Por José del Carmen*
Crédito de la foto Ed. Contrabando
7 poemas de Ciudad del niño (2023),
de José del Carmen
El enfierrado de la memoria
Untar el pan en el tomate
untar el pan en el causeo
untar el pan en el caldo
los mocos que salen con el caldo
el orégano, la rúa, el tomillo seco
la varilla al costado del anafre
las flores para la virgen
el pañito con flecos que arropaba la tele
los comerciales cuando no eran TAN comerciales
la bicicleta oxidada en el patio oxidado
la crema Lechuga que se echa la mami
la crema de espárragos que dan en el consultorio
el cuchillo mantequillero
para bajar los chichones y la desesperación
la sopaipilla antes de entrar al colegio
comerse los mocos antes de comerse las uñas
el perfume-algodón-de-azúcar de la profe de castellano
el olor de un estuche nuevo
el olor de un cuaderno nuevo
el olor de la ilusión plena / de abrir una camisa nueva
/ con el cartoncito en el cuello
el scotch, el stick fix, el block
las palabras en inglés con olor a Colonia barata
comerse la punta de los lápices
el pegamento
comerse la goma y el tiempo
el tiempo
que es la mayor goma de borrar que tiene la vida
Untar el pan en el huevo
untar el pan en el juguito del bistec
untar el pan en la miseria
/ untarse junto con él
el olor a poto
el olor a pito
el olor a pata
el olor a incesto de una pieza que se llueve
el sueño húmedo que no llueve pero gotea
el pichí que escurre en la pieza de al lado
las sábanas roseadas con colonia de guagua
la noche fría en los paraderos de micro
el potrero hecho toma y retoma de terreno
desalojo y nuevamente
toma y retoma de terreno
la estufa y la cáscara de naranja
la estufa y la tetera hirviendo
la estufa y la ropa tendida adentro
el copete al lado del velador
el reloj del velador con las pilas gastadas
la sangre seca fuera de la cantina
la jaba de cerveza después del velorio
la vecina que se pone a regar la calle
la alfombra colgada en la reja de afuera
el taller con las herramientas del abuelo
el destornillador con el neoprén seco en la punta
la serpentina huacha de los cumpleaños que ya se cantaron
Untar el pan en la leche
y mancharse la ropa
untar el pan en el yogur
y mancharse los dedos
untar el pan en la memoria
y mancharse las manos
Los tres deseos huachos antes de soplar las velas.
Mar de huachos
Sueño con un mar pero no de lágrimas, y en el mar, el mal
delineado de sus ojos perdidos.
Olas portentosas fundidas en cobre. Olas que me rodean cual
ritual de iniciación, o de sacrificio, así vienen mis sueños. Me
rondan, sí, como yo rondo la vida. Me intentan, qué duda
cabe, como yo intento ser y reconocerme. Olas que jamás
pasan de la amenaza, incapaces de abandonarme al desplome
irremediable. En eso quedaba el barco de mis noches, anclado
en el intento inútil de tocarme con la sal de su histeria.
Los sueños se mandan solos y ella manda en ellos. Va y vuelve
mi vieja, a mis orillas, a mis destellos, como las olas del mal
soñarla, ansiando su regreso.
…
La mar que es madrecita de todas las muertes jamás se olvida
de ella. Por eso vuelve. Porque los asuntos pendientes tiran, no
conocen de distancias ni de muertes. La pica, la cizaña, el
resentimiento. Porque de no tenerlos ya no hay vida. Los
malos recuerdos no perecen. Son lo único que en realidad
existe. El presente es un futuro recuerdo del frío y de la tierra
remojada en llanto. Soñar es volver a lugares desconocidos.
De tanto en tanto los sueños me devuelven a mi madre,
madrecita-risueña. No hay otra forma. Una mami solo es posible
en los sueños.
Reseña VIII
Me cuesta creer que mis padres hayan estado juntos, que se
casaran y fueran felices. Las evidencias decían lo contrario. Yo
tuve conciencia de ellos ya separados y odiándose a más no
poder. Tacos agujas manchados con sangre. Nosotros, con mi
hermana, a veces nos metíamos en sus peleas pero salíamos
trasquilados. Que se nos ocurriera tomar bando por uno de
los dos y tendríamos a los dos culpándonos por ser los responsables
de arruinarles la vida.
…
De un tiempo a esta parte empezaron a gastar más plata en sal,
las peleas comenzaron a incluir pómulos y cabezas rotas.
Manchas de sangre en el salero. La sal servía para suturar las
heridas.
…
Ya lo decía el cura en la iglesia, los declaro marido y mujer
hasta que la muerte los separe. Se me hace que ellos entendieron
esas palabras como una invitación a matarse. De ahí sus
peleas desgarradoras. De ahí que decidieran separarse antes
que la muerte lo decidiera por ambos.
Ciudad del niño
Teníamos de todo: Techo y ropa. Pan y circo. Calles propias.
Propios ritos. Un solo Hogar de niños-hombre, cinco Hogares
de mujeres a la fuerza. Una escuela que llegaba hasta octavo.
Libros en blanco dentro de la biblioteca. Una piscina que cambiaba
de colores. Una dulcería con olor a campo. Domingos
con olor a lunes y estos con olor a claustro. Nada más cierto
que los olores de la infancia. Teníamos paseos a la playa.
Cartagena, Costa Azul, El Tabo. Paseos a circos en temporada
baja. Abusos abiertos y otros cicatrizando. Intentos de motines,
ventanas rotas. Balaceras entre policías y paisanos. Kilates
para los niños pobres, Súper Ocho para los millonarios.
Volantines que tocaban el cielo. Potreros donde manosearnos.
Ropa de colegio bien planchadita. Ropa para salir a museos y
a estadios, mimetizados cual aves migratorias, pajaritos que
no se saben enjaulados. Tías que nos querían de favorito,
otras, que puro nos aforraron. Tías con mano dura que no perdonaban,
otras con manos de monja que nos cocinaron.
Teníamos pololas de día. Las más bellas y primaverales.
Pololeos cual penitenciaría con machos de la conchetumare.
Teníamos lavandería. Clases de música y las instrumentales.
Enfermedades y enfermería. Profesoras y asistentes sociales.
Canchas de tierra y vidrio molido. Las famosas hermanas
Calambre, una con cara de hombre y otra con cara de hambre.
La fantasía estaba completa. No había nada que nos faltase.
Botas, mopas, lengüetas. Ni padres ni perros que nos ladren.
Del niño que reza
Debe ser pulento tener una mamá, diosito
Tener una casa y un par de familiares que la visiten
una cama propia
un cepillo de dientes
una silla favorita
Sueños que sean firmes
/como cruzar el río de noche
Debe ser bacán tener opinión
opinión propia de lo que sea y defenderla
Tener zapatos y que nadie los toque
tener juguetes y que nadie los toque
tener secretos consumados y que nadie los borre
¡nunca más!
¡nunca, pero nunca más!
¡tener amigos y que nadie los toque!
Debe ser bonito tener un diosito, diosito
un dios no tan encumbrado en los cielos
cerquita de las nubes
un dios más presente
No como tú, diosito
ausente
como la mayoría de los padres.
El huacherío
Para hacer vida en un orfanato hay que apostar a perdedor. El
orfanato, a diferencia de la orfandad, no es para toda la vida.
Habrá de llegar el momento ineludible de marcharse, y la
única opción de hacerlo es dándole la espalda a lo que se va
quedando atrás.
El huacho es huacho de hogar
El huacho es huacho de padre
El padre de la patria fue un huacho
El huacho es huacho de patria
La patria del huacho son sus pies
…
Porque seamos claros, el Estado cuando nos saca de las calles lo
que hace en realidad es limpiarlas. El huacherío llega a las
entrañas de un internado sin ninguna garantía. Siquiera de salir
vivo. Nos barren bajo la alfombra. Nos tiran a la pieza de atrás.
El huacho es huacho mal parido
El huacho es un huacho culiao
Un huacho conchetumare
El huacho no tiene gestas
Las gestas se las lleva el patrón
…
Suplantaron el rol de nuestros taitas suplantándose asimismo
como patrones de fundo. De ahí la huida del huacho. Para
remediar la afrenta que implicó su llegada a una nación. La
familia del huacho son otros huachos. Por eso es huacho sin
identidad, sin apellidos. Porque prefiere eso a la imitación de
un fantasma hecho padre, de un decir hecho patrón, que a su
vez es la mala imitación de otros patrones del primer mundo.
Quien imita está condenado a nunca crecer, a nunca valerse en
su propio desplante y carencia. Sobre un patrón siempre hay
otro peor.
El patrón es un padre ausente
El mal recuerdo del huacherío
El patrón no sabe de amor
Repite el patrón del patrón
Por eso no da cariño
…
Nos alejaron de nuestra familia para alejarnos de quienes éramos
en realidad. Porque no hay nada más peligroso que el que
se reconoce a sí mismo en su miseria. De eso se trata ser huacho,
de dejar de serlo un día.
El huacho es huacho cuando camina
Es huacho cuando toma la palabra
Poesía oficio del huacho
Huacho oficio de la poesía
La patria de un huacho es la memoria.
Peor que matar
Ni inventándose un dios los adultos pudieron huir del sexo,
menos podría un niño que, ante todo, es un caos, cuando no
un río de sensaciones que colisionan y revientan.
El llamado sigiloso llegaba para nunca más abandonarnos,
urgente, donde fuese que nos encontrara. Las apariencias no
eran cubiertas por la oscuridad. Solos, a imagen y semejanza
del dios que nos lanzó al mundo, daba igual. Ese maldito llamado
de los cuerpos no tenía escrúpulos ni parangones.
Intimidaba como si llevara un arma encima. Pasarse a la cama
de un compañero era tan normal como luego querer olvidarlo.
…
Todos cargamos con un deseo homosexual acompañado siempre
del ánimo obstinado de reprimirlo, todavía más en un
claustro, ya fuese una iglesia, ya fuese la penitenciaría, ya fuese
un internado de niños huachos. El secreto permanecía ahí,
convertido en un secreto a voces, porque hablar abiertamente
de esos secretos no era de hombres, era de maricones, y para
ser maricón, había que ser más hombrecito que los que decían
serlo.
…
Peor que matar
peor que mentir
peor que cualquier cosa era ser maricón.
Si no te quedaba claro a la primera, a la segunda te lo demostraban
a la fuerza, y entre varios –ahí la explicación, supuse, de
muchos que amanecían orinados–. La carga negativa no provenía
de nosotros mismos, en ningún caso, son resquicios históricos
propios de los adultos histéricos, de los que no se conformaron
con la verdad de saberse ya crecidos. Debió ser un
golpe muy duro para ellos saberse arrugados.
No les bastó con vivir ni convivir con sus miedos más enraizados,
no, tenían que llenar de odio a los que vienen, ensuciarles
la vida a los que recién se asoman, y así no sentirse tan solos
en su miseria. Qué mejor que la miseria cuando es compartida
para que no se haga tan pesada soportarla.
Ellos decían lo que era bueno y lo que era malo, en ocasiones
solo con la mirada. Tenían un poder absoluto. Cómo no llevarles
el amén. Ellos daban la orden y era uno el encargado de
disparar a sangre fría la inocencia de los propios compañeros.
Sicarios de la infancia. Ese era el más cruel de los castigos, porque
si ya es difícil hacerse cargo de los propios silencios –de las
muchas preguntas y las pocas respuestas–, tanto más es lidiar
con el violento silencio que te imponen los adultos a través de
tus propios amigos. Orfanato de silencios ensangrentados. Te
marginan, te apartan, te humillan.
…
Peor que matar
peor que mentir
peor que cualquier cosa era ser maricón.
Convengamos
ser huacho es no tener a nadie
ser maricón, en cambio, era tenerlos a todos en contra.
*(Santiago de Chile-Chile, 1988). Poeta. Pasó gran parte de su infancia internado en el hogar de menores Ciudad del Niño, institución integrante del Servicio Nacional de Menores (SENAME), organismo central cuestionado de manera permanente a causa de la vulneración de los derechos del niño. Cursó el taller literario en dependencias de Balmaceda Arte joven (2017), del que se publicó Memorias de un pájaro asustado (2010) de Paz Molina junto con quince escritores. Obtuvo el Premio Nacional Pablo de Rokha (2014) y los Juegos Literarios Gabriela Mistral (2011). Ha publicado en poesía Ciudad del niño (2023).