A manera de homenaje por los 122 años (1894-2016) del nacimiento del Amauta, José Carlos Mariátegui, Vallejo & Co. reúne una significativa muestra de diversos escritores que, en alguna oportunidad, dedicaron poemas al famoso pensador y crítico peruano, así como dos textos escritos tras su temprana muerte.
Por: AA.VV.
Crédito de la foto: Jose Carlos Mariategui Archive/
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6 poemas y 2 textos a José Carlos Mariátegui.
Homenaje 122 años
Os invito a pensar en esa muerte
por Juan Gonzalo Rose
Amigas, amigos,
¿hay algo más doliente
que la muerte de un hombre verdadero
cuando aún su estación dictaba frutos?
Ya sé, resulta fácil, a veces,
sólo a veces,
cuando alguna amargura el corazón nos colma,
marcharse a ver el mar…
¡Pero qué mar, amigos,
es tierra del olvido, o del consuelo,
para la muerte de este hombre? ¡Qué mar!
Unidos meditemos esta ausencia
ocurrida en el reino de la especie
y en la hora de la pérdida más honda.
En verdad, os digo,
no ha debido morirse José Carlos;
al menos, no tan pronto;
y sin embargo,
cualquier fecha en que se hubiere muerto,
habría sido demasiado pronto.
Lo contemplo pasar
—silueta del combate sin permuta—
en estampas distintas.
Y lo cierto, no sé cuando parece más Mariátegui:
sí uniendo a los obreros en torno de la causa del obrero,
si ejerciendo solares magisterios en Universidades Populares,
si hablando a los poetas de su misión profunda,
o si
sencillamente
es más Mariátegui
sentado
frente a su máquina de escribir,
redactando en el linde de la aurora
los temas de la aurora,
los cantos de la aurora,
las humanas razones de la aurora.
Oigo su voz, amigos,
enseñando entre máquinas y estrellas
las letras del amor elemental:
del amor del oprimido al oprimido,
del amor del diente por la harina blanda,
del amor de la luz por la ventana,
del amor del patrón por el verdugo,
del amor del gerente por el poeta puro.
Amigos, él es nuestro Lenín.
Sólo le falta su octubre rojo;
pero con cada día que transcurre,
octubre está más cerca de su víspera.
El alma matinal
por Alejandro Romualdo
José Carlos Mariátegui, en la tierra, en el cielo,
en las manos fecundas de los trabajadores,
se afirma cada vez más el árbol de nuestros sueños,
y el árbol de nuestros sueños da frutos en toda esta
Tú colocaste la primera piedra
de una alegría colectiva.
Pusiste alas seguras a todos nuestros deseos.
Trazaste el vuelo puro de la dicha posible.
Tu ciencia es nuestra ciencia:
la ciencia de la hoz, la ciencia del martillo,
la ciencia invulnerable de los trabajadores,
la teoría que vive la vida de la vida.
Felicidad de ojos claros, dicha de labios dulces:
a la altura del cerebro el corazón se eleva.
Y el futuro del hombre abre todas las puertas
que van a dar al centro de la felicidad.
No importa la calumnia. No importa la mezquindad.
La verdad que sostiene la casa de los pobres
es una verdad que nos ampara y nos fortifica.
Nosotros somos la vida. Nosotros somos la alegría.
La estrella de la razón conduce a una vida nueva.
Los milagros se apoyan sobre la hoz y el martillo.
Y el sueño de los hombres se cumple perfectamente.
José Carlos Mariátegui: la verdad que enseñaste,
la verdad que nos iguala y nos perfecciona,
ha llegado hasta el fondo de las minas,
como una lámpara maravillosa.
Como una lámpara maravillosa que cumple nuestros deseos,
que enciende la razón, que deslumbra con su poder.
José Carlos Mariátegui, puño y letra del pueblo,
la primavera crece y se funda en nosotros.
Nosotros somos todos los deseos del hombre.
Y tú estás con nosotros, como ayer, como siempre.
Elegía a José Carlos Mariátegui
por Nicanor A. de la Fuente (NIXA)
Tú lo recordabas acaso, José Carlos:
tu adolescencia vistió la mortaja exótica
de la luna danzando sobre los mausoleos de la campechanía tradicional.
Ya sabía sin embargo
del tumulto tropical del destino
cuyas voces más limpias incendiaron de luz tu corazón.
La Europa viviendo la tragedia de la guerra
te envolvió en la marea social de sus pasiones.
Bajo distintos árboles de sol se iluminó tu fé
bajo distintos aires refrescantes el calor de tu energía
y trabajando la enseñanza divina de tu esperanza lírica
fuiste un obrero más dentro de la tarea musical de la vida.
(Así
el hombre que sabía soñar la sonetería galante de los americanos
aprendió a vivir la romanza bélica de los europeos
y cantó sus dolores
con las ardidas voces de la Justicia Social).
Tu palabra se hizo de acero en las huelgas pluviales de los barrios
obreros—, en donde—
tu corazón gustó los aires más puros de la alegría
y en donde muchas veces también se encogiera de espanto
cuando la fusilaría salvaje del capitalismo
ladraba a las almas y mordía en los cuerpos multitudinarios
de los huelguistas de la Internacional.
Tu organismo fustigado por el desamor de las mutilaciones
ignoraba el color de la fatiga
y todos los días
sentíamos tu pulso crepitar firmemente
no obstante qua la muerte acechaba
trepada sobre tu pantorrilla única
anhelando la vendimia de tu cerebro y de tu corazón.
Y un día te fuiste como habías venido
mirando de frente tu destino:
como los Dioses
como los niños
como los hombres que mueren en las revoluciones…
En la provincia entonces
salimos a los ingratos patios de la tortura civilista
a lucir a todo mástil el grito salvaje y reivindicador
de la esperanza,
del dolor,
y de la rebeldía…!
Ahora
aún sentimos acezar todo el fragor de tu distancia
—lo sentiremos toda la vida acaso—
porque fuiste el ánimo
y la presencia y el equilibrio nacional del espíritu
que recién entonaba con juveniles voces la Internacional.
Pero estarás mejor dentro de la tibia claridad de la tierra
durmiendo las angustias de tu siglo
y vigilando por el sentido más puro de la humanidad:
EL FERVOR PROLETARIO DE LAS MASAS
que hoy
como ayer
y como todos sus años de injusticia
siguen esperando la aurora que anunció tu corazón…!
A José Carlos Mariátegui
por Gustavo Valcárcel
UN DIA que ya llega
desde la espalda de los Andes
desde la piedra, desde el surco, desde la misma nieve,
ascenderá por el fallo una sonrisa
y se hará flor en los labios de millones de indios.
Esa será tu bandera, José Carlos Mariátegui.
Tú mejor que nadie sabes lo que significa
que un indio del Perú llegue a sonreír
después de un tiempo sin tiempo de dolor encima
después de una vida sin vida de terror encima
después de una muerte sin muerte de injusticia encima.
Tú que vives en el porvenir
sabes también que nacerá ese día
y que serán inseparables tu nombre y aquel amanecer.
Apenas veinticinco años hace que empezó tu eternidad
y la mitad del girasol humano
ya alcanzó la luz en el planeta.
En este cuarto de siglo además
todos tus enemigos se demolieron solos
y tú creciste y creces, día a día,
semilla que fecundas el porvenir peruano.
Padre y maestro lógico, científico, terrestre,
en este aniversario la vida se detiene
para besar tu muerte un solo instante
y proseguir su cauce dialéctico, inmortal.
Mas, padre,
el luto que pasó ya es conciencia madura
y la palidez de aquel abril de tu partida
vuélvese víspera roja en medio mundo.
Con ella tornarás rodeado de trabajadores
a instalarte en las fábricas y en las factorías
vivirás nuevamente, tu corazón vibrante,
en el latido de las máquinas y en el pulso de la mano obrera.
Volverás en el agua que besará el desierto
volverás en el regazo de las comunidades indias
volverás en el petróleo y en el átomo, en el carbón y el hierro,
en la electricidad popular llena de luces
en el maíz que fecundan los siglos de las razas enterradas.
Pero antes que nada volverás
sobre los hombros gloriosos del Partido Comunista.
Padre, también yo debo hablar reclinado sobre tu hombro
para decirte del dolor inmenso
que se extiende en nuestra patria.
Los muertos han crecido
aumentaron los presos
los perseguidos llenaron la nación
multiplicáronse los desterrados
y la explotación llegó al cenit
Vinieron en tu ausencia más caporales rubios
y saquearon las entrañas maternas y sagradas
los sindicatos fueron en sangre deshojados
violados los cuerpos de las universidades
arrastrados proletarios y estudiantes
al Santo Oficio de las Cortes Marciales.
Todo entre ruidos de sables y cadenas
y en tanto que un siniestro antropoide gobernaba.
Pero el Perú resiste con su vanguardia obrera
comprenderás entonces, escritor del pueblo,
por qué ya no puedo decir abstractamente
«si pájaro de amor, de amor moría»
cuando millares de compañeros han muerto de verdad
con el rostro hecho un coágulo concreto.
Ha concluido esa forma hermafrodita de escribir
las palabras son balas y versos los testículos
piedras las lágrimas y fortaleza el odio
puño la metáfora y miliciano el poeta.
No puede hablarse de otro modo desde el fondo del abismo.
Hora a hora, todos nos vamos acercando a ti
tú que vives en el porvenir
acércate un poco hacia nosotros
ya somos muchos, pero seremos más,
y cambiaremos al Perú desde la lágrima
y cambiaremos al Perú desde la piedra.
Entonces volverás en el rocío de la vida
en la risa marina de los negros
en el campo repartido entre los indios
en la dicha nacional de las mujeres.
Volverás de nuevo
en la tierra para el campesino
en la fábrica al trabajador
en la salud y el agua para todos
y en el alfabeto viviente de los libros.
Volverás con tu cuerpo completo, con tu espíritu intacto,
sobre los hombros gloriosos del Partido
y vivirás para siempre entre nosotros
padre y camarada
en la música eterna del Perú.
Sombra y Silencio
por Luis Nieto
Y parece que fue ayer, ayer no más,
cuando de tanto gritar por las hondonadas,
de tanto arañar las raíces de la sangre,
de tanto mirar los ojos sin sosiego
y de repente locos, de tanto morder
el polvo triste hecho piedra entre las bocas,
el viento charlador se quedó mudo de improviso.
Se quedó sin voz y sin ecos. Sin siquiera
aquella dulce brisa de canciones
que tanto le gustaba retozar en su corazón.
¡Cuánta desventura entonces! Cuánto morir
a pausas, gota a gota, irremediablemente,
sin nadie quien nos brinde la amistad
de una aunque sea vagabunda palabra bondadosa.
¡Y qué ganas de ser ya nada, pero nada!
Con qué estruendo; recuerdo,
resonó en nuestros pechos
el pavoroso aldabonazo de la tragedia,
poblándolos súbitamente de pesadumbres
y congojas.
En ese instante, el desamparo
trepó hasta la cumbre más alta de la pena
y allí, sin poder gritar ni arrodillarse,
sin recoger
la brizna de ternura de las manos mendigas,
sin acertar siquiera a pronunciar de cualquier modo
la vengadora palabra de pólvora y castigo;
sin poder increpar al infortunio,
ya sin aliento y cielo,
verdaderamente en desamparo,
caído con caída de Cristo menesteroso,
hecho pedazos insufribles, desheredado y loco
estalló en lágrimas sin nombre,
en lágrimas de corazón con su martirio,
y gimió largo —como cuando se muere sin motivo—
en un oscuro río de sollozos y estertores.
Puntas de lanza por la presencia de José Carlos Mariátegui
por Aurelio Martínez
I
En los señoríos de tu simiente inca
el dolor con el estruendo
de sus picas te cantó….
Pututos exacerbados
trapinaron por la vertebración ande
cuando la arquitectura de tus huesos
se fué por la ternura sapiente de la tierra…
Y en las zampoñas del alma india
creció dimensionada
a trágica desesperación de un ayarachi…
II
Quedan tus pergaminos de Amauta
colgados en los andenes de todos los Suyos
para que nunca más lloren los pobres
ya que tú enseñaste enfilar sus banderas
a golpes de estatuto…
Tú encendiste
las fogatas que lamen los caminos
donde una bronca de pasos
está haciendo la épica de la historia…
Así el clima de tus provincias
pobladas de proletarios
ya están vibrantes con tu Gobierno
porque decretaste su inquietud…
José Carlos
tenso soldado rojo de los pobres
siguen en tu campaña alucinada
tus pensamientos mariáteguis….
Las claras ráfagas de tus palabras
con que cañoneaste
junto con las que el tiempo dispara y parapeta
están destruyendo tanta
Pinchada fortaleza de barrigas…
III
Por saber llevar tu pena
de mano con las penas de los pobres del mundo
arrancando amor de las peñas de Marx
te insumiste en tus profundidades
para aflorar prolongado, Por eso
Mariátegui
por los llanos y colinas peruanistas
te escapas de las grupas de la muerte
para la carrera abierta de tus victorias
con zarpazos de ruso
y con impulsos de humanidad…
No necesitas de Olimpos
hoy que todos los hombres
son forzados que trabajan su bien…
Sigue Mariátegui
con el riego de tus ritmos justicieros
que son flechas sin reposo
buscando el salmo de las cosechas…
Hay tanto cráneo que limpiar
Mariátegui de los aceros inmanentes
y tanto surco gris que iluminar
y tanto
que construir y elevar corazones
José Carlos de los abrazos camaradas
que sigues en la guardia de tu faro…
Idea de la salvación revolucionaria del hombre
por Xavier Abril
He pensado que en ese número histórico que «AMAUTA» dedicará a MARIATEGUI, debe estar presente mi vida, mi pensamiento y mi fe, que a él, solamente a él, debo en lo más profundo de mi realidad biológica. Un hombre que debe su salvación a otro hombre, ¿que no puede decir que sea verdad y vida:
DEBO recordar mi asistencia casi diaria al ejemplo de su vida, —ya subrayada por Waldo Frank— única en la historia del Perú. Mi asistencia a su palabra, a la que debo el mundo nuevo en que vivo esperanzado y creyente. Más que a mi anárquico y poético viaje a Europa —1926-1928— le debo a la enseñanza viva de Mariátegui. Yo desistí de toda Universidad —que nunca fue mi meta— ante la realidad dialéctica del gran marxista. Gracias a él, entré a ser habitante de ese mundo nuevo que era el orden de su fé revolucionaria. Y estoy cabal porque en él vivo, y él vive en mí, que es lo más viviente del Perú. Nunca se podrá olvidar todo lo que ha dado a la historia, porque pertenece a esa clase de hombres que crean historia, y que él observara al hablar de Marx y de Lenin, en uno de sus capítulos de la Defensa del Marxismo, de cuya tesis ha dicho Habaru en «MONDE»: «es la más excelente refutación a las teorías de Henri de Man y a los revisionistas del marxismo, escrita en los últimos años».
Casi toda mi generación se salvó con el ejemplo de su vida que era su propia dialéctica. Mi generación, que pudo perderse en el más desenfrenado subjetivismo estético, debido a la búsqueda desesperada de la razón en la psiquis, —locura psicológica e intelectualmente burguesa por el carácter de su especulación— se salvó a la temperatura afirmativa y revolucionaria de su materialismo. Y en ello había mucho espíritu, de ese espíritu nacido de la lucha social, de la angustia creadora —no celeste ni religiosamente astronómico— que no pueden comprender los reaccionarios ni los timoratos acéticos en la servidumbre del catolicismo. la búsqueda de la locura señalaba entonces mi más alta tonalidad poética y nihilista, la que en su definitiva crisis ha sido otra manera de la «muerte del pensamiento burgués». Pero la Defensa del Marxismo —no solamente por su admirable método intelectual cuanto por su tono moral— me enseñó mucho de la realidad social contemporánea. Y así fue que sentí un deseo rabioso de ser útil y servir a la historia en la manera como ha de ser, es decir, revolucionariamente.
En el momento actual del Perú, la muerte de Mariátegui logra categoría de tragedia; y su gran dolor debe haber sido morirse en el período de preparación revolucionaria. Comprendo por eso que es la nueva generación la que está más cerca de su fe y de su dolor, que serán en adelante —que ya son— nuestros en todo profundo trabajo que quiera estar inmutado de pureza revolucionaria.
No exageré una vez cuando dije que el Perú Muevo te debía su nacimiento. Hoy es MARIATEGUI el mito del Perú enmantado de pureza revolucionaria.
Madrid, 1930.
Mariátegui
por Juan Ríos
No todos los héroes mueren de pié y con las armas en la mano. No sólo en los sonoros campos de batalla se hace la historia. También hay quienes, con el pensamiento y la palabra, construyen el futuro de los pueblos. «En el principio era el verbo». Y el verbo es acción y semilla, cuando la vida lo respalda. José Carlos Mariátegui pasó sus últimos años en un sillón de ruedas. El hombre nacido para la salud y la alegría, cayó víctima de la más cruel dolencia. Pero, de la fatalidad, él supo hacer destino. Fue un agonista. En los dos sentidos de la palabra: el de sufrimiento y el de lucha. Fue un cuerpo enfermo sostenido por un espíritu invencible. Más que meter su sangre en sus ideas, como que ría Nietzsche, metió sus ideas en su sangre. Las hizo sangre, y vida de su sangre.
El estoicismo de Mariátegui —si puede calificarse de estoicismo su pasión esperanzada y heroica— se basaba en su confianza en el futuro de los hombres. Su fe en el porvenir humano era la fuerza interior, el eje diamantino, invulnerable, en torno del cual giraban las dolorosas vicisitudes de su vida. Porque él se sentía entrañablemente unido a la existencia de su pueblo.
“Rara cosa es ser americano”, escribió un poeta de los Estados Unidos. Pero aquí, en el Continente Abisal, más que rara es difícil la tarea, puesto que no se trata de ser de América, sino de hacer América, de luchar por algo que ha de surgir de nuestras cenizas algún día. Aún nuestro presente es un vacío entre el pasado y el futuro. A llenar este vacío, a darle sentido y rumbo a nuestro ciego impulso, a «peruanizar el Perú», consagró su voluntad y su inteligencia José Carlos Mariátegui.
«Soy un hombre con una filiación y una fe», declaró en «La escena contemporánea», y lo repitió, orgullosamente, en la revista cuyas páginas son el acta de nacimiento y la profecía del Socialismo en el Perú. Escritos a la luz de la concepción marxista de la historia, sus «Siete Ensayos» representan para nosotros lo que el «Manifiesto Comunista» para el mundo: la base del futuro. Pero José Carlos Mariátegui, fiel al consejo de Engels, no pretendió «adaptar la realidad a los libros», encerrarla en una generalización abstracta y apriorística, sino analizar concretamente la viva y compleja raíz de nuestra patria. La revolución americana era, para él, creación y no parodia.
A partir de los «Siete Ensayos», el problema del Indio dejó de ser un tema sentimental y retórico, para ingresar en el campo de la Sociología. Al identificarlo con el problema de la tierra, José Carlos Mariátegui llegó, por primera vez, al fondo mismo de nuestro drama.
El nacionalismo de Mariátegui excluía toda estéril xenofobia. No en vano su lema fue —superando la estrecha divisa maurrasiana—: «Todo lo humano es nuestro». Porque él anhelaba que nuestra incipiente cultura asimilara las fecundas savias de la cultura universal. «Perú del mundo y Perú al pie del orbe», diría después César Vallejo.
Apasionado y lúcido, sociólogo y artista, apóstol sin énfasis, americano universal, héroe civil sobre su acorralado sillón de enfermo, sacando fuerzas espirituales de sus flaquezas físicas, José Carlos Mariátegui es uno de los forjadores de la conciencia nacional. Su mensaje —hoy más que nunca— está vigente. Y lo estará mientras este país —encadenado o libre— exista. González Prada y él son los hitos que señalan el camino de nuestro pueblo hacia la justicia social.
1955.