Por Javier Alvarado
Crédito de la foto (izq.) Colecciones Literarias
Domingo Lima Domínguez /
(der.) el autor
5 poemas de Viaje a una roca de gritos (2018),
de Javier Alvarado
La Patria y el dátil
(1890-1900)
Escribir el viaje
La vida ya no es para mí,
Atravesada en la garganta,
Más que una roca de gritos.
Ungaretti
-1-
Dejo todo lo que pierdo.
Dejo todo lo que he perdido.
Mi distancia se mide en árboles,
En un mar que ya no canta.
Se han derrumbado las piedras
De mi hogar
Como en un coro invisible.
La guerra despedaza
Los nidos y los huevos de las águilas.
Ya no hay pan para los días.
La poesía termina por deshuesarme.
Hoy, invocando nuevos ritos,
Inaugurando con mi ausencia
La partida en nuevos barcos:
Me alejo de todo lo que amo y de todo lo que pierdo.
Invocaré palabras para mi boca
(Un canto en la garganta),
(Una epidemia de metáforas para mi mano),
Apedreada
-Y machacada-
Por una roca de gritos.
-2-
Más que el deseo
De recorrer el desierto, de mirarnos la cara
Y ver la agitación del chubasco
En la espiga de centeno,
Más que el deseo de marcharnos
En las rimas y en las sagas del polvo,
Más que tragarnos las admoniciones de la niebla,
Esa moneda oscura
……………………………..En pago
De la luminosidad de nuestra sombra;
El doble se queja entre los pinos
Y el dolor me recorre en la ausencia
De los olivares.
Presiento la ocupación
De un sitio.
Un dolor druso,
Sirio, libanés.
Una locura mineral
Que se va hasta el sendero.
Un estandarte
De paz
que no será erigido para nadie.
Una palabra se escribe
En el dintel de la puerta
Con la sangre de nuestro pueblo.
La his to ria
Versificará de largo
Y la arena se amontonará a la medida que el hierro
Se esparza
Con su voluntad sitiada,
Invocando alabanzas
Y lecturas
De los libros sagrados. Arderá la antífona en la tierra.
Entonces podremos permanecer juntos en la misma plegaria.
Dejar que los jóvenes arranquen flores
Y las pongan en tu lecho,
Dejar que las vírgenes coloquen pétalos en tus labios,
Dejar que los niños renueven
El fuego del cielo.
Todo volverá a doler como nos duele ahora.
Todo acontecerá como está narrado en las inscripciones y en las profecías.
Todo caerá en la noche primitiva.
-5-
¿Por qué asombrarse de que los muertos
no nos hablen de la muerte?
Su silencio será interpretado
Cuando nos acerquemos a ellos.
Edgar Lee Masters
Hay algo que concibe el silencio frente a frente
Agua con agua
Hacia el connubio matinal de los turbantes
Donde vivo, donde toco, donde palpo
Este mimo de soledad y de hecatombe
Atravesando siempre niño el humo
Y la tiniebla de mi vida en el plantío.
Cuantos días desperté, cuantas noches contemplaba
La buena madre que al otro lado del torrente
Lavaba y lavaba, ahí veía sus dientes funéreos
Como cartílagos de peces, ese silencio que no se puede traducir
En palabras, ese silencio que te recorre como una flor
Desde su tejido epitelial hasta el embadurnamiento
De los aceites y los perfumes. Te amortajaron los pájaros,
El plenilunio de las ciudades que amaste, el ofertorio de las estrellas
En su paroxismo voltaico. Nos volvemos a desnudar en la huida,
En la marcha y en la refriega como el dínamo
Que se resuelve en pozo, en victoria, en agujero negro.
Vámonos a desfilar
Como montones de tierra que resisten
La plenitud
Y el saludo de los muertos.
-7-
-¿Te mataron a un vástago?
-Sembraste para la tierra un hijo.
-¿Te mataron a tus abuelos?
-Dos piedras más para el horno familiar.
-¿Te mataron a tus hermanos?
-Cárgalos como ladrillos para la casa sin fin.
-¿Te mataron a tu padre?
-Ya tienes la roca del molinillo para moler café.
-¿Te mataron a tu madre?
-Cámbiate de nombre.
-¿Te mataron a ti?
-Ya no huyas. Saben que, en este verso, estás aquí.
-8-
A Magdalena Camargo Lemiesek y a su cerrajero de la vida
Hoy me han dicho que vendrá la muerte
Vestida de Pashá. Yo tengo el pecho escarlata
Como si fuese la sangre que emana de una torre
Después de ser sitiada. Soy una ciudad a la cual sus muros
Se le llenan de lamentos, de cardos, de ortigas,
De sagas recitadas por héroes y mujeres
Que se rasgan el velo como la memoria y el hoy.
Ah, pálido verano. Sentencia mutable para hallar
Las formas de la divinidad, las estrellas nobles
Y primarias, las más viejas, en redondel,
Otras en vértigo confundiendo el destino
De los hombres. La mujer es un silencio.
La piedad una roca. El desafío de caminar y desoír
La niebla y el conserje que con su eficiencia
Te sabrá guiar hasta la puerta, pero falta que descubras,
Quién es el cerrajero de la vida, el alentador
Que mueve su incensario y sus plegarias polvosas
Para que la mente encuentre su fábula de grito,
Lo que cintilará como una acuarela en un destello,
En unos ojos versátiles, en una cuenta final.
Canto a mi llegada
El pájaro que escuchas está cantando en griego.
No lo traduzcas. No va ahorrarte camino.
Eugenio Montejo
1
Soy un hombre
Que alaba su vida
Atrapando a los relámpagos. Gran obsesión por el marfil del cielo y las corrientes Voltaicas. Ignoran el miedo animal y se vuelven a nuestros pechos
Como lluvias filiales. Caen sobre el mundo como un agua
Extemporal y nuestros textos y cabezas se ofrecen a ejercer de pararrayos,
Calculan el peso y el diámetro de los frutos alineados a mi sangre.
Yo exporto de mi boca la premonición y el arcoíris, se inicia entonces el ritual
De la luz en la mollera; los tucanes rotan la máscara con sus picos que maduran Como uñas pintadas y la risa es un río que se destempla hasta modular el lodo,
El llanto, un frutero descomponiéndose sobre piedras de oficina,
Cuando persigo un cuenco, un epinicio, un palimpsesto
Para verme llorar contra los tendones de mi mano, sobre un tapiz
Con el recuerdo de la última ciudad sitiada, ya no caben las rimas,
Ya no se registran los hexámetros y el pacto de la única mujer amada en el botín de guerra, un texto sucedáneo en el desmadre de mis hijos.
La vida escupe y aún siguen humeando los recuerdos
De aquellas comidas en la madera fugitiva de la mesa:
La gallina revive aleteando al limonero, la vaca atraviesa la cerca,
El cerdo se aparta
Masticando los anillos del satélite, la irradiación del horizonte.
Invoco el connubio de los peces que vuelven a nadar
Y vuelven otra vez a la muerte deslucida del anzuelo,
Equivalen a rosas de agua que se detienen
Y vuelven en el tiempo. Rosas que son rosas.
Rosas que son agua.
Rosas de agua que salpican
La floración interna, esa inocencia brillante. Hay rosas que se olvidan
En la alta noche
Y del mantel siguen ardiendo todos los manjares:
Rosas en órbitas, en rosas,
Rosas
En agujeros negros,
En la enemistad del trigo,
En el arma química de un instante
Abrazada a la agonía de una estrella,
El hombro estelar
De un hombre y una mujer que pactan vuelo,
Que se internan en el coro de la roca donde mueren las gaviotas
Y las páginas del lirio
Se vuelven opacas como unos labios que no bendicen a nadie.
2
Hay un libro erótico para los muertos, para esta oración que se indica en el manual
para tiranos.
El cerebro refulge en el cuerno de oro de un becerro
Y esta estampida de no dormir me lleva a un país
Donde ya se han extinguido todas las piaras del lenguaje,
Como si existiésemos en la grupa de un sueño,
En la molicie vespertina de un antropoide
Que no seduce al sol
Y bendice la vida
En medio
De piedras de sardio
Y eucaliptos,
Perlas histéricas que deambulan
En medio de los faunos protocolares, se agiganta el eco
De la ostra que sacude el mar;
Fijamos la pupila a un desconocido
Ahora que hay una maquinación para la locura, una vendimia
Para la moral que nos hace sentar sobre las piedras
Sin el temor de los comensales. Entro en el círculo
Me sumerjo en la primera incisión, la herida es un cuerpo
Balando
En lo oscuro, entro y penetro en medio de los herbazales, canto a pecho abierto,
A boca abierta todo lo funesto de las plazas, me amordazan con un collar
De caléndulas
Y las palabras se suceden en la floresta de la noche;
Corrigen un capítulo de este terror de ser, de morder las espigas
Audibles del barreño, esa causa justa de verte llorar
En la pleuresía del iceberg, la sudoración de las plantas pútridas, de los gases
Y el oxígeno como la muerte de la mariposa
Dentro de una lámpara,
El paroxismo de morder una llave
Y expiar la culpa en la eternidad de un corazón extranjero.
Alquilamos el peso y la densidad de los manubrios celestes, de las mujeres y
hombres celestes,
de todo lo celeste que gime flexionando las bisagras de las puertas,
Cuando estamos en esa libertad de elegir
Entre los postulantes
E irremediablemente nos deshacemos en llanto al saber que Dios se ha inscrito
En un miserable taller de poesía
En sus diatribas feéricas.
3
Su sangre mestiza/su sangre, al hacerse mulata…
Y una de las árabes agolpadas salta
Señalando un rayo que araña
Una roca…
Ungaretti
Todo se lo ha llevado el agua
Con sus llamas al desposeído
Con sus caravanas de hormigas delirantes
Ante la luna descarnada de una Reina
Apócrifa,
Como si nos negara
La fiebre de sus vísceras,
Su corona
Lo que en el tiempo vuelve a suceder en el óleo de una tela,
siguen transfigurando mi sueño, el nudo de Dios en la garganta, asilo para mi
respiración
Jamás absuelta. Vuelvo al trueno y a sus inscripciones,
A ese anillo interplanetario que me recorre de parte a parte,
Constituyendo el ácido que descompone mis nervios,
Las páginas en negro que escarpan la boca, la desintegración de la lógica, Estratificando el espíritu,
Parecen sucedernos leyes,
Parecen acribillarnos leyes,
Parecen fornicarnos y desquiciarnos leyes,
La cólera del cuchillo que reverbera la carne, el hormigueo en los sexos
Cuando las habitaciones se cierran y vuelven a desmembrarse,
Las imágenes y las palabras en virtud del cráneo
Todo parece suceder después de morder el todo, de aleccionarme entre la hierba que corre
conjunta a la margarita
Y a la magnolia que mastican las fieras, ese ejercicio de la desintegración junto a los
pétalos helados,
Pétalos pulverizados que entran en el fornicio de los floreros, las manos que nos alejan de toda la flora para siempre
Y siguen envejeciendo
Como el letal ejercicio de la abeja y su panal, escribiendo oscuramente en el agotamiento
del petróleo.
Me avergüenzo del sonido en esa melodía inexacta
del péndulo que actúa entre la guerra de los números,
Ese aneurisma plural y singular de las manecillas que caen al fondo golpeándome en sílabas
negras,
Sílabas negras que acometen contra el coral de mi voz prestándole atención al agua atenta,
Al agua esquilmada y recordada, el árbol tronchado
Y la raíz que salta;
Voy
Con la levedad de los altramuces
Asidos a mi mano,
En una paráfrasis de la voz
En una boca
Sin orillas,
En un océano saqueado para lastimar la claridad,
Todo se sucede en muertes y leyes, en aneurismas y ataques cardíacos, en novelas
inconclusas,
Todas las imágenes y las palabras en virtud del cráneo.
El bosque es mi bitácora
De todo lo perdido.
Soy un joven comediante
En las narraciones de familia.
Mi bisabuelo prestado y libanés
Llegó en un barco
Y apostó a sus nombres en español
después de la noche de San Jorge.
En tus palabras, remo,
En esta sed
Convocada por caballos.
Dominó luego el arte
De subirse a la palmera
Y beber
El oasis de los cocos;
Habitante en la cruz
Y en el ojo de la pirámide;
Odió y amó el arte de los símbolos.
A mi bisabuela Francisca, la raptó
Olvidando una sandalia.
“Dájala” fue su respuesta en castellano,
Su añoranza en árabe.
Su cuerpo fue el mar
Que se agitó en su barco.
Pónganle al feto
Sangre indígena,
Sangre africana,
Sangre asiática,
Sangre europea
Y desde pequeño me incitaron
A construir murallas. Ahora
Todo lo que amo
Está detrás de un muro. El poema es un mazo con el que me destruyo.
En toda memoria, fulge un astro distante.
Otros pies te señalan el camino. Mi destino no está en Troya,
Sino en otras ciudades. Hay otros cantos
Que inventan el nombre
De una posible ciudad. Una posada, un hotel, un hostal, es el resultado de alguna
traducción.
Dentro de mí hay un pueblo. Escucha el agua. La mujer es río, la mujer es valle.
Su cuerpo es la cartografía de lo que desconocemos.
Ignoro mi destino y el polvo es la anunciación de mi llegada.
Yo sólo conozco el exilio
De cada piedra, la emigración de mi poesía
Y la inmigración del dolor en cada tramo.
La poesía se reduce a fuego, a inmigración
Nombrar al nacimiento y al chamuscamiento, seta de imágenes,
sucesos que se advienen al añico y al polvo medular
como quien nos crea, el arbitrio cenagoso de la plantilla y el origen,
apareamiento de átomos, ya se traviste una partícula, una familia homoparental en una
tolerancia heteroparental,
lo que cubre la danza cuando los pies se endilgan a volar sobre ese cuerpo y otro cuerpo
y se nos apoderan de las manos otras manos discursivas
ante el carámbano soñante.
El cerebro se encoge y los recuerdos
se pulverizan en la algarabía de la tierra que golpea como un estilete clásico.
Cuerpos, cuerpos en medio de la luz cerúlea,
cuerpos al alba, entre los hervidores y los apagones de aire,
como una memoria que se arquea entre los árboles y el viento,
Va ganando el transatlántico otra costa,
otra velocidad del mar y sigue fulgente el versificador con su pipa electrónica y su narguile
pronosticando las rebeliones del humo;
una tormenta de arena, la poesía épica, la poesía de trova, el siglo de oro, el siglo de plata,
el siglo de cobre, la poesía lírica e intimista, la poesía neobarroca engorda sobre frutas tropicales y enumera de a diario
señala el búcaro de a diario
donde las rosas del desierto y los pomelos de cuarzo se despeñan por los bordes ásperos
y el chasquido de los dedos va arrinconando a la piedra y su música murada.
Yo me quedo como una imagen sin restaurar en un mosaico,
en una superficie lívida que no se quiere marchar como los gestos y las marchas y las
muecas humanas,
Máscaras de oro y sol, máscaras de escarcha y luna y la mente envuelta en telas de ricos
colores
se propala en un movimiento disyuntivo, impenetrable,
la vida se ama más en la muerte de los otros, nos aferramos o nos soltamos en el deslave de
la mente,
Lo cognitivo es rapaz (una idea devora a otra idea o sigue luchando con las otras,
Rompemos o amamos tradiciones, alguien deja caer un diccionario
Y salen como ratas huyendo las palabras u otras van a un jardín y se convocan al oficio de
los topos u otras se van a hacer girar su reloj escondrijo o la rueda de algún experimento,
menos en el poema creación que viene del fango y al fango regresa en su ecuación perfecta.
Otros creen que pueden dar de comer a esas ratas con su poesía forzada y estreñida (aduce
lo eficaz de un intertexto) o con grafitis con frases rebuscadas o con no mala, perversa
verborrea.)
La rata es un vocablo y es inflamable como el material de los planetas que se van a pique
en nuestra praxis,
un encalado de estrellas gozosas, piadosas y vengativas en el destino de los hombres y de
las mujeres que proclaman su llama
o su extinción
En medio de la selva. Combustión. Combustión. Petróleo roto. Con sus pavanas negras, sus resurrecciones de tiempo y el residuario de los años que hay que salvar, oh fiera, oh moraleja inmortal.
Las memorias del café*
En el pueblo de Ocú, a principios del siglo XX, durante las noches, un hombre cubierto con
una sábana blanca y arrastrando una cadena asustaba a sus habitantes. Ninguna persona
salía por miedo hasta que mi bisabuelo, Jorge Juan Medrano Herrera (ya con apellidos
castellanizados), proveniente de Líbano, acompañado de un termo de café y una taza; se
decidió a esperar y desenmascaró al cobarde apuntando con su inseparable pistola y
diciendo: “O la paro o la tiro.” El cobarde se identificó y la abusión no volvió a
asustar a nadie.
I
Sabio el café en su actitud de observarlo todo.
Este retrato de mi bisabuelo entre sus dos perros y su rifle
Atisbando la nostalgia y catando la soledad del siglo XX.
Yo me derrumbo en el borde de la foto para recordar a los parajes
De la desértica llanura, las palmeras y los dátiles
Y el camello arrancando la corteza
Y así rumiar
La corola del sol y la sequedad de los muros vegetales,
Cuando una mano
Se disponía a desordenar los círculos concéntricos en el agua y a escribir fechas
Sobre las caídas de ciertos imperios, guerras de religión o la construcción del Canal de
Panamá, ganando un flete en aquel barco.
Sólo así comprobaste que ciertas hazañas y ciertas esperanzas son inhundibles.
El bisabuelo libanés acogió el néctar del cafetal en sus labios
En la noche atestada de poderes,
Esperando a que el aparecido apócrifo
Iniciara su arrastrar de cadenas y gemidos
Hasta el enfrentamiento y desenmascaro del cobarde, geómetra en su atisbar de
constelaciones
Y de avivamientos con la turquesa y el fuego, en la humareda expectante con sus lágrimas,
el recuerdo transatlántico de recorrer el estrecho de Magallanes y quedarse anudando la
orfandad en cada puerto.
El bisabuelo se mantenía a sus saudades
Y a su familia
A través del servido en el termo,
La absorción del café y la noche fue honda sin remedio
Hasta el claror horadante de la mañana exacta.
Sabio el café en su actitud de espera.
Dádiva en la actitud del cántico,
Manos de muchachos y muchachas
Que se yerguen sobre la tierra, arbustos en su furia,
(En su pasividad arbórea), cuentas de coral, inexistentes,
Como las parábolas del aire
Y las fronteras entre la turba y el sueño,
Del gusto y el olfato
(Deviniendo) en el tamiz antiguo de las horas,
En la fecha gregoriana, en el pensamiento árabe, en la actitud taoísta
De meditar en el éxtasis de los colores
Anunciando la vertiginosidad
De una ofensiva, de una lluvia sobre el mortero, de un éxtasis perpetuo
Tronchando el aire,
Excitando a los labios a sorberlos
En señal de plegaria y alabanza.
Viene de tan lejos y es tan cercano a la glorificación
De sus verbos de montaña y valle, que devienen en la alegría sonora de las cosas,
A mensajeros diurnos y nocturnos que van detrás de las vaharadas
A dirimir sus dones, sus sonatas, sus fragatas de verano o invierno.
Ay, si el otoño se demora en balancear sus vestiduras.
Ay, si la primavera se vuelve café en la oleada de un exilio.
II
Me levanto nuevamente entre las heredades de la haya
Y el cafetal me espera con su sonido seco,
Con su esperanza húmeda; no me callo
Ante las voluntades de seguir por la autorruta
De los minerales de la sombra, argumentando un cuerpo
Entre marmitas, reposiciones y batracios,
Las puestas de sol ante la abdicación de un rey,
Sus vasallos de oro, la carne elemental
Con el soplo en la nuca, la caricia en la miel de los cortejos,
La nube trepidante en el solsticio, el café voluntario
En la voz de las cocineras, el café que se va a dorar
En las plenitudes de las playas, convoco al pescador
Y el ermitaño en su bosque, al eremita y al cantor del mundo
Entre las hojas, entre las colmenas y sus laboriosas habitantes,
Las torrenteras que van a las bocas, a la sumisión de los rostros,
El café que ondula en mis iniciales como un vapor de antorchas,
Otras vidas y otras muertes que van conmigo, en pequeños pueblos,
En caóticas capitales, en todas las entidades posibles
Que se puedan apoderar de la porcelana, de la totuma,
De la turba y de la casa, así voy llegando al árbol de la trasparencia,
A la nomenclatura sin nombre, llevando y despidiendo
Al pan y al surtidor y la corona desayunatoria del perfume.
III
Aquí me detengo para tomar un sorbo.
Soy un sorbo y todos los sorbos en la taza de la historia.
Somos conocidos, somos extraños,
Ante el capuchino,
Ante el americano, ante el expreso, ante el café helado
Que transitan por las tiendas, bajo el techo cubierto de palomas,
En la cocina, en el balcón, en el patio del hogar
Que se renueva con el aroma de la bebida que algún dios
Olvidó esconder sobre la lumbre del desmadre.
Soy joven, soy viejo. Infancia y senectud se definen
En un pocillo de café como una luz pálida, como un neón creciendo
De súbito dentro de la boca, donde la toma
Me ha convertido en exiliado y habitante,
De mi casa y otras casas.
Mi bisabuelo deja a un lado el tazón
Y apunta al hombre disfrazado y convoca
A su identidad en la tierra. El nombre se revela
Entre el aleteo de las lechuzas silvestres
En medio del campanario hispánico. El café lo supo acompañar
En la resaca de la noche. La cafeína acrecienta la voluntad
Y la valentía de los hombres.
Nada me puede aguardar con un motivo de conmoción,
Con una naturaleza anudada a mis dedos, como los granos
Orientados al molino y al espolvorear sobre el agua hirviente
Las angustias y la quietud del ansia renovada,
En la mutabilidad de lo que existe y no existe,
Así quedándome sobre el nimbo y la pureza,
Sobre la abyección y el mutismo, sobre la fijeza y la inestabilidad,
El todo y la nada y la ambigüedad de sorber y sorber
La tertulia de los vivos y los muertos, de las esquinas fantasmas
Donde Dios y el hombre se congregan,
Donde tomo el café eterno con mi bisabuelo, aguardando a la abusión
En el portal de Ocú, en la mesa bendecida allá en el Líbano,
En un café concreto, en un café atemporal, ganado o vencido,
En una sensación bucólica o abstracta.
*Texto añadido posteriormente
Fotografía de los Medrano, 193…
En homenaje al poeta venezolano, Eugenio Montejo y a su poema Álbum de familia.
Miro el tiempo veloz, qué prisa lleva
Por asilarse a la fotografía
Por escudriñar la luz del mundo,
El sepia de la imagen
Donde me quedé transformado en árbol
Contemplando los que posan
Bajo otra luz, en el patio solitario.
Son los mismos que asisten a esta cita con la tierra,
Congregados en una fila como si fueran a existir
Más allá de sus manos, más allá de sus ropas,
Más allá de esa tregua que no es otra que el cansancio
De seguir posando, aunque la materia se cuartee,
Aunque nos miren pensativos, ya lejanos,
Como la estrella fugaz, que intermitentemente,
Sigue adentrándose como una raíz pactada de recuerdos.
Ese es tío, Tulio, ancho de espaldas y mirando
El horizonte como si fuese el mago de una tela;
Vendedor de maravillas, que me proveería amor
Sin conocerlo o percatarme. Allí está ella,
Lucila del Carmen, abuela mía,
Más allá del siglo, más allá de los enigmas
Que trascienden a la sangre,
Flor envuelta en los copos de lluvia del Tijera, en su pollera roja;
Todavía oigo tu máquina de coser,
Aún me visto de tu faena de modistería. Me llevo un traje.
También posa Francisca Mirones, siempre callada
En su monólogo de espera; una palabra bastaba
Para amar el silencio, para urdir la trama y la ternura.
La Titi, es una perra que muerde el tiempo,
Su ladrido me devuelve a la vida, me regresa de esa muerte lenta
De la observación, tras la nostalgia, convertida en espejismo.
Luego viene Papa Jorge vestido a la usanza de otra época,
Elegante en el calor, venido desde El Líbano
Huyendo de las guerras. Su negocio La Cañaña
Sigue abierto, aunque aún no nos decidamos a entrar
Al preguntarle por sus pistolas, por los precios.
Tía Rosa es la última en fijarse desde el titilar
De una lámpara, ha esperado a que yo la viese
Aún antes que naciera, esperando un nuevo siglo,
Un toque que suspende la meditación
En el bosque perenne de las adormideras.
Una panadería le bastó para forjar los giros de su heredad.
Aún la veo en su mecedora
Hablando de historias de familia, de sus hermanos muertos
Juan Manuel, el cholo, Romelia, la muñeca,
José Trinidad, Jorge Vicente, Berta, Rafaela,
Juan Antonio (el poeta), Carlos, Julio, Marta del Carmen, que siguen jugando tras de ellos
En la impalpable imagen, donde quizás escribiré un poema
Usurpando la labor eterna del fotógrafo,
Ahora bajo la luz del mundo, en el patio solitario.