7 poemas de «Nadie piensa en mi nombre», de Ahmad al-shahawy

 

Poemas por Ahmad al-shahawy*

Traducción al español por Mohamed Abuelata

Texto de intro por Muhámmad Abdul-Muttalib

Crédito de la foto el autor

 

 

La obra poética de Ahmed al-shahawy propone el amor como una ventana para asomarse al mundo, presenta a la mujer como razón de ser la existencia y plantea el amor como un deber sagrado. Y no pecaría yo de exagerado si dijera que Ahmed al-shahawy es el legítimo heredero de la saga de los grandes amantes que en el mundo ha habido. Ahmed al-shahawy ahonda, por un lado, en su herencia espiritual del Corán y de la senda recta y, por otro, en la herencia secular de amor mundano.

Asimismo, y a lo largo de su trayectoria con la tradición, pudo desplegar parte de su experiencia personal y sus propias vivencias cuyo resultado, lejos de limitarse a la mera recreación, bucea en la misma raíz de lo femenino o de la mujer primera ausente desde muy temprano, aunque presente siempre día y noche.

Por otra parte, es clara y notoria, como herencia de la tradición ancestral, la tendencia a que, en la poesía amorosa y la relación hombre-mujer, el hombre ocupase el corpus y la mujer, el margen. Llegó Ahmed al-shahawy e invirtió esa tendencia cambiando el sentido y rumbo de la misma para ser mujer-hombre; de modo que, en su poética, la mujer ahora ocupa el corpus y el hombre, la nota a pie de página.

 

(de Poetas de los 1970 y el caos creativo, 2009)

 

 

 

7 poemas de Nadie piensa en mi nombre,

de Ahmad al-shahawy

 

 

Cada vez que muere alguien,

balbucea el sepulturero una alabanza.

 

 

 

El vendedor de telas a Dios da gracias

por el corpulento cadáver.

 

 

 

El recitador del Corán sonríe

porque habrá funeral,

pero es más feliz

si en una noche recita en dos velorios.

 

 

 

Los usureros lloran

y se desesperan

por cobrar el préstamo perdido.

 

Sólo el muerto

vuela llevado sobre hombros,

y pasa la noche solo

y, sólo, piensa en el albañil

que levantó la tumba de prisa y corriendo.

 

 

 

Una puerta en mi cabeza

 

Anoche,

con la tercera copa,

con lo negro atrapado en las piernas,

ocupado en brotes de flores de oro

de un cuerpo que llovía fuego,

 

 

 

una cama nocturna y sola,

el Nilo contemplando,

la puerta de la habitación esperando

cerrar

y tentar,

y la secreta puerta, mi cómplice de pasión.

 

 

 

Adelanté el sábado

pero los domingos extremaron

su temor a las paredes.

Volví a casa

arropado por la copa,

llevado en negro.

 

 

Entre los dos techos del cielo

 

Desde pequeño en la aldea,

siempre creí que era tan bajo el techo del cielo

que podía tocarlo con la mano, cada noche,

y llenarme los bolsillos de estrellas.

 

 

 

Mas, desde ayer,

desde que llegué al desierto,

vi la arena tan soñadora como su vientre,

el agua tan roja como sus labios

y probé la lengua de su insomne bahía.

 

 

 

Ahora sé que el techo del cielo está lejos

y que mis sueños pequeños

escalaron hasta sus aguas.

 

 

 

Tu inagotable cueva

 

¿Qué pasaría si se agotasen tus palabras?

 

 

El cuerpo del mar

diría otras

que igualasen el creador y la creatura.

Porque ni el caudal necesita caudales

ni la providencia providencias.

 

 

 

Perdida harina

 

Cada noche, me muero solo

y tú, en tu lecho,

relatas una historia,

quemas el pasado

o revives a un muerto en la memoria.

 

 

 

¿sabes qué significa oler tu trigo

y no verme en tu pan?

 

El poeta Ahmad al-shahawy.

 

Duelo por una canción

 

“De nada sirves –escribió-,

un camino trillado eres,

un número atado a la cola de un caballo,

una tumba fría,

abandonado en el infierno,

un árbol sin corteza en el desierto,

un hilo sin aguja,

una puerta quemada rumiando las manos que alguna vez la

han tocado,

 

 

 

un pájaro aterido por el derrame del sol,

letra muerta,

un libro caído del collar de una paloma,

línea aislada en busca del punto,

una montaña desnuda nadando en las nubes,

espejo oscuro abandonado por una mujer,

un duelo por una canción,

el frufrú de seda apagado”.

 

 

 

¿A dónde me lleva la puerta cerrada? –me pregunté-.

¿Se librarán los nombres con solo mover los hombros?

¿Se librará la coma del punto y coma?

¿Se me caerá el mundo encima?

 

Me acogeré otra vez al ritmo,

a un silencio heredado de mi madre,

me libraré de verte,

y se librará el alma de hablar

a una sola letra

de tu nombre.

 

 

 

Un libro eterno

 

Esa es una ciudad

ignorada por los geógrafos

y la trazaron tus labios.

 

Esa es mi ciudad,

ciudad de Dios,

que avivará el fuego de mi lengua

como un libro eterno para los

derwiches enamorados.

 

 

 

 

 

*(Damietta-Egipto, 1960) Poeta. Periodista por la Universidad de Asiut. En la actualidad, se desempeña como director de redacción en Al-Ahram (la mayor fundación periodística en Egipto y el Mundo Árabe). Obtuvo el Premio UNESCO de Letras (1995) y el Premio Kavafis (1998). Ha publicado en poesía Dos Rakaas para el amor (1988), Los dichos (parte I 1991), El libro del amor (1992), Los dichos (Parte II 1994), Estados del enamorado (1996 y 2001), El libro de la muerte (1997), Di ella (2000), La Lengua del fuego (2005), Una puerta y casas (2009), Soy el amante (2016), Ser amante (2019), entre otros.

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