7 poemas de «Baladas de La Rivera de Los Sauces» (2023), de Óscar Málaga

 

Por Óscar Málaga*

Crédito de la foto (izq.) Edición personal /

(der.) Facebook de Rafo León

 

 

7 poemas de Baladas de La Rivera de Los Sauces (2023),

de Óscar Málaga

 

 

Adiós a un bosque de bambú

 

Al amanecer tomaré el primer camino

que brille bajo el sol de agosto.

Puro y limpio ha sido el lecho

adonde diez lunas he cantado.

En su calma las palabras han perdido su vuelo:

en el brillo de sus delgados troncos

ha desaparecido la bruma.

Debería de ser feliz por haber reposado mi cuerpo

sobre las frescas hojas de este bosque de bambú.

Yo que he sido condenado

a desconocer las riberas del río.

¿Podría a mi edad tener la osadía de negar la armonía?

Luminosa danza la nostalgia y la temeridad.

Más allá de este bosque hay diez mil montañas

y ningún ave canta;

ningún camino ha sido trazado

Sin embargo, purifico mi corazón

besando la tierra donde este bosque florece y

abandono mis caligrafías que en sus diez mil trazos

no han sido capaces de asaltar el alma

de un fresco bambú elevándose entre las nubes.

¿Osaría yo permanecer en esta paz cuando los dioses

me han entregado un arco,

que tenso aun en la noche más calma,

un cesto de flechas que afilo con ardor?

Diez mil almas han sido puestas

en el corazón de cada hombre

Las jóvenes esposas sueñan con el amor

Sus maridos defienden la frontera

¿Podría yo, que no tengo reino, que no tengo sueños,

detenerme hasta el fin de mis días

en este tierno lecho de bambú?

 

El poeta Óscar Málaga

 

Armonización de un poema de Wang Wei que dibujaba sus versos en el paisaje de la riviera Wang

 

Entre las cumbres más altas de la montaña

y el viaje de nuestras vidas solo

transcurren manadas de nubes solitarias.

A nadie espero: soy un extranjero

viviendo en un país extranjero.

Los días de fiesta ayudo a florecer

los jardines y recojo ramos de peonías.

Humedezco con mis labios

mis pinceles de bigote de ratón

y sueño que dibujo montañas

que crecen en mi corazón

y se reflejan en las aguas de la rivera Wang.

Dicen que usted llega de mi país natal,

solo puedo ofrecerle

un tazón de vino de arroz y la sombra de un árbol.

Otra sombra oscurece la blancura de las nubes.

¿Por cuál de las dos he dejado

caer algunas lágrimas?

¿Cuál de los viajantes

me ha provocado esta nostalgia?

Mis hermanos colocarán ofrendas por el ausente en la tumba de mi abuela.

Ud. debe de saber de las guerras

que sacuden a mi ciudad.

Bajo esta luna de otoño

bebamos otro tazón de vino.

Más allá del paso de Yang

usted no encontrara viejos amigos.

Antes que nos embriaguemos, dígame,

¿aún iluminan el universo los ojos de mi hijo?

 

 

 

Cita con los mercaderes de Guangzhou

 

Para llenar de alegría al Dios de la Cocina

acepté despojarme de mi gorro de letrado

y vestirme con la Túnica de Secretario

de Comercio del Reino.

Y durante tres años he recorrido pueblos y ciudades

armonizando pesos y precios,

salarios y gastos,

impuestos y obras.

Y cada fin de año el Dios de la Cocina

me ha recomendado calurosamente

al Emperador del Cielo.

Pero ahora que he llegado a esta ciudad calurosa

y veo sentarse frente a mí a sonrientes comerciantes,

que acomodan sobre la mesa cuadernos

y bolsas de monedas,

pienso que no estaré a la altura de las circunstancias

y mientras ellos despliegan

canciones de pérdidas y ganancias

yo escribo este poema

para pedir disculpas al Dios de la Cocina

por los aciagos días que le tocará vivir,

y solicitar al Emperador del Cielo

que vuelva a valorar mis pobres caligrafías de letrado.

 

 

Pensamientos del décimo mes

 

El frío del décimo mes

trae un viento más afilado que una espada.

En otros tiempos bravos hombres

intentaron conquistar la montaña.

Todos ellos han sido olvidados.

Su cumbre resplandece sin banderas.

Pero los que abusaron del alcohol de arroz,

cantaron la sorpresa de la nieve limpia

de la huella de los hombres,

han ganado celebridad

y sus poemas son caligrafiados

en todo el imperio,

cantados por las más bellas cortesanas

en el frío del décimo mes.

Cuando escucho a los guerreros

cantar las proezas de aquellos bravos hombres,

de sus caballos bordados con crines negras,

sus banderas empuñadas como espadas,

quemo incienso por los miles de cadáveres

que guarda la montaña,

y mando cambiar mis pieles de visón,

mis joyas de jade, mis caballos árabes,

por todas las garrafas de alcohol

que se puedan encontrar en el universo.

 

 

 

Preocupaciones de una tarde de verano

 

Sobre el techo de mi cabaña

florece ruidosa el agua que llega de los cielos.

 Un mensajero me ha entregado una tarjeta

adonde ella me anuncia su llegada.

Al sur de mi ventana crece un bosque de nubes rojas.

Despido al mensajero pensando si poseo

los vestidos adecuados para poder abrir mi puerta.

Luo Bin Wang fue hecho prisionero,

obligado a cambiar de uniforme

pero jamás abandonó el casco

de los ejércitos de su reino.

Solo ese casco se guarda en su tumba

que el pueblo venera.

Cuando ella aparezca en mi puerta

y me permita descubrir,

detrás de frescor del polvo de arroz, su sonrisa

que recuerda las más preciadas botellas de cinabrio,

¿podré conservar al menos

mi gastado gorro de letrado?

 

El poeta Óscar Málaga

 

Canción del buró de la poesía

 

Nada me recuerdan mis vestidos

y el Fénix en el que sin olas reposa la tinta,

parece un espejo negro vacío de reflejos.

Un emisario me anuncia que los bárbaros

ya llegaron a la Puerta de Jade;

el viento del otoño, que pronto florecerá el Loto.

Al norte de mi jardín las aguas vuelven a llenar de

espumas los bordes de la montaña.

Los funcionarios se han puesto las

túnicas que sus esposas rápidamente

han cosido y han partido a defender el

reino.

Ha llegado la hora que siempre temía,

aquella que solo tiene minutos

para un gesto de despedida.

Un aletear atraviesa mi ventana.

Viene con la ligereza de una golondrina.

Se posa sobre el papel de arroz

Eleva el pico en dirección a mi pincel y canta.

Canta. Y nace el mar en el Fénix adonde vive la tinta.

 

 

 

Ofrenda

 

La tristeza me invade pensando

en las orillas del mar que humedece mi reino.

En las ofrendas que no pondré

sobre la tumba de mi abuela.

Cuando la luna caiga

quemaré en su honor este poema.

 

 

 

 

 

*(Lima-Perú, 1946). Poeta y narrador. Estudió Ciencias Sociales y Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú) y en la Université de Jussieu (Francia), magíster en sociología de la comunicación por el Institut des Hautes Etudes de L’Amerique Latine (Francia). Ha vivido en París, Heidelberg, Barcelona, Madrid, Amsterdam, Santiago de Chile, Moscú, México, Beijing y Nueva York. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía José María Arguedas (Perú, 1971) y el Premio Juan Rulfo (Francia, 2003). Se desempeñó como coordinador general de la revista Caretas y editor internacional de la revista Beijing informa y de China Revista Ilustrada. Ha publicado en poesía Arquitectura de un puente (1984), El libro del atolondrado (2003), Blues de un gato viejo (2004) y Baladas de La Rivera de Los Sauces (2023); y en novela Blues de un gato viejo (2005), El secreto de la trapecista (2006) y La ópera de dulce diamante (2013).

 

 

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