro la terra
o, a volte, uno stupore sottomarino
di conchiglie, di gusci, di alghe nomadi.
Venni a riprendermi la forza incontrollata
dentro una notte infinitamente nuda
coi suoi presentimenti, incalcolabili
come uccelli nascosti nel fogliame.
Mi sono spinto dentro al cuore del mondo
rischiando gli occhi, il canto, la vita stessa,
ho visto il fiume scomporsi, sgomentarsi
assecondare lo splendore del cataclisma,
ho visto il mare rinascere, annientarsi
posseduto da una fugace indisciplina,
ho visto il continente sbriciolarsi
in brandelli di barbari arcipelaghi.
E in quella notte infinitamente nuda
errando tra i frantumi ho appreso questo:
c’è un amore che ricompone i frammenti
ed è più forte di quello che, in precedenza,
dava per certa l’interezza di ciò che ama.
Parte diciottesima
L’asse terrestre oscilla nel cosmo opaco
Striature di tigre segnano le tenebre
mentre i presagi mattutini si trasformano
in forme di pietre sempre più feroci.
Nella progenie dei cori degli oceani
espropriati dal buio ma impassibili
l’asse terrestre oscilla nel cosmo opaco
la pianura è scomparsa dalla scena
il battito delle stagioni si è alterato:
terra rossa, pendio d’erba, rami deformi
i frammenti della mia vita che si espande
o si restringe – cavità del cuore
che segue troppi desideri e poco mare –
nella rischiosa pace di un caos freddo
e di dolci racconti senza eclissi.
Non potrà mai più esserci mattino
non potrà mai più esserci altra notte
verrà un angelo insonne – labbra serrate –
a rubare dal mio orecchio il bianco dono
della nominazione poetica di ogni cosa.
*(Módena-Italia, 1969). Poeta, músico y filólogo. Licenciado en Filología y Lingüística Románica por la Università di Bologna (Italia). Ha obtenido en dos ocasiones el Premio Nazionale Giovanna Daffini para la musica (2013 y 2015) y está nominado al Premio Nobel de la Literatura desde 2015. Sus poemas Onirico geologico, Felci in rivolta/Ferns in Revolt, La capanna del naufrago/The Castaway’s Hut y Stóra Dímun fueron publicados por Kolibris en 2014, 2015, 2017 y 2019, respectivamente.