Por Matías José Morales*
Crédito de la foto Fb del autor
5+1 poemas de Musculatura de las paredes internas,
Matías José Morales
Éramos nosotros
Luego era ella
y lejos, de espalda. Era yo
sentado en el paradero
cabezagacha al escribir una línea
temporal donde seguíamos siendo:
casas a medio terminar en Tacna
flores plásticas que enternecen los pasillos
del mall en la capital, giros de una historia
un poco aburrida pero todavía calurosa.
Éramos felices juntos y luego ya no.
Luego conocimos otras maneras
de conjugar el verbo ser y estirar
su silbido hasta desaparecer
sobre lo oscuro de tu curvatura.
Hoy ninguno miró la luna
mientras estuvo llena de ganas
al buscar su rebote energético
con la siguiente situación:
uno se acomoda para dormir
en el bus, el otro nunca contestó
y no tiene su buzón de voz creado.
Playlist: the strokes,
On the other side
Junto a la culpa
se fue también el picor
de las cosas rojas.
El cielo lleno de huesos
quedó: alambre con púas llorando
preciso en la pantorrilla clamidia
del santo grial anciano.
Camina lento y joven
sobre el verano, fuego angelical:
fiscales transhumanos —al realzar
traumas— proponen tareas
del desapego a lo que suena
metálico. La torcedura de tus muñecas
es el recuerdo promiscuo
o una deuda, dijiste
antes de solapar su comentario
frente al rechazo del espejo
sobre aquellos zapatos viejos
de la locomoción pública en marzo.
La intuición nocturna de algunos
pétalos de tomillo, inició en mí
una postura corporal
que pertenece a tu odio
al no comprender el orden
impuesto por un demiurgo de claustro
sobre lo amplio del hielo
cubriendo sin culpa
lo que antes de ayer
se llamó compromiso.
Ya pedí el deseo
de sabor amargo en los frutos
colgando de tus orejas para simular
ser buda en el sillón
y adornar casas del barrio alto.
¿Cuándo los portones eléctricos
cumplen la función de meta
en maratones de frituras nocturnas
y sonrisas modernas, según
los adornos que ostentas
para verte feliz?
Ángel laxante
Prometiste: una casa digna
para las palomas infectando
nuestro ecosistema de burocracia
marginal (modelan sobre el aire:
se jactan de la eficacia en sus cloacas).
Y acá estamos, cocinando merca para
la población periférica del plató mundial.
Sabemos que el color de la boca, depende
en exclusivo, de la cantidad de sangre
trasportada por tus besos en aceite de rocas.
Reconfortante manera tienes al decir:
“Llenaré con tu alma antiguos frascos vacíos, porque
no soporto
ver que algo se puede llenar contigo, y no hacerlo”.
Prometiste dos viejos juntos, y que la piel
sería testigo de los senderos sobre
el pasto sintético.
Pero lo falso, lo plástico del abrazo:
no era solo el pasto, sino también las células
crujiendo
al bordar promesas de acero
sobre mis crédulos tímpanos
de papel mantequilla.
Álbum familiar
Conocemos el movimiento
mediante lo quieto.
Y de esa forma, lo despreciamos.
En tasación comercial, el movimiento:
va a la baja.
Una mesa de roble restaurada
se subasta para los ricos en más
de lo que el humano se quiere a sí mismo.
Lo digno se abraza con la nada:
el movimiento de la sangre
y otros fluidos corporales, no interesan
a los que embargan cosas quietas
en casa de los que se mueven.
Al desconocer —o ignorar—
las propiedades fundamentales
del vibrar eterno en los átomos
hemos resignificado la sístole:
el bajar lento de la comida
y el ritmo equilibrado de tu risa
honesta. Poco a poco, el hombre
quieto se quedará para sentirse valorado
en un sistema promoviendo los agujeros
corporales y su elástico dilatar.
Valoramos las fotos dentro de cajones
por su tranquilidad, una virtud
que no se mueve
envejece, ni molesta.
Escribo porque hablo,
los perros ladran
letras peludas
«Dedicado al cadáver de Birgitta Trotzig»
Según los perros, los semáforos
tampoco tienen sentido.
Por lo tanto, escribir algo
que permita fricción implica
manejar el roce de contrapelos
propuesto por el romance
junto al huso de la palabra.
Para mí que soy de pobla
no es lo mismo escribir poemas
al cuarzo, que dibujar con los dientes
rayones de pena sobre el piso de tierra.
El primero lo manejo
en ideas ajenas, geología
mineral de tus arterias.
El segundo, me contuvo por años.
Recitar hechizos al aire
implica siempre un íntimo contacto
—mínimo— dormir juntos si regresa
ebrio, y vomitado te quiere abrazar.
Prohibido sacar escombros,
arañas y roedores
La verdad es que nunca pude
descifrar de dónde venía
el piano acompañando cada una
de tus apariciones. Según el concepto
equivocación, debo buscar en lo que daña
al mezclar licores, en el dolor provocado
por el ácido gástrico al subir y bajar
como muestra de agradecimiento
a su diseño, o en el dolor de cabeza
si dura lo que debe durar la escuela
en época de guerra. No sé de dónde
vienen las notas, pero poco o nada
cambia eso lo siguiente: mientras
más te acercas, más agudas suenan
hasta transformarse en un gato
durmiendo sobre las teclas.
Tu sonata es desgracia
para ratas. El veneno
que todo lo puede
y tierno, nunca
se retira.