5 poemas de «Una casa que no existe» (2022), de Carla Valdivia

 

Por Carla Valdivia*

Crédito de la foto Ed. Vallejo & Co.

 

 

5 poemas de Una casa que no existe (2022),

de Carla Valdivia

 

 

Una crece en una casa

 

II

 

Soy un perro.

Apenas nací, tuve hermanos.

Íbamos en bote, empujando los remos de una casa vacía.

 

Nuestra madre solo fue coincidencia.

Un día se olvidó de nosotros.

Teníamos hambre.

Raspábamos edificios con la mirada.

Aullábamos doblando las esquinas.

 

La luz del sol me hacía ver niño.

Pero nunca fui niño.

 

 

 

VII

 

Había sobrevivido

a las hornillas

a los enchufes

a las ventanas abiertas

a las escaleras eléctricas

a los balcones

a las mesas con esquinas filudas.

 

Yo tenía siete años cuando me empezó a doler este lado de la cara.

Me toqué.

Corrí al espejo y me quedé ahí,

mirando largo rato mi cara.

Me di cuenta de que mis dos mitades no eran iguales,

tenía un ojo más abajo.

Creí que era cuestión de jalarlo un poco todos los días hasta hacerlo volver a su lugar.

 

Hay cosas a las que no sobreviví y no me había dado cuenta.

Yo miraba el remolino de leche caliente.

¿Vas a meter la cabeza o qué?

Mi abuela dejó de darle vueltas a la olla.

Sacó la cuchara de madera y me apuntó con el mango.

 

Me disparó aquí.

Eruheuh unaud eheeuhhr jdijdfijf sjddfhr,

eso dijo.

Dijo muchas cosas.

Pum

pum

pum.

No sé por qué miras tanto la leche, si tú no la vas a tomar.

El mango de la cuchara me había traspasado.

Tú ya no deberías tomar leche.

Deberías verte en un espejo.

Deberías llamar a una ambulancia, abuela.

 

A mí me gusta la manzanilla

hasta que se mancha poco a poco el agua caliente.

La grabadora está prendida.

¿Qué te gusta tomar?, pregunta mi mamá.

Y yo digo, me gusta la manzanilla.

Mi mamá retrocede la cinta.

¿Qué quieres ser cuando seas grande?

Yo quiero ser un indio americano.

Mamá retrocede la cinta.

No, mamá, espera, no he terminado.

Yo quiero ver cuando Cristóbal Colón llegue en su carabela.

Mi mamá retrocede la cinta.

Me mira raro.

¿Me quiere mi mamá?

 

Y entonces digo algo que no es verdad,

que quiero tomar leche y ser una sirena.

 

A veces siento que me falta la mitad de mi cuerpo

o que me sobra la mitad de mi cuerpo.

Siento como si aleteara con fuerza en el agua para no ahogarme.

 

A veces soy una leyenda

que navega escondida para que no la vean.

Canto, mientras intento que las palabras no sean un océano triste

en donde hay que vivir con miedo.

 

Me han dicho que si me arranco las canas

me van a crecer más.

Es especial poder arrancarte algo y que vuelva a crecer.

Si pudiera arrancarme algunas palabras

me las arrancaría, pero quizás me crecerían multiplicadas

y recordaría dos veces

el mango de la cuchara

tres veces el cuchillo del pan

cuatros veces los labios de mi abuela

pronunciando las palabras que prefiero no decir:

Eruheuh unaud eheeuhhr jdijdfijf sjddfhr

Eruheuh unaud eheeuhhr jdijdfijf sjddfhr

Eruheuh unaud eheeuhhr jdijdfijf sjddfhr

 

Abrir la boca y disparar,

decir cosas buenas y cosas malas.

Palabras que son balas o bombas o son

el fin del mundo.

Palabras que se cargan con el mango de una cuchara

o con los botones de una grabadora.

 

A veces, la ambulancia viene para salvarte

pero llega muy tarde.

El hueco está hecho.

Lo que se rompe, se transforma, nunca vuelve.

 

A veces viene la persona que te disparó

y te dice que fue sin querer.

He tenido un sueño:

en la camilla imaginaria donde intentan salvarme

mi mamá y mi abuela aprietan mi cuerpo.

Jalan mi ojo.

Quieren enderezar mis piernas.

Cuando me despierto,

miento y digo que estoy bien, pero me pregunto

¿en qué momento me malogré?

Mi nariz se volvió una duda

mi brazo noticia vieja

mi cuerpo casa arruinada

mis piernas tarros de leche vencidas.

¿En qué momento desperté dentro de una guerra?

¡Qué lo que me desees se te multiplique!

En las noches me quedo con el televisor prendido.

Mi abuela me dijo que si no dormía a mi hora

iba a venir a jalarme las patas.

Yo no duermo.

Quiero que venga a jalarme las patas.

Quiero preguntarle a mi abuela algo:

¿por qué tus manos siempre estaban tan heladas?

 

Hay que ser perfecta para poder dormir tranquila.

 

 

Una casa crece dentro de mí

 

I

 

¿A qué Venecia volvería?

A la de las cinco a. m.

 

Hay un frío calando mi lóbulo parietal.

En la puerta del café

los souvenirs han hecho su nido.

Cojo uno, le giro la cuerda y lo dejo en su sitio.

 

La gente espera con sus caras cubiertas,

el vapor empaña las lunas de sus lentes.

Yo espero el vaporetto mientras pido un jugo de naranja en italiano.

 

El cielo invernal se sumerge.

Hay un pez en mi tórax.

Esta casa flota mejor sobre las aguas a las que no pertenece.

 

Mi maleta se esmera en pegarse a las escaleras del Rialto y lloro porque mi equipaje es mi enemigo.

El presente no permite distancias que me auxilien.

Con su síntoma de cámara analógica

mis ojos enfocan cómo oscurece en Venecia

y cómo se iluminan los canales.

 

Dorsoduro me tiende trampas.

Lo que traigo me pesa y me pregunto:

¿qué me enamora de este lugar de luz tenue

donde siento un miedo bello y moribundo?

 

¿Volvería a cruzar las islas para que los otros me ignoren?

¿Volvería en el transporte público escuchando con mis párpados y mis oídos un idioma que me atraviesa sin entenderlo?

Cierro con fuerza mis ojos y me respondo.

No estás en casa,

nunca más.

Porque a casa jamás se regresa.

 

Ahora estoy lejos de lo que me erigió

como la chica que amaba al por mayor

las cosas inútiles.

 

Soy otra.

Soy un sueño.

Una Carla que desconozco

que navega en el Adriático

que quiere hundirse en el mar

tan profundo

hasta morir

para renacer justo en la penumbra de lo que se derrumba.

Cruzada por un puente mágico y milenario que me devuelva a la vida con branquias.

 

Y ser

en ese espacio que se instala en todo lo que no he sido antes.

 

Un pez en el tórax del mundo.

 

Al lado de mi mesa

una pareja se agarra de las manos.

En la mesa que ocupan tienen pescado, espumante, calefacción, papas y ensalada.

Mi mesa está llena de incertidumbre. Repleta.

 

Algo me quema.

No voy a subir a la góndola.

Quiero recordar Venecia de esta manera.

 

 

 

VI

 

El tiempo es corto para quien veloz circula capturando lo viejo del mundo.

Amarillo el Coliseo. Luminosa la gente. El sol todo lo baña.

Las palabras furiosas, las bocas y las nubes húmedas, se mueven.

Atrapada entre los cuerpos siento por primera vez en mi vida que no se aproxima mi muerte.

Quizá se deba a las colas largas que hay que hacer por un ticket de vuelta.

Quizá se deba al fantasma de una mujer sentenciada a volverse una idea.

Quizá se deba a que provengo de muy lejos, de un país pasado del que no puedo liberarme.

A los pulgares alzados de un público que no existe.

A los animales salvajemente lastimados.

Al gladiador que maté cuando nací con vulva.

A los kilómetros de distancia

que son historias de distancia

que son huesos de distancia

que son cicatrices de distancia

que son heridas que no se cierran de distancia

que son lenguas de distancia

que son hambres de distancia

que son desaparecidos de distancia

que son multitudes de distancias.

 

Atardecer como Roma.

La ciudad apresurada y, sin embargo, estática.

Alzada por hormigas que son muros, que son amables, que son indestructibles, que son mortales.

Puedo escabullirme en ese infinito que se acaba cuando atardece en la ciudad donde los gritos se vuelven camas donde acostarse.

En la ciudad donde las rendijas son aulas de clase donde acostarse.

En la ciudad donde me pasa que se ensancha una via Sacra en mi pecho y el dolor se esconde como en un envase Tetra Pak. Y ahí resiste el dolor mientras mueve las piernas mientras corre la maratón más importante de su vida mientras me pregunto qué me deparará el futuro.

No importa si camino por los bordes

del desierto de esta tarde romántica.

Soy feliz y triste a la vez y eso nunca va a cambiar.

Mi lengua se tuerce,

se ensanchan mis linderos.

El cielo exagera

y un Dios imperfecto

ansía tener piedad de mí.

 

Roma se impregna en mi cuerpo

 

y qué será todo esto

oh

maravilla del mundo

oh

mis límites mis bordes

oh.

 

 

 

Una casa que no existe

 

V

 

Así son los árboles.

Quién dice que son indefensos.

Lo que pasa

es que no los conociste juntos.

Conociste a uno, a dos,

pero no juntos.

No a todos.

No en la noche.

Con tu cantimplora vacía.

No cuando son más.

Ahí te quisiera ver,

entre los árboles con hambre.

Entre los que nacieron a la vez.

Entre los que aman ese lugar que no hemos visto.

Fin.

Ser árbol es difícil.

Primero hay que nacer árbol.

Hay que estar plantado.

Años y años.

Y creer en la lluvia.

Creer.

Y sentir

por fin

que tu tronco se moja.

Y estar ahí.

Estar.

Sin la hipnosis del mañana que nos tiene enfermos a todos.

Esconder la lengua hambrienta

entre las hojas verdes

e ir mirando arriba

el cielo.

Nunca abajo.

Abajo no hay nada lindo.

Miro el cielo.

Seguro

los árboles

están

mirando el cielo.

Seguro

están

agitándose.

Ablandando su tronco

….para venir

……….a comerme

……………………mañana.

 

 

 

 

 

*(Lima-Perú, 1988). Se desempeña como creadora escénica y como escritora de teatro, poesía y guion.

 

 

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