7 poemas de «Mi lado izquierdo» (2021), de Rafael Fombellida

 

Por Rafael Fombellida*

Crédito de la foto (izq.) ASR /

(der.) Ed. Renacimiento

 

 

7 poemas de Mi lado izquierdo (2021),

de Rafael Fombellida

 

 

Lo irreducible

 

Nudo de claridad ante la mar.

Trazo blanco en la noche concertando

con los vastos poderes de este mundo.

Te has desvestido entero y caminado

blandas lenguas de arena.

Ahora descansas,

te compactas, encubres, y ese cuerpo

anclado en sus tobillos va tomando

la forma indivisible de una celda.

Los astros solos; la marea, oscura.

El haz encapsulado de los faros

de tu automóvil.

Eres

nadador en el aire transparente,

habitante absoluto, único expósito,

centinela del propio emplazamiento.

Todo es cerrada inmensidad contigo,

latitud sostenida en su intemperie.

Nada se mueve en ti, tendón ni músculo.

Escuchas el gobierno, piel adentro,

de tu caja torácica,

y un pulso afín: el orbe originario,

palpitando los dos sin mano que lo ordene.

Con cuánta opacidad, con cuánto ardor.

Mundo que a sí se otorga, rebosante

de inconsciente razón. Y en él un cuerpo,

trazo blanco en la noche, concertado

nudo de claridad ante la mar.

 

 

 

Huir allá

 

¿Adónde ir? Muy poco decoroso

es el motel que nos asila.

Bajo su rótulo, un chorro deshelado

ha formado un cerquillo en la nieve disuelta.

Hay modelos antiguos de grandes automóviles,

tras un vidrio sin lustre se encorva una mujer.

No sé si llegaremos a la edad que le ultraja.

Añoro una cabaña de cañizo y adobe

reseco con un fuego en su interior;

añoro estar desnudo ante la lejanía

como un caudillo bárbaro en su tienda de fieltro.

Añoro alzar un ídolo a la caza o la lluvia

con sus armas, sus cueros, con su enervado falo;

añoro una tendencia criminal, un destino

que pudiera escribirse con palabras mayores,

«conspiración», «estupro», «contrabando».

Lo hemos vendido todo por un único brillo,

la moneda de níquel de esta noche de nieve.

Qué modesto es vivir, y qué poco se precia.

Me miras con los ojos de la debilidad

y me besas cianótica como un muerto por cólera.

Toma mis hombros y húndete con ellos,

la noche pide un gas que no está en el servicio.

Con hermetismo igual al que cohesiona

los huesos de tu cráneo, cierra la habitación.

El mundo es un puñado de nieve y rodaduras,

una ventana ciega, un lugar sin hogar.

 

El poeta Rafael Fombellida.
Crédito de la foto: Diario Montanés

 

Nocturno del ángulo muerto

 

Oculto diapasón, once de julio.

Huele a pasada noche, a sus andrajos.

Es mi cuerpo una gota de luz negra.

De cuando en cuando un auto aclara el techo.

Cinco metros y medio hasta la lámpara.

Mal medida, una cuarta hasta su omóplato.

Los ojos son las páteras de un rito.

Nieva ausente un murmullo hasta mi sien.

La ventana es un sol cuadruplicado.

Su reflejo se pliega en cada arista.

Oigo llover. No tengo cigarrillos.

Sobre las losas una piel apremia.

Mi cráneo es la costra de una llaga.

Mi pensamiento es una lengua muerta.

El corazón se enfría palpitando.

Nado dentro de mí sin darme alcance.

Gotea un grifo, forcejea un necio.

Dos parejas alternan posiciones.

El silencio se arrastra como un río.

Nadie sale a mirar donde no hay nada.

La noche es un pick-up girando solo.

El tejado es de placas con amianto.

Una cinta me enlaza inacabable.

Me separa de mí. Pasa otro coche.

 

 

 

Una cabeza cansada

 

Ruhe in dir

Mein Haupt auf deine Brust geneigt…

Ina Seidel

 

Una cabeza cae al regazo templado del metropolitano.

Una cabeza rueda entre las máquinas, las que expenden billetes o diarios,

entradas de teatro, botellines de malta, licor, patatas «Yobo» o noches de relax.

Una cabeza baja y se deja arrullar por las espitas del aire de los túneles.

Se deja enamorar el hombre, esa cabeza, por las bocas de tránsito, por el susurro afásico

que espolea las palas de algún ventilador.

Se yergue unos momentos la cabeza, se escora hacia la órbita

del futuro inmediato, del único futuro hacia el que puede bascular sin cuidado.

Y piensa esa cabeza, una fracción de instante, en lo que pueda traer ese futuro.

La muchacha que lee reposará con mimo el marcapáginas a mitad del artículo.

La pareja de floggers incoloros cerrará un poco más el anillo entre sí.

Él quisiera ceñirse en ese cíngulo, oprimir sus motivos, silbar su melodía

como la silban ellos sellándose en el pomo de sus envergaduras.

Como la silban ellos redimidos del duelo, del pesado gravamen de sus bultos de viaje.

Esa cabeza eleva sus ojos a lo alto. El cielo es una nube expandida de vaho.

El cielo son seis lanzas tubulares

haciendo ángulo en L. Esa cabeza espera de algún cielo una señal de aliento.

Hay rescoldo de madre, de terrores calmados, de mangas de jersey

mordidas con empeño hasta hacerse muy dulces.

Hay un temor a todo cuanto ha quedado arriba de la rendija seca de los respiraderos.

Su madre mecería la extenuada cabeza, su tranquila gramática le hablaría al oído.

Su madre, de haber una, ahormaría el pecho a la exhausta dolencia de ese hijo.

Pero solo hay resuello de convoyes que pasan, siseo de pisadas

y de hombros clavados en la cruz de su escápula.

Solo hay calor de guantes de cordero, gabardinas estáticas; de cuellos reclinados

en el saliente incómodo de un banco de plástico gris neutro.

Esa cabeza piensa en el regazo de algún fluido filtrándose.

De algún gas que pudiera liberarse desde la rota válvula de cualquier tubo en L.

Esa cabeza rueda entre mensajes, indicaciones, notas, advertencias, consejos

que no permiten pausa ni demora a ninguno.

Un niño pisa un trozo de galleta. Su mamá le regaña porque quiere tomarlo.

La muchacha ha situado, lo sabía, con mimo el marcapáginas a mitad de un artículo.

Él deja a su cabeza desviar la mirada hacia el negro de humo de la bóveda.

Si los cielos se abrieran, no podría reprocharse haber ambicionado una señal de aliento.

 

 

 

Fussgänger

 

Es un sueño, y decido que no ha de preocuparme.

El mes de octubre escalda como una fumarola.

Es un día extremado, caluroso, insólito en otoño.

Estoy febril. Camino adormecido por un canchal sin término.

Los cantos biselados hieren la tumescencia de mis plantas.

Aplasto la cabeza de las víboras, y ellas no se revuelven

contra mí. Su cráneo diminuto hace un crac! inaudible

y el zigzag se desinfla y convulsiona con un silbido seco.

Voy desnudo, abismal, no me avergüenza

pues solo Dios me observa. Sudo como un esclavo

y la tierra semeja el sedimento de una expansión volcánica.

Me desperezo, un sueño, decido que no ha de preocuparme.

Prosigue ahí, acostada sobre su lado izquierdo, emite

un rumor oprimido. «Eh, despierta, libérate también

de tu alucinación». Me atisba con mirar congestionado

y salta de las sábanas cubriendo el culo con su camisola.

Bebimos en exceso, es casi noche al remontar la siesta.

Cenamos, discutimos, atendemos airados al teléfono,

ella limpia con nerviosismo el horno, intercambia canales en la televisión

anticipándose a la imagen. Es un octubre de

relentes prematuros. Salgo al jardín, en cueros,

y el halo anaranjado de los focos me hace aparecer

como el extravagante personaje de una serie animada.

Traspongo la cancela. Voy desnudo, abismal, no me avergüenza

pues solo me delata la ráfaga ambarina de unos autos

conducidos por gente atribulada. Bastante tendrán ya

como para fijarse en este cuerpo. En la acera se alivia

la carga de mi huella. Piso añicos del vidrio

de una botella rota. Sangro. La andadura

es una penitencia dolorosa, pero vale avanzar

como el agonizante por la vía del Gólgota,

vale avanzar, repito, porque un futuro aguarda

al cabo de este puerco pavimento. La aurora se insinúa

envuelta en este sueño que no es.

 

 

Nado. Nado en el limbo. Entre las hojas negras de los arces

que han resbalado al agua. Nado en mi privación,

en mi desasimiento. No llames. No me esperes. No

remontaré nunca. Me aproximo hasta el cantil de pórfido.

Reparo mi vigor, inspiro, rozo la arista viva con mi frente

y vuelvo a sumergirme en el fluido clorado. Tu sumisa

bengala no palpita. ¿Dónde te emboscas, luna, hoy?

El aire, en tamizados filones cristalinos, lame la sien,

el cuello, las fronteras celestes. Oigo una voz, me nombra;

aire: no soy. Solo braceo en el invierno. Avanzo

como lo haría un saurio bajo el calambre apático

de las constelaciones. A lo lejos prescribe algo inconcreto;

un destello trasluce el halo de algún cuerpo al extinguirse.

Avanzo a solas con mi resonancia. Oscilo a la deriva

igual que una carroña ahogada en cieno. Sí, manjar

para las larvas, fruta podrida, heces. Eso soy al hundirme

bajo la greña de los sauces, entre los blancos pétalos

sonámbulos. Y nado en plenitud, como un dios abolido,

como un arcángel repudiado. Abstracto, sigiloso. Si es que soy,

eso soy. Acabado silencio que bracea en el agua cautiva;

enigma coronado de susurros y de nocturnidad.

 

 

 

Es la naturaleza de mi cuerpo. Consuélalo y perdona.

Es mi dificultad. Tú deberás sufrirla igual que yo

la maldigo y condeno. Tú deberás hartar su desafuero,

colgar del leño que amartillo para después hacerme merecer

el hechizo de tu descendimiento. Deja al deseo zumbar

como un tábano en torno a las higueras salvajes y a la miel.

Déjalo trepidar y dilatarse como haría el miocardio de un ternero.

Cuánta penuria de animal en mí. Cuánta desavenencia

este recrudecerse de la carne, una quijada de asno

borrando del tablero las piezas de marfil, el impacto en la nuca

de la gracia. No quiero que comprendas. El mantillo supura

bajo tu espalda. Nuestra presión deseca todo el vaho de la tierra.

El helecho se acoda. Hundo en tu sien mi rostro. Vibra un breve

quejido ahogado, laxo como un tremor. No debes entender

ni censurar. Es mi dificultad. Soy un solo sumando

en el desequilibrio original del mundo. Inocente, discorde,

brusco como el trallazo de mi requerimiento. Nunca sabré si es esto

coacción o ternura. Bastaba con la cúpula del cielo. Con el aire

bastaba, y su campana coral y alucinante. Bastaba y no. ¿De dónde

esta necesidad, mi cerril avidez? ¿Por qué me azota tu respiración?

 

 

 

 

 

*(Torrelavega-España, 1959). Poeta. Codirigió las revistas y colecciones poéticas Scriptvm y Ultramar. En la actualidad, dirige las Veladas Poéticas de la UIMP en Santander y la colección de poesía de Quálea Ed. Obtuvo el Premio nacional de poesía José Luis Hidalgo, el Premio internacional de poesía Ciudad de Burgos y el Premio internacional de poesía Gerardo Diego. Ha publicado en poesía Lectura de las aguas (1988), Deudas de juego (2001), Norte magnético (2003), Canción oscura (2007), Montaña roja (2008), Campo de Marte (2011), Violeta profundo (2012) y Mi lado izquierdo (2021), entre otros.

 

 

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