7 poemas de «La muerte duplicada» (2019), de Sebastián Riestra

 

Por Sebastián Riestra*

Crédito de la foto (izq.) Ed. Homo Sapiens /

(der.) el autor

 

 

7 poemas de La muerte duplicada (2019),

de Sebastián Riestra

 

 

 

Hablan los muertos

 

Hemos dejado de andar

bajo el cielo. Nos quedamos sin pies

para entrar en el mar

y sin manos para abrir un libro

o alzar una copa. Ya no hacemos

el amor, tampoco

silbamos, por ejemplo, Naranjo en flor

o Volver al volver

a casa. Porque, claro,

no tenemos casa

y mucho menos labios

para silbar. Sólo tenemos

tiempo, todo el tiempo del mundo

para recordar aquel lugar

donde las mañanas son tibias,

el vino amigo y las flores

rojas, azules o amarillas (porque

aquí ―no se sorprendan―

tampoco hay colores). Tenemos

tanto tiempo

que no hay día ni noche (aquí, además,

son iguales) en que no hablemos

del mundo. Ahora

estamos muertos. Ya no podemos

encender el fuego del asado, besarnos,

fumar, conversar

junto al río. Y entonces

nos quedamos bajo la luna, soñando

con el cuerpo que una vez

tuvimos, con la cama

donde nos abrazaron, con la voz

tan querida

que nos nombró una madrugada.

Y con la revolución, claro.

 

Con la revolución.

 

 

 

La persiana

 

Entra por mi ventana un aire

del sur ―y ya no se oyen pies descalzos

de mujer, aquel rumor

al subir las escaleras―. La persiana

abierta da a los barrios humildes,

que una vez fueron fabriles

hasta que llegó la dictadura. (Carlitos

Solero me hablaba de Kropotkin

en las tardes de otoño

del 82. Ya nadie sabe

quién es Kropotkin, y tampoco

Bakunin, Malatesta, Proudhon,

Rudolf Rocker). Eso quedó del país

después de la gran derrota: gente

que no sabe nada (y que ahora anda

con celulares de última generación,

pero sigue sin saber nada). “Kropotkin”,

hoy, podría ser un buen nombre

para una banda de rock, aunque

tampoco existe ya el rock, ¿entonces?

Entonces, nada. Carlitos

sigue sacando a pasear al perro

en las tardes mansas del parque Urquiza

y casi todos los amigos se han ido

del país o han muerto

o se han corrompido (la persiana

que da al sur sigue abierta, pero

ya no hay pies descalzos

de mujer en la escalera ni país

más allá de la persiana). Queda

Macri. Solamente Macri.

 

El poeta Sebastián Riestra

 

Desterrados

 

Los muertos se quedaron sin futuro.

Ya no hay país que los abrigue:

sus huesos no nos guiarán.

Fue la gente, feroz, la que les dijo:

“Váyanse por donde han venido:

aquí no los queremos.

Ustedes son de otro tiempo, de otro mundo.

Nosotros no tenemos sus mismos sueños”.

 

Ahora los muertos están muertos.

 

 

 

El paseante

 

Los tristes caminos

de plaza López

llegarán siempre al mismo sitio,

aunque renazca tenazmente

el olivo en primavera.

No habrá revolución. La clase obrera

seguirá sin llamarse

a sí misma de ese modo

(y de cualquier otro modo). Los muertos

no estarán ni más ni menos muertos

que ahora: sólo continuarán

bajo la tierra indiferente

 

mientras los niños juegan con sus smartphones.

 

 

 

Desinformados

 

Los muertos, según creemos,

han dejado para siempre

de saber. Pero si lo hubieran

sabido antes, ¿qué hubieran

hecho? ¿Habrían peleado

como pelearon? ¿Hubieran dado

sus vidas, las de sus mujeres

y amigos, padres y hasta hijos

como lo hicieron, luminosos

y feroces? ¿O se hubieran dedicado

(en vez de a hacer la revolución)

a la literatura, el cine, la docencia,

la pesca? Si los muertos, digo, hubieran

conocido el futuro: ¿habrían hecho

lo que hicieron? ¿O se hubieran quedado

tomando vino, fumando

y conversando a la luz de las estrellas

acerca del destino del país,

este terrible país que amaron

incluso hasta la muerte?

 

 

 

Bandera

 

¿Dónde crecen los muertos,

o florecen? ¿Dónde queda

su rastro, su semilla? ¿Dónde

cantan los muertos, amor mío,

en este país hecho de olvido?

 

(¿Dónde se vuelven polvo,

desde dónde miran el cielo?

¿Dónde truecan sus sueños

por la nada? ¿Dónde hunden

los dedos en la tierra cansada,

 

dónde se deshacen,

junto a qué silencio?). Enamorada

de todo lo que la destruye,

la Argentina no recuerda

sus nombres ni sus vidas.

 

Somos pocos

los que aún tomamos

la bandera caliente

que dejaron,

y salimos a la calle.

 

 

 

Macri

 

a Rodolfo Walsh

 

Pobres hermanos que están lejos

y perdidos, hermanos huérfanos

de país, asesinados

y olvidados, los caídos. (En el fragor

del amor se hundieron hace mucho

y hoy andan entre los jacarandaes

buscando las raíces de la noche.

Como están muertos, cantan

sin la boca. Como están muertos, lloran

sin los ojos). País que nos comiste

la esperanza, país de un pueblo

que se traicionó a sí mismo

y a su historia. Mis hermanos

cantan en la noche, bajo la tierra sola.

Mis hermanos lloran en la noche.

 

 

 

 

 

*(Rosario-Argentina, 1963). Escritor, poeta y periodista. Se desempeña como prosecretario de redacción en el diario La Capital, donde también es Editor del suplemento Cultura y Libros y es codirector de la revista cultural Barullo. Integró el staff de las revistas literarias Facundo (Rosario) y El Jabalí (Buenos Aires). Ha realizado y conducido programas de radio que tuvieron como eje a la música clásica y el tango y coordinado ciclos y dictado talleres en Rosario, Buenos Aires, La Plata, Tucumán y la provincia de Santa Fe. Ha publicado en poesía El ácido en las manos (1991), El porvenir de los muertos (2002), Clitoriana (2003), Romero (2004), Lunita rosarina (2010), Rémora (2015) y La muerte duplicada (2019).

 

 

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