Por Alberto Pellegatta*
Selección y traducción por Mario Pera
Crédito de la foto (izq.) ©Antonio Riccio /
(der.) Ed. Mondadori
7 poemas de Hipótesis de felicidad (2017),
de Alberto Pellegatta
NO SUENA, maltratado, pero dura.
Las habitaciones se encogen
y en los recintos de tierra sacudida
se desahoga la rabia de los muchachos.
En el malestar amarillo de los prados, una escena muda.
Los dedos nocturnos y disgustados del homicida apuntan
secuencias de espectros que vuelan con los culos abiertos
hacia una dulcísima masacre.
La lechuza para ciertos muertos es una flor.
La cobra
a Mary B. Tolusso
La rabia de aquellas montañas
desborda del dístico con numerosas legumbres
y pan duro para los pájaros.
No salgo de casa por días, catalogo
los golpes a las paredes de los vecinos.
Si no lo hubiera inventado
negro y húmedo como una tumba, sólo sería amor.
Ceden los cuadrantes hasta la transparencia
como una fiesta esperada por tiempo.
El agua no se detiene en las apariencias.
EL MISMO MÚSCULO dividido en cuatro, los ojos cercanos
de los tontos, los dientes que no sirven para mascar ni la
garganta para deglutir. Se levantan simultáneamente en vuelo: un
estornudo sobre un mantel de pétalos.
No conocemos el nombre de este animal pero, como
la liebre, puede cambiar de sexo a su gusto.
PARA ESCRIBIR un número suficiente de versos
se necesita haber estado nervioso muchos días
en ulcerada alegría.
Estatuas sin colores, indican las ventanas,
tienen peinados los años’ 70, de sus poetas
nos parece más cercano Cavalcanti.
No todos confirman lo hecho
– algo de lo que a veinte años tampoco nos percatamos
los primeros movimientos del poemita para la madre
una decena de poemas fracasados.
No es que nos sea después de mucho consuelo
en los pequeños ojos epilépticos de las flores.
Un tétrico calamar mueve en cambio
sus tentáculos en mi cabeza, tus conceptos.
DEJAR TODO EN ORDEN para disimular nada –
pastillas y terrazas son mejores que fusiles y afeitadoras.
Seca bajo las matas de mirto.
Se arquea inconsolable
el azul alcahuete de los hospitales.
No duerme nunca
tampoco cuando las bestias ceden
parece un corazón robusto.
La pena tiene un horario de visitas.
No basta esta superficie
aunque se alargase en un milagro.
Demasiado rudimentaria, con pocas pretensiones
todavía demasiada acústica, aún sin
la huella de animales en la nieve. Sin verbos
funcionaría lo mismo, puro estilo
sin sentido. Sin manos por lavar.
Siempre un bien de circunstancia, una fantasía
sobre algodón. Olvidada ser un teléfono
para convertirse en cariño. Escríbeme atrás.
Desaparecería también de otros departamentos
cubierto por un blanco enervado – matanzas que aceleran
las armonías naturales. Aunque con otras actitudes.
En tus vasos el agua se convierte en asma.
Quizás un agotamiento, sobre grandes alas
como un alivio. Se sacuden los bisontes en la niebla.
El dolor sale aceitoso del grifo cerrado mal.
En la cavidad de la rodilla donde pica.
Por esto las descargas, el trauma, no para hallar
el equilibrio, no para formar plazas o tendencias
sino para desobedecer a la naturaleza, que poco a poco
se vuelve libertad. Dulces tiroteos aclaran la noche.
Para cada forma su contrario. Ir en tramos
para mejorar.
LA RESPIRACIÓN CAE VERTICAL como la sombra
sin embargo, asciende la hiedra como el silencio.
Es una armonía secreta que nos invade
una precisa expresión de las cosas
que se impone.
Aquellos gestos suspendidos en las horas y el tono
en los metales. La aptitud para el teatro
y la especial sonoridad del aire.
ENTRASTE APENAS por la puerta, jazmín
cuando tenías todavía labios de cereza
sobre la boca. Ojos grandes. Nogales
en la noche de enebro. Eran
expresiones del fuego.
Ahora el tigre muere en la nieve japonesa
y si llamo ninguno contesta.
No beso y no boca. No siento
mas aquel gusto de canela mentirosa.
Verde era el clima – azul el silencio
de las duchas.
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(poemas en su idioma original, italiano)
7 poesie d’ Ipotesi di felicità (2017),
d’ Alberto Pellegatta
NON SUONA, maltrattato, ma dura.
Le camere rimpiccioliscono
e nei recinti di terra battuta
si sfoga la rabbia dei ragazzi.
Nel giallo disagio dei prati, a scena muta.
Le dita notturne e dispiaciute dell’omicida puntano
sequenze di spettri che volano con i culi aperti
verso un dolcissimo massacro.
La civetta per certi morti è un fiore.
Il cobra
a Mary B. Tolusso
La rabbia di quelle montagne
straripa dal distico con numerosi legumi
e pane duro per gli uccelli.
Non esco di casa da giorni, catalogo
i colpi alle pareti dei vicini.
Se non l’avessi inventato
nero e umido come una tomba, sarebbe solo amore.
Cedono i quadranti fino alla trasparenza
come una festa aspettata da tempo.
L’acqua non si ferma alle apparenze.
LO STESSO MUSCOLO diviso in quattro, gli occhi ravvicinati
degli sciocchi, i denti che non servono a masticare né la
gola a deglutire. Si alzano in volo simultaneamente: uno
starnuto su una tovaglia di petali.
Non conosciamo il nome di questo animale ma, come
la lepre, può cambiare sesso a piacimento.
PER SCRIVERE un numero sufficiente di versi
bisogna essere stati nervosi molti giorni
in ulcerata gioia.
Statue senza colori indicano le finestre
hanno acconciature anni ’70, dei loro poeti
ci sembra più vicino Cavalcanti.
Non tutti verificano ciò che è stato fatto
– qualcosa a vent’anni che neanche ci si accorge
i primi movimenti del poemetto per la madre
una decina di liriche piombate.
Non è che ci sia poi tanto conforto
nei piccoli occhi epilettici dei fiori.
Un tetro calamaro muove invece
i suoi tentacoli nella mia testa, i tuoi concetti.
LASCIARE TUTTO IN ORDINE per fare finta di niente –
pastiglie e terrazze meglio che fucili e rasoi.
Asciuga sotto cespugli di mirto.
Si inarca inconsolabile
l’azzurro ruffiano degli ospedali.
Non dorme mai
neppure quando cedono le bestie
sembra un cuore robusto.
La pena ha un orario di visite.
Non basta questa superficie
se pure si allungasse in un miracolo.
Troppo rudimentale, di poche pretese
ancora troppo acustica, ancora non
impronta di animali nella neve. Senza verbi
funzionerebbe lo stesso, puro stile
senza significato. Senza mani da lavare.
Sempre un bene di circostanza, una fantasia
su cotone. Dimentica di essere un telefono
per diventare affetto. Scrivimi indietro.
Sparirebbe anche da altri appartamenti
coperto da un bianco sfibrato – eccidi che accelerano
le armonie naturali. Pure con altri atteggiamenti.
Nei tuoi bicchieri l’acqua diventa asma.
Forse un esaurimento, su grandi ali
come un sollievo. Si battono i bisonti nella nebbia.
Il dolore esce oleoso dal rubinetto chiuso male.
Nell’incavo del ginocchio dove prude.
Per questo le scariche, il trauma, non per ritrovare
l’equilibrio, non per formare piazze o tendenze
ma per disobbedire alla natura, che poco a poco
diventi libertà. Dolci sparatorie rischiarano la notte.
Per ogni forma il suo contrario. Andare in pezzi
per migliorare.
IL RESPIRO CADE VERTICALE come l’ombra
eppure sale come l’edera il silenzio.
È un’armonia segreta che ci invade
una precisa espressione delle cose
che si impone.
Quei gesti sospesi nelle ore e il tono
nei metalli. L’attitudine al teatro
e la speciale sonorità dell’aria.
ENTRAVI APPENA dalla porta, gelsomino
avevi ancora labbra di ciliegia
sulla bocca. Occhi grandi. Noci
nella notte di ginepro. Erano
espressioni del fuoco.
Adesso la tigre muore nella neve giapponese
e se chiamo nessuno risponde.
Non bacio e non bocca. Non sento
più quel gusto di cannella bugiarda.
Verde era il clima – blu il silenzio
delle docce.