Por Virginia Benavides*
Crédito de la foto (izq.) la autora /
(der.) Ed. Andesgraund
5 poemas de Zurcido invisible (2018),
de Virginia Benavides
Botella borracha
Perdida
Como una cirugía para erradicar los sonidos de la agonía
Desvío mi trayectoria de bala en pistola de juguete
Porque nada es verdad pero tampoco mentira
En mi ciudad de manantiales habitada por un loco hidrofóbico
Donde arranco mis pasos de su piel alunada
Pervirtiendo la crisálida a ser seda en la danza
¿Qué camino lleva el caos disfrazado de mi cuerpo?
¿Qué rastro mudo agota la búsqueda de la palabra?
Vértigo amarillo, mediodía incendiado
En los espejos ahumados de los cuartos ambulantes
Donde no hay argumento ni sorpresa
Para mi extravío, mi flotación, mi perdición
Voy cosechando en el cemento fértil
Mi propia noción de cauce sin causa que navegar
Porque el río que buscamos nace en nosotros
Y se prolonga sin lastre metafórico en las palabras
Que nadan como peces en la nada universal
Aprendiz de pescadora que no sabe de anzuelos
Naufraga con balsa en las aguas del lenguaje
Avanzo, iluminada por mi ceguera
Estremecida como después de un electroshock
Girando como botella borracha mi boca manda
Acabar con el juego de las interrogantes
-¿Qué desborda y qué ahoga cuando el verso no berza?
-¿Qué mensaje guarda esta casa de vidrio blindado?
-¿Qué órbitas deambulan los ojos para crear la mirada?
-¿Qué precisión diamantina acecha la vena para llover la metáfora?
-¿Ciudad burbuja o nube de acero habita tu voz?
-¿Qué mano gira tu transparencia y la opaca?
En este juego… ¿quién responde?
(de Exstrabismo)
Lo que quiero decir es pérdida sonda, zurcido invisible de un escombro de corazones en la fosa común en la voz de la muchacha azul, detenida en el umbral como costurera de un afuera imposible. Abrasivos brazos en jirón de voces. Palabras como hueras semillas que pájaros de fuego recogen para el nido de malezas que se ha vuelto ruido. Como aquel animal acercándose a oler lo que entibia y se acurruca en sí para abrigarse de ti. Ella contempla el alboroto de nubes en desvarío y se prende al fuego artificial de una espera de brillo ido.
Lo que quiero decir es un escombro, una estación de desamparados y un tren averiado, un lugar que no existe sino para la vida imaginaria de un amnésico. Cuántos dolores tuviste que curar para llegar a este pozo antiséptico y que ocurra la rendición, el arropo interminable que te calme del ataque, el tiempo detenido para renacer en incendiario y adentrarte en la herida para drenar lo infecto. Cuánta sangre sin correr para nadie, para el fantasma que se inocula en tu ojo y lo extravía en otro, cuánto grito amordazado y cuánto acalle que el miedo te dejó. Cuántos derrumbes tuviste que ser para llegar a este construir palabras como muros de contención para este rebalse de sentido.
(de Sueños de un bonzo)
Pabellón B Este
Las lesiones del lenguaje, la lengua que tritura silencios, los destilamientos del asombro en barcos anclados, la pena que despena. Incidir y exceder las palabras supurando lo indecible. Las estancias de la cicatriz, la costura que se deshilacha como la vida ¿Qué vida? La que escuece, la que cavas,
la que navega estando quieta, la que abordas a todo babor, la que no sabes de qué se trata, la incurable, la de pájaros restauradores de los cielos que tocaste, la imperdible, la que es comarca arrasada por bandos contrarios en tu mente y la que se erige isla sitiada por los anhelos como peces transparentes y escurridizos. La entubada, la de cuidados intensivos, la que se interna para nunca más salir sino es volando, fugando o reinventándose. La de adentro, la vida ida.
Y así se cuaja el silencio en ejercicios de lenguaraz, así se retira la venda para no ver y por fin mirar lo que navega. Así ibas rumiando el rumbo mientras atravesabas el pasillo en una camilla como una barcaza de entre guerras. los peces como pacientes en los umbrales te saludan invitándote a desembarcar. No quieres. Así debería navegar sin puerto te dices, mientras el enfermero no sabe si vas a endocrinología o a siquiatría y relee la orden médica. Sonríes. Todo es comprensión de lectura pero somos pésimos actores que llegamos en un río paralelo a otra isla, a otro puerto que se deconstruye apenas lo tocamos con el anhelo de quedarnos. Fluimos como el antibiótico dorado por nuestra carne adorada por algún gusano pasajero, no deseamos permanecer más que lo que desaparece en el suelo soleado el escupitajo. La maroma médica como un aplazamiento, un zurcido invisible para lo incurable, este decir que se escurre por el sumidero de lo eterno, poesía caudal, remedio vencido, párpados que se cierran como un poema dormido.
(de Hospital del niño, inédito)
Punzón del verano que calaste mi desierto como un stencil callejero. Herido de ese sueño yazgo en esta duna esperándote. He cavado un círculo de sol como casa y me he sentado adentro. Una pluma bajo la almohada y un oasis de silencio, curitas de insolación. Revelado de cielo, proyecto de ausencia. Todo se fosiliza. Despierto.
(de Descierto, inédito)
El signo que resuena en esta lengua azul, en este aleteo mudo, en esta insonoridad no es más que el descifre de resanar una lengua agrietada. Si es que resanar significa un ancla. Si es que ancla es el roce de fondos que se evaporan apenas sonorizan. Así, resuena y resana son vetas del creer, un presente como filo oxidado pero dispuesto al tajo incertero, a la fijación de un instante que se deshace en alas de luciérnaga, vida. Y lengua, atravesabas la herida del sin estar, la ausencia de luz donde la cura se vuelve una procesión de ruidos, una estratagema del buzo por no salir a flote, solo en la danza del que lanza señales de hundimiento. Como una música tribal para aliviar la grieta y fertilizar la tierra nueva, semilla ida, el arte de suspenderse en pez que no ez.
(de Ejercicios contra el Alzheimer, inédito)