Por Valentina Marchant*
Crédito de la foto (izq.) la autora /
(der.) Ed. Comba
5+1 de El reverso del agua (2022),
de Valentina Marchant
hay agua, siempre, y tierra
cuando el ojo se aproxima más allá
del límite que existe
entre el afuera y el adentro
un intercambio o diálogo acuoso
en la transpiración del nombre que se abalanza
la danza de las piedras que rechinan
para encender la hoguera y el baile
saliva corales sudor acuático
arena que nos cubre por capas
peñascos
o el hundimiento definitivo del sueño
las imágenes de otras épocas
la secuencia interminable
de recuerdos ajenos al momento crucial
porque a veces uno se extravía
en los cientos de pasajes y la amenaza cierta
de un algo que palpita dentro
de un algo que se rompe cuando choca
con ese otro algo igualmente vacío
después del orgasmo
cuando el sol nos cubre los cuerpos
dorados de tanto intercambio fluvial
y uno dice sí
podría desaparecer ahora y para siempre
porque los caballos pastan en las colinas
y los gallos inician su coro de bestias que se desgarran
como si no importara en verdad nada más
que seguir hundiéndose
en esas aguas turbias
del ojo que te mira
y te explota por dentro.
Partir. Qué palabra es ésa. Nadie parte fácilmente y nunca del todo. Algo queda flotando en el partirse. Una estela de sombra como rastro en el camino de los que se van.
Partir. Pienso en los muertos. La tierra que guardé en mis bolsillos. En los que abandonan la ciudad al mediodía, con las botas puestas y un manojo de llaves. En la tinta que queda impregnada entre los dedos, la marca de partirse estampada en una carta que nunca llegará a destino.
Nadie abandona fácilmente. Algo queda flotando. Retazos de cuerpos familiares que se aparecen en cada esquina. La mano que se acerca a saludar pero es otro el que voltea. El nombre, el apellido, la residencia. El intento desesperado de nadar a contracorriente:
el salto suicida del salmón, río arriba
en picada contra el cielo.
con la punta del cincel empiezo a raspar
observo la tiza que se desprende
el polvo que se acumula
mientras avanza el ejercicio de hundimiento
voy por capas
picoteo de a poco
a veces más fuerte
clavo
introduzco la punta en alguna de las grietas
todas las paredes tienen fisuras
todas las puertas rechinan
yo avanzo
persigo el olor de las magnolias
que acaban de florecer.
Besé a cada una de sus amigas. Hundí los pies en el agua y reconocí su flujo vital. El oro relampagueando entre los dedos, la imagen de una mujer dándome la espalda.
Y el sol, su altura sobre nuestras cabezas que miraban directo al vertedero.
Cómo decirlo.
Lo que estaba más allá, de la montaña, del vidrio y la copa que se ofrece cuando se camina desnudo, al descampado.
Apostamos sobre quién podía resistir más. Cuánto puede soportar el cuerpo sobre la arena caliente de los arrecifes.
El aliento que escapa. La imagen de un árbol que se incendia hasta la raíz. Los trozos de las manzanas que tragamos durante la noche. Su crujiente brillo. El jugo que se escurre. El poder que reside en los dedos para alargar el día, estirar las horas para desvestirse y nadar.
Besar a sus amigas, juntar a dos o tres peces en una misma habitación e iniciar la danza; del cuello, la mano que se hunde, los pies que navegan otro río, el gavilán y la gallina de los huevos de oro, riendo sobre mi cama.
El poder que tenía sobre mi cuerpo.
¿Era eso el amor?
Salir, con la blusa en la mano y el estómago revuelto. Ser igualmente culpable. Hundir los dientes en la piel de otro nombre que escapa.
Sentirse extranjera
incluso así
en la cama mientras llueve.
fue como la aparición de una idea
que hace mucho tiempo flotaba detrás de un espejo
el reverso exacto de las maravillas
la correspondencia entre un verso suyo
y el aleteo homicida del gavilán
sobre el cuello de una gallina que se incendia
los restos que volaban
en caída libre sobre la vereda
como un cuadro del Bosco
en las puertas del paraíso
la piedra que destroza
una ventana de agua en la penumbra
o una lengua de fuego
salpicada sobre las cuatro esquinas
de esta ciudad fantasma
la aparición obscena de una vieja imagen
guardada muy atrás en la memoria
el ir y venir del habla
la edificación del amor
a fuerza de barro y poesía
a las cinco de la mañana
o a las nueve de la noche
con la ropa puesta
o las sábanas sucias
mi otro yo frente a mí plantado
esa trizadura del espejo
que odio cuando habla
el cuerpo de la escritura
como único testigo del desastre.
he visto tantos barcos partir
tantas velas ondear y expandirse
hasta el horizonte amarillo del sol ciego
los barcos parten
algunos vuelven
otros simplemente se van
los fantasmas recogen mi cuerpo
en noches de lluvia
se sientan
al borde de mi cama cuando duermo
o finjo dormir
esa intermitencia de estar
de no haber sido
la posibilidad de ser
una cosa y luego otra
palabras que no alcanzan a zurcir
el despeñadero
de la ola que estalla
y se recoge
barcos que vienen y van
en el devenir de los días
piedras lanzadas en un camino
trazado por otra mano invisible
que enmudece
un atardecer rojo
atravesado por la espuma
mis pies
al borde del mar
de otra sombra que se parte
el único cuadro que pinto
y clavo en la pared
como un recordatorio inútil
o un señero deforme
de la evanescencia.
*(Santiago de Chile-Chile, 1988). Poeta, investigadora y profesora. Reside en Barcelona (España), en donde realiza su investigación doctoral. Licenciada en Lengua y Literatura hispánica y magíster en Literatura por la Universidad de Chile. Es profesora del Estado en Castellano por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Además, es magíster en Creación literaria por la Universidad Pompeu Fabra (España) y cursa el doctorado en Teoría de la Literatura y literatura comparada en la Universidad Autónoma de Barcelona (España). Obtuvo la beca de la Fundación Pablo Neruda (La Chascona, 2010), la Beca del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (Chile, 2019) y la Beca Chile (2020). En la actualidad, codirige la revista Saranchá, Atisbos de literatura iberoamericana actual, desde 2021. Ha publicado en poesía Tránsito Ciego (2013) y El reverso del agua (2022).