Por María Cecilia Perna*
Crédito de la foto (izq.) la autora /
(der.) Tanta Ceniza Ed.
5 poemas de Monroe (2019),
de María Cecilia Perna
Yo dudé pero él tenía una remera de los Sex Pistols
Dudé
por un segundo pero él
tenía una remera de los Sex Pistols
y yo
conocía muy bien
el periplo que se esconde
detrás de esa mínima bandera. Una remera
de los Sex Pistols
en la milonga del jueves
y un poco más allá
de las dos de la mañana,
cuando ya no queda nadie
que te saque a bailar una tanda decente,
cuando el cansancio
se acumuló de golpe sobre el filo
del taco y el calor
final de marzo pegotea
las frentes en la pista,
una remera
de los Sex Pistols
discretamente limpia y
bien llevada
sobre un cuerpo plantado
en sus caderas — la cabeza
en alto
acostumbrada
a escuchar durante ya
unos ocho años
alemanes que jamás
interrumpen sus turnos de habla, pero
local
de corazón
local, él
de Almagro hundido en rojo azul y
la melancolía imposible
de traducir
la relación afectiva
entre las palabras
malvón y balcón (que encima riman)
al germánico básico y
una remera
de los Sex Pistols
cubriéndole
el pecho encofrado de ese corazón
— de veras anda
y sabe escuchar
la música moviéndose a ritmo en la pista
discreto
un abrazo
seguro
simple y sobre todo
alegre
un abrazo que no deja
margen de duda y encima viene envuelto
en una remera de los Sex Pistols
factor
determinante del destino.
La vida es un conglomerado
de decisiones menores
como esta:
elegir de la pila de ropa
a medio entrar y salir
de una valija
que va y viene — Buenos Aires-Stuttgart
una remera de los Sex Pistols
y usarla
esa noche frente a mí
una bandera
que me era cara al corazón
más que el tango
más
que el alemán
más
que el infinito
extraño monto de coincidencias que han formado hasta aquí
mi vida
esa bandera
me era cara porque acertaba
un flechazo al centro
de mi convicción vital
y estética:
NO
HAY
FUTURO
apenas
una serie discontinua
— pero concreta
de decisiones menores
tomadas
en el continuo holgado
del tiempo
una remera
de los Sex Pistols
era el punto de inflexión
que torcía o quién sabe enderezaba
la fortuna que fabrica
los destinos:
yo dudé
un instante y sin embargo
sentí toda la urgencia
de la vida plantada
a mis pies
fue eso
un instante
de duda y después la convicción
profunda de saber
decir que sí.
Volquete de flores
Ya no arrojo más
sobre amores perdidos
a manera de
postludio
un volquete de flores.
Alguna vez
fue mi gran estratagema
de escape: ellos
entraban de lleno en el barro
de las confusiones y yo
les tiraba encima
toneladas vegetales
de pétalos suaves
hojitas y tallos
a veces, espinosos,
urticantes, pero siempre
bañados de fragancia buena, tan
buena que en esa cantidad
irritaba
las fosas
nasales, la garganta
se llenaba de asperezas y mientras ellos
escupían
pistilos y estambres,
atenazados por la gravedad
aplastante de la
vegetación
encima de sus cuerpos
y trataban de nadar
hacia arriba, hacia el aire yo
corría y corría y corría
para ganar tiempo,
para asegurarme de
no ser ya más seguida por nadie y liberarme al fin
—una vez más—
del lodo angustiante
y confuso
del amor, yo
corría y corría y corría
a la soledad.
Ahora
las cosas han cambiado, ahora
prefiero simplemente
escaparme
diciendo la verdad.
Just kids
Los hombres que amé
se me mueven adentro:
en todos estos años
armaron
una suerte de ejército.
Ningún Capitán
está al frente,
sin embargo
cada tanto se alza uno
por encima del resto
como un fuego y
dirige directo
la multitud
a su fondo de sombra.
El lunes pasado soñé
con uno de ellos
en el sueño los dos
nos encontrábamos
fugaces
en la naturaleza.
El miércoles
a la tardecita
estaba ahí afuera
— en la esquina parada
ya lista a cruzar cuando de pronto
— igual que en el sueño
él mismo irrumpió
realmente ante mi cara. Iba en bici
y un veloz
gesto, su antigua
hermosa y conocida
sonrisa de hola y chau
pasó por mi lado.
Al día siguiente el cielo
se hizo de vuelta
celeste
después de semanas
tristes,
lluviosas de gris.
Esto que cuento es
verídico y simple.
El amor
se vuelve natural
con los años en medio.
Tura Shakti
¿Es posible
militar el deseo?
¿practicar
la escucha en la mitad
del estruendoso desierto?
hay
una carrera en el vacío
Tura Shakti
al volante pide pista
— pide
espacio
para poder derrapar
tranquila
ampliamente derrapar
feroz
como ella quiere
en las interminables banquinas
que ofrece generoso
el desierto
Kali
Shakti del Shiva masculino
contra él
arma una guerra
— pica en punta
hace rugir
los motores que alimentan
los giros en falso de su espléndida
maquinaria de acero
Tura
rompe todo
Shakti
criatura que compite
— indomable
de destrucción
aprovecha
la curva
— se cierra
en curva encajona
al adversario
le quita la ventaja
¿Quién podría
emparejarla?
Alcanzar
su sublime delantera
y sostener
la paridad
¿Quién podría?
ambos
picando en punta
pisando
a fondo hasta el límite
de fundir de
romper todo
¿Quién
es capaz de acompañarla
en semejante empresa de fuego y
destrucción?
¿y después?
Al pasar la frontera
que es la línea
de llegada
¿cómo resignar
toda la preciada adrenalina
que moja
en la velocidad?
¿Quién podría
sostenerla?
Chapultepec
Ya nadie podrá
venir
y defenderme
— no hay de qué
camino sola
debajo de los árboles añejos y me sé
rodeada del fragor
de la autopista, de las batallas
antiguas
del murmullo
anónimo y dulce de unos diez millones
de habitantes.
Me reconozco —
el corazón
me pica
y puedo salticar
de tronco en tronco
salir al sol
andar entre la gente. Me reconozco
nadie
puede venir
y defenderme. No,
no hay de qué.