Por Rafael-José Díaz
Crédito de la foto ©Tania Favela Bustillo
y Luis Verdejo
5 preguntas a Hugo Gola
[1997]
Cuando en el verano de 2015 supe que había muerto Hugo Gola**, sentí que, de algún modo, moría también una parte de mi juventud. No recuerdo cómo, a través de quién, entré en contacto con él, hacia 1995 o 1996; pero sí con cuánta intensidad recibía cada ejemplar de Poesía y poética, que Hugo me mandaba al apartado de Correos que durante muchos años mantuve, incluso después de vivir fuera, en Santa Cruz de Tenerife. Vino, años más tarde, su otra revista, El poeta y su trabajo, que recibí con el mismo asombro, con igual devoción: en aquellas páginas se encontraban siempre poemas, textos, fragmentos incitantes. Bastaba hojearlas para trasladarse a un lugar mejor, siempre otro.
Un día de 1997 –benditas osadías de juventud– le propuse enviarle unas preguntas, probablemente para que la entrevista se publicara en alguno de los suplementos que por entonces aparecían en la prensa de las Islas. Las respuestas de Hugo, mecanografiadas –y con algunas correcciones a mano– llegaron un día, llenas de sabiduría. Por alguna razón que no recuerdo no llegaron nunca a publicarse. Las he conservado durante todos estos años: volver a leerlas de vez en cuando era como respirar aire fresco, sacudirse el polvo del camino, rejuvenecer.
La poesía de Hugo Gola intenta descubrir lo que se abre entre la palabra y el silencio. De algún modo, sus respuestas sirven para adentrarse en su mundo poético, pero también para aprender un par de cuestiones importantes sobre la poesía en general. En 2006 tuve la fortuna de conocer personalmente a Hugo. Él y cuatro jóvenes amigos –también poetas– vinieron a recogerme en una furgoneta al hotel del DF donde me alojaba. Fuimos a beber cerveza a un local lleno de gente. Por unas horas, formé parte de esa cálida troupe de personas que creían que la conversación, el arte, la poesía o la amistad son bienes escasos en nuestro espantoso mundo y que por eso mismo son lo mejor de la vida. Cuando, años después, pregunté por Hugo a aquellos amigos, me dijeron que había regresado a su Argentina natal. Lo imaginé entonces cerrando, no sólo con las palabras, el círculo de la vida, quizá, entre otras razones, para acercarse a la orilla del río y seguir conversando con Juan L. Ortiz.
Creo que a Hugo le hubiera encantado la revista Vallejo & Co. y que publicar en ella su entrevista, aunque veinte años después, no le hubiera parecido mala idea. De lejos, siempre de lejos, viene lo que se filtra; pero, por haberse filtrado, sabe llegar hasta nosotros.
[Santa Cruz de Tenerife, 5 de enero de 2018.]
Entrevista
Rafael-José Díaz [RJD]: La reciente publicación de su libro Filtraciones revela para quienes no conocemos su obra anterior un lenguaje de radicalidad y frescura ejemplares, una palabra de ritmos a la vez ancestrales y modernos en la que parecen haberse filtrado, destilado, una singular experiencia del mundo y un pensamiento poético de extrema coherencia. ¿En qué medida se relaciona Filtraciones con sus libros anteriores y qué lo diferencia de ellos?
Hugo Gola [HG]: Creo que existe alguna continuidad entre los primeros poemas publicados y estos últimos; que entre ellos hay por lo menos una afinidad tonal. No es algo de lo que yo sea consciente antes de escribir el poema. Por el contrario, la sensación que siempre tengo es que lo nuevo difiere de lo anterior y que cada poema es una aventura que encierra la posibilidad de un fracaso. Cuando escribo, intento ser fiel a ese preciso momento, atender la respiración, el ritmo interior. Pero todos estos hechos particulares caen al fin dentro de una cadencia personal, diría, que se reitera muy a mi pesar.
Sin embargo, existen también marcadas rupturas. Los primeros libros recogen poemas breves que tratan de capturar instantes, fueron escritos de una vez y muy rápidamente. Mas a partir de Siete poemas, un libro incluido en Jugar con fuego, se observan algunos cambios. Esos siete poemas son extensos y fueron escritos de manera diferente. Ya no la ráfaga sino la narración, la enumeración, el juego verbal, la tensión y la distensión del lenguaje. Días o semanas llevó la redacción de cada uno de ellos. Salvo el poema “Empieza”, que abre Filtraciones, no he vuelto a escribir poemas largos, aunque tal vez aquella experiencia haya incidido en la escritura de este último libro.
Aunque es posible, asimismo, que, sin saberlo, esté escribiendo un único poema, y estas supuestas diferencias no sean más que tenues variaciones accidentales.
[RJD]: Me parece rastrear en Filtraciones el designio de una materialidad circular, la rueda de los signos en el blanco vacío de la página como una suerte de secreto diálogo con el tiempo, con el espacio, con el cuerpo que se instala en ellos y se interroga por su devenir, por su incesante filtración. ¿Podría decirse que la materia de sus poemas es, en cierto modo, visualización de la errancia del espíritu?
[HG]: Me gusta la expresión “visualización de la errancia del espíritu” para aludir a los poemas de Filtraciones. La escritura, en mi caso, es siempre un tanteo, una búsqueda, un avance o un retroceso en la oscuridad, o por lo menos en la penumbra. Una verdadera “errancia”, en la doble significación del término, de errar y desplazarse. A veces el ritmo preside y predice la búsqueda, otras es el silencio quien la impulsa, la gravitación del vacío, el blanco de la página. La palabra como materia, como sonido, como minúscula partícula viva, se entrecruza con otras palabras, se mezcla, se filtra y conforma el cuerpo de aquel tanteo. En la primera escritura, yo dirijo muy poco, esta tiene su propio impulso. Simplemente trato de ser fiel a ese ronroneo, a ese estado impreciso que presiona, a esa energía que intenta salir. De todo ello deriva una forma, que nunca es anterior al poema, sino que es forjada por el poema mientras este se escribe. Si la forma es la que corresponde a su materia, entonces el poema existirá objetivamente, se mantendrá de pie por sí mismo; “cosas en un campo”, como diría Williams.
Una vez que el poema adquiere su cuerpo, yo también advierto qué era aquello que quería decir, ya que el poema es la primera articulación que toma un estado interior oscilante y difuso. En realidad, el poema es la conversión de aquella “errancia” en una materialidad visible y ordenada, significativa. Quizá para un lector distante esta forma del poema constituya sólo un arbitrario movimiento del lenguaje, mas no es así. Un poema es una verdadera construcción, elaborada por caminos distintos.
A mí me sucede que nunca sé bien lo que quiero decir, hasta que lo digo, y luego ya no se puede transformar lo dicho en algo diferente a como fue expresado. El poema es, al mismo tiempo, lo más claro –o lo más oscuro– que tengo para hacer visible, para sacar de mí, un estado que me perturba. Se necesita mucha paciencia para aceptar todos estos vaivenes. A veces los momentos privilegiados –es decir, aquellos de apertura y disposición– tardan en reaparecer y entonces sobreviene una gran ansiedad. Uno nunca sabe si volverán, o ya nunca más. Pero nada puedo hacer para atenuar esa impaciencia.
[RJD]: ¿Qué poetas, tanto en el mundo hispánico como fuera de él, han sido determinantes en su formación literaria?
[HG]: Provengo de un mundo campesino. Yo mismo viví en el campo hasta los 12 o 13 años. Un pueblito muy pequeño, habitado por piamonteses, que se ubica en el centro de una provincia argentina. En mi casa no había libros, ni en el pueblo librerías o bibliotecas. Sólo campo. Caballos y vacas, carros cargados de alfalfa o de trigo, parvas doradas o grandes extensiones de lino azul. Más tarde me trasladé a Santa Fe, donde cursé estudios hasta graduarme de abogado. Una profesión nefasta a la que nunca me dediqué.
Cuando tenía algo más de 20 años conocí a un poeta argentino que me inició en la literatura: Juan L. Ortiz. Esta fue sin duda la mayor influencia que tuve en mi vida. Hace poco leí un libro en donde se cuenta la relación del autor, James Laughlin, con Ezra Pound, en lo que este llamó Ezuversidad. Descubrí entonces que fue exactamente lo que a mí me había sucedido: una iniciación en la literatura, lejos de cualquier ortodoxia académica, caracterizada por el amor, por la pasión y por una selección rigurosa.
Mis lecturas, gracias a Ortiz, fueron muy variadas y mis intereses muy diversos. Poetas italianos, narrativa contemporánea, poesía norteamericana, francesa, ensayos, la mejor poesía de América Latina, etc. Todo era válido para quien en ese momento lo ignoraba casi todo.
[RJD]: Usted ha traducido a algunos de los grandes escritores de este siglo: Pavese, Valéry, Réverdy, Bachelard, Michaux. ¿Hasta qué punto concibe la traducción como una tarea creadora y qué relación establecería su práctica traductora con su práctica poética?
[HG]: A pesar de haber traducido a algunos de los escritores que más quiero, no traduje, sino excepcionalmente, la poesía de estos. Para la poesía me faltó coraje. Mi conocimiento de las lenguas es muy precario. Nunca estudié rigurosamente ninguna. Sólo con la lectura y el diccionario me fui iniciando en ellas. Fue más que nada una necesidad de leer con mayor cuidado lo que me indujo a traducir. Nunca traduje, sin embargo, con ánimo de publicar –aunque luego algo se haya editado– sino con el expreso deseo de comprender mejor.
Hoy pienso que ese ejercicio con las lenguas es básico para cualquier escritor y no sólo por el hecho de que al traducir uno entra en contacto con otra cultura –cosa nada despreciable– sino porque al hacerlo uno penetra en las rugosidades de textos escritos en otras lenguas, descubre artificios, desmonta una estructura para poder reconstruirla en la lengua propia. No son únicamente lo significados los que se trasladan, sino los ritmos, los sonidos, lo más íntimo o recóndito con que se elaboran aquellos objetos verbales. Hay que agregar todavía que la traducción, de poesía principalmente, amplía las posibilidades formales de la lengua de llegada. Se rompe así la linealidad de una evolución histórica, incorporando de golpe posibilidades métricas, estróficas, rítmicas, etc. Por el aluvión de otra lengua entran a la propia recursos inesperados, se abren todas las compuertas.
[RJD]: Desde 1990 dirige en la Ciudad de México la revista Poesía y poética. ¿Qué ha significado para usted este proyecto y cuál es el telos, el designio de Poesía y poética? ¿Qué opinión le merece el momento actual de las revistas literarias en el mundo hispánico?
[HG]: Poesía y poética no formuló nunca, expresamente, un manifiesto o una declaración programática. Procuramos que la revista definiera su perfil con los trabajos que se fueran publicando. Sin embargo, consideramos siempre que las tierras avistadas por la vanguardia no habían sido suficientemente cultivadas. ¿Qué debíamos hacer entonces? Profundizar las líneas abiertas sin dogmatismo. Recuperar algunas de las propuestas que consideramos seguían siendo válidas, como por ejemplo una actitud crítica, no conformista, ante los problemas del hombre contemporáneo y una reflexión permanente sobre el propio lenguaje del arte.
A ello agregamos nuestro interés por difundir textos diversos de los creadores mismos, anotaciones casuales, páginas de diario, entrevistas, eludiendo las generalizaciones tan frecuentes de muchos críticos y teóricos. Más que los esquemas abstractos de los intérpretes, las puntualizaciones concretas de quienes trabajan con la materia del arte, tantas veces olvidadas o desatendidas.
Así fuimos elaborando lo que podríamos llamar “la poética de Poesía y poética”, que está muy lejos de ser una cartilla dogmática o excluyente, aunque practique una inflexible intransigencia con lo convencional, con la moda, con los prestigios del mercado o con cualquier tipo de populismo o nacionalismo. Poesía y poética no es una revista antológica. Define sus límites y se propone, al mismo tiempo, una amplitud estética y una estricta actitud ética. Incluye y excluye. Frente a la ambigüedad conciliadora y complaciente de gran parte de las publicaciones contemporáneas, nosotros intentamos construir nuestro propio “paideuma”.
Por ello podemos publicar tanto a Pound como a Zanzotto, a Williams, a Celan, a Bunting, a Pavese, a Michaux, a Beuys, a Morandi, a Ponge, a Twombly, a los poetas concretos brasileños, a Juan L. Ortiz, a Juan José Saer, a João Cabral de Melo Neto, a Gonzalo Rojas, a la poesía joven de Brasil, de Cuba, de Argentina, etc., es decir, lo que creímos estaba vivo de la cultura pasada y de la que hoy se crea. No nos interesó la novedad por sí misma. Si lo nuevo era bueno, seguiría siéndolo por mucho tiempo. Si no lo era, pronto dejaría de interesar. Nos inclinamos a rescatar todo aquello que, a pesar de su valor, estaba olvidado por los medios o marginado por los “centros de prestigio”.
Final
El poeta –pienso– se desgasta en su relación con el mundo, aunque también se nutre de esta relación. Es posible que los momentos iniciales de gracia se vayan espaciando o desaparezcan. A pesar de ello él no puede abandonar su fidelidad a aquello que le sucedió por lo menos una vez, de manera absoluta. El místico no necesita experimentar a diario su “unión con Dios”. Que una vez le haya sucedido fue suficiente para trastornar su vida. Igual el poeta. Este busca, incansablemente, sin saber muy bien qué, pero no puede dejar de hacerlo. No lo consuela el pensamiento, más bien lo perturba. La espera del instante luminoso le produce ansiedad, y con frecuencia se siente extraviado, confundido, incómodo.
En cuanto a mí, quiero decir que desde hace casi veinte años vivo en México. Mis vínculos con mi tierra natal son cada vez más precarios. Conservo, no obstante, una memoria muy viva de aquella infancia, de lugares, de gente, de momentos compartidos con amigos. Uno está en el mundo y este es en definitiva su ámbito. Tal vez la errancia del espíritu se deba en parte a un desplazamiento del cuerpo, a un exilio permanente que se instaló un día en mi corazón. De ahí, a lo mejor, proviene tanta interrogación, tanto silencio, tanto blanco. Espacios vacíos.
¿Hablo con un lenguaje inactual? Es posible.
Para mí la poesía es un intento de comunión, una búsqueda de contactos, un nuevo re-ligare. A la fragmentación del mundo actual, a la desintegración generalizada, uno intenta oponer una fe utópica, una confianza última. Eso le permite continuar, a pesar de los ultrajes cotidianos.
Instante y tiempo. Verticalidad y horizontalidad. El instante absoluto intenta detener el tiempo, anularlo. Con el instante tienen trato algunos poetas, contemplación iluminada. El haiku sería un ejemplo. Otros trabajan con el tiempo. En largos poemas, predominantemente narrativos, dan su versión de la historia, develan mitos o los crean nuevos. Tal vez, en algún punto, uno y otro se encuentren. Ambos, ciertamente, tratan de reconstruir el paso del hombre sobre la tierra o de aclarar, para sí mismos, la enigmática e incomprensible realidad.
*(Santa Cruz de Tenerife-España, 1971). Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de La Laguna. Fue lector de español en la Universidad de Jena y en la Universidad de Leipzig. Dirigió entre 1993 y 1994 la revista Paradiso. Ha publicado entregas de su diario, entre las que cabe destacar La nieve, los sepulcros (2005), y traducciones de Arthur Schopenhauer, Hermann Broch, Philippe Jaccottet, Gustave Roud, Pierre Klossowski, Jacques Ancet, Fabio Pusterla, Ramón Xirau y William Cliff. Como ensayista, ha reunido en Rutas y rituales una selección de sus ensayos escritos entre 1993 y 2003. Y, como narrador, ha publicado un primer libro de relatos, Algunas de mis tumbas, dos libros de prosas titulados, respectivamente, Insolaciones, nubes y Disolución; y, ya en 2014, su primera novela, El interior del párpado. Mantiene desde hace más de cuatro años el blog ‘Travesías’ (www.rafaeljosediaz.blogspot.com), en el que va publicando apuntes, relatos, poemas y textos misceláneos. Actualmente es profesor en el I.E.S. Pintor Antonio López de Madrid. Ha publicado en poesía El canto en el umbral (1997), Llamada en la primera nieve (2000), Los párpados cautivos (2003), Moradas del insomne (2005), Antes del eclipse(2007) y Detrás de tu nombre (2009). En 2012 reunió toda su poesía en un volumen titulado La crepitación. Poesía 1991-2006.