Poemas y nota preliminar por Cecilia Gajardo*
Texto introductorio por Paz López**
Crédito de la foto Amparo Nilo Gajardo
Sobre Talca (2021)
Este es un libro acuoso. Hay agua de piscina, de río, de tina. Hay lluvia y lágrimas. En ninguna de esas aguas la autora puede ver la imagen de su rostro, porque son aguas turbias y revueltas, y porque tiene todo su cuerpo sumergido en ellas. Así, con todo su cuerpo, y con la misma inestabilidad de quien tiende a ponerse de pie luego de haber sido revolcado por una ola, aterriza en la infancia. No tanto en los recuerdos como en aquello que tienen de álgidos e imprecisos. Un abrazo puede ser un ahogo, una caricia un manoseo, los dulces una coartada, las palabras tiernas una perversión, el amor una negligencia.
Talca es el nombre de la ciudad de infancia, pero también el de un golpe duro que sigue retumbando en estos poemas. La escritura de Cecilia Gajardo no busca amortiguar esos golpes sino adherirse a su ritmo, a su fuerza, avanzar pese a todo y extraer de allí su energía, como si vivir y recordar fueran cada vez un nado a contracorriente.
Nota preliminar y 5 poemas de Talca (2021),
de Cecilia Gajardo
No tengo información
El yo que se negó a mamar
en pechos que no podía complacer,
el yo cuyo cuerpo crecía inseguro,
el yo pisando las narices de las muñecas
que no podía romper.
Pienso en las muñecas
tan bien hechas,
tan perfectamente ensambladas
que contra mí estrechaba,
besando sus boquitas imaginarias.
Anne Sexton
Cuando tenía dos años me tomaron en brazo y me sentaron en el lavamanos para sacar la mugre de mi cuerpo antes de dormir, el agua estaba tibia, temperatura ideal para el cuerpo que llevaba ese día. La mujer tenía las manos con olor a manzanilla y las pasaba lentamente por mi espalda y, sobre todo, mi cuello, luego me enjuagaba con el agua que ya estaba turbia y me arropaba inmediatamente. Esa vez la toalla no estaba cerca, así que la mujer tuvo que salir del baño. Vi que mis pies colgaban hacia un precipicio. Saqué el tapón del lavamanos, el agua se hizo remolino y pensé que, así como el agua, yo también me iba a ir a un lugar desconocido, que iba a desaparecer de un espacio que, medianamente, conocía: mi pieza y mi familia, pensaba que iba a llegar a un espacio oscuro donde la identidad, o la mediana identidad desaparecería para siempre.
Fue la primera vez que tuve conciencia del peligro. Recuerdo mucho más de mi infancia que de mi presente a corto plazo. Ese espacio oscuro que imaginé a los dos años de edad es similar al espacio de una ciudad, de Talca, donde todo es confuso, la gente camina en cámara lenta, se cuentan secretos horribles, el día es distinto a la noche, el día es festivo y la noche es la secuela de lo que pasa en el día. En la oscuridad se manifiesta lo verdadero, la oscuridad es más tangible que lo claro.
Sin embargo, no me atrevería a decir que este es un libro biográfico, es una extensión de imágenes, de fotografías. Lo que hago es implorarle al lenguaje que me ayude a extender esa permanencia de un instante, le pido al lenguaje que me ayude a manejarlo. En este momento una niña o un niño podría estar a la espera de la salvación de un lavamanos porque algunas experiencias de la infancia, que son vista como una «edad dorada», son universales y están cruzadas por el dolor y la falta de palabras para poder expresar el trauma.
Talca es un conjunto de poemas que buscan ser capaz de crear una atmósfera de inocencia atravesada de negligencias de toda índole, siempre ejecutadas por adultos. La tranquilidad de la niñez se interrumpe por una palabra, un acto o simplemente se deja a través de la imaginación.
Talca
Debajo de una alfombra
de pasto irregular,
sitio eriazo,
cemento trizado por un terremoto
insectos con uñas alertas,
uñas de guerra
gusanos salen de la madera podrida
de las bancas de la plaza central.
Levantar la alfombra es sentir
el aire putrefacto.
Los gusanos se retuercen,
se erizan,
chillan,
algunos tienen rostro.
¿Me podré reencarnar en un gusano?
¿Podrá ese pobre hombre reencarnarse
en un pedazo de tierra?
No se lo merece
lo estoy mirando
lo he mirado por siglos,
desde que no tuve más memoria.
Voy a recoger todas las piedras del campo,
me voy a sentar a orillas del Maule
y las voy a ir lanzando una a una
hasta que encuentre la que tiene su rostro
hijo de puta,
te voy a hacer polvo.
“Polvo eres,
en polvo te convertirás”.
Mi casa
la casa
mi cama
mis olores
mis oídos confusos.
No sé si son gusanos
o perros comiendo gatos con tiña.
No sé si mi ventana da hacia el sur
o hacia el oriente.
La terraza,
el olor a carne quemada,
la leña húmeda
el humo no me deja ver quién es quién,
sé que son adultos
escucho risas, puñetazos
vasos cayendo al suelo.
Bajo mi cama, todo sube de volumen.
Oigo risas, llantos, recriminaciones
las cuecas repetidas…
“Déjame que te llame La consentida”,
me dice un hombre que está dentro del clóset.
Cuecas de un salón hecho trizas,
héroes republicanos.
Comenzar a no creer.
La mesa de los hombres es circular
(estoy segura de que hay mujeres bajo el mantel,
rodeando los pies y haciendo relucir
las espuelas de sus maridos).
El mensaje se deforma
las ofensas son flores artificiales
mi mamá dice que se usan
que la gente no se da cuenta del valor real
de la naturaleza muerta.
Confundo esas flores con
el pelo de mi madre
tieso
inamovible
intachable.
Una sonrisa es la respuesta al ataque oculto.
Primera lección
Hablar de útero o de orificios,
un asunto de anatomía.
Yo pensaba en embarazo
desde los cuatro años
desde el espejo y el traje de abeja,
pensaba en hombres embarazados
como algo posible,
en incestos
de reconciliación familiar.
Pensaba que lo más cercano
al padre de mis hijos
era mi padre,
mi abuelo
o el tío de los dulces,
el de ojos amarillos.
Sobremesa
Quise tomar la mano de mi padre
desde la orilla de una piscina
como si quisiera alcanzar
la pelota atascada en un árbol
para seguir jugando con mis primos
y seguir el ritmo de la tarde.
Quise alcanzar su mano
traerlo hacia mi hombro
que me tomara
“como un corderito”.
“Tú sabes nadar mejor que yo,
no quieras hundirte frente a mí”.
El reflejo de una sopa es un rostro
que no alcanza a ser letra;
es un silencioso río.
Los hijos
Mis hijos me tiraron al fango
una tarde lluviosa
mientras corríamos para alcanzar un camión,
los tres se hicieron uno
y caí nuevamente.
Estaba herida desde antes.
Arruiné los escritos sobre el yeso.
Perdí un mensaje directo.
Ahora la tinta gotea junto a la lluvia,
junto al barro diluido.
Desaparecieron tus registros, querido,
mis hijos no te quieren para mí.
Desde una vereda
Observo cómo ruedan las frutas
que compré para ti
y que pasaron de estación.
Las escaleras caracol hacen
que una caída sea infinita.
Déjame en un subterráneo
pero ya no quedan pastizales
Estaré sentada en una silla de madera,
incluso me puedo amarrar los pies
con nuestra cuerda para saltar
que nuestro tío usaba para atar la piñata.
Pero quiero escuchar tus pasos sobre mi cabeza
ocupa tacones con punta de acero.
Ya no sé dónde hay espuelas,
paséate circularmente
en un lugar que no sea medialuna.
*(Talca-Chile, 1985). Poeta. Licenciada en Literatura Creativa por la Universidad Diego Portales (Chile). Ha colaborado en Ediciones UDP y Ediciones Tácitas; también participó en el segundo tomo de Obras completas, de Nicanor Parra (Galaxia Gutenberg). En la actualidad, se desempeña como docente de Cine y literatura en Universidad Santo Tomás (Chile). Ha publicado en poesía Piel verano (2016), Sara Moncada (2019) y el proyecto Plaquettes de cuarentena (2020) y Talca (2021).
**(Chile). Crítica de arte y ensayista. Se desempeña como profesora de Teoría del arte en la Universidad Diego Portales (Chile). Dirige el centro de investigación Il Posto Documentos. Ha publicado La vida, una imagen que nos falta (2020) y Velar la imagen. Figuras de La Pietá en el arte chileno (2021), además de diversos ensayos sobre arte y literatura.