Poemas por KC Trommer*
Texto y traducción de poemas
del inglés al español por Elisa Clark**
Crédito de la foto (izq.) archivo de la autora /
(der.) Diode Editions
5 poemas de We call them beautiful (2019),
de KC Trommer
En estos poemas de KC Trommer, Nueva York aparece como ciudad letrada que se inscribe día a día en el cuerpo de quienes la habitan, sugiriendo sexualidad y autoplacer en un vagón del tren urbano. La violencia de género y el abuso parecen estar al alcance de los dedos. En cualquier momento, lugar o situación cotidiana, amenazan con surgir en un parque de diversiones, la calle, un encuentro romántico, para luego desvanecerse dejando una sensación enrarecida.
Ciclón
No te entiendo, así como no entiendo
las montañas rusas, por qué la gente se encierra
en destartalados vagones para recordar –insistentemente–
que morirán pequeñas muertes
El libro de personalidades preguntó qué
sentí al imaginarme montando en la montaña rusa. Pavor, pensé.
La página siguiente señalaba que representan sexo.
Sentí el vértigo en mi estómago
Lo conocía antes de conocer
las montañas rusas y quería decirle al libro sobre mis ardientes
veinte años, cómo audaz entré en las vías estruendosas, me encerré,
aterrorizada
gritando más allá de mis límites para sentir que estaba viva
y mi sexo para montar
cuánto de nuestros cuerpos es agua –los nervios, una red de luces navideñas arrojadas sobre /nosotros
En Coney Island, los gritos de quienes van en el Ciclón
vuelan como serpentinas –Quisiera mostrártelos, preguntar si los reconoces
o si hay allá arriba una chica,
camiseta a rayas, inclinada hacia atrás, los ojos cerrados, matándose
/de la risa
Tren 7 a la calle 46/ Éxtasis
Cuando el tren agarra velocidad suena como una mujer gritando,
una mujer por toda la ciudad, gimoteando fuerte y constante su ardor,
pintarrajeando su boca roja a través de los túneles. Me hago y deshago
a mí misma. Cuando las puertas abren, cualquiera puede entrar, cualquiera lo hace.
/Vuelvo en círculo
al centro abro el libro en mis piernas, doy un vistazo al mapa
delineando las rutas. La ciudad es un músculo que alimentamos. La mujer enfrente
de mí arruga la cara, hunde un dedo en cada oído para ahogar el estruendo
del tren llegando a Queensborough Plaza. Mis manos están tibias
en mis piernas: para hacer y deshacer. El pulgar en la costura
del cuaderno abierto mientras la ciudad se sienta y espera, indiferente, sin parpadear
como todos los dioses. Mi boca es una sirena, el cuerpo mío para hacer.
Donde sea que vaya, soy esta mujer. Y a quien deba borrar, borro
Tren R a la 74/ Broadway
En el año que todo se deshizo
para nunca volver a ser,
esperaba a que los oficiales
lo trajeran escaleras abajo conmigo,
me paré cerca de otra mujer,
ahí por la misma razón.
Él bajó los peldaños,
reteniendo a mi niño. Mi niño
podía verme
Y hasta darme a veces la espalda.
Cuando su padre se hubo ido,
se me echó encima para besarme, no me dejes
despreciarlo. Todo el tiempo, los oficiales
observaban, aún cuando intentaran mirar
como si no nos vieran, como si
no hubieran visto lo mismo antes.
Ruido blanco
Me escondí en el baño de mujeres hasta que el tren
estaba por partir. Al sentarme en el cuero estropeado,
creí estar a salvo. Entonces, sus manos presionaron la humedad
de los vidrios afuera. Eres un gusano, pensé
y me sentí cruel. Él siguió apretando con sus dedos
el vidrio. Ya ni duro ni excitado de poder,
pareció disolverse
En el cuarto de hotel, me tendí sobre la colcha blanca
los pliegues en la tela tensos bajo mi peso.
Mis tripas revueltas chisporroteaban por dentro como sueltas
líneas telefónicas. Había un radiotransmisor en la cabecera
que él me contó utilizaron para espiar a los extranjeros. Como nosotros, dijo
y me besó y lo dejé, sintiendo la tensión desvanecerse,
interferida por el radio, el placer fluyendo por mis costados.
Tu ropa interior
Después que terminamos encontré uno de tus calzoncillos en mi canasto. Los lavé. Se siente muy raro tenerlos, no dejaste nada más y no pienso llamarte para que vengas a buscarlos. Quiero deshacerme de ellos, pero parte mí cree que está mal tirar unos calzoncillos tan agradables. Dado que son ropa interior, no puedo ni siquiera donarlos. Una vez me los puse –están limpios!–, y me sentí como un travesti. Me molestan tus calzoncillos. No puedo resolver todos sus problemas. Siguen apareciendo en la lavandería. Son como hijos ajenos, de por aquí cerca, con ojos grandes y solitarios, que siempre aparecen a la hora de la cena.
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(poemas en su idioma original, inglés)
5 poems from We call them beautiful (2019),
by KC Trommer
The Cyclone
I don’t understand you the way I don’t understand
roller coasters, why people lock themselves
into rickety rides to be reminded — repeatedly —
they are going to die little deaths —
The personality book asked me what
I felt when I imagined riding a rollercoaster. Dread, I thought.
The next page said the rollercoaster represents sex.
I felt the dip in my stomach
I knew before I knew
roller coasters and wanted to tell the book about my roaring
twenties, how I went bravely over the clattering tracks, locked in,
white
knuckled screaming rounding the same corners to feel I was alive
and sex mine to ride
how much of our bodies are water — the nerves, a net of Christmas lights thrown over us
On Coney Island, the screams of the Cyclone riders
whip around like streamers — I want to point them out to you, ask if you recognize them
or if there is a girl up there,
in a striped shirt, tilting back, eyes closed, laughing her head off —
Seven to 46th Street/Bliss
When the train picks up speed, it sounds like a woman screaming,
one woman all over the city, releasing her heat in a high, steady wail,
smearing her red mouth along the tunnel walls. I make and unmake
myself. When the doors open, anyone can come in, anyone does. I circle back
downtown leave the book open in my lap, look over the map
that lays out the routes. The city is a muscle; we feed it. The woman across from
me shrivels up her face, sticks a finger in each ear to kill the sound
of the train rounding into queensborough plaza. My hands are warm
on my lap: they are for making and unmaking. I thumb the seam
of the sketchbook open while the city sits and waits indifferent and unblinking
like all gods. My mouth is a siren, my body mine to make.
Wherever I go, I am this woman. And whoever needs erasing, I erase
R to 74/Broadway
In the year that everything came apart
that would never go back together,
I would wait by the officers until
he brought him down the steps and to me,
as I stood next to another woman,
there for the same reason.
He descended the staircase,
holding my boy aloft. My boy
would see me
and sometimes turn away.
Once his father was gone,
he would climb me and kiss me, not let me
put him down. All the while, the officers
were watching, even though they tried to look
as if they did not see us, as if
they had not seen it all before.
Room Tone
I hid in the women’s bathroom till the train
was about to leave. When I sat down on the spoiled leather,
I thought I was safe. Then, his hands pressed wet
against the glass outside. You’re a worm, I thought,
and felt cruel. He kept pushing his fingers up against
the glass. No longer tight and hot with power,
he seemed to dissolve.
In the hotel room, I lay down on the white coverlet,
the creases in the fabric tightening under my weight.
My intestines whirled and spat inside me like loose
telephone lines. There was a two-way radio by the headboard
that he told me had been used to spy on foreigners. Like us, he said
and kissed me and I let him kiss me, feeling the current go dead,
static for the radio, pleasure runnelling off my sides.
Your Underwear
Since we broke up, I found a pair of your underwear in my hamper. I washed them. It feels very strange to have them, but you didn’t leave anything else and I’m not about to call you up to come and get them. I want to get rid of them but part of me thinks it’s wrong to throw away such perfectly nice underwear. Since they’re underwear, I can’t even donate them. I put them on once — they’re clean! — but when I did I felt like a crossdresser. They upset me, your underwear. I can’t solve all of their problems. They keep showing up in the laundry. They’re like somebody else’s kid from down the block who has big, lonely eyes and who always turns up around suppertime.
*(EE.UU.) Poeta. Es fundadora del proyecto online de audio QUEENSBOUND. Desde el 2018, colabora con el compositor Herschel Garfein (ganador del Premio Grammy en dos oportunidades) en una serie de temas basados en textos de su primer poemario. A partir del 2020, cura y organiza el ciclo de lectura y meditación Red Door Series, en la Iglesia Episcopal Saint Mark en Queens. Ha sido poeta residente en Governors Island desde el 2021. Residen en Nueva York (EE.UU.), con su hijo. Ha publicado en poesía Las llamamos bellas (2019) y La lengua cerrojo (2014).
**(Chile). Poeta. Reside en Santiago de Chile. El 2004 se inició en la performance al participar en el Festival Performagia, (México), en el que presentó una pieza inspirada en los femicidios de Ciudad Juárez. Mientras vivía en Nueva York desarrolló El Paper Magazine, fanzine bilingüe de artes visuales y escritura con el trabajo de artistas emergentes de distintos países realizando exhibiciones de arte y encuentros de poesía musicalizada en Nueva York (EE.UU.) y Santiago (Chile) con la participación de bandas, músicos, escritoras y escritores. Fue escritora residente en el Museo Gabriela Mistral de Vicuña (Chile, 2017), para finalizar su novela Oye Gabriela sobre los papeles de la Premio Nobel chilena.