Por Joaquín Fabrellas*
Crédito de la foto (izq.) twitter del autor/
(der.) Ed. Maoli
7 poemas de Metal (2017),
de Joaquín Fabrellas
I
Mira cómo tiembla la palabra al borde de la nada.
La niebla es un paisaje.
El hombre no sabe nada.
El animal es sabio: creó la violencia.
La música nació para organizar el vacío.
La poesía es el primer idioma.
III
La lava al borde del mar, si el acantilado era un símbolo,
¿qué poblará el silencio?
El silencio es el mar.
¿Recuerdas el abismo, la tierra toda?
La luz gastada de invierno,
el viento oreando cada piedra, un desierto helado.
La geometría de la palabra es cruel silencio.
Esto es el hombre: palabra o vacío.
Las palabras nos unen a la Historia;
nos separan de lo animal y nos unen con la violencia,
la Historia Natural del hombre.
La Palabra es la historia de la dominación.
La Palabra tiembla en el vacío entre el silencio y la escritura.
Primero
Escribo una y muchas veces el mismo poema
cada poema es un tachón del anterior,
cada texto es bajar más en el abismo,
es reconocer la lucha
contra mi yo más imperfecto,
pero siempre gana el poema:
la realidad infinita de la palabra,
su negación.
Mientras desaparezco inagotable
en la continua destrucción de la letra,
el poema siempre nacerá solo,
destruyéndome
y despojando al tiempo
de su vuelta al comienzo
donde coincidimos de nuevo
el poema y mi incertidumbre
de no saber quién escribe a quién.
Anatomía
El corazón es solo una víscera:
músculo sin alma,
el corazón no sabe de transparencias,
no sabe de amor
más de lo que sabe el hígado
repasando toda la sangre ordenada
del desconsuelo desordenado
de los amantes confundidos
en puentes sin rostro.
Trastos
Olvidaron mi nombre
vuestro cuerpo
el cielo de plástico
el mundo encadenado
metido en cajas de cartón
de zapatos viejos
los recuerdos almacenados
como fósiles falsos
la vida era un rastro de orina
una mancha de sangre junto a la boca
la ropa de los armarios
con espejos hartos
de trabajar para el olvido
de los hombres
inventando pasados
horas fechas y cuerpos
una distancia entre los amantes
escribiendo todo
como en un mal poema
improvisando excusas y calendarios
arrojando al fuego el nombre
olvidado
el vacío de los espejos de la carne
su voluntad sin destino
el tiempo increado
un cielo sólido por donde huye
la sonrisa y
ablación del olvido
animal de tantos vuelos
la incógnita habitando
el párpado que tiembla
y la mano toca inventando el deseo.
los pasillos se llenan de antepasados
y no explican por qué tú estás aquí mirándolos
ni tu nada
ni el vacío innombrable
o cómo el infinito crece
a tu lado, tan hermoso.
Metal
Cansado del hombre,
voy a nacerme en otro lugar
en un yermo donde nada exista
y solo yo nombre
lo que nadie ve.
Cansado del lenguaje
inventaré otro idioma sin voz.
El secreto del mundo:
nuestra condena cotidiana
de lo que otros nos sueñan.
Hombres, yo sabré escribir en el humo
vuestro epitafio.
Fertilizan ahora ellos el mundo
y el cadáver adornarán por dentro,
vacías las cenizas de tu instante:
y el tuétano cierra
ya tu íntimo clamor,
los humores que ardieron una tarde
de océano y sombra;
residen bajo el árbol,
nuestra desolación acariciando:
porque el hombre era tan solo su olvido,
salvaje mundo ajeno,
incendiando la tierra,
nos ofrecen los tiernos holocaustos,
abren sendas hacia un fondo de luz,
y desaparece todo a su paso,
y se hace nueva muerte,
dan su función al hueso,
el candor de su grito primitivo
caricia que es herida,
hermosos en su seno nos acojan
la mano de la infancia,
universo doméstico, sol verde,
las claras hojas, la canción primera
el son impreciso de un mundo frágil
para un vacío que invoca sus límites
en mares inventados;
restos de lava única,
escombros de la luz ardiendo pura,
buscándonos los dioses en silencio,
mudos por sus fronteras,
pero no saben recordar su nombre
ni su muerte, su vida sin lenguaje,
sostén debajo el cielo
porque Dios los convoca
consumen ya sus heces,
van rezando la oración inconclusa,
¿qué rastro van dejando, qué lenta huida
mueve sus pasos, sus nocturnos bosques,
envejece el instante
este tiempo es del barro,
palabra de ceniza?