Por: Bruno Polack
Uno de los jóvenes poetas peruanos más prometedores es sin duda Mateo Díaz (Lima, 1989), quien el año 2013 no solo hizo su debut con el sólido poemario Av. Palomo (Paracaidas editores) sino que, por si fuera poco, se llevó a casa el premio de los Juegos Florales de Barranco en homenaje a Juan Parra del Riego (el cual hace cien años ganó este mismo certamen con su obra “Canto a Barranco”).
Cabe recalcar que este premio no solo fue organizado por la Municipalidad de Barranco sino que contó con el apoyo de la Embajada de Uruguay, la revista Caretas y el Centro Cultural Juan Parra del Riego.
Aquí les dejamos como muestra 7 poemas del trabajo ganador “Libro de la enfermerdad”, el cual debe ser publicado este año.
ES LA HORA en que el invierno nos habita y despierta en nosotros la nostalgia de los seres inanimados.
En ningún otro momento del día el silencio se derrama entre nuestros dedos, ni el bullicio remonta el caudal hasta la fuente de donde mana.
Ahora la verdad se esconde en los gajos amargos de una lima, es el remanso que se corrompe entre la saliva tibia del hambriento.
Luego puede llegar una ráfaga enviada desde litorales lejanos.
Entonces, algo se quiebra más allá del horizonte: la esperanza navegando a la deriva como los restos de un barco encallado.
EL HERRERO ha terminado de fraguar el anillo sin reverso y se ha sentado a contemplar la purulencia del estaño, la combustión de la pirita, el vacío inquieto entre las flamas.
Un perro negro se ha escondido debajo de todos los umbrales, quizás para ahuyentar el grito milimétrico del gallo o la aleatoria precisión de los temblores.
El rayo ha perforado los odres colgados sobre los árboles, dejando a su paso la imagen del patíbulo y la sangre que se cuela por el suelo.
El perro bebe la leche que nos adelgaza hasta el abismo; tiene la lengua igual al barro que lo rodea, estéril como el azufre.
La tierra enamorada abre las piernas y padece la aguja del orgasmo; sus paredes derruidas arrastran el diluvio donde se ahoga el nonato.
Todo cambia, salvo la obstinada quietud del río y la inminente expansión del arenal.
¿Es esta la lluvia que todo lo lava, todo lo borra, todo lo olvida?
El hombre se ha posado sobre una colina y contempla la pendiente: cerdas gruesas y olor a alquitrán sobre sus pisadas postreras.
Ah cardo, miel, cicuta: ¿cuál es la luz, cuál la sombra?
SOBRE EL CAMINO, ha quedado la marca de un naufragio.
Después de la tormenta, la savia se expande por las venas de la tierra y los árboles destilan el jugo amargo del rocío.
Cómo se gasta la vida: aunque es de noche, aún la miel gotea en la hojarasca.
Monólogo de Saúl
¿Quién pulsa y tañe el río
que nace de una cuerda yerta, el dulce
almíbar derramado sobre el cuenco
de mis oídos, y la pena oculta
de mi frente? ¿Quién pasma
la lágrima en su umbral, y da reposo
al negro día y a la blanca noche?
¿Quién hace tanta bulla, tan sublime,
que el bálsamo regala del olvido
y a la madera sabe enamorar
para que diga lo que fue vedado
desde siempre a los hombres?
¿Quién es el que me engaña y no suelta
las amarras que todavía atan
la barca a la ribera,
el agua a su orilla? ¿Cuáles manos
aprehenden el silencio,
mientras trinan sobre el rumor extraño
las voces ignorantes del sosiego?
¿Quién eres que si callas
en piedra y polvo truecas la floresta,
hiel el vino, cadalso la alborada,
ahora que mi dios me ha abandonado?
Jeremías
Esta mañana, tras salir del templo,
al borde del camino me detuve
y en voz callada, que no conocía,
así me dije: ¿acaso somos más
que las larvas que reptan sobre el barro,
cuyo destino puede marchitarse
tan solo hollado por el pie de un niño;
podría asegurarlo, yo que he visto
al mismo niño desprender la hierba
y, del hierro inflamado, someter
la liebre temeraria, tu creación
contraviniendo; o a la mujer adúltera
cuando el pecho retira a sus infantes,
pero la leche vierte en el mantel
del que en holgura yace; o a mí mismo,
cuando las rosas hago florecer
en la piel encendida de mi esposa,
una muchacha fiel a quien castigo
por su inocencia, hasta que los dos,
ambos, nos abrazamos temerosos
de que la arcilla nuestra envidiaras?
¿Pues si, Señor, el hombre, tu reverso,
no puede por más tiempo contemplar
tu llama que el gusano o la serpiente,
cómo poder siquiera imaginarte
si entre el fango vivimos, cómo erguir
más alta torre que aquella que tú
edificaste, cómo del milagro
seguir los pasos en sentido inverso
y desde nuestro barro hacer brotar tu luz?
Monólogo de Tomás
Y esto era la muerte
y este, el barro con que nos formaron,
terrible más que lo temido,
amable más que lo imaginado,
la misma forma donde introduje
mis dedos en tus
heridas.
VI
CUANDO LLEGUE la hora en que la orilla abandone el litoral
Y atraviese todo el páramo para cubrirnos con sus aguas,
Ahogaré mi voz en el estanque del silencio
Y extenderé mi osamenta en una pradera de sal.
Sea entonces estandarte el que se arroja a los rieles de la locura,
Aquel que bebe de un solo día el trago de lo humano;
Pierda el oro su valor y regrese el mineral al socavón
Porque ha acudido el mercader al avellano y pende al lado de las bayas.
Llegada la hora se internará en las colinas la mujer,
Allí hará de su vientre un templo y un remanso crecerá de su sed
De donde abrevarán el piojo, la corneja y el príncipe
Aquel día en que descubra el rostro amargo de los infelices.
Habrá amanecido Troya cubierta de cerezos
Asentados sobre las cenizas de la noche del incendio;
Entonces se verá el primer hombre fuera de los muros del lenguaje,
Vueltos uno el barro que lo nace y la arcilla de sus manos,
E inútiles por siempre enterraremos las palabras.
Pero hoy, que cae sobre nosotros el peso de la era,
Cuando la ventisca levanta el vuelo hacia la estación violenta,
Encuentre solaz el caminante en la canción del ruiseñor.