Poemas por Raúl Nieto de la Torre*
Texto por Elvire Gomez-Vidal
Crédito de la foto El autor
Epílogo a El retrato del uranio (2020),
de Raúl Nieto de la Torre
Ya desde su título, extraño y enigmático, este libro de poemas de Raúl Nieto de la Torre despierta una serie de interrogantes y aguijonea la curiosidad del lector. En un primer momento, parece hacer referencia a la descripción estática de un material singular, como si intentara “copiar”, inmovilizar y apresar esa misteriosa y peligrosa sustancia. Y sin embargo, como lo iremos descubriendo, es movimiento, y nos convida a un viaje, a un recorrido onírico, de sesgo mítico. Se trata de un poemario que, considerado en su conjunto, brinda un amplio panorama que abarca la historia del ser y de la humanidad desde sus inicios, historia estrechamente vinculada al canto, al arte y a la escritura.
7 poemas de El retrato del uranio (2020),
de Raúl Nieto de la Torre
1
Hoy no he nacido todavía, guardo
para después mi nacimiento.
Sabes que vengo de la piedra
y que mis llaves se perdieron en tu boca.
Tardo en nacer un rato, pero lo hago
bien: no dejo rastro de quien era.
Dame tiempo,
que cuesta llegar fuera,
que como al barco en la botella de cristal
solo un trago muy largo puede sacarme de mí mismo.
Guardo mi nacimiento como un límite
para el momento en que no esperes
nada de mí, por contrariarte. Ahora
mismo nazco, en cuanto tú te mueras.
Mi límite eres tú: aparta la mirada.
6
Todo antes de caer
casi se eleva.
Quien ha visto caer el día
sabe que casi se sostiene.
Quien lo sabe lo probó.
Quien cayó
sabe que aún lleva consigo
el brillo de un vuelo al revés
y una esperanza.
Casi no sucede lo que sucede
y, sin embargo, puede comprobarlo
cualquiera con sus pies:
mira cómo te llevan
a otro lado en cuanto te descalzas.
Todo cae y, si al caer, se eleva,
todo vive por encima
de un tiempo condenado
y todo nos recuerda
y todo trae lo que fuimos
y casi sobrevive.
13
Lo enterrarán conmigo.
Lo que no puedo imaginar se vuelve piedra,
se cierra sobre sí mismo.
La piedra no permite que llegue la luz dentro
y yo llevo la luz y el aire
a lo que me imagino.
Lo enterrarán conmigo como hueso
de mi cuerpo, encajado,
cuyo peso compensa la nada en la que me origino.
En cuanto que consiga imaginarlo,
le nacerán dos alas, se abrirá sin romperse
como un pájaro cantor
y se irá de mi lado:
imaginarlo, por tanto, es perderlo.
Lo de volverse piedra
es solo otra añagaza del amor.
25
El uranio no altera los recuerdos
sino a quien los recuerda, eso explica
que la sombra del hombre
se complica según pasan los años.
Los recuerdos
no los cambia el uranio
con la luz de su fuego porque ya han sucedido
como el pan en la mesa no se corta dos veces.
Donde están los recuerdos
es un palacio ciego.
Donde el muerto
por siempre estará muerto
igual que siempre irradia su calor el uranio,
alterando a los que viven.
A los que aman la vida.
A los que en cierto modo
recuerdan el olor del primer bosque
y se sientan y escriben.
27
Lo que queda es el pájaro, no el cielo.
Se ha fotografiado a sí mismo
tan solo con cerrar los ojos
al mismo tiempo que abría las alas.
Cada suelo que cuente sus baldosas
amarillas, cada palo
que aguante su madera
a punto de ser llama. Empieza
la noche a descender sobre nosotros.
Le digo a mi hijo: «Nada malo
habrá de sucedernos si cantamos».
Una fotografía vieja
en la que estamos sonriendo nos bendice.
Menos aquellas lentas
mañanas de verano todo pasa
y se olvida y aquel pájaro vivo
aleteando dentro de la mano.
Cada ciego que cuente sus estrellas.
33
El arco es el espejo del arquero.
En él prueba la anchura de sus ojos cerrados
contra un miedo de cerrojos
sin aire. El arco es su memoria.
Pero también su olvido porque cuando tensa la cuerda
olvida. En él prueba su sed,
que no es sino el recuerdo de la sed
como el agua del agua.
Lo que piensa es un ciervo pensado tantas veces
que en una de ellas se ha escapado
con vida: nadie sabe
que le aterra volver a encontrarse con él,
que muchas veces, al huir, ha imaginado
la flecha que lo deja malquerido en la tierra.
43
Nunca sabrás
si el pájaro inaugura el mundo o lo abandona,
si afila, cuando vuela, su forma mi pupila
o si alarga su forma mi escritura inexacta.
Nunca sabrás si has de vivir mañana
(mañana es una rama de infinitos
árboles que no existen todavía.)
¿Recuerdas cuando diste con la puerta cerrada
y la ventana al fondo?
El cristal eras tú.
Tenías que quedarte dentro o que romperte.
Eso decías. Por la forma
del pez, conozco el mar. Por la del pájaro,
lo que no para en ningún sitio.
Esta rama es amar.
Este poema en busca de tu cara.
*(Madrid-España, 1978). Poeta. Doctor en Filología hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid (España). Se desempeña como profesor de Lengua y Literatura en su ciudad natal. Ha publicado en poesía Zapatos de andar calles vacías (2006), Los pozos del deseo (2013), Leopardo (2017), El retrato del uranio (2020), entre otros.