Por Juan Santander Leal*
Crédito de la foto (izq.) el autor /
(der.) Ed. Overol
5+1 poemas de Hijos únicos (2018),
de Juan Santander Leal
Gemelos
En ese tiempo éramos gemelos.
Andábamos los dos en bicicleta,
siempre ibas escondido detrás mío
como una especie de segundo nombre.
Teníamos las uñas comidas
y las mandíbulas muy juntas,
los bolsillos llenos de bolitas
y nadie para practicar el egoísmo.
Cuando viajábamos a la playa
nos picaba la misma medusa,
rodábamos por la misma duna,
y en un bote de arena entrábamos al mar.
En ese tiempo pasabas la mayor
parte del día dibujando con spray
tu nombre en las paredes de adobe
o en la estatua de mármol de la plaza.
Cuando cumpliéramos dieciocho años
uno de los dos tenía que irse,
las lágrimas corren más rápido
por las mejillas de los más jóvenes.
Teorías
Hierve el agua para los fideos,
la lata de atún está abierta,
se acaba de escuchar una pelea
entre la madre y su único hijo.
La cicatriz de la muñeca izquierda
aprendió a que nadie la viera.
Una jaula de canarios y cotorras
atenúa los planes que fallaron.
Las teorías de la madre mantienen
al niño en el fondo de su pieza.
Otras familias van de vacaciones
a duras cavidades de agua dulce.
El papel mural de duraznos
pronto dejará de revestir el living,
las alcachofas son laberintos
de los que ambos pueden salir.
Sobrenombre
Anochece. Las palmeras limpian
sus hojas sin que nadie las vea,
las aves públicas buscan comida,
los perros pronuncian fuerte la U.
Las manos con olor a naranja
se esconden. Anochece, los cerros
son suaves como nudillos de arena
y hay una tos que agita la neblina.
El frío cubre una hilera de cactus
como un sobrenombre humillante,
la lluvia trata de caer por aquí
pero no tiene fuerza para hacerlo.
Las hortensias azules hacen nubes
y mueren. Los eucaliptos botan
sus campanas, los niños las recogen.
A mí me sale sangre de narices.
Esmalte
No podía imaginar que la playa
sanara las heridas de cada uno,
ni cuánto me costó que me contaran
el inicio de mi propia historia.
Aquí va el velador, aquí la cama
de madera y sábanas celestes,
aquí van mis botines negros,
el espejo va detrás de la puerta.
Acostada en la arena como un
animal en su desierto portátil,
mi historia se escribe con esmalte
de nubes, agua salada y piedra.
Columna
Cuando me regalaste un corte de pelo
en los pastos de la Universidad,
había una condición: que fuéramos
juntos de vacaciones al norte.
Y cuando pasé los ramos de latín,
copiándote en todas las pruebas,
y cuando me dijiste que comprara
un celular, porque todos tenían uno.
Yo había pasado el verano anterior
jugando un videojuego de carreras,
por eso todo me sorprendía tanto.
Si las ramas son brazos ¿qué son las espinas?
¿Son columnas como tu columna?
No una columna de gimnasta,
sino esa columna de estudiante,
esa columna que podía tanto.
Bus al norte
Cae la noche y cae mi cabeza
directo en tu hombro izquierdo,
así tratamos de dormir en el bus
y ambos acostados formamos
un valle con poquísima agricultura:
olivos y almácigos de cebolla
como manos verdes en el patio
de una casa donde ya no vive nadie.
Cierras los ojos, estiras la trompa,
y me dices que estás aburrida.
Afuera hay viñedos secos y una luna
que nos espera para congelarnos.
Yo pongo una mano en tu pecho,
justo delante de la división
entre lo que voy a recordar de ti
y lo que voy a tener que olvidar.