Vallejo & Co. presenta siete poemas de poemario El hombre comido (L’uomo mangiato), aún inédito, del escritor italiano Antonio Bux.
Por: Antonio Bux*
Crédito de la foto: www.margutte.com
7 poemas de El hombre comido,
de Antonio Bux
Brazos de dios
Tengo ganas de comer piedras,
y de levantar una tumba
de palabras enojadas. Porque
estoy enojado con los brazos
de Dios, no saben proteger
la sombra suspendida,
el vacío manantial;
yo no tengo agua para siempre,
mi boca no se parece a Dios,
madre mía, ya estoy cerca
de su campo.
Agua inexistente
Si te protegí
todos estos inviernos,
es porque creo en
la tormenta. Y si creo
en algo frío, en algo blanco,
es porque vivo el hielo
del amor prohibido. Porque
se prohibe el sentimiento
natural a los hombres,
como el del mono
por su mamá rama.
Y no es nada raro
para mí, ahora,
protegerte, lluvia llama
que jamás bajara del cielo,
río triste, mientras apagas
la montaña, convirtiendo
en mi sed un agua
inexistente.
Evolución del pájaro
Pájarito nazi, envíame un mensaje
de autodestrucción o dame
un beso que sea el aire.
Yo no quiero tus alas,
quiero el golpe de la mina
vagante.
Me faltan unos labios, para decir
no estoy solo, no soy raro,
y sin embargo veo montañas
todavía y ríos estrechos
como venas cortadas, los veo
desaparecer bajo la tierra,
y sin embargo puedo mirar
cómo el cielo sigue su trayecto
hacia el confín y el universo
ay sí, puedo mirarlo de verdad,
si cierro los ojos se abren
otras fuentes, las llaves
claras de unas puertas
olvidadas; y allí hay plumas
de pájaros felices, planean
sobre los hombros de un ser
adormecido… Pero me faltan
unos labios, para decir
que no puedo ver todo esto
porque el hombre se ha comido
todo el aire a través de sus
bostezos fluorescentes, y ya
no hay pájaros felices
en los hombros de seres
dormidos, ya no hay luz que
despida sombras, ya no hay vuelos
extranjeros ni un futuro irreversible…
Los hombres yacen dormidos
y los pájaros atacan. No es
venganza sino verdad
de supervivencia. Falta el
aire, faltan nidos de
naturaleza… Falta poco
para que crezcan
nuevas piedras como
labios, para decir este
es el mundo, la mentira
que evoluciona.
El azul muerto
Miramos, y es un mirar desde lejos
el azul muerto. O las piernas antiguas
del mar en el fondo. Ay, cómo tiembla
el campo sin hojas, no vuelve a nacer,
es un pensamiento en el que el cielo
huye… Escalera que nos toca
adivinar al andar. ¿Pero quién baja
hasta la luz? Vivir es un relámpago
tremendo, se asombra por la herida.
Ya que la vida sigue siendo aire
sin frío en la ventana de la oreja.
Pues escucha, ser de miel negra,
las olas blancas: los bichos marinos
quieren llegar a ver tu puerta. Quieren
tocar las manos y saber qué tipo
de vacío te da color y desengaño. Ese
mar que acecha, casi quieto, mar flaco,
no es aquella agua de cristal vivo, vidrio
que esperabas fuera tu último reflejo.
No es el agua prometida por el tiempo.
Recuerda: la cadena no lo olvida…
El hombre comido
El hombre comido tiene hambre
de Dios. La verdad es un hombre
comido. Pero si come su tiempo
el dolor se queda hambriento. Y si
se queda dentro, el hombre
sin hambre es un Dios callado.
Así que el hombre comido tiene
hambre de sed. Y su agua es
la calle, y su piedra el derrumbe,
hasta que no confunda el hambre
con los hombres. Ahí cualquiera
es un Dios, comiendo el silencio.
Teoría del soplo
Es muy fácil celebrar
las cenizas del hombre
después de que el hombre
ha sido comido;
pero cuando el fuego
ardía vivo y fuerte,
el hombre estaba solo,
y solo sigue adelante
ahora entre las llamas
de su infierno. Vivir
es un soplo del aire
que falta. El hombre lo
sabe, pero lo olvida
al respirar.
El trigo invertido
Son las flores que piso
las que me nombran el principio,
cuando decenas de hormigas
mueren bajo mi paso,
y pienso que no es un caso,
que la muerte es cicatriz
incluso antes de cada vida.
Aprendí, con los años,
a leer poemas a los
mosquitos del parque
o a las piedras. No veo
mejor platea que esta
para mis versos contra
el hombre. Una vez le contaba,
por ejemplo, al trigo que vivía
cerca del campo de
un amigo, que antes de mí había
otro ser narrando historias
raras en la oreja de su oído
amarillo. El trigo no me creía
y se puso malo, volviendo
su torso para no oírme
jamás. Me quedé en silencio
muchos días, volcando
su tierra con las manos. Pero
nada. Entonces volví
a preguntarle al cereal ofendido
el porqué de tanta ausencia.
Este giró su cabeza enérgica,
fibrosa como la verdad, y me dijo:
«Cuidado, no ofendas la tierra
que te llena la garganta. No digas
jamás las mismas palabras
que un hombre anterior ya
nos dijo». Y volvió a su pardo
escondite. Desde entonces
aprendí a callar con las manos,
y a decirme que la palabra
no es nada sin el sufrimiento
brutal de la vergüenza.
—————————————————————————————————————————————–
(versión traducida al italiano)
7 poesie da L’uomo mangiato,
di Antonio Bux
Braccia di dio
Ho voglia di mangiare pietre
e di sollevare una tomba
di parole arrabbiate. Perché
ce l’ho con le braccia
di Dio, non sanno proteggere
l’ombra sospesa,
la vuota sorgente;
io non ho acqua per sempre,
la mia bocca non somiglia a Dio,
mamma mia, già sono vicino
al suo campo.
Acqua inestistente
Se ti ho protetto
tutti questi inverni,
è perché credo
nella tormenta. E se credo
in cose fredde, in cose bianche,
è perché vivo il gelo
dell’amore proibito. Perché
si proibisce il sentimento
naturale agli uomini,
come quello della scimmia
per la madre ramo.
E non è per niente strano,
per me, ora
proteggerti, pioggia fiamma
mai scesa dal cielo,
fiume triste, mentre spegni
la montagna, convertendo
nella mia sete un’acqua
inesistente.
Evoluzione dell’uccello
Uccellino nazi, mandami un messaggio
di auto distruzione o dammi
un bacio che sia aria.
Io non voglio le tue ali,
voglio il colpo della mina
vagante.
Mi mancano delle labbra, per dire
non sono solo, non sono strano,
eppure vedo montagne
ancora e fiumi stretti
come vene sfrante, li vedo
sparire sottoterra,
eppure posso vedere
il cielo seguire la sua traiettoria
verso il confine e l’universo
oh sì, posso vederlo davvero,
se chiudo i miei occhi si aprono
altre fonti, le chiare
chiavi delle porte
dimenticate; e lì ci sono piume
di uccelli felici, planano
sulle spalle di un essere
addormentato… Però mi mancano
delle labbra, per dire
che non posso vedere tutto questo
perché l’uomo si è mangiato
tutta l’aria attraverso i suoi
sbadigli fluorescenti, e già
non vi sono uccelli felici
sulle spalle di esseri
addormentati, più non c’è luce che
mandi via ombre, non ci sono voli
stranieri né un futuro irreversibile…
Gli uomini giacciono addormentati
e gli uccelli li attaccano. Non è
vendetta piuttosto verità
di sopravvivere. Manca
l’aria, mancano nidi
di sola natura…Manca poco
perché crescano
nuove pietre come
labbra, per dire questo
è il mondo, la menzogna
che evolve.
L’azzurro morto
Guardiamo, ed è un vedere da lontano
l’azzurro morto. O le gambe antiche
del mare sul fondo. Oh, come trema
il campo senza foglie, non rinasce,
è un pensiero dove il cielo
se ne fugge… Scala che ci tocca
indovinare da lontano. Ma chi scende
fino alla luce? Vivere è un tremendo
lampo, si oscura per la ferita.
Già che la vita continua la sua aria
senza freddo alla finestra dell’orecchio.
Allora ascolta, essere di miele nero,
le onde bianche: gli insetti marini
vogliono vedere la tua porta. Vogliono
toccare le mani e sapere che tipo
di vuoto ti colora e disillude. Quel
mare che incombe, quasi quieto, mare magro,
non è quell’acqua di cristallo vivo, vetro
che speravi essere l’ultimo tuo riflesso.
Non è l’acqua promessa dal tempo.
Ricorda: la catena non lo dimentica…
L’uomo mangiato
L’uomo mangiato ha fame
di Dio. La verità è un uomo
mangiato. Ma se mangia il suo
tempo, il dolore, resta a secco.
E se rimane dentro, l’uomo
senza fame, è un Dio zitto.
Così che l’uomo mangiato ha
fame di sete. E la sua acqua è
la strada, e la sua pietra il crollo,
fino a che non confonde la fame
con gli uomini. Lì chiunque
è un Dio, mangiando il silenzio.
Teoria del soffio
È così facile celebrare
le ceneri dell’uomo
dopo che l’uomo
è stato mangiato;
però quando il fuoco
bruciava vivo e forte,
l’uomo era solo,
e da solo prosegue
ora tra le fiamme
del suo inferno. Vivere
è un soffio dell’aria
mancante. L’uomo lo
sa, però lo dimentica
respirando.
Il grano invertito
Sono i fiori che calpesto
a dirmi del principio,
quando decine di formiche
muoiono al mio passo,
e penso che non è un caso,
che la morte è cicatrice
prima ancora di ogni vita.
Ho imparato, con gli anni,
a leggere poesie agli
insetti del parco
o alle pietre. Non immagino
migliore platea che questa
per i miei versi contro
l’uomo. Una volta raccontavo,
per esempio, al grano che viveva
nei pressi del campo
di un amico, che prima di me c’era
un altro essere a raccontare storie
strane nell’orecchio del suo sentire
giallo. Il grano non mi credette,
se la prese a male e invertì
il suo torso per non ascoltarmi
mai più. Me ne restai in silenzio
per molti giorni, ribaltando
la sua terra con le mani. Ma
niente. Dunque dopo tornai
a chiedere al cereale offeso
il perché di tanta assenza.
Questo girò la sua testa energetica,
fibrosa come la verità, e mi disse:
«Attento, non offendere la terra
che ti riempie la gola. Non dire
mai più la stessa parola
che un uomo più antico ci ha
già detto». E tornò al suo scuro
nascondiglio. Da allora ho imparato
a far silenzio con le mani
e a dirmi che la parola non è
niente senza la sofferenza
brutale della vergogna.