Por: Jorge Boccanera
Crédito de la foto: Izq. www.laletrapartida.com.ar
der. portada del autor
7 poemas de Monólogo del necio (2015),
de Jorge Boccanera
Hablan los ojos de Nazim Hikmet
Sobre mi mano,
la mitad de una manzana brilla.
La otra mitad está sobre una mesa a miles de
kilómetros de aquí.
Es imposible morder esta mitad
sin que duela el vacío.
Diario del calcinado
Sale Artaud chamuscado de su propio cuerpo
para prenderse fuego,
una y otra vez
lumbre,
a cada instante,
con la consigna de quemar las naves.
Fibras
a José Ángel Leyva
Asomará un venado para el que siembra tiempo, lo
fabrica, largas hojas de tiempo, muy delgadas, con
hebras, cerdas, hilos, filamentos, hilachas,
y escribe sobre el tiempo de rodillas, sobre un manto
de sombras, y camina después por la hoja en blanco
donde la noche está despierta.
Asomará el venado si el que escribe mete las manos en el
tiempo y roe,lo muerde, lo desgasta, lo adelgaza, lo
vuelve tegumento, membrana.
Cuando el tiempo -pellejo de palabras- roce fugaz el
aire, asomará un venado
Astillas
I
¿A qué va uno al espejo?
A preguntar,
a inquirir el anverso, la faz, a investigar por uno,
a rastrear la fachada,
el asunto es el mismo: interrogarse.
Solo atiende preguntas el espejo,
abre ventanas solo a ese llamado.
Su respuesta es gruñido, un murmullo de noches
arrugadas.
Ese despeñadero te pisa los talones.
II
Entre cuatro navajas ondula un río de lava.
III
El espejo se pudre.
Lo vi con estos ojos que ya no son lo mismos.
IV
Quien observa al espejo visita una memoria.
Las brasas del que mira se hunden en el desierto.
V
El espejo reúne lo que el viento dispersa.
Cintas
a María Agustina, mi madre
Aros para bordar, un costurero, toda
la vida un hilo. Enhebra olores en la cocina, zurce
palabras desgarradas.
Su nostalgia es de lino.
Nunca se nace, siempre
vamos cosidos a una madre:
Y calados, botones, bastidores, vivos para la orilla
de la lengua y encajes en la risa.
Junto a la rosa triste del alfiletero: mi madre.
El camino lo alumbran las hebras de una estrella,
un viento de algodón, resplandor de abalorios.
Y en cada cosa que levantó el mundo:
la aguja y el dedal.
Nido de viento
a Dino Saluzzi
Hundir las manos en la sombra,
pequeño estuche del inmenso cielo,
y arremangarse en la memoria
en esa caja, nido de los vientos.
Meter las manos en las sombras,
tantear las vísceras del instrumento
hasta encontrar esa bengala
que ardía en el baldío de mi pueblo.
Hurgar, pulsar y resoplar,
como quien entra ciego en otro cuerpo.
Y murmurar, roncar, bramar,
el que toca este fueye toca el fuego.
Hay polvaredas por doquier,
peces de nácar y unos pingos viejos,
el resoplar del arrabal,
y la nostalgia en la palabra “lejos”.
Meter la sombra en otra sombra
como quien monta un animal en celo.
Joyas perdidas en el fueye.
Dicen que hay oro al fondo del deseo.
Hundir las manos en la caja,
acariciar los muslos de un recuerdo.
El bandonión, sus lenguas sueltas,
sacuden el follaje del misterio.
El manosear, el rebuscar,
los teclados amasan ronroneos.
Pica la piedra del cayado
el que se prueba los anillos nuevos.
Qué diapasón podrá afinar
aquella carta que no llegó a tiempo.
Una mujer respira cerca
y es espiral de niebla y de secretos.
Tantear del colibrí su fuga,
poner los ojos en algún “te quiero”.
Pulir la lágrima, sangrar,
después arrodillarse ante el silencio.
Meter la sombra en otra sombra
como quien monta un animal en celo.
Joyas perdidas en el fueye.
Dicen que hay oro al fondo del deseo.
Ronda de la sola
*A Olga Aredez
Con su muleta al rojo,
con su sentir a cuerda,
con su arenga de lata.
Este viento de locos
hecho de manotazos
y relleno de rabia.
Cuando falta el abrazo
del cuerpo que relumbra
montado en la distancia
suelta un perro de silbos
en las tardes del solo
que escupe noches largas.
Cuando la vida en fuga te rebana las piernas
y no hay Cristo que valga.
En la calle de tierra una madre se alza
contra el viento a mansalva.
La mujer de la ronda
y la gota de sangre que en la esquina la aguarda.
lleva un nido de cruces empollando en la espera:
“Yo solita y mi alma”.
Es un viento sin párpados
carga una enorme tuba
marcha dando zancadas.
Apagón de Ledesma
la patota de sombras
y la vida incendiada.
Este viento de fierro
barre madres de polvo
te descascara el alma.
*Olga Aredez formó parte de Madres de Plaza de Mayo y por años caminó en soledad todos los jueves alrededor la plaza de Ledesma, en Jujuy, con un pañuelo blanco en la cabeza y un cartel denunciando los desaparecidos del pueblo en el marco de la dictadura militar entronizada en Argentina en 1976. Entre las víctimas por las que reclamaba esta luchadora social ?nacida en Tucumán y fallecida en 2005? se contaba su esposo, el ex intendente de Ledesma doctor Luis Aredez.