7 poemas de «Materia» (2023), de Yolanda Castaño

 

Cabe mencionar, que el poemario Materia, de Yolanda Castaño, obtuvo el Premio Nacional de la Crítica Española (2022).

 

 

Por Yolanda Castaño*

Crédito de la foto (izq.) Ed. Visor /

(der.) archivo de la autora

 

 

7 poemas de Materia (2023),

de Yolanda Castaño

 

 

La gente ansía multiplicarse.

 

Yo

me dividiría.

 

 

 

Mi relación más larga

 

No es algo para contar en público, pero

tengo una relación con mi casa.

 

Los vecinos nos critican porque no nos arreglamos,

sacamos la basura a deshoras, y

siempre hay algo ya roto

que insistimos en atesorar.

 

Sé que iría necesitando otra mano de pintura.

–Se le ven las raíces–

Que luce a veces ropa anticuada,

que hay aún una reforma que no le vendría mal.

Pero juntas rememoramos

ciertas visitas en silencio,

y ella me pone frente a los ojos

cada borde en el que tropecé.

 

Siempre hay, en la intimidad, un cuarto mal ventilado.

 

Protegemos el secreto de aquella esquina sucia,

guardamos juguetes inútiles,

y hay un cajón que no abrimos jamás.

 

Lo sabe todo sobre mí mi casa.

Nos divierten objetos tontos que

ya no casan con nada.

Nos frotamos la una a la otra alguna que otra vez.

 

Otras, su amor es severo: con los años entendí que

una calefacción central no me alertaría de los peligros de la

confortabilidad.

¡Pequeña testaruda!: ¿quieres decir que quererte

no va a dejarme que descanse nunca?

 

Como cualquier pareja, prosperamos juntas.

El ascensor es tan nuevo que a veces me ciega,

otras me muerde al entrar, solo para que nunca

olvide los años de esfuerzo.

 

Yo sé que también me ama:

que cuando pierdo la paciencia y quiero bajar antes por las escaleras

una puerta automática se abre

para decirme que no siempre

la gravedad está de nuestro lado.

 

Sabe de mi cuerpo mucho más que nadie.

También ella me toma en sus brazos cuando me pierdo,

lloré en su regazo cada uno de los pánicos.

 

Di por ella, una vez, todo cuanto tenía.

Se casó con mis faltas,

yo le di a ella un hogar.

 

La poeta Yolanda Castaño

 

Mi cuerpo vino a buscarme

 

Mi cuerpo me cogió un día de la mano y me llevó consigo

Mi cuerpo campana menuda, mi cuerpo mandándome mensajitos

Mi cuerpo me vino a buscar en un coche rojo al pie de mi casa

la dulzura de su gasoil cristalizándome en los ligamentos

pasa, cuerpo, le hablé con los párpados bajados, yo      te sigo

(niña desnuda baja al bosque

y las plantas de sus pies se ven sorprendidas por la playa)

mi cuerpo atrasando y acelerando

como las agujas de un reloj que está pasado de rosca

Siempre que pulso esa tecla se me vuelve la misma imagen

caminando hacia mí sin siquiera una pregunta

Mi cuerpo me cogió de la mano para llevarme consigo

Mi cuerpo callándome la boca con sus labios

Las luces allá en lo alto. Música de tambores.

Una textura sin trama un reflujo muy antiguo

El ralentí de su espera conduciéndome hasta el paso

Mi cuerpo mirándome fijo, negro transparente

Metiéndome algunos dedos en la boca para callarme

Ni visor ni objetivo. Yo,                solo lo seguía.

Él me arrancó de mi asiento y yo mirando para otro lado

Yo lavando en el río, yo enmarañando el canto

Y me coge entonces mi cuerpo en brazos y por el aire

Quién eres tú, que no recontaste los bienes ni los destrozos

Pero callabas, el olmo seco, y yo             solo obedecía

 

Mi cuerpo corriendo ciego, tomándome por los pulsos

Tic tac       El verano rompía

No pronuncié una palabra

Mi cuerpo meciéndome, arrullándome como palomas

El viento despeinaba las ideas y yo         solo obedecía

Qué no te negaré a ti que me diste de comer

y toda la verdad del mundo dormita en tu regazo, cuerpo?

Tic tac el viento en las copas, cabalgándolas sin mirarme

Las yemas de la lumbre como dándome golpecitos

La luna estaba desierta, yo

solo obedecía

Mi cuerpo camino al monte y yo        mirando para otro lado

Siempre que pulso esa tecla me vuelve la misma imagen

El viento seseaba en todas sus sibilantes

Quién eres tú que desoíste el espanto

y viniste a buscarme a casa sin hacer una pregunta,

cómo desencontrarte, cuerpo?

Dándome mil vueltas, dejándome en ridículo,

mi cuerpo entreabriéndome los labios, sentándome sobre sus piernas

Ignorando y haciendo todo el camino de memoria

La lucidez de mi cuerpo acunada entre peces

Quién eres tú que viniste por mí sin siquiera saber qué tenía para darte

Iba remando mi cuerpo y saludaban los delfines

Recitando de memoria, mi cuerpo abalanzándose.

 

Mi cuerpo vino a llamarme y yo          ya solo caminaba

Su gasoil transparente. Sus pupilas ferreñas.

Cogiéndome por la cintura, hablándome muy bajito,

tirándome de la camisa, mi cuerpo con todo claro

Mi cuerpo vino hacia mí sin pedirme ningún libro

Yo tropezando en la arena y mi cuerpo levantándome

El verano se estrellaba en frente y yo solo obedecía

Quién eres tú que nada te pesa

y caminaste en silencio hacia esta sed sin agua.

La luna estaba desierta. Música de tambores.

 

¿Qué harías tú sin mí, cuerpo?

 

 

No permitas que nunca

  vuelva a abandonarte.

 

 

 

El viento no rompió

 

Y reímos, reímos por habernos encontrado; igual que nos reímos cuando

nos encontramos por vez primera. Y lloramos, también lloramos por todo

cuanto perdimos las manos las rodillas pegadas la loza humeante de la

lealtad jardines la lumbre de las palabras emulsionar juntas la disidencia

membrana aliento y manzanilla dibujar a cuatro manos la estela de un via-

je la verdad es que siempre nos seguiré viendo como esos dos micos abra-

zados y ululantes la piel y el presentimiento tu timbre es mi familia la carre-

ta bamboleante del consuelo playas domingos lentos luces festivas y estrá-

bicas el cielo sobre Wadi Run cachorras de una única camada

lloramos porque sabíamos que solo las grandes ganancias se testan con

pérdidas atroces, y reímos porque estábamos allí, la una justo en frente de

la otra

después de los pozos y los palafitos les gazelles por Essaouira después de

la felpa ibuprofeno los litros de gasolina punzadas en el vientre y un asalto,

volvíamos a encontrarnos. Por eso reímos y conversamos de todo lo que no

se llevó la pérdida El viento no rompió lo caminado yo siempre voy a sentirme

unida a ti.

 

 

La rueda de la fortuna

 

Hay mujeres a las que, con el lucero de cada día veintiocho,

les baja un caudal de liquidez a sus cuentas,

endometrio o salario,

una bendita

hemorragia de billetes.

 

A mí, en cambio, me chorrea

una gravosa hipótesis

–cada ciclo menstrual es una inútil nostalgia–

se me abre un collar de diminutos abortos

este no, este tampoco, ni este otro, ni este…

todos esos gérmenes haciendo turno para precipitarse

intentando morir y no les cuesta

mis embrionarios fracasos, yo

hago un nido para acurrucármelos

me quedo a solas y, en bajito, les susurro a mis ovarios:

¿no podéis

segregar

algo más productivo?

 

Me trago una pastilla

y corro a abusar de mí misma.

 

 

 

Carta al hermano

 

No aprendemos, Alberto;

la luna nueva le fue a alguien esta noche con el cuento

de que hay quien tiende a colocarse en la guardia de delante

en parte para poderse proteger.

 

Fui más alta que tú durante años;

qué bien hiciste cardando tus cuerdas vocales como en un trueno.

Hasta los hijos únicos necesitan un cúter

para descoser el pegamento de los álbumes familiares.

Para cuánto más.

No es fácil heredar zapatos

y despegarles de las suelas las pisadas.

 

Con todo siempre hemos custodiado un cierto parecido,

al fin y al cabo ambos soñábamos con tener coche, ladrar,

dormir a horas mal vistas y que las

noches se filtrasen por nosotros hasta bien tarde.

 

Mamá y papá tuvieron que acostumbrarse a

recogernos utopías y blasfemias por la casa como si fueran pétalos.

Necesitábamos comprobarlo por nosotros mismos.

Apearnos de las chaquetas, frases hechas y apellidos.

Salir a encontrar aquella parte de nuestro cuerpo

que vivía en la espesura, donde nadie había mirado.

También somos los pedazos que no remontan venas arriba.

Como cuando nos marchamos de su casa y descubrimos

otras órbitas: horas feroces, sábanas violetas, vinagre

de manzana.

Esas flores de liquen blanco que crecen sobre los grifos.

 

Alberto, la gente no lo dice, pero en el fondo

aman los grilletes, nosotros en cambio

queríamos nadar, sacudir el tiempo, queríamos levantar

nuestra propia disciplina.

Nos dijeron que si arábamos la decepción con mucho esfuerzo

podría dar una col que nos cubriese de la intemperie.

No sé cómo pudimos tragarnos

la inhábil épica del trabajo, Alberto.

O será apenas que el mundo está simplemente cambiando.

Mamá y papá tuvieron que acostumbrarse,

acabamos estabulando a esa bestia en nuestras casas

y de unas ubres tan pobres tampoco salía gran cosa.

Pertenecían a otros y era tarde. Nosotros

llevábamos ya los anticuerpos.

 

Alberto: cuando sujetaste el cielo con las manos

nadie estaba mirando.

Las venas de los brazos tiraban

y un estruendo desde las alturas.

El solo del interlunio del front man:

Cuando te mantuviste en pie con todo encima

nadie alrededor miraba.

 

Mucho más alta que tú no lo fui por tanto tiempo.

Sé bien que tu propia médula también te la trenzaste

con cadenas de ADN, líneas de horizontes

y de tus cuerdas vocales el pentagrama revuelto.

 

Todo lo que buscábamos era la maleza del camino,

la misma sabiduría que guarda la piel del hipopótamo:

de vez en cuando hay que enfangarse para poderse refrescar.

 

El templo de la independencia se parece a un zigurat;

en su cima hay esquinas de sobra

para reunirnos los cuatro.

Corre aún un torrente genuino a pesar de los anticuerpos.

Nos sentaremos a rebañar la miel de los más inútiles viajes.

 

Tenemos que admitir que, en instantes, todo cuanto deseábamos fue nuestro.

El foco trasero de la fantasía, algún motín, músculo y canto.

Nosotros somos

sucios y valientes, somos

los mejores enemigos de nosotros mismos.

 

Solo queríamos capacidad

para tener capacidad, un poco de sol, un grito,

libertad para equivocarnos, Alberto,

libertad para equivocarnos.

 

La poeta Yolanda Castaño

 

Suspendida

 

Tan pronto el animal de la noche se aparea con el planeta,

puedo aventurar cuanto hubiera podido ser.

 

Una nación de pájaros estará del otro lado

si te embarcas en ser por fin esa emigrante.

Sí –digo yo– y no regresaré ya nunca

a las costas doradas de mi precario país.

 

Contempla ahora el pecho que no irá a reproducirse.

 

En algún lugar, alguna esfera,

tal vez estés andando, hija, con la niña que fui y que se murió.

Tal vez Jizo y los niños del agua

vayan de la mano caminando contigo.

Solo tú vagas detrás del tiempo y no logras encontrarme.

Vana y perenne, esfera quieta;

miles de seres no nacidos buscan

entre las sombras los senos de sus madres.

Avanzan entre la niebla con los ojos encendidos,

bracean en lo oscuro, preguntan en voz alta.

Pero tú no me encuentras, hija mía.

 

No puedo imitar mis eles para hacerte las pestañas,

ni un punto y seguido para ponerte un lunar.

Mis poemas no me tiran del jersey,

ni me levantarán de madrugada presas del pánico.

 

Y mi pobre país y sus costas doradas.

 

Tu rostro se derrumba como a cámara lenta,

llevas derrumbándote desde que tengo diecisiete.

Te voy desabotonando los músculos,

destrenzando tus tejidos.

 

Hija, hija mía: no puedo cargarte en mi regazo.

 

Quédate donde estás, queda tranquila.

Bajando la escalera de las líneas de este poema,

apenas en la voz hilvanada en este verso,

le hablaré incluso muerta a una tú no nacida.

Te voy desganchillando los rasgos,

fibra a fibra desanudo,

y hago para ti una esfera donde nada puede dañarnos.

 

Deja de caminar y duerme, que allí nos encontraremos.

Nada tengo y nada pido.

Un fulgor inasible y luego nada.

 

 

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(poemas en su idioma original, gallego)

 

 

7 poemas de Materia (2023),

de Yolanda Castaño

 

 

A xente devece por multiplicarse.

 

Eu

dividiríame.

 

 

 

A miña relación máis longa

 

Non é algo para contar en público, pero

teño unha relación coa miña casa.

 

Os veciños critícannos porque non nos amañamos,

sacamos o lixo a deshoras, e

sempre hai algo xa roto

que seguimos a atesourar.

 

Sei que iría necesitando outra man de pintura.

–Vénselle as raíces–

Que loce ás veces roupa anticuada,

que aínda hai unha reforma que non lle viría mal.

Pero xuntas rememoramos

certas visitas en silencio,

e ela ponme en fronte dos ollos

cada aresta na que tropecei.

 

Sempre hai, na intimidade, un cuarto mal ventilado.

 

Protexemos o segredo daquela esquiniña sucia,

gardamos xoguetes inservibles,

e hai un caixón que non abrimos xamais.

 

Sábeo todo de min a miña casa.

Divírtennos obxectos parvos que

xa non casan con nada.

Frotámonos a unha á outra de cando en vez.

 

Outras, o seu amor é severo: cos anos entendín que

unha calefacción central non me alertaría dos perigos da

confortabilidade.

Pequena testalana!: queres dicir que quererte

non ha deixarme nunca descansar?

 

Coma toda parella, prosperamos xuntas.

O ascensor é tan novo que ás veces me cega,

outras mórdeme cando entro, só para que nunca

esqueza os anos de esforzo.

 

Eu sei que tamén me ama:

que cando perdo a paciencia e quero baixar axiña polas escaleiras

unha porta automática se abre

para dicirme que non sempre

a gravidade se pon do noso lado.

 

Sabe do meu corpo máis do que ninguén.

Tamén ela me colle nos seus brazos cando me perdo,

chorei no seu colo cada un dos espantos.

 

Din por ela, unha vez, todo canto tiña.

Ela casou coas miñas faltas,

eu dinlle a ela un fogar.

 

 

 

O meu corpo veu buscarme

 

O meu corpo colleume un día da man e levoume consigo

O meu corpo campá miúda, o meu corpo mandándome mensaxiñas

O meu corpo veume buscar nun coche vermello ao pé da casa

a dozura do seu gasoil cristalizándome entre os ligamentos

Pasa, corpo, faleille coas pálpebras baixadas, eu      sígote

(nena núa baixa ao bosque

e as plantas dos seus pés vense sorprendidas pola praia)

o meu corpo atrasando e acelerando

coma as agullas dun reloxo que está pasado de rosca

Sempre que pulso esa tecla vólveseme a mesma imaxe

camiñando cara min sen sequera unha pregunta

O meu corpo colleume da man para levarme consigo

O meu corpo querendo calarme a boca cos seus labios

As luces estaban no alto. Música de tambores

Unha textura sen trama un refluxo moi antigo

O ralentí da súa espera conducíndome ata o paso

O meu corpo ollándome en fite, negro transparente

Meténdome algúns dedos na boca para calarme

Nin visor nin obxectivo. Eu                  só o seguía

Arrincoume do meu asento e eu miraba para outro lado

Eu lavando no río, eu ennovelando o canto

E cólleme entón o meu corpo no colo e polo aire

Quen es ti, que non recontaches nin os bens nin os destrozos

Pero calabas, o ulmeiro morto, e eu            só obedecía

 

O meu corpo correndo cego, tomándome polos pulsos

Tic tac       O verán rompía

Non pronunciei unha palabra

O meu corpo mexéndome, arrolándome coma as pombas

O vento despeiteaba as ideas e eu            só obedecía

Que non che negarei a ti que me deches de comer

e toda a verdade do mundo durmiña no teu regazo, corpo?

Tic tac o vento nas copas, cabalgándoas sen mirarme

As xemas das lapas todas como dándome golpiños

A lúa estaba deserta, eu

só obedecía

O meu corpo camiño ao monte e eu         mirando para outro lado

Sempre que pulso esa tecla vólveme a mesma imaxe

O vento seseaba nas súas sibilantes

Quen es ti que desouviches o espanto

e viñeches buscarme a casa sen facer unha pregunta,

como desencontrarte, corpo?

Dándome mil voltas, deixándome en ridículo,

o meu corpo entreabríndome os labios, sentándome nas súas pernas

Ignorando e facendo todo o camiño de memoria

A lucidez do meu corpo anainada entre peixes,

Quen es ti, que viñeches por min sen saber sequera o que tiña para darche

Ía remando o meu corpo e saudábanme os golfiños

Recitando de memoria, o meu corpo abalanzándose.

 

O meu corpo chamou por min e eu          xa só camiñaba

O seu gasoil transparente. As súas pupilas ferreñas

Colléndome polo van, falándome moi baixiño,

tirándome da camisa, o meu corpo con todo claro

O meu corpo veu onda min sen pedirme ningún libro

Eu tropezando na area e o meu corpo levantándome

O verán estrelábase en fronte e eu só obedecía

Quen es ti que nada che pesa

e camiñaches en silencio cara esta sede sen auga

A lúa estaba deserta. Música de tambores

 

Que farías ti sen min, corpo?

 

 

Non permitas que nunca

  volva abandonarte.

 

La poeta Yolanda Castaño

 

O vento non rompeu

 

Entón rimos, rimos por encontrarnos; igual que riramos cando nos

encontramos por vez primeira. E choramos, tamén choramos por

todo canto perdemos as mans os xeonllos pegados a louza fumeante

da lealdade xardíns o lume das palabras emulsionarmos xuntas a

disidencia membrana alento e macela debuxar a catro mans a estela

dunha viaxe a verdade é que sempre seguirei a vernos coma eses

dous micos abrazados e ouleantes a pel e o presentimento a túa

voz miña familia a carrilana bamboleante do consolo praias domingos

lentos luces festivas e estrábicas o ceo sobre Wadi Run cachorras

dunha única camada

choramos porque sabiamos que só as grandes ganancias se testan

con perdas atroces, e rimos porque estabamos aí, a unha xusto en

fronte da outra

despois dos pozos e os palafitos les gazelles por Essaouira despois

da felpa ibuprofeno os litros de gasolina as punzadas no ventre e

un asalto, volvemos encontrarnos. Por iso rimos e conversamos de

todo o que non logrou levar a perda O vento non rompeu o camiñado

eu sempre me sentirei unida a ti.

 

 

 

A roda da fortuna

 

Hai mulleres que, co luceiro de cada día vinte oito,

báixalles un caudal de liquidez ás súas contas,

endometrio ou salario,

unha bendita

hemorraxia de billetes.

 

A min, porén, píngame

unha gravosa hipótese

–cada ciclo menstrual é unha inútil nostalxia–

ábreseme un colar de diminutos abortos

este non, este tampouco, nin este outro, nin este…

todos eses xermes facendo quenda para precipitarse

intentando morrer e non lles custa

meus embrionarios fracasos, eu

fago un niño para me recostar con eles

quedo a soas e, en baixiño, besbéllolles aos meus ovarios:

non podedes

segregar

algo máis produtivo?

 

Trago unha pastilla

e corro a abusar de min mesma.

 

 

 

Carta ao irmán

 

Non aprendemos, Alberto;

a lúa nova foille a alguén co conto esta noite

de que hai quen tende a se colocar na garda de diante

en parte para se protexer.

 

Eu fun máis alta ca ti durante anos;

que ben fixeches cardando as túas cordas vocais coma nun trono.

Ata os fillos únicos precisan dun cutter

para descoser o pegamento dos álbums familiares.

Para canto máis.

Non é doado herdar zapatos

e despegarlles das solas as pegadas.

 

Así e todo sempre custodiamos un certo parecido,

ao fin e ao cabo os dous soñabamos con ter un coche, ladrar,

durmir a horas malvistas e que as

noites se filtrasen por nós abaixo ata ben tarde.

 

Mamá e papá tiveron que afacerse

a recollernos utopías e blasfemias pola casa coma se fosen pétalos.

Necesitabamos comprobalo por nós mesmos.

Apearnos das chaquetas, frases feitas e apelidos.

Saír a encontrar esa parte do noso corpo

que vivía na espesura, xusto onde ninguén buscara.

Tamén somos os anacos que non remontan veas arriba.

Como cando marchamos da casa deles e descubrimos

outras órbitas: sabas moradas, horas feroces, vinagre

de mazá.

Esas flores de lique branco que medran na superficie das billas.

 

Alberto, a xente non o di pero no fondo

aman os grillóns, pero nós

queriamos nadar, sacudir o tempo, queriamos levantar

a nosa propia disciplina.

Dixéronnos que se sachabamos na decepción con moito esforzo

podería medrar de aí unha col que nos cubrise da intemperie.

Non sei como puidemos tragar

a inhábil épica do traballo, Alberto.

Ou será apenas que o mundo está simplemente cambiando.

Mamá e papá tiveron que afacerse,

acabamos estabulando esa besta nas nosas propias casas

e dunhas ubres tan pobres tampouco saía gran cousa.

Pertencían a outros e era tarde. Nós

xa mamaramos anticorpos.

 

Alberto: cando suxeitaches o ceo coas mans

ninguén estaba mirando.

As veas dos brazos turraban

e un balbordo dende as alturas.

O solo do interlunio do front man:

Cando te mantiveches en pé con todo enriba

ninguén ao teu redor miraba.

 

Moito máis alta ca ti non o fun por tanto tempo.

Sei ben que te trenzaches a túa propia medula

con cadeas de adn, liñas de horizontes

e das túas cordas vocais o pentagrama revolto.

 

Todo canto procuramos era a maleza do camiño,

a mesma sabedoría que garda a pel do hipopótamo:

hai que se enzoufar na lama de cando en vez para refrescar.

 

O templo da independencia aseméllase a un zigurat;

no seu cumio hai abondo esquinas

para reunírmonos os catro.

Aínda corre un torrente xenuíno a pesar dos anticorpos.

Sentarémonos a repañar o almibre das máis inútiles viaxes.

 

Temos que recoñecer que, en intres, todo o que desexamos foi noso.

O foco traseiro da fantasía, algún motín, músculo e canto.

Nós somos

sucios e valentes, somos

os mellores inimigos de nós mesmos.

 

Só queriamos capacidade

para ter capacidade, un pouco de sol, un grito,

liberdade para equivocarnos, Alberto,

liberdade para equivocarnos.

 

La poeta Yolanda Castaño

 

Suspendida

 

En canto o animal da noite se aparea co planeta

podo aventurarme a ver o que podería ser.

 

Un país de paxaros estará do outro lado

se te embarcas en ser por fin esa emigrante.

Si –digo eu– e non regresarei máis nunca

ás costas douradas do meu precario país.

 

Contempla agora o peito que non ha reproducirse.

 

Nalgún lugar, nunha esfera,

talvez esteas andando, filla, coa nena que fun e que morreu.

Talvez Jizo e os nenos da auga

estean da man a camiñar contigo.

Só ti vagas por detrás do tempo e non logras encontrarme.

Va e perenne, esfera quieta;

miles de seres non nacidos buscan

entre as sombras os seos das súas nais.

Avanzan entre a néboa cos ollos acendidos,

bracean dende o escuro, preguntan en voz alta.

Pero ti non me encontras, filla miña.

 

Non podo imitar os meus eles para debuxarche as pestanas,

nin un punto e seguido para poñerche un lunar.

Os meus poemas non me tiran do xersei,

nin me erguerán ás tres da mañá presas do pánico.

 

E o meu pobre país e as súas costas douradas.

 

O teu rostro derrúbase como a cámara lenta,

levas derrubándote dende que teño dezasete.

Vouche desabotoando os músculos,

destrenzando os teus tecidos.

 

Filla, filla miña: non podo cargarte no meu colo.

 

Fica onde estás, queda tranquila.

Baixando polos chanzos das liñas deste poema,

apenas na voz ganduxada neste verso,

falareille aínda morta a unha ti non nacida.

Vouche desganchillando os trazos,

fibra a fibra desanoo,

e fago para ti unha esfera onde nada pode ferirnos.

 

Deixa de camiñar e durme, que alí nos encontraremos.

Nada teño e nada pido.

Un fulgor inasible e logo nada.

 

 

 

 

 

*(Galicia-España, 1977). Poeta, estudiosa de la literatura, editora, traductora y premiada gestora cultural. Dirige su propia Residencia Literaria en A Coruña, además de talleres de traducción poética, festivales de poesía y ciclos mensuales de lecturas, siempre con poetas gallegos e internacionales. Con casi 30 años de trayectoria, ha publicado siete poemarios en gallego y castellano (en Visor Libros), volúmenes en inglés, francés, italiano, serbio, esloveno, macedonio y armenio, además de poemas sueltos en otras treinta lenguas. Dos veces Premio de la Crítica Española, Premio Espiral Maior, Premio Fundación Novacaixagalicia, Premio Miguel González-Garcés, Premio Ojo Crítico (mejor poemario joven de España), Premio Estandarte al mejor poemario del año en España 2020 y Autora del Año para las Librerías de Galicia, ha recibido becas como autora en residencia en centros de Grecia, Alemania, China, Escocia, Finlandia, California, Andalucía y Turquía, además de haber presentado su trabajo en más de cuarenta países de Europa, América, África y Asia. Su más reciente título es la edición bilingüe gallego-castellano de Materia (2023).

 

 

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