7 poemas de «Canciones para animales ciegos» (2013), de Benjamín León

 

Por Benjamín León

Selección por Fredy Yezzed

Crédito de la foto (Izq.) www.labocinacomunicacion.wordpress.com/

(der.) el autor

 

 

 

7 poemas de Canciones para animales ciegos (2013),

de Benjamín León

 

 

I

Indivisible el frío cruza mi corazón:

ciudades de la noche cayendo por el miedo.

Arbustos oxidados que se extienden en furia

deshacen su memoria. Hurgo lugares, soplo

en la fosforescencia, pregunto en timidez

de qué temible manto nos arroja la noche,

qué máscara tendrá su rostro desahuciado,

qué forma su color para los niños huérfanos.

Discurro entre metales, en su velocidad,

bajo lo atroz del rumbo de su milicia ciega,

y tiemblo desolado mirando los errores:

sólo palomas grises nacen de los olivos.

 

 

II

Hacia el degüelle van los animales ciegos,

sus corazones gimen, sus voluntades sangran

y en sus pupilas yacen la luz y la certeza.

El peso de la noche se extiende por sus lomos,

y la humedad carcome con hambre e injusticia.

Cruzan entre cadáveres de anónimos hermanos,

lloran en mansedumbre la desaparición,

arrastran la cadena que sostiene el insomnio.

Huelen traición y mierda, oyen los alaridos,

oyen cuchillas, fierros, desagües del horror,

envolturas de plástico, urgencias y balanzas

que asoman a la mano que amarga la sentencia.

Hacia el degüelle van los animales ciegos,

mi corazón les llora, mi corazón es prójimo:

hierba de su dolor, su voz, su semejanza.

 

 

El poeta
El poeta Benjamín León.

 

 

III

Ha crecido maleza sobre mi corazón

y ciegas las palomas rondan la podredumbre.

Oigo sus alas grises, sus pechos desangrando

sobre la faz del frío. Oigo el inmóvil rumbo

de los caballos tristes que pesan en la edad,

y el rostro de los hombres donde nombro los siglos.

Escucho las jaurías que gritan por el hambre,

habitantes paridos en el error y el miedo,

hijos que conocieron lo oscuro del asfalto.

He bebido el dolor y el miedo en las orillas,

y sin embargo existo, traspaso la sentencia,

el hábito del mundo que emerge de los hombres.

Ha crecido maleza sobre mi corazón

y oscuros minerales escriben el silencio.

 

 

IV

Los perfumes del miedo retumban en la noche,

ciudades sin la luz cayendo en los manteles.

Las féminas clausuran los túneles secretos,

los frutos que la siega llevó con los metales;

no pregunto sus nombres, no dispongo sus límites,

no escribo la traición que se esconde en la ira.

Ya sé lo que es errar: atravesar la niebla,

abrir el corazón y que la noche ocurra

tatuándonos la frente. Ya sé lo que es errar:

herirse en el silencio, enumerar los pájaros.

 

 

V

Escucho entre los frutos que ven la podredumbre

el duelo de los siglos. En ese cáliz bebo,

rondo la copa y bebo, digo la libertad

donde la noria extingue su lágrima y su sombra.

Miro en el funeral del pueblo su esperanza,

no sé de qué lugar vuelve a nacer su fuerza,

no sé de qué estertor vuelven a mí sus huesos.

Esta demolición no es una voz vencida,

aún los animales asoman a los límites.

portada-libro

 

 

VI

Conozco la ceguera y el corazón del hombre.

Observo su ignorancia, los nudos de la luz,

la multiplicación de sus quebrados huesos,

el ansia de carroña: el rol de los mortales.

Agonizan albergues, antiguas madrigueras,

oscuras maquinarias que al llanto petrifican:

la inexistencia ocurre, la inanición escribe.

Urge la orilla y duele. Hay una herida al borde,

donde los hombres caen después de la fatiga,

donde el vinagre traza su delgada infección,

donde retiene el polvo las úlceras del tiempo.

Esto es lo que tortura, lo inútil de la sombra:

haber nacido y luego temer al mal y al bien.

 

 

VII

Forjar la luz, abrir su canto matinal,

llegar a la palabra y enumerar su cuerpo.

Herir la desnudez como el aceite virgen

que expande su sonido al fondo de la carne,

y cruza en lo gozoso o en la profunda muerte

y se vuelve metal, semilla, sangre o tierra

y nace a lo terrible. Abrir lo ciego, abrir

su pálpito más puro, su costura más débil,

y perpetuar el grito con un lenguaje nuevo

para que el fuego ocurra, para que ocurra el agua,

para escribir la sal y el silencio y la sombra.

 

 

 

 

 

*(La Serena-Chile, 1974). Profesor de Español y Filosofía. Ganó el XII Premio Internacional de Poesía Flor de Jara (2009), el XI Concurso Nacional de Poesía Juegos Florales de Vicuña (2009) y el Premio Federico Varela (2014). Ha recibido la Beca de Creación Literaria que entrega el Consejo Nacional de la de Cultura y las Artes los años 2008, 2014 y 2016. Ha publicado Tankas de Pájaros (2008), La luz de los metales (2009), Para no morir (2012), Canciones para animales ciegos (2013).

 

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